25 abril, 2008

El 'gendarme' se justifica... y no convence


AFP/OLIVIER LABAN-MATTEI

Nicolas Sarkozy apareció ayer en la televisión, en horario de máxima audiencia, entrevistado por cinco periodistas. Casi un año después de su ascensión al poder, el presidente de la República Francesa, sumergido en la impopularidad y en la desconfianza, se mostró tan 'casi seguro' de sí mismo como de costumbre pero aportó a su aparición un elemento sorpresa: ciertos rasgos de modestia de los que nadie le creía capaz.

Rigurosamente vestido de oscuro, Sarkozy admitió haber cometido varios errores, si bien redujo el ámbito de la mayor parte de ellos al terreno de la comunicación, materia en la que, paradójicamente, se le consideraba un maestro. Ese reconocimiento público estaba prácticamente inédito en la figura de un presidente de la república y buscaba, sin duda, un cierto retoque de su imagen arrogante y despectiva que le devolviese la simpatía de la mayoría de los franceses. Lamentablemente, sin embargo, lo que importa no es el reconocimiento de los errores sino la existencia de éstos.

Por lo demás, el rumbo es el correcto y se mantiene. Eso dijo. Quedan cuatro años en los que confía en hacer visibles sus reformas y sus positivas consecuencias. Son 55 las reformas, como subrayó, y cada una de ellas forma parte de un todo, de un edificio que precisa de cada una de esas 55 piezas, sin que deba darse prioridad a ninguna de ellas sobre las demás. No jerarquizar las reformas que integran la 'gran reforma' que pretende sería la razón de que, hasta ahora, los franceses no perciban "el cambio" prometido.

Inútil argumentación para afrontar la sospecha creciente de que del total de las reformas prometidas sólo serán efectivas las más impopulares, aquellas que benefician los intereses de la patronal, mientras las restantes serán abandonadas (como la relativa al contrato de trabajo único e indefinido) o retocadas hasta no ser lo que se anunció que serían.

La intervención televisiva, según las primeras reacciones, no ha convencido a nadie. Los sindicatos insisten en señalar que no ha aportado nada que pueda tranquilizar a los asalariados ni a los jóvenes. La extrema izquierda dice que "delira". La extrema derecha, que su retórica "no puede convencer a nadie". Los socialistas denuncian que sigue actuando como si fuera un "eterno candidato" en lugar del presidente. Mientras, en su partido, la UMP, sostienen que se avanza en la buena dirección, pero la evidencia de que el presidente carga las culpas sobre el Gobierno y las contradicciones entre sí que vienen mostrando los representantes de la formación ponen de manifiesto que nadie, ni el propio Sarkozy, tiene una idea aproximada de hacia dónde se está yendo.

El presidente tiene ahora, junto a la habitual demonización de las 35 horas semanales y sus costes, nuevos argumentos para explicar por qué Francia -pese a sus personales esfuerzos- permanece estancada: el aumento de la factura del petróleo y la revalorización del euro son imponderables muy útiles como coartada. Pero sucede que muchos han empezado a ver a Sarkozy como el problema principal, por plantear desafíos que no parece capaz de superar y hacerlo precisamente en el momento histórico más inadecuado.

Sería preciso rectificar el rumbo, aplazar algunas reformas y establecer un plan de choque a partir precisamente de un principio que ha rechazado expresamente en su aparición televisiva de ayer: jerarquizar las políticas, dar prioridad a lo más urgente, que es reactivar la economía sin lesionar gravemente el bienestar social. Sería necesario, además, ceder el protagonismo ejecutivo, que Sarkozy se empeña en acaparar, al Gobierno presidido por Fillon, cuya capacidad de gestión está siendo sistemáticamente obstