30 marzo, 2004

¡Manda huevos!

Da vergüenza ajena. Y también no poco propia, en la medida en que uno es ciudadano español.

El numerito esperpéntico organizado ayer por el presidente en funciones en relación con el normal inicio del programado relevo de las tropas destinadas en Irak es una muestra más (¿la última?) del auténtico carácter de quien nos ha gobernado durante los últimos ocho años. También es una confirmación concluyente de que el voto de castigo emitido por la mayoría de los españoles en el plebiscito del pasado día 14 está más que fundamentado. Fue un no rotundo a un estilo antidemocrático de gobierno que aspiraba a perpetuarse por persona interpuesta (el ahora patético Rajoy).

Aznar, en clara extralimitación de sus atribuciones, había exigido a Zapatero que le remitiese por escrito su postura acerca del relevo, decisión que, sin embargo, reconoce hoy que es de su exclusiva competencia (y así es, por Ley, como ha subrayado el PSOE). Dice el doliente saliente que estuvo esperando durante cuatro días la misiva y que, al no recibirla, ordenó aplazar el viaje. Como consecuencia, 160 militares hechos y derechos se vieron convertidos, durante ocho largas horas, en desconcertadas marionetas primero y en indignados ciudadanos después, cuando supieron que estaban siendo el instrumento del pulso pueril que Aznar había decidido echar a su sucesor, en una nueva demostración de su talante autoritario y de su desprecio por el "fair play".

La semana pasada José Bono, futuro ministro de Defensa, había confirmado al que lo es en funciones que su partido no tenía nada que oponer al normal relevo de las fuerzas destinadas en Irak. ¿Por qué habría de tenerlo si aún quedan tres meses para que se cumpla el plazo fijado por el Gobierno entrante para su retirada, en caso de que dichos efectivos no pasen a depender de la dirección de la ONU?

Se trataba, en fin, de una cuestión testicular por parte de un líder infatuado, arrogante e incapaz de asumir su justificadísima derrota. Había dicho que tenía que ser por escrito y punto. ¡Manda huevos!, como diría el nunca bien ponderado chusquero y chusco Trillo, que, a falta de explicaciones, ofrecía monedas de euro a la prensa.

Hoy leo, casi con perplejidad (y digo casi porque mi capacidad de sorpresa quedó exhausta hace tiempo), que Aznar califica de "descortés" el tono terminante de la carta que le remitió ayer Zapatero. El perdonavidas saliente lo achaca a la "falta de madurez", que -asegura paternalmente- "se cura con el tiempo".

Como se dice castizamente en mi tierra, "mira tú quién llamó puta a la Zapatones". Lo dicho: ¡Manda huevos!

Menos mal que se va. ¿O nose va?


19 marzo, 2004

La cabeza del CNI

Acebes se convirtió ayer en el caballero de la mano en el pecho para asegurar que el Gobierno puede perder las elecciones, pero no la honorabilidad. Como prueba supuestamente definitiva de honor ahí estaban, insólitamente desclasificados, dos informes del CNI a los que el Gobierno se habría atenido al sostener la insostenible autoría de ETA en los salvajes atentados del pasado día 11 en Madrid. Zaplana, por su parte, puso su mejor cara de "os lo juro por mis muertos" al asegurar que esa era toda la información procedente del CNI, aunque hay constancia de un tercer informe que descartaba la rocambolesca hipótesis de una colaboración entre ETA y Al Qaeda, a la que, sin embargo, Acebes dio crédito en su empeño por priorizar la teoría más favorable a los intereses electorales del PP.

Definitivamente han perdido los papeles. No sólo echan a los perros a los servicios de inteligencia del Estado (¿o del Gobierno?), ya de por sí bastante deteriorados, sino que se empeñan en convertir en prueba evidente de su honorabilidad lo que no lo es en absoluto. Incluso en el que, cronológicamente, sería el primer documento redactado, el CNI plantea cautelas respecto a la autoría que Acebes no manejó en absoluto. En cuanto a la cronología elaborada por el subdirector de Policía y fechada ayer mismo, contiene inexactitudes y errores que precisamente invitan a cuestionarse la veracidad de lo que pretenden probar: la sincronía entre los avances de la investigación y la información difundida por el Gobierno.

