'La sombra’ visitó ayer Santander para arengar a las juventudes de Nuevas Generaciones y firmar ejemplares de su segundo libro en un año (¡!), “Retratos y perfiles”, en un centro comercial. Y él sí que se retrató, de perfil y de cuerpo entero, al asegurar que nunca autorizó a nadie a negociar con ETA. Se trataba, dijo, de “constatar si estaban dispuestos a rendirse”.
¿Qué es rendirse? ¿Entregar las armas y entregarse físicamente para ser puestos a disposición de la justicia, admitiendo la derrota? Me temo que el ex presidente ha recurrido a la conocida figura de matriz jesuítica conocida como ‘restricción mental’, cambiando lo que ha venido llamándose “renuncia a la violencia” por “rendición”, que queda como más cuartelero, más propio de sus parámetros. A eso se le llama simplemente mentir.
Representantes de La Moncloa tan próximos a él como el secretario general de la Presidencia, Javier Zarzalejos, o su asesor personal, Pedro Arriola, exploraron en 1999, junto al secretario de Estado de Seguridad, Ricardo Martí Fluxá, la posibilidad de un acuerdo que se puede explicitar, al menos en una teórica primera fase, como de “paz por presos”. Hubo reuniones secretas con la cúpula de Batasuna en un chalé de Burgos y con la de ETA, en Suiza.
Nadie gritó entonces “traición a los muertos” ni criticó como una claudicación que, a modo de gesto de buena voluntad hacia la banda terrorista, se decidiera trasladar a cárceles de la península a los presos etarras más peligrosos, que se hallaban en Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla, ni trasladar a otros a prisiones del País Vasco o más próximas a él que aquellas en las que se encontraban.
El PSOE estaba de acuerdo en las conversaciones y respetó un aspecto esencial del pacto antiterrorista: no hacer causa política de los temas relacionados con el terrorismo. Cuando las negociaciones fracasaron -al parecer más por desacuerdo de ETA/Batasuna con el PNV y EA que por otra razón- nadie celebró el ‘fracaso del Gobierno’ (así es como lo llamarían hoy los ‘populares’). Se había intentado y no se había logrado. Eso era todo. A continuación los socialistas suscribieron acríticamente toda medida que el Gobierno les puso delante contra el terrorismo. Lógicamente, hoy se sienten traicionados por la actitud de quienes contaron en todo momento con su lealtad.
¿De qué se trata en definitiva? ¿Qué pretende el PP con sus mentiras, intoxicaciones, alarmismos y deslealtades? Dice Rajoy que no se va a mover ni un milímetro en dos temas concretos: España y el terrorismo. No es nada nuevo, por cierto. La derecha siempre ha hecho un uso demagógico y electoralmente muy rentable de ambos conceptos, que tienen un alto componente sentimental e irracional. Incluso el golpe del 23-F intentó justificarse sobre ambos pilares.
Pero lo que la derecha quiere, lo que en realidad le preocupa, es el poder, ‘su’ poder. Lo que necesita es recuperarlo cuanto antes y para ello tiene que argumentar que está en malas manos, en las de la ‘antiespaña’ ejemplificada por los republicanos separatistas de ERC, que quieren romper la unidad nacional, y en las de un Gobierno débil, sin programa y sin rumbo, dispuesto a ceder lo que sea para seguir siendo el Gobierno.
Para el PP no sólo es importante seguir agitando los fantasmas de todos los miedos y todas las insidias que considere útiles a sus fines, sino que es crucial impedir toda posibilidad de que concluya el conflicto vasco, no sólo porque sería un éxito histórico para el PSOE, que les alejaría a ellos de La Moncloa por más tiempo del que juzgan tolerable, sino porque, con el fin del terrorismo, perderían una de las banderas de la que han hecho un uso partidista tan rentable como abusivo. Para ellos todo vale.
Las cuatro bombas que ETA ha detonado la pasada madrugada en empresas de Guipúzcoa seguramente harán feliz al PP. Los extremos se tocan.
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