22 mayo, 2005

Turismo y terrorismo

Si es usted un político y solicita un visado para viajar a Cuba y entrevistarse con la oposición tiene un 99,9 por 100 de posibilidades de que se lo nieguen. Muy cortésmente, eso sí, porque los diplomáticos son muy corteses independientemente del régimen al que representen. Sin embargo, si usted es un político que viaja a Cuba por motivos políticos y reclama un inocuo visado de turista se lo concederán sin rechistar, pero usted se convierte a partir de ese momento en un mentiroso con motivaciones inconfesables, que, en la medida que lo son, invitan a las autoridades cubanas a devolverle a su lugar de origen. En el mejor de los casos es usted un provocador. Y además, un boicoteador de la política exterior de su propio país. El incidente diplomático es tan inevitable como gratuito.

Ya van dos. Parece que el Partido Popular ha decidido manifestar de modo muy especial su interés por la oposición cubana en coincidencia con la pérdida de La Moncloa. Destruir el clima de conciliación y de aliento a la transición pacífica que el Gobierno español intenta promover parece ser el objetivo. Primero fue el diputado Jorge Moragas, en octubre de 2004, y ahora, dos ex senadoras en atuendo “casual”. Ambas pretendían participar en un congreso de organizaciones anticastristas cuya celebración, sorprendentemente, el régimen cubano ha autorizado.

Tal vez las turistas accidentales y accidentadas del PP intentaban contrarrestar la imagen -significativamente poco difundida- del abrazo y la cordialidad de su fundador y vitalicio presidente de Galicia (al menos hasta el 19 de junio), Manuel Fraga, con el hermano de Fidel Castro, Raúl, ministro de Defensa y sucesor programado del dictador. Vano intento. Fraga cree en Fraga y obedece a Fraga, mientras el PP cree en ‘La Sombra’ y ‘La Sombra’ obedece a Bush. Querían los de Génova que Fraga minimizase el 'efecto foto' reclamando a Raúl Castro la liberación de los presos políticos cubanos. Pero el viejo líder, fiel a su galleguidad sobrevenida, sólo pidió un favor sentimental: la reunificación de un matrimonio de origen gallego. Con suerte, la petición será satisfecha a tiempo para que la foto del abrazo de la pareja actúe como cartel electoral.

¡No saben nada estos gallegos! El propio Fidel Castro, de nunca desmentida progenie galaica, al permitir el congreso de la oposición en el que pretendían ‘hacer turismo’ las ex senadoras ‘populares’, ha matado varios pájaros de un tiro:

- Hace visualizable, incluso más allá de lo verosímil, la fortaleza de su régimen y su confianza en sí mismo y en su pueblo. ¿Se imaginan a Franco tolerando algo semejante?
- Satisface formalmente las presiones exteriores para flexibilizar su actitud y tolerar la libertad de expresión y la actuación impune de la oposición.
- Pone en evidencia la división, el “antipatriotismo” y la esterilidad del microcosmos opositor, evidenciada hasta la saciedad en el referido congreso.

La Asamblea para Promover la Sociedad Civil, que he venido llamando impropiamente congreso, ha sido una caótica jaula de grillos en la que se dieron mueras a Castro y vivas a Bush, del que se difundió un mensaje grabado en el que definía la libertad como “un regalo de Dios Todopoderoso”; se apoyó el embargo como instrumento de presión -pese a que hace víctima directa de graves carencias al propio pueblo cubano-, e incluso se planteó la futura revancha respecto a la empresas extranjeras radicadas en la isla, en la medida en que son calificadas como “colaboradoras con el régimen”.

Si se considera que lo que durante dos días ha tenido expresión en esa asamblea es la voz de la oposición interior al castrismo, cabe concluir que el sistema, nacido en 1959, puede tener todavía larga vida, incluso tras la desaparición física de su líder. A partir de la fragmentación (360 organizaciones), la división y el delirio no va a resultar nada fácil construir una alternativa democrática ni favorecer una transición pacífica y constructiva.

Mientras tanto, hay una pelota envenenada en el tejado de la política estadounidense. La detención por residencia ilegal de Luis Posada Carriles, exiliado cubano entrenado por la CIA y presunto autor de varios atentados con consecuencias mortales dentro y fuera de la isla, es una prueba de fuego para la coherencia antiterrorista de la política de Bush. Aunque no les guste admitirlo, Posada es un terrorista de los suyos; un mercenario de la CIA definido no sólo por su anticastrismo visceral, sino por su entrega a “la causa” allí donde estuviera, como evidencia su colaboración con la ‘Contra’ nicaragüense.

Venezuela reclama su entrega, dado que Posada escapó de una cárcel del país, en el que habría planificado el atentado contra un aparato de Cubana de Aviación que causó 73 muertes. El atentado en un hotel de Cuba que costó la vida a un turista italiano también le hace acreedor a la atención prioritaria de jurisdicciones que no son la estadounidense, ante la cual sólo tiene el leve delito de entrada ilegal.

Las declaraciones de Posada Carriles al New York Times, poco antes de ser detenido, revelando que el anterior líder de la Fundación Nacional Cubano Americana, Mas Canosa, ya fallecido, financió sus actividades, son un torpedo demoledor en la línea de flotación de una organización del exilio que se postula como buque insignia de la flota 'democrática' destinada a 'liberar' a Cuba. Las tramas terroristas parecen no ser cosa exclusiva del extremismo islámico o de izquierda ni encontrar refugio y sostén sólo fuera de Estados Unidos y podría ocurrir que una organización muy respetada en el país que gusta de describirse como la cuna de la democracia, y especialmente grata al Partido Republicano, no sea ni tan respetable ni tan democrática.

También podría ocurrir que mientras la dictatorial Cuba tolera una reunión de la oposición, los democráticos y antiterroristas Estados Unidos protejan a un peligroso terrorista -y se beneficien de su silencio- porque actuó contra sus enemigos.

Qué mal rollo, ¿no?

18 mayo, 2005

Al desnudo

No fueron pocos los que, en su momento, cuestionaron la fiabilidad de las encuestas encargadas por El Mundo y la SER acerca del último debate sobre el estado de la nación y publicadas al día siguiente. En general, no les cuadraban las cifras con las de la hipotética ‘fidelidad’ del electorado a unos y a otros. Ahora es el Centro de Investigaciones sociológicas (CIS) quien difunde los resultados acerca del mismo tema y son aún más concluyentes. Rajoy (el PP) perdió el debate por goleada y la contundente victoria corrió a cargo del vilipendiado Zapatero (el Gobierno ‘traidor’, ‘radical’ y ‘débil’).

Independientemente de la probada solvencia de los estudios del CIS, la coincidencia esencial de las tres encuestas no deja lugar a dudas: a la mayoría de los españoles no les gustó ni les convenció el discurso apocalíptico y truculento del jefe de la oposición. El PP se equivoca. Yo, personalmente, lo he dicho tantas veces que incluso me da pereza escribir este artículo. Pero creo que hay que decirlo y repetirlo aún a riesgo de aburrirse y aburrir, dado el empecinamiento del segundo partido del Estado en una estrategia destructiva que no sólo les perjudica a ellos como opción política, sino que boicotea irresponsablemente posibilidades alentadoras que la mayoría de los ciudadanos apoyan.

En una “Espiral” reciente aludía yo a la distancia significativa que media entre el cuadro trágico que pinta el PP y la percepción de los ciudadanos. ¿Son tontos los ciudadanos o lo es el PP? Lo cierto es que la población no ve lo mismo que el PP, no percibe ni la crispación ni las catástrofes que éste describe en su empeño por convertir en realidades sus deseos. Por mucho que los ‘populares’ se empeñen en otra cosa, la ciudadanía ve al rey desnudo -siguiendo la conocida fábula- y, de paso, ve al desnudo al primer partido de la oposición. Ve al PP con las vergüenzas de sus mentiras, insidias y falacias al aire, en impúdica y agresiva exhibición. Y, naturalmente, lo rechaza. Por razones éticas e incluso estéticas.