Aznar quiere lavarse la cara y no repara en gastos. Las declaraciones, el miércoles, del subsecretario de Estado norteamericano, Armitage, sosteniendo que el PP perdió las elecciones a causa de su gestión informativa de los atentados de Madrid han debido tener para él el lúgubre sonido del último clavo sobre la tapa de su ataúd político. Esa interpretación, la de que él es el autor de la derrota de su partido, es precisamente la que más le descompone y en combatirla centra el mayor empeño.

Por otra parte, quien, en su delirio, se ha visto a sí mismo no sólo como el salvador de su partido y un gran presidente del Gobierno, sino también como un relevante líder mundial no soporta que se le contemple ahora como un paradigma de torpeza y falsedad, con el agravante de cierto grado de deslealtad, implícita en la desinformación que sufrieron los servicios de inteligencia occidentales sobre un tema tan sensible como la paternidad de los atentados.

¿Qué hubiera ocurrido si el plan del terrorismo islámico hubiera consistido en una sucesión de atentados salvajes en capitales europeas tras el de Madrid? Que habría sorprendido a los servicios de seguridad interior de los países afectados sesteando en la convicción de que no tenían nada que temer de ETA. Imperdonable irresponsabilidad.

En su empeño por ofrecer una cabeza distinta de la propia, Aznar y el Gobierno no han dudado en causar un gran daño colateral, hundiendo en el descrédito al Centro Nacional de Inteligencia. No parece haber sido una decisión muy meditada, pero les ofrece la ventaja de beneficiarse, al menos teóricamente, del secreto y el sigilo que caracteriza el trabajo de este tipo de servicios, de los que no cabe esperar ninguna réplica, al menos a nivel oficial. A nivel extraoficial ya transcendió de inmediato el estupor y la indignación que en su seno ha causado la decisión del Gobierno.

No voy a hacer la defensa del CNI, entre otras cosas porque su dirección, a cargo del diplomático Jorge Dezcallar, con rango de secretario de Estado, no está libre de la sospecha de partidismo. No parece descartable, en consecuencia, que haya servido al Gobierno "informes a la carta", que le habrían servido a éste para cubrirse retrospectivamente las espaldas.

Todavía está por saber quién filtró, con significativa diligencia y oportunidad (también con imprudencia, si la fuente era un infiltrado), el encuentro entre Carod-Rovira y la dirección de ETA, que constituyó una valiosa baza política y electoral para el Gobierno del PP. También existen sombras acerca la existencia o no de informes del CNI al Gobierno que descartarían la posesión de armas de destrucción masiva en manos de Irak en fechas previas al inicio de la guerra que Aznar apoyó con entusiasmo. Dezcallar lo negó, pero quienes lo afirman tienen buenas razones para hacerlo. También están por aclarar las investigaciones sobre el accidente del Yak-42, que causó el mayor número de bajas militares españolas desde la guerra civil.

Al situar bajo el foco del ojo público al CNI el Gobierno en funciones comete un nuevo error, pero al mismo tiempo, involuntariamente, señala un objetivo que, para tranquilidad de los españoles y servicio a la verdad histórica, debería ser sometido a la consideración de una comisión de investigación apenas se constituya el Gobierno electo.

18 marzo, 2004

Ventilar la casa

Si la asunción de la derrota por parte de Rajoy la noche del pasado domingo fue ejemplarmente democrática, la natural dentro de un sistema que se rige por el respeto al sufragio universal y sus consecuencias, no se puede decir lo mismo de los posicionamientos más recientes del PP, que tratan de desnaturalizar la licitud y limpieza de la victoria del PSOE.

Todo indica que la cariacontecida reunión de la Ejecutiva del lunes, en la que se aplaudió blandamente al culpable directo de la derrota, sirvió a éste, el malhadado Aznar, cuya presencia en ella era de hecho digamos que irregular, para impartir consignas dentro de su habitual estilo irreductible, voluntarista y cejijunto.

Es un grave error, pero no se puede decir que sea sorprendente, ya que una sucesión de graves errores (terribles, en realidad) es lo que ha conducido al PP desde la mayoría absoluta a la oposición. Y significativamente, con los mismos votos con los que logró esa privilegiada posición, de la que tan mal uso ha hecho.

