04 julio, 2004

Berlusconia

Silvio Berlusconi es una anomalía política. Empresario de inquietante éxito, emperador mediático de Italia y dueño de 64 empresas en el exterior de su país, no fue la vocación lo que le condujo a la política, sino la búsqueda de impunidad frente a la Justicia. Con 14 causas criminales abiertas por razones diversas y su supuesta relación con la tenebrosa logia P2 y con la mafia, tomó la salvífica decisión de crear un partido político llamado Forza Italia, que es el grito de ánimo de los "tiffosi" a la selección italiana de fútbol. Populismo barato y demagógico a falta de un ideario político que no sea "primero yo, luego yo y siempre yo".

Lo hizo en un momento muy oportuno, cuando el sistema partidista italiano yacía sobre la lona política, noqueado por sus innumerables miserias y su endémico fracaso. Una parte del electorado italiano políticamente más analfabeto, más desencantado o más cómplice vio en este calvo locuaz de sonrisa permanente y chiste fácil (no siempre prudente, por cierto) la solución a sus males. Tal vez, pensaron y piensan, este hombre pueda trasladar su propio éxito personal al país y terminar con tanta zozobra.

El caso es que quizás "il cavaliere" (?), también conocido más adecuadamente como "il venditore" ("el vendedor") les quede como un guante a los italianos, quizás ellos se lo merezcan, si es que algún pueblo merece tal plaga, pero Europa no ha hecho nada -hasta ahora- para merecer este regalo envenenado.

El hecho de que tal personaje fuese a presidir la UE, durante el ineludible turno de Italia en tal menester, había despertado muchos recelos y reticencias en ciertos países europeos. Algunos, incluso, esperaban con los dedos cruzados que "il venditore" no obtuviera la inmunidad parlamentaria frente a la Justicia italiana en su más reciente confontación, apenas unos días antes de que asumiera la presidencia comunitaria. No hubo suerte.

Con el apoyo de su Forza Italia y del singular conglomerado político que lo acoge bajo el nombre de Casa de las libertades (¡) volvió a salir indemne en su huída hacia adelante de las garras de la Justicia. Poco importa que la sistemática impunidad de este tiburón haya sido motivo de escándalo en Italia, Europa y el mundo. La mayoría es la mayoría. Aunque esté podrida.

Que en su debut parlamentario como presidente de turno de la UE "il venditore" no haya podido resistirse a sus reflejos intolerantes frente a los cuestionamientos de un eurodiputado socialdemócrata alemán y le haya llamado nazi no puede ser más elocuente acerca de la clase de elefante que ha entrado en la cacharrería europea. Es una declaración política que vale, en su reveladora espontaneidad, más que diez discursos políticos.

Ese es Berlusconi. Alguien capaz no sólo de insultar gravemente a una persona, sino de llamar precisamente nazi a un alemán, ignorando -o pasándose por la entrepierna, que es lo que acostumbra a hacer con todo- la hipersensibilidad que existe en Alemania respecto a calificar a alguien con cualquier alusión peyorativa a momentos de la historia de los que se sienten avergonzados y por los que arrastran, como nación, un gran complejo de culpa.

Menos mal que seis meses pasan pronto y que quizás, tras esta encandalosa entrada en la escena europea, se decida a andar con pies de plomo. Si no lo hace, se arriesga a que los líderes europeos, que siempre tratan de evitar la foto con "il cavaliere" (con la excepción señalada de Aznar), pasen directamente a hacerle el vacío o a boicotearle.

En cualquier caso, ni su presidencia conviene a la UE ni las opciones existentes para neutralizarla significarían beneficio alguno. Así que a aguantarse.