26 septiembre, 2008

'Los girasoles ciegos': La memoria ineludible


'Los girasoles ciegos' es el libro que más me ha emocionado (y conmocionado) en muchos años. El modo en que Alberto Méndez logró trasladar a la literatura el clima trágico, sórdido y angustioso de la guerra y la posguerra española, a través de cuatro relatos que forman de hecho una novela, constituye todo un magisterio que seguramente dejará su nombre en la historia, pese a ser sólo una de sus dos obras publicadas.

José Luis Cuerda -que coincidió con Méndez en TVE, donde ambos trabajaban- ha elegido uno de los relatos de esa obra tremenda (que no tremendista) para hacer una película que finalmente ha sido nominada para representar a España en los Oscar. La historia elegida es tal vez la menos terrible de las que integran la obra, pero la más eficaz a la hora de trasladar el clima febril, enfermizo y ominoso de un tiempo de silencio y represión en el que la dignidad personal estaba tan interiorizada como el miedo.

No he visto la película, pero no dudo que Cuerda -por tantos motivos personaje crucial del cine español actual- habrá sabido traducir con eficacia el texto. Para ello contó con la ayuda del extraordinario guionista Rafael Azcona -aún más crucial, todo un monumento-, que gastó en la empresa, con casi juvenil entusiasmo, sus últimas energías, minado por el cáncer de pulmón que le condujo a la muerte el pasado 24 de marzo.

Confío también en que la película conduzca al público a su fuente literaria porque los cuatro relatos, sutilmente interrelacionandos e históricamente situados entre 1936 y 1942, forman una obra que todos -independientemente de sus inclinaciones ideológicas- deberíamos conocer. Dicen que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla, determinismo sumamente discutible.

La pregunta clave en estos momentos es a qué están condenados los pueblos que, deliberadamente, aprueban que se decrete el olvido de una historia todavía viva en tantas memorias, so pretexto de una reconciliación que es tanto más virtual cuanto prospere ese olvido.

Ilustración: Van Gogh pintando girasoles, por Gauguin.

17 septiembre, 2008

Riesgo y beneficio: Una relación desequilibrada

Dentro de la más remota tradición teórica del capitalismo existe un axioma 'incontestable' para justificar la apropiación exclusiva de la plusvalía (el beneficio) por parte del empresario (inversor): el riesgo que asume con su iniciativa socialmente 'productiva' . Así, el riesgo se convierte en el justificador primero y último -absoluto, en definitiva- del sistema.

La historia demuestra, sin embargo, que, mientras los beneficios son reales e indiscutibles, los riesgos son tan relativos como cuestionables. En los negocios la suerte y su opuesto -la desgracia- juegan un papel mucho menor del que suele atribuirseles. Cuando se toman las decisiones adecuadas, se calculan los riesgos objetivamente y se actúa con prudencia y sagacidad el riesgo deviene casi irreal.

Ciertamente, existen los cataclismos económicos, como el que ahora se está desarrollando en la economía estadounidense y por ende global, por la misma razón que existen los inversores temerarios. De hecho, la temeridad empresarial y la inhibición estatal son las grandes responsables de la situación que se ha creado y que está afectando a los mercados de todo el planeta.

Pero incluso en una situación caótica, que genera desconfianza y alarma irracionales, queda el Estado, -el llamado peyorativamente "Estado Providencia"-, por extraño y contradictorio que resulte en tiempos de visceral ultraliberalismo, para evitar el descalabro socioeconómico general. De ese modo -aunque ese no sea el objetivo fundamental de la intervención del Estado- se salva también el trasero a los temerarios jugadores a cara o cruz, que, por otra parte, normalmente no corren riesgo alguno de verse en la miseria.

A nadie se le oculta que los aventureros de las finanzas acostumbran a diversificar riesgos y que sus beneficios pretéritos están refugiados en suntuosos bienes inmuebles e inversiones seguras (arte, oro...), amén de sumergir su adorado dinero 'excedente' en paraísos fiscales, al margen de todo rendimiento social. Ellos exprimen la naranja hasta la última gota, pero se las apañan, hábilmente, para no ser 'exprimidos' con ella.

En mi último post cometí el error de interpretar la postura de inhibición de la Reserva Federal ante la situación de Lehman Brothers como un cambio de actitud respecto a los precedentes de intervención en los casos de Bear Stearns, Fanny Mae y Freddie Mack. El salvamento, en última instancia, de la gran aseguradora AIG clarifica la filosofía de la FED, que consiste en actuar sólo cuando no queda otra alternativa y para evitar nefastos efectos en cadena con incidencia no sólo en otros sectores económicos sino también directamente sobre los ciudadanos.

No era ese el caso de Bear Stearns, por supuesto, pero en marzo, cuando la FED subvencionó su 'venta' a JP Morgan por 236 millones, se estaba lejos aún de la negra perspectiva que ahora se ha hecho presente. La pretensión de Barclays de obtener con Lehman Brothers un 'regalo' similar fue desechada por la FED no sin las lógicas zozobras. El paso de los días ha demostrado que fue la actitud correcta, como lo prueba que Barclays haya acabado comprando importantes activos de Lehman en Estados Unidos y esté negociando la compra de otros en Europa.

Finalmente, como dijo el carismático Greenspan ante la crisis de Lehman, "unos pierden y otros ganan". Así es el juego del Monopoly..., digo, "el curso de las finanzas", que es lo que afirmó con flagrante obviedad el ex responsable de la Reserva Federal, a quien, por cierto, se responsabiliza en parte de la situación presente por su invariable política de mantener baja la tasa de interés durante su dilatada permanencia en el altísimo cargo.

Volviendo al hilo de la relación beneficio-riesgo, los últimos acontecimientos prueban que está ampliamente desequilibrada. El riesgo en sí es -dada su relatividad- un argumento fútil a la hora de justificar la apropiación exclusiva de la plusvalía, pero más allá de todo eso -que a estas alturas resulta anacrónico debatir- hay que sacar conclusiones de las evidencias que la actual crisis nos depara de que finalmente el riesgo personal y/o corporativo recae finalmente en gran medida sobre las arcas del Estado, que son nutridas por el conjunto de la población.

Sería utópico cuestionar en estos momentos la legitimidad del beneficio, pero dado que el riesgo que lo 'justifica' se socializa cuando surgen crisis que, como la actual, sólo son posibles merced a actuaciones temerarias e irresponsables (cuando no fraudulentas) de los detentadores habituales de los beneficios, el debate (urgente e ineludible) ha de situarse en la 'filosofía' económica vigente, que ha propiciado la débacle: el ultraliberalismo, que reivindica la autonomía omnímoda del dinero y la soberanía imperial del mercado.

La crisis brutal que ahora está sacudiendo la economía global no es algo coyuntural o circunstancial y mucho menos la secuela de una fenomenología imprevisible e incontrolable. Es la consecuencia última de un modelo inadecuado. Y digo última no porque confíe en una rectificación, sino porque a lo largo de las últimas décadas no han faltado crisis puntuales que advirtieran de la fragilidad de dicho modelo y de los riesgos inaceptables que comporta.

Más que nunca, en una economía globalizada se impone la necesidad de que los estados fiscalicen tan estrechamente como sea posible la actividad económica 'privada'. Es el bien común lo que está en juego y algo tan esencial no se puede dejar en manos de quienes, persiguiendo exclusivamente su propio beneficio por cualquier medio, arriesgan el bienestar de todos mucho más que el propio. Es así de simple.

Pie de foto; La torre de AIG en Hong Kong. Niels Jakob Darger

15 septiembre, 2008

Masacre en la jungla financiera

Este lunes, 15 de septiembre, seguramente quedará en la historia como una de las fechas más negras en los anales del capitalismo. Desde que el sol se ha levantado sobre el planeta las bolsas de todo el mundo están experimentado caídas considerables que seguramente sólo van a ser un síntoma indicativo de lo que sucederá cuando abran los mercados en Estados Unidos. El Banco Central Europeo (BCE) ha considerado necesario anunciar una inyección de liquidez de 30.000 millones de euros para minimizar los daños, mientras en España la Bolsa de Madrid caía hasta el borde de los 11 puntos poco después de su apertura en una clara evidencia del miedo y la incertidumbre que caracterizan esta jornada caótica.