Si el partido del Gobierno saliente no acepta interpretar de modo objetivo las causas de su "sorprendente" derrota no sólo se estará haciendo un flaco favor a sí mismo sino también al país que tanto dice amar.

Si no percibe que el dramático vuelco electoral constituye en realidad un referéndum que ha gritado un contundente "¡NO!" a un estilo de gobernar incompatible con la democracia; si no asume que la movilización urgente y espontánea en favor del PSOE tuvo como origen último y definitivo no tanto el clima emocional tras el brutal ataque terrorista como el rechazo enérgico a la mentira sobre su autoría que se intentó sostener más allá de lo razonable y de lo prudente; si no rectifica, en definitiva, la filosofía que ha practicado durante la pasada legislatura, ellos y el pueblo español tendremos un problema suplementario de los muchos que ya nos acosan.

No se puede echar la culpa de la caída al empedrado. No se puede ni se debe inventar y difundir cuentos de miedo acerca de conspiraciones mediáticas y maniobras electorales en la oscuridad. Y hay que asumir los errores, pero no en abstracto. Hay que nombrarlos, por mucho que le moleste al falsamente incólume líder saliente, y analizarlos en detalle, autocríticamente, para no repetirlos.

Hay que cambiar porque esto es una democracia, no un cortijo; porque la política practicada ha crispado imprudentemente la vida política española; porque se ha estado a punto de resucitar el anacrónico y destructivo fantasma de las dos Españas; porque hay que gobernar, o ser la leal oposición -insisto: leal- para todos los españoles y ello implica necesariamente respeto y diálogo con todas las opciones.

El cambio, en fin, también debe llegar hasta los sótanos más profundos y secretos del Partido Popular. Ventilar la casa es una medida mínima de higiene en todo domicilio, pero muy especialmente tras un descenso nada accidental a los infiernos.

Sólo los estúpidos son capaces de mantener invariable el rumbo que les condujo al naufragio.

15 marzo, 2004

Defensa del voto útil

El voto útil, en su versión más pragmática y demoledora -el voto de castigo- ha funcionado de nuevo en la democracia española como una eficaz máquina vindicativa para afirmar su "NO" categórico a la posibilidad de un futuro infecto. La primera vez, en 1982, su actuación en forma de apoyo masivo al PSOE fue una contundente respuesta al golpismo militar y a la posibilidad de que la ultraderecha tuviera algún peso en el panorama político español. La segunda, en 1996, aunque expresada en gran medida a través de la abstención, en paradoja sólo aparente, castigó la deriva corrompida e inescrupulosa de los socialistas. Ahora ha servido para sacar del poder a quienes, mediante la mayoría absoluta, habían hecho de su ejercicio una práctica sistemática de arrogancia, intolerancia, falta de diálogo y, en definitiva, de desprecio de la democracia.

Ciertamente ha sido el terrible ataque terrorista del 11-M el detonante de la reacción contra el PP, pero el Gobierno felizmente saliente, con su estúpida intoxicación acerca de la autoría del mismo, ha multiplicado los efectos destructivos del horror sobre sus propios intereses electorales al evidenciar hasta qué punto la mentira forma parte inalienable de su forma de entender la política. A cada minuto que pasaba con el ministro del Interior empecinado en dar prioridad a la hipótesis insostenible de que los atentados eran obra de ETA el voto útil crecía por decenas de millares, un sufragio de castigo nacido de la repugnancia a un estilo de gobernar que lleva implícito el desprecio a la ciudadanía hasta un punto inédito en la democracia española, hasta un nivel netamente antidemocrático.

Los nichos del abstencionismo de izquierdas, parte del voto hasta ahora inasequiblemente fiel a Izquierda Unida y un electorado joven, motivado probablemente más por razones morales que políticas, se movilizaron con un sólo objetivo: desalojar al Partido Popular del poder. En definitiva, fueron muchos los que tuvieron que hacer de tripas corazón, los que se hicieron una nada gratuita violencia con el fin de lograr un aire más respirable para todos.

Quienes ahora, como consecuencia, disfrutan un país teóricamente más habitable y abierto y, desde una supuesta coherencia con sus convicciones izquierdistas, critican la presunta falta de ética del voto útil, cuyos beneficios paradójicamente celebran, no son, contra lo que pretenden, una referencia moral ni ideológica para nadie. El propio Llamazares ha comprendido perfectamente y asumido sin rencor alguno su "dulce derrota" y hace una interpretación correcta al traducirla como una victoria porque Izquierda Unida ha sido un eficaz movilizador de las conciencias y un insobornable y enérgico denunciador de la política del Gobierno. Bastante más que el PSOE, por cierto, a cuya victoria ha contribuido de modo decisivo.