Los rechazados responden públicamente que las encuestas están manipuladas, pero la procesión va por dentro. Son muchos -uno de ellos, seguramente, el propio Rajoy- los que saben que la estrategia que han puesto en marcha por imposición de ‘La Sombra’ (he decidido llamar así a quien ustedes saben y no voy a dejar de hacerlo) es profundamente errónea, pero la autoridad del caudillo sombrío, pese a su virtual retiro, parece ser incuestionable. Y ahí les tienen a todos, como un solo hombre, agitando la pesadilla: denunciando la ruptura del pacto antiterrorista (que han roto ellos por un quítame allá ese PCTV o te enteras); la ruptura de España (que no está prevista, al menos en este siglo, se pongan como se pongan); la rendición del Parlamento a los terroristas (tras autorizarse al Gobierno, simplemente, a negociar con ETA si ésta contempla el abandono de las armas), y... ¿para qué seguir?

Se equivocan. Su película de miedo y la realidad están divorciadas. Pero no es eso lo peor. Lo peor es que su actitud les sitúa como los malos auténticos de su película. Son ellos los que dan y meten miedo, los que intranquilizan. Son ellos los que niegan toda colaboración a un Gobierno que la necesita y la reclama abiertamente. Son ellos los que pierden credibilidad a chorros con sus cuentos para no dejar dormir. Son ellos los que boicotean la posibilidad de un futuro mejor y más armónico.

Ni siquiera con la colaboración incondicional de los corifeos turiferarios que les sirven el comentario a la carta desde numerosos medios de comunicación pueden cambiar la realidad a su conveniencia. Ni el propio Goebbels intentó tal dislate.


15 mayo, 2005

Más mentiras

'La sombra’ visitó ayer Santander para arengar a las juventudes de Nuevas Generaciones y firmar ejemplares de su segundo libro en un año (¡!), “Retratos y perfiles”, en un centro comercial. Y él sí que se retrató, de perfil y de cuerpo entero, al asegurar que nunca autorizó a nadie a negociar con ETA. Se trataba, dijo, de “constatar si estaban dispuestos a rendirse”.

¿Qué es rendirse? ¿Entregar las armas y entregarse físicamente para ser puestos a disposición de la justicia, admitiendo la derrota? Me temo que el ex presidente ha recurrido a la conocida figura de matriz jesuítica conocida como ‘restricción mental’, cambiando lo que ha venido llamándose “renuncia a la violencia” por “rendición”, que queda como más cuartelero, más propio de sus parámetros. A eso se le llama simplemente mentir.

Representantes de La Moncloa tan próximos a él como el secretario general de la Presidencia, Javier Zarzalejos, o su asesor personal, Pedro Arriola, exploraron en 1999, junto al secretario de Estado de Seguridad, Ricardo Martí Fluxá, la posibilidad de un acuerdo que se puede explicitar, al menos en una teórica primera fase, como de “paz por presos”. Hubo reuniones secretas con la cúpula de Batasuna en un chalé de Burgos y con la de ETA, en Suiza.

Nadie gritó entonces “traición a los muertos” ni criticó como una claudicación que, a modo de gesto de buena voluntad hacia la banda terrorista, se decidiera trasladar a cárceles de la península a los presos etarras más peligrosos, que se hallaban en Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla, ni trasladar a otros a prisiones del País Vasco o más próximas a él que aquellas en las que se encontraban.

El PSOE estaba de acuerdo en las conversaciones y respetó un aspecto esencial del pacto antiterrorista: no hacer causa política de los temas relacionados con el terrorismo. Cuando las negociaciones fracasaron -al parecer más por desacuerdo de ETA/Batasuna con el PNV y EA que por otra razón- nadie celebró el ‘fracaso del Gobierno’ (así es como lo llamarían hoy los ‘populares’). Se había intentado y no se había logrado. Eso era todo. A continuación los socialistas suscribieron acríticamente toda medida que el Gobierno les puso delante contra el terrorismo. Lógicamente, hoy se sienten traicionados por la actitud de quienes contaron en todo momento con su lealtad.

¿De qué se trata en definitiva? ¿Qué pretende el PP con sus mentiras, intoxicaciones, alarmismos y deslealtades? Dice Rajoy que no se va a mover ni un milímetro en dos temas concretos: España y el terrorismo. No es nada nuevo, por cierto. La derecha siempre ha hecho un uso demagógico y electoralmente muy rentable de ambos conceptos, que tienen un alto componente sentimental e irracional. Incluso el golpe del 23-F intentó justificarse sobre ambos pilares.