Ayer, domingo, fue en realidad la jornada clave cuyas consecuencias conoceremos en toda su extensión hoy al anochecer. No fue precisamente un día de ocio para los más importantes financieros de Estados Unidos, convocados de urgencia por la Reserva Federal. La bancarrota de Lehman Brothers, cuarto banco de negocios de Estados Unidos y veterana institución financiera estrechamente vinculada al desarrollo del capitalismo estadounidense, encendía todas las alarmas. La compra de Merrill Lynch -otro emblema del sistema financiero de EE UU- por el Bank of America confirmaba la gravedad de una situación que ha tardado todo un año, desde el petardazo de las hipotecas 'subprime', en comenzar a mostrar su virulencia profunda y extensa.

Algo cambió, precisamente ayer, en el tratamiento que la Reserva Federal ha venido haciendo de las entidades 'enfermas', y ese algo aumenta aún más la inquietud en los mercados. Después del precedente de tres intervenciones generosamente paternalistas en Bear Stearns (virtualmente regalada a JP Morgan por 236 millones de dólares, con un descuento del 93% de su valor en bolsa a cargo de la Reserva Federal) y de la inyección (que no nacionalización) de 200.000 millones de dólares en FNMA (Fanny Mae, familiarmente) y FHLMC (Freddie Mac) se acabó lo que se daba. El Tesoro estadounidense ha decidido que cada palo aguante su vela.

Alan Greenspan, carismático ex responsable de la Reserva Federal, admitía ayer que no tenía noticia de "nada parecido" a lo que está sucediendo y que, en todo caso, el Estado no puede tender una "red de seguridad" bajo el conjunto de sistema. Su sibilino augurio -rechazó hablar de casos concretos- rehusó todo optimismo al asegurar que siempre hay ganadores y perdedores y que, dada la inédita interconexión del sistema "a escala internacional", la estabilización de los mercados deberá pasar por "una serie de acontecimientos en el mundo entero".

Estamos todavía, según todos los síntomas, lejos del ansiado fondo del pozo de esta crisis global. El problema no es sólo el estado real de las finanzas de una u otra entidad financiera -generalmente oculto bajo una opacidad inquietante- sino la confianza de los accionistas. Aún con alternativas y sustos que al buen entendedor le han estado lanzando mensajes de prudencia a lo largo de las dos últimas décadas, los inversores y brokers han asistido generalmente a un aumento sistemático de sus beneficios. La orgía irresponsable de la avaricia especuladora ha acabado encontrándose, como ocurrió en el caso de los 'bonos basura', con un montón de papel sin valor o con síntomas evidentes de ir a perderlo. Y el pánico ha prevalecido.

Ha sido el pánico, efectivamente, el responsable último de la declaración de bancarrota de Lehman Brothers, una compañía con activos importantes que, tras una caída del 80% del valor de sus acciones como balance de la semana pasada, no ha visto otra alternativa para intentar "salvar los muebles". Pero el pánico, aunque llegue a ser irracional, no es gratuito. Nace de la desconfianza y esa desconfianza no carece de fundamentos. El largo año trascurrido desde el gigantesco fiasco de las 'subprime', cuyas consecuencias han estado sumergidas hasta los desenlaces traumáticos de las últimas semanas, ha desatado la paranoia. Todo el sistema financiero estadounidense ha caído bajo sospecha y así se conforma el peor de los escenarios. Los mentideros económicos anuncian ya los tres batacazos próximos: Wachovia, Washington Mutuals y la aseguradora AIG, candidatos firmes a terminar esta aciaga jornada en K.O.

Estamos ante las consecuencias últimas del éxito universal de la prédica 'libertaria' de la Escuela de Chicago, defensora a ultranza del 'laissez faire, laissez passer'. Milton Friedman, mascarón de proa de la 'filosofía' que postula la sabiduría del mercado y exige la inhibición del Estado en la actividad económica, llegó a atribuir el "crack" de 1929 a la política de la Reserva Federal durante los años 20. ¿A quién le echarán la culpa ahora los que defienden la ausencia de policía en la jungla del egoísmo?

Pie de foto: El Nobel Milton Friedman, junto a su seguidor Ronald Reagan.

La crisis, en La Espiral"

Crisis hipotecaria: Las consecuencias, los responsables

'Es la economía, estúpido', pero... (I)

'Es la economía, estúpido', pero... ( y II)

Vacas flacas (I)

Vacas flacas (II)

Vacas flacas (y III)