La "gauche divine", el diletantismo irredento, los cultivadores de la nostalgia de un sectarismo marxista en su día mucho más concentrado en el cumplimiento de consignas que en la reflexión ideológica (con trágicas y deprimentes consecuencias en muchos casos) harían mejor esforzándose en defender una profundización de la democracia, si realmente les preocupa ésta y la coherencia del voto, (la imprescindible reforma de una Ley Electoral antidemocrática, por ejemplo) que en criticar a quienes, conscientes de las deficiencias de la democracia formal, reaccionan periódicamente ante sus peores consecuencias para favorecer el bien común al margen de todo dogmatismo y utilizando de modo posibilista y resignado los exiguos resquicios que el sistema permite.

Eso es coherencia profunda, con sacrificio consciente y generoso de una parte de las propias convicciones y con conciencia cabal y responsable de la realidad en la que se vive. Lo otro es folklore ideológico o ideología folklórica, demagogia barata y pretenciosa, vacuo y vano panfleto y, en algunos casos -los más lamentables-, consciente hipocresía.

13 marzo, 2004

¡ETA o Al Qaeda?

Desde que, en la mañana del pasado día 11, conocí los pormenores de la acción terrorista contra los trenes de cercanías de Madrid tuve para mi que aquella bestialidad no era obra de ETA. Nada cuadraba con la forma de actuar de la banda terrorista y la desproporción que caracterizaba a los atentados, su sincronización maníaca, así como el tipo de víctimas elegidas, superaba con mucho la irracionalidad e inconsecuencia que cabe esperar de ella. Si ETA era la autora, aquello era su entierro definitivo.

Lo peor para poder fundamentar esta convicción interna, al menos durante buena parte de la jornada de autos, era que, según el vehemente ministro del Interior, la autoría de ETA era la única verosímil. Poco importaba que Otegui, secundado por Permach y Barrena (o sea, Batasuna; o sea -según Garzón-, ETA) hubiera rechazado contundentemente la acción terrorista y asegurado que ni siquiera como hipótesis se podía plantear que fuera obra de la organización terrorista vasca.

La insistencia de Acebes me desazonó profundamente. Y no porque para mi fuera un problema asumir un salto cualitativo suicida en los planteamientos tácticos de ETA. Quienes me conocen saben de mi profunda repugnancia hacia esa banda y que nada me alegraría más que su suicidio y la definitiva desaparición de su estrategia distorsionadora de la realidad política.

Lo que me preocupaba de la hipótesis ETA –que insisto en descartar- era lo que los atentados del jueves pasado tienen en común con el exceso de los “años de plomo” (70 y 80) en Italia. Concretamente, recordé la masacre de la estación de Bolonia. Allí, en la sala de espera de segunda clase, el 2 de agosto de 1980, un explosivo aparentemente colocado por un oscuro grupo neofascista, los Núcleos Armados Revolucionarios (NAR), causó 85 muertos y 200 heridos. Dos personas fueron juzgadas y condenadas por ese y otros hechos y, aunque admitieron ser autores de diversas acciones armadas, ambos negaron su participación en el bestial atentado, que a estas alturas sigue siendo un misterio.

Tampoco fueron nunca aclarados los cómos y porqués del secuestro y asesinato de Aldo Moro, líder democristiano partidario de suscribir un pacto de Gobierno con el PCI, uniendo de este modo las dos principales fuerzas políticas italianas de la época para superar la crisis permanente de su sistema político, en el que los gobiernos se formaban y se rompían en cuestión de días en medio de una grave crisis económica.

En aquellos tiempos se sospechaba, pero ahora se sabe, que tanto las tramas terroristas negras como las rojas estaban infiltradas y eran manipuladas por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, en connivencia con los italianos, y que el objetivo, en primera instancia, era impedir el acceso al gobierno de los comunistas, que en 1976 habían alcanzado nada menos que un 35 por 100 de los votos. También se supo más tarde de la red Gladio, de la logia Propaganda 2, de las conexiones entre mafia-partidos-Vaticano... Y así se ha llegado a Berlusconia.

