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16 diciembre, 2016

Alepo, una batalla más de la ‘guerra eterna’ (2)

Hay una táctica - aunque quzás sería más justo decir una 'filosofía' - invariable que Occidente aplica sistemáticamente en su confrontación no sólo con el islamismo radical, sino también con los países árabes en general, y se puede resumir en una frase: "cuanto peor, mejor". A través de su implementación resulta evidente que los intereses de los pueblos y de los países declarados ‘enemigos’ no les merecen la más mínima consideración. Se trata de derrotar al enemigo a toda costa, y por encima de cualquier planteamiento razonable acerca de las consecuencias.

La intervención en Libia fue la evidencia más reciente y expresiva de esa 'filosofía': Occidente no sólo destruyó un régimen político, una sociedad o un país, sino también un estado que - por muy singular que nos parezca - tenía la aprobación de su pueblo. Y no podía ser de otra manera, dada su escasa población y su riqueza en combustibles fósiles. Hoy, como consecuencia, existen dos Libias que no osan decir su nombre: en el Este los islamistas radicales (antes ausentes del panorama) han tomado el poder 'de facto' y en el Oeste, aún fragmentado, prevalece la política de EE UU - OTAN. La única perspectiva de futuro factible, que no sea otra guerra aún más cruel, es la partición. ¿Era eso lo que querían Estados Unidos y la OTAN? Poco importa. De lo que se trataba era de acabar con el rebelde e inquietante Gadafi y con su régimen 'no alineado'.

La alusión a una ‘guerra eterna’ en el título de esta serie de artículos está lejos de ser caprichosa. Oriente Medio, en particular, y los países árabes, en general, deben su destino, comúnmente conflictivo y agónico, a una ‘descolonización’ irresponsable, egoísta y cínica, protagonizada por Reino Unido. Los errores, cálculos y ‘caprichos’ de la descolonización ‘a la inglesa’ son paradigmáticamente visibles en la peculiar distribución territorial de la península arábiga, pero alcanzaron el summum en Palestina, con la solución ‘salomónica’ de la fundación del estado de Israel en dicho territorio. Se me dirá, como coartada legal, que la decisión fue tomada por la ONU, pero aquella ONU no incluía aún a los países resultantes de la descolonización acordada durante la Segunda Guerra Mundial, ya en marcha entonces. Sólo 56 países pudieron votar y el previsible resultado fue de 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones. Si se hubiera celebrado sólo ocho años más tarde el resultado habría sido muy diferente.

Cuando, meses después de la votación, en mayo de 1948, las fuerzas británicas abandonan el territorio, tropas egipcias, iraquíes, libanesas, sirias y transjordanas atacan a Israel. Es la primera batalla de la ‘guerra eterna’, y, para sorpresa general y estupor y frustración de los árabes, éstos la pierden, ocasión que aprovecha Israel para exceder ampliamente la extensión de los territorios que la ONU le había asignado. Para los árabes palestinos el resultado es el comienzo de la ‘Nakba’ (catástrofe), que nunca ha dejado de acompañarles, al igual que el odio a los israelíes, algo que, ante la acumulación de ofensas y humillaciones, acabarán compartiendo todos los árabes, radicales islámicos o no.

El final de la ‘guerra eterna’ es difícilmente imaginable, en especial si se considera la complicidad estratégica y podríamos decir que ‘cultural’ entre Occidente e Israel. Oriente Medio es y seguirá siendo un polvorín, listo para estallar en cualquier momento, mientras las cosas no cambien. Y nada hace presagiar que vayan a hacerlo en mucho tiempo.


Pie de foto: soldados israelíes en una posición defensiva de Jerusalén, durante la guerra de 1948,

Continuará

15 diciembre, 2016

Alepo, una batalla más de la 'guerra eterna' (1)

"La verdad es la primera víctima de la guerra", escribió el dramaturgo y soldado griego Esquilo, nacido el año 525 (antes de Cristo). Nada ha alterado esa 'ley' hasta la fecha. Por el contrario, su criminal validez se renueva año tras año en estos convulsos tiempos, en los que la 'propaganda' es un arma de combate tan habitual como poderosa e insidiosa. Lo que viene ocurriendo en Siria desde hace seis años es la prueba más reciente y sofisticada del imperio universal de la mentira.

Cuando estalla la denominada 'Primavera àrabe' - contestación 'popular' finalmente fallida en todos los países en los que se produjo - Occidente (entiéndase EE UU y la OTAN), creyó llegado el momento de favorecer decisivamente los intereses estratégicos de Israel. Primero fue preciso neutralizar como posible contendiente a Irán, para lo que se gestó un acuerdo - hasta entonces inconcebible - por parte de Estados Unidos sobre el desarrollo de la industria nuclear iraní .

Para entonces la oposición siria, escasamente representativa y no muy resuelta, había sido armada convenientemente y se había decidido - con notoria irresponsabilidad - hacer la vista gorda ante los avances territoriales del EI. Todo había venido desarrollándose bajo un sorprendente 'apagón informativo' hasta que Obama anuncia su propósito de intervenir y Rusia exige que toda acción se limite a destruir el poder adquirido por el EI hasta expulsarlo del territorio sirio. A partir de ahí se pasa directamente a la sistemática intoxicación informativa.

Así se llega a la batalla de Alepo, primera victoria significativa de las tropas sirias en la larga y cruenta confrontación, que hoy mismo 'Le Monde' describe como paradigma de desinformación e intoxicación, instrumentada por todos los contendientes y partidarios sin excepción alguna. La consecuencia es que nada de lo que se cuenta acerca del desarrollo de esta batalla - y en general de la guerra - merece un crédito total. La verdad ha perecido desde el primer momento en esta insólita guerra multifrente. Sin embargo, la filtración de Wikileaks que difundió el email imprudentemente enviado por Hillary Clinton desde su servidor personal no deja lugar a dudas acerca de las motivaciones que han sido el motor de la carnicería.

Las primeras líneas del texto completo del mensaje que se reproduce lo expresan con toda claridad: "El mejor modo de ayudar a Israel a afrontar el crecimiento de la capacidad nuclear iraní es ayudar al pueblo de Siria a derrocar el régimen de Bashar Assad". Más claro, imposible

Continuará