Pero lo que la derecha quiere, lo que en realidad le preocupa, es el poder, ‘su’ poder. Lo que necesita es recuperarlo cuanto antes y para ello tiene que argumentar que está en malas manos, en las de la ‘antiespaña’ ejemplificada por los republicanos separatistas de ERC, que quieren romper la unidad nacional, y en las de un Gobierno débil, sin programa y sin rumbo, dispuesto a ceder lo que sea para seguir siendo el Gobierno.

Para el PP no sólo es importante seguir agitando los fantasmas de todos los miedos y todas las insidias que considere útiles a sus fines, sino que es crucial impedir toda posibilidad de que concluya el conflicto vasco, no sólo porque sería un éxito histórico para el PSOE, que les alejaría a ellos de La Moncloa por más tiempo del que juzgan tolerable, sino porque, con el fin del terrorismo, perderían una de las banderas de la que han hecho un uso partidista tan rentable como abusivo. Para ellos todo vale.

Las cuatro bombas que ETA ha detonado la pasada madrugada en empresas de Guipúzcoa seguramente harán feliz al PP. Los extremos se tocan.

13 mayo, 2005

Nuevo fracaso de 'La Sombra'

Es tranquilizador considerar las encuestas difundidas hoy acerca de la valoración que los españoles han hecho del desarrollo del debate sobre el estado de la nación. Los sondeos encargados por El Mundo y la SER dan a Zapatero como claro vencedor, con una diferencia de 19 puntos, según el primero, y de 21, según la cadena radiofónica. Es tranquilizador, digo, porque pone en evidencia que la mayoría de los españoles rechaza el discurso del miedo, expuesto con tintes apocalípticos por Rajoy, y apoya el diálogo y la tolerancia.

Y no es sólo que Rajoy se haya equivocado personalmente, sino que el PP anda errado en su estrategia lo que prueban esas encuestas. Cargar las tintas puede ser útil para mantener prietas las filas en el interior de un partido que ha mordido el polvo electoralmente, aunque en este caso parece ser que el discurso sorprendió por su tono y su extrema dureza a los propios parlamentarios ‘populares’, pero intentar crear alarma social más allá de lo verosímil se sustancia con frecuencia en falta de credibilidad.

Si se acusa al presidente del Gobierno de haber “sembrado España de crispación” y los ciudadanos no perciben tal crispación más que en el propio discurso de quien ejerce la acusación se está tirando gruesas piedras contra el propio tejado. Si se argumenta que el Ejecutivo está vendiendo el Estado en almoneda cuando simplemente se inicia el planteamiento de una redefinición de la política territorial que el propio acusado insiste en condicionar a la intocabilidad del principio solidaridad, se está poniendo el carro delante de los bueyes de modo descarado. Si se rompe el pacto antiterrorista so pretexto de que el Gobierno no ha hecho lo que su cuestionador le exigía (instar sin visos razonables de éxito la ilegalización del PCTV) no se puede pretender convencer a nadie de que es el Ejecutivo quien ha roto el pacto.

Pero cuando se llega a la indecencia de formular la acusación de “traicionar a los muertos”, víctimas del terrorismo, es inevitable que hasta el más idiota y hasta el más fiel votante del PP considere que ese es un golpe bajo -más que bajo, rastrero- y que no sólo se está jugando sucio sino que se está jugando mal; que el tren de la ‘leal oposición’ se ha pasado siete pueblos en su frenética representación de un apocalipsis que sólo existe en sus deseos. La pesadilla de una España rota, roja, radical y claudicante ante el terrorismo es un “desideratum” metemiedos que, definitivamente, no funciona. La utilización partidista del terrorismo y de sus víctimas no sólo es una traición al pacto antiterrorista, sino también una inmoralidad imperdonable y como tal es percibida.

Y luego está el tono. El pésimo actor Rajoy leyó su diatriba con un acento declamatorio, sobreactuado, a ratos melodramático, a ratos sarcástico, ora jactancioso ora victimista. Parecía, en su exceso y falta de convicción, la caricatura alucinante de un político mendaz, truculento y patético, en definitiva. Si el líder de la oposición no labró su tumba política en este debate ya no lo hará jamás. Los pasos dados hacia el abismo del desencuentro no son reversibles, no al menos por él ni por quienes le acompañan de modo más visible (Acebes y Zaplana) en el despropósito. Una rectificación, ahora o más tarde, minaría aún más su crédito.

Rajoy tiene ya el marchamo del personaje trágico, sometido a designios que le son ajenos, interpretando hasta el borde del ridículo a un personaje con el que no se identifica y destinado a arder en las llamas de un infierno generado por el rencor, la intolerancia y la rabia de otro personaje empeñado en mover los hilos en la sombra y convencido de que consumará la venganza contra su propio fracaso creando alarma por medios artificiales, generando insidias insostenibles y patrimonializando en beneficio propio una idea de España que es netamente preconstitucional, o sea, franquista. Es lo que yo llamo “la España del casero”, perpetuamente inquieto por el uso de ‘su propiedad’ y siempre indignado con los inquilinos, que reciben a extrañas amistades, no cierran bien los grifos o ponen demasiado alta una música insoportable para sus oídos.

Por supuesto que hablo de Aznar. Él es sin duda el autor intelectual del discurso catastrofista de su esforzado Pulchinela. Fue su sombra lúgubre la que sobrevoló el hemiciclo durante la “actuación” de Rajoy. Tanto que el propio presidente del Gobierno, en un lapsus casual o deliberado, se dirigió al actor usando el nombre del autor. Ahora, cuando el caudillo sombrío valore las encuestas, quizás tenga que admitir que su rumbo invariable de colisión y su empeño en alimentar el motor de la máquina con insidias, alarmismos gratuitos y mentiras es un error de cálculo político gravísimo. Quizás le asalten las dudas. O quizás no, porque se trata de un personaje empecinado, irreductible, autárquico y con un elevado concepto de sí mismo, que en nada se corresponde con su mediocridad real.

Tal vez, en definitiva, alguien que todavía tenga la cabeza sobre los hombros en el PP debería instarle -con sumo respeto eso sí- a que deje de jugar en la sombra con el futuro del partido y con el de su propio país y se limite a jugar con su Fundación, hasta convertirla en el 'imprescindible' faro ideológico de Occidente. O que vuelva al primer plano de la política y encaje directamente los varapalos, como el que se deduce de las encuestas difundidas hoy. El riesgo de tal osadía es el de ser arrojado definitivamente a las sombras. Como diría el propio Rajoy, “ya le conoces”.

Qué pena.


10 mayo, 2005

Aniversarios silenciados

Hace hoy poco más de 11 meses La Espiral glosaba los fastos del 60 aniversario del desembarco de Normandía desde la perplejidad de que se centrasen casi exclusivamente en la exaltación de la ‘providencial’ y liberadora intervención estadounidense e ignorasen que fue en realidad la URSS quien derrotó a la Alemania nazi y que lo hizo a costa de la pérdida de más de 20 millones de vidas y de un inenarrable sufrimiento de su población. Ayer, en Moscú, durante los actos de celebración del final de la guerra, Putin expresó con claridad meridiana y sin complejos esa verdad histórica. Y lo hizo en presencia de quienes perpetraron en junio de 2004 la comedieta de Normandía, que intentó ser la escenificación de una reconciliación por sucesos más recientes: el desacuerdo de Francia y Alemania con Estados Unidos y Gran Bretaña sobre la guerra de Irak.

2005 es año de efemérides cruciales e inevitablemente lo está siendo también de manipulaciones interesadas. La mayor de las tergiversaciones es la del silenciamiento, combinada o no con subrayados ‘oportunos’ de otros hechos destinados a desviar la atención de los que se silencian. Los medios de comunicación de masas son el escenario y resulta muy revelador el análisis de qué es lo que se silencia y lo que se subraya.

