02 diciembre, 2006

El Papa, en la mezquita



Todos contentos. El Papa ha vuelto a Roma satisfecho tras su excursión diplomática a Turquía, calificada oficialmente de visita pastoral por el Vaticano. Los objetivos del viaje se han cumplido.

Se ha abrazado fraternalmente con el patriarca ortodoxo de Constantinopla (Estambul), al que el Gobierno turco no reconoce tal categoría, sino la de simple obispo.

Ha rezado (o meditado, según qué crónicas se lean) de cara a La Meca en la Mezquita Azul.

Ha expresado a Erdogan su deseo de ver a Turquía en la UE, contra lo expresado no hace demasiado tiempo, pero en cualquier caso antes de convertirse en sucesor de San Pedro.

Y finalmente ha consolado a los cristianos que se sienten acosados como minoría religiosa en el país otomano. “Estoy con vosotros”, les dijo la víspera de su partida.

Pero sobre todo, ha rebajado la tensión -o eso se supone- con el mundo islámico. Algo imprescindible y urgente tras su 'provocadora' alusión, durante su 'lección magistral' en Ratisbona, a la naturaleza violenta del Islam.

Los medios turcos han resaltado de modo especial su apoyo al ingreso en la UE, por más que su eficacia sea nula, y el reconocimiento y muestra de respeto que supone su gesto en la Mezquita Azul.

Gestos, sobre todo gestos y casi nada más que gestos.

Para un observador imparcial, lo más importante y revelador de este viaje 'a territorio enemigo' tal vez sea el énfasis y la insistencia que Benedicto XVI ha puesto en reclamar el respeto a la libertad religiosa.

¡Quien haya visto a Roma y quien la vea ahora!

Por lo demás, el pueblo turco -musulmán en su inmensa mayoría- se ha mostrado indiferente al acontecimiento, que, prudentemente, ha eludido los grandes espacios abiertos.

La fraternidad entre la iglesia católica y la ortodoxa ha vuelto a expresarse mediante meros gestos para los medios y palabras grandilocuentes, incluyendo la referencia al “escándalo” (Pablo VI dixit) que constituye su separación y la consecuente merma de credibilidad para ambas confesiones, separadas no tanto por graves divergencias doctrinales como por arrogancias y desconfianzas humanas, demasiado humanas.

La Iglesia, en fin. Pese a todos sus gestos y a toda su grandilocuencia fraterna sigue estando más cerca del poder que del pueblo, uncida a la vanidad y a la intolerancia y alejada del mensaje de su pastor.

A ella y a sus fieles les convendría considerar el mensaje del converso Johnny Cash:


Puedes seguir por largo tiempo (…)
Tarde o temprano Dios te derribará.

Ve y díselo al mentiroso lengua larga,
Ve y díselo al jinete de la medianoche
Díselo al vagabundo
Al jugador
Al difamador
Diles que Dios va a derribarles.


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