Como nadie ignora, los rumores acerca de la infiltración de ETA han venido proliferando en los últimos tiempos, en la misma medida que lo han hecho sus aparentes muestras de ineficacia e incompetencia. Se cree incluso que la regeneración de los cuadros de la banda que se habría realizado durante la tregua estaba motivada -como la tregua misma- por las sospechas que la organización tenía de estar seriamente infiltrada. Y probablemente incurrieron en un error aún más grande al renovar sus comandos y su supuesta gente de confianza con elementos provenientes de la “kale borroka”, que en su propio carácter irregular, espontaneista y semifestivo constituía una ocasión “de libro” para penetrarla.

Si ETA fuera la autora de la masacre de Madrid podría resultar verosímil no sólo que está infiltrada, sino que lo está hasta el nivel de su dirección y que algún poder oscuro trata de instrumentalizarla para evitar que España sea gobernada por una amalgama de izquierda y nacionalistas, con inclusión de los “comunistas” de IU (que no todos los son, como saben incluso Aznar y Rajoy, aunque gusten de decir lo contrario) con la consecuencia, a nivel internacional, de la ruptura del “lazo amoroso” con Estados Unidos que ha tejido nuestro, hasta mañana, “gran timonel”.

Pero es el caso que la estrategia de la tensión hace tiempo que concluyó, incluso en Italia; la amenaza comunista se ha esfumado y un Gobierno español resultante de la alianza entre la izquierda y los nacionalistas no supone riesgo alguno para ningún sagrado interés político, económico o estratégico porque si lo supusiera se rompería sin tardar mucho. Por lo tanto, la hipótesis de que ETA esté siendo instrumentalizada o la de que haya cambiado radicalmente de táctica con desconocimiento de su brazo político (Batasuna) me parece totalmente descabellada. Tanto o más absurda que la que cierto “prestigioso analista” ha difundido desde “Il corriere della sera” acerca de la colaboración entre ETA y Al Qaeda, originada supuestamente a partir de la excursión revolucionaria que 80 (¡) brigadistas etarras habrían realizado al Irak invadido, donde habrían participado en el asesinato de los agentes del CNI. ¿Analista o novelista?

¿Por qué, sin embargo, es verosímil que los atentados sean obra del fundamentalismo islámico?

- Porque España ha sido directa y especialmente amenazada a causa de la protagonística participación que Aznar tuvo en la decisión de invadir Irak.

- Porque ya sufrió un significativo ataque el año pasado en Casablanca, donde la Casa de España sufrió el más virulento de los atentados simultáneos realizados en la ciudad marroquí, que causaron 45 muertos, cuatro de ellos españoles.

- Porque la forma coordinada y sincronizada de los atentados es un sello distintivo de las operaciones del conglomerado Al Qaeda. Así actuó en Nueva York, en Arabia Saudí, en Turquía, en Casablanca y en... Madrid.

- Porque un grupo islámico ha asumido la autoría y ETA la ha rechazado, pese a las interesadas reticencias que se quieran poner a ambos hechos.

- Porque el explosivo utilizado (goma dos) fue abandonado hace una década por ETA y la preparación de las bombas no tiene ninguna similitud con lo usual en la banda.

- Porque la indiferencia del terrorismo islámico al carácter de las víctimas o a los posibles daños colaterales de sus acciones es legendaria.

- Porque ya ha sido documentado que Al Qaeda considera España como una base bastante segura, en la que Mohamed Atta realizó importantes contactos inmediatamente previos al secuestro de los cuatro aviones de pasajeros que protagonizaron la aciaga jornada del 11-S.

Ante todo esto, ¿por qué el Gobierno sigue dando prioridad a la hipótesis ETA? Todos lo sabemos. Se trata de llegar a la jornada electoral con la teoría que favorece sus intereses electorales. La otra, en cambio, los perjudicaría seriamente porque para todos está claro que no seríamos objetivo del terrorismo islámico si el Gobierno del PP no hubiera tomado injustificables decisiones unilaterales, basadas además en mentiras, con desprecio del Parlamento y de la ciudadanía.

Esta es su última indecencia. Esperemos que lo sea. Debería serlo.