Por ejemplo, se ha silenciado el 60 aniversario del bombardeo de Dresde, la acción militar más brutal y destructiva de la segunda guerra mundial si se descuentan Hiroshima y Nagasaki. El 13 y 14 de febrero de 1945 los aliados volcaron un infierno de fuego y destrucción sobre la ciudad que era conocida como “la Florencia del Elba”. Los cálculos más modestos estiman en 35.000 el número de muertos, pero en general se admite que nunca se sabrá con exactitud. El uso sistemático de bombas incendiarias de fósforo provocó temperaturas de hasta 1.000 grados, nivel al cual los cuerpos humanos simplemente se esfuman. Ocioso es decir que el valioso patrimonio artístico y arquitectónico fue totalmente destruido.

¿Cuál fue la causa de tal exceso precisamente cuando Alemania estaba prácticamente derrotada? Más allá de toda lógica, los aliados argumentan que se pretendía destruir la infraestructura industrial de la ciudad y su nudo de comunicaciones, así como hundir definitivamente la moral de la población alemana, desaconsejando toda resistencia. La verdad se inclina mucho más, sin embargo, del lado de quienes interpretan el desproporcionado bombardeo que durante dos días redujo a cenizas la bella ciudad alemana como una advertencia a los soviéticos. Fue una gigantesca exhibición de potencia de fuego destinada a prevenir toda tentación de Stalin de 'comerse' la Europa occidental en su irrefrenable avance.

En cuanto a subrayados excesivos, destinados a desviar la atención de aniversarios más recientes y conflictivos, es paradigmática la utilización inmoderada que se ha hecho del suicidio de Hitler el 30 de abril de 1945. Pese a ser una historia mil veces relatada, los medios han vuelto a hacer un notable despliegue para recapitular hechos y circunstancias que la inmensa mayoría de la población mundial conocía ya con un detalle del que carece, en general, respecto a casi todos los acontecimientos históricos. Esa efemérides coincidía, exactamente, con la entrada de las tropas norvietnamitas en Saigón hace 30 años, aniversario que fue minimizado o, en el peor de los casos, ignorado.

Se trataba de evitar mentar la soga en la casa del ahorcado. Evocar el fracaso y la derrota de las tropas estadounidenses en su lucha por evitar que Vietnam del Sur se incorporase al 'lado oscuro' parece no ser de buen gusto. Vietnam recuerda excesivamente a Irak, pese a que la implicación del ejército estadounidense en este caso ha sido mucho más prudente. Tras la “drôle de guerre” que casi convirtió la derrota de Sadam Hussein y la entrada en Bagdad en un paseo por el campo, las tropas permanecen en su mayoría y la mayor parte del tiempo acuarteladas. Su despliegue se limita a acciones puntuales y ventajosas, a veces también vergonzosas, como la desarrollada en Faluya. El resto del tiempo sus patrullas practican la conocida táctica de los poseídos por el pánico: disparar primero y preguntar después.

Son los iraquíes (ejército y policía) los que en mayor grado sufren las consecuencias de una guerra interminable en la que los supuestos “derrotados” utilizan con ventaja y desmoralizadora contundencia las guerrillas y el terrorismo. En Vietnam EE UU tardó en aprender que el único modo de reducir sus propias bajas era la “vietnamización” de la guerra. Hacerlo fue, de hecho, el reconocimiento adelantado de la derrota. La “iraquización” se adoptó, sin embargo, desde muy pronto. Se quería evitar que, como en el sudeste asiático, el flujo de los ataúdes repatriados motivase un replanteamiento en la opinión pública acerca de la “justicia” y la “necesidad” de esa guerra, impuesta sobre la base de mentiras. Se prohibió, incluso, todo documento gráfico que explicitase la muerte de soldados estadounidenses.

Pero la guerra sigue y no tiene visos de cesar, pese a la implantación de un sistema supuestamente democrático, al que es ajena la importante minoría suní, a la que pertenece Sadam Hussein. Todo indica que lo que la política estadounidense no aprendió de la experiencia de Vietnam es la absoluta inconveniencia de injerirse en asuntos externos con pretextos falsos. Recientemente, el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, Richard Myers, advertía ante el Congreso estadounidense que la implicación que actualmente mantiene el ejército en Irak y Afganistán compromete gravemente la posibilidad de intervenir con éxito en cualquier otro conflicto. Trascendental consideración para un país cuyo presidente parece estúpidamente empeñado en multiplicar los escenarios bélicos.

Aún hay otro significativo aniversario –ignorado totalmente éste- coincidente con las fechas del suicidio de Hitler y la caída de Saigón. El 28 de abril de 1965 22.000 marines desembarcaban en las playas de Santo Domingo para -ese era el pretexto- proteger y rescatar a sus compatriotas residentes en la República Dominicana. El objetivo real era impedir la victoria de una sublevación militar y popular que pretendía reponer en la presidencia a Juan Bosch, vencedor en las elecciones de 1962 y derrocado a los siete meses por un ‘putsch’ al que Washington no fue ajeno en absoluto. La ‘aventura’ casi impune de los infantes de marina costó la vida de 5.000 dominicanos que intentaron impedir la invasión. Eso fue hace 40 años, pero los estadounidenses quedaron tan satisfechos con la empresa que la repetirían más tarde en el mismo marco caribeño: Grenada y Panamá.

A partir de aquellas intervenciones impunes -y de bajo coste en cualquier sentido- surgió y se afirmó progresivamente un “cambio de espíritu” en la opinión pública estadounidense, que pasó de rechazar todo intervencionismo a apoyarlo a la menor insinuación justificatoria. Así, y gracias al síndrome del 11-S y a una gigantesca operación de intoxicación, ha sido posible el aplauso, ahora más bien tímido, a la intervención en Irak.

En la secuela de silenciamientos y subrayados a la que venimos asistiendo sólo nos queda esperar a agosto, cuando se celebrará (supongo) el final de la segunda guerra mundial en el Pacífico. Seguro que se intentará pasar de puntillas sobre la barbarie nuclear que condujo a Japón a la rendición incondicional. Si así fuera estaríamos ante una realidad muy peligrosa porque el armamento nuclear sigue constituyendo la mayor amenaza para la humanidad. El hecho de que esté en manos de países históricamente enfrentados, como India y Pakistán, o de otros que se sienten acosados, como Israel o Corea del Norte, constituye motivo más que suficiente para una pesadilla cotidiana a la que, sin embargo, permanecemos ajenos.

El 6 de agosto de 2005, fecha del primer ataque nuclear, debería ser una fecha histórica que marcase el punto de inflexión en el rumbo suicida de la humanidad; el origen de un “nunca más” planetario que condujera a un firme compromiso internacional para el desarme nuclear generalizado. Pero seguramente será otra cosa muy diferente, si es que el trágico aniversario es evocado como algo más que una fecha previa al final definitivo de la guerra.


06 mayo, 2005

Relatividad democrática

Tal vez debería hablar hoy de Blair, de su victoria pírrica, de su éxito-fracaso, de la relatividad de una democracia como la británica, que permite que un partido que ha cosechado poco más de ocho millones de votos de un total de cuarenta y cuatro (de los cuales el 43 por ciento renunció a votar) alcance la mayoría absoluta y mantenga, contra el criterio de su pueblo y contra la legalidad objetiva, tropas británicas en territorio iraquí, tras haberlas enviado allí sobre la base de enormes y deliberadas falsedades.

Pero no, no voy a hablar de Blair, cuya victoria -lamentablemente- estaba cantada, y sí de la relatividad democrática. Y lo hago a la vista de la intervención, ayer, del ‘vitalicio’ presidente extremeño, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, en el Club Siglo XXI. El castizo demagogo, que lleva 22 años gobernando la comunidad más deprimida del país en nombre del PSOE sin otros méritos que un rampante y trasnochado populismo y una ‘filosa’ blindada y a prueba de rubores, acostumbra a irrumpir en la política nacional con un impropio lenguaje tabernario y patriotero. Pega cuatro ladridos enardecidos contra los nacionalismos “insaciables” y regresa a su cortijo con la autoestima reforzada -y también la expectativa de voto- tras recibir los parabienes de tirios y troyanos (PP y PSOE) y las invectivas de los aludidos.

Después de la introducción al tema hecha la víspera, con su admonición a los nacionalistas catalanes de “que se metan los cuartos...”, muy en el estilo que le ha hecho famoso, la conferencia del ‘bellotari’ prometía. Y no defraudó. Rodríguez Ibarra sacó del baúl de los recuerdos y volvió a enarbolar ‘su idea’ de establecer como filtro contra la presencia de los nacionalistas en el Parlamento central la exigencia de lograr el cinco por ciento del total de los votos emitidos en todo el Estado. Genial, ¿no?

Por si no bastase con la vigencia de una Ley Electoral que prima descaradamente a las mayorías y condena a las minorías a la desaparición o a una existencia anecdótica, este genio de la política, demócrata-de-toda-la-vida, quiere dejar fuera del Congreso de los Diputados a los representantes de la mitad de la población. Y no se le mueve un músculo, ni se le cae la cara de vergüenza, ni recibe la reprobación de nadie que no sea nacionalista. “Este país -argumenta ‘democráticamente’- no puede depender de una minoría minoritaria”.

¿Depende este país de una minoría minoritaria? Pues no. Esa es la lectura interesada de la situación que acostumbra a hacer el PP (significativa coincidencia), pero lo cierto es que el Gobierno del PSOE tiene la sartén por el mango y el mango también. Sus socios nacionalistas ladran (como el propio Ibarra, otra coincidencia nada casual) pero no muerden. Sencillamente: nadie muerde la mano que le alimenta o él cree que le alimentará. Ni siquiera el propio Ibarra, cuyos exabruptos van dirigidos al consumo interno de sus ‘ilusionados’ seguidores y votantes.
En la representación (teatral, que no democrática) a la que los españoles asistimos, el discurso nacionalista del “queremos más”, “nosotros decidimos”, “el que paga recauda y distribuye”, etc., tantas veces unido a la amenaza incumplida de romper la baraja, harta y mosquea a muchos, especialmente cuando, como en el caso vasco, se intenta hacer pesar en la balanza la amenaza del terror. Sin embargo, desde el punto de vista democrático, que el caudillo extremeño parece tener enormes dificultades para adoptar, todo el mundo tiene derecho a exponer su discurso, a reclamar lo que considera (o finge considerar) justo, a defender sus posiciones, por irrazonables o injustas que parezcan. Es ese principio el que le permite al líder extremeño decir lo que dice.

El discurso democrático, asumible o no en sus términos según quien los considere, fluye y tiende al diálogo, al pacto. El silencio forzado, sin embargo, propende de modo natural y comprensible al estallido. Con ‘su’ filtro del 5%, Rodríguez Ibarra pretende relativizar aún más la relativa democracia que tenemos y condenar al silencio a los representantes de una gran parte de la población del Estado. Supongo que él mismo sabe que tal medida no puede ponerse en práctica sin provocar una gran convulsión. Pero lo dice. Y no sólo lo dice impunemente, sino también entre aplausos, lo cual es inquietante.

Este país y cualquier otro digno de ser llamado democrático no sólo no necesita filtros y recortes de la representatividad, sino que precisa todo lo contrario. En pleno siglo XXI, con la instantaneidad de las comunicaciones, el imperio de la informática y la puerta de Internet abierta a todo el planeta, lo lógico sería una profundización en la democracia que hiciera real un cierto grado de participación ciudadana, permanente y directa, en la política, tanto a nivel local como nacional, que los medios mencionados facilitan y potencian más que nunca.

Mientras sigamos habitando esta democracia trucada y minimizada será posible que alguien conduzca a la guerra a un país pese a las evidencias del rechazo popular. Será posible que -como en el caso de Bush y Blair- sean reelegidos quienes mintieron a la ciudadanía y manipularon su opinión y sus sentimientos. Y será posible que ‘triunfen’ discursos nacionalistas demagógicos y electoralistas como el de Rodríguez Ibarra y el de aquellos a quienes apostrofa.

Un pequeño progreso democrático en este país sería -pongamos por modesto ejemplo, aunque le moleste a Rodríguez- que se limiten por ley los mandatos en todo cargo de representación, desde la presidencia del Gobierno hasta la más modesta concejalía. Tres legislaturas consecutivas es más que suficiente. Eso daría credibilidad a un sistema que padece una inquietante tendencia al nepotismo, al clientelismo, al tráfico de influencias o al nefasto ‘tresporcientismo’.

Sería sólo un paso, pero es con un paso como se inicia la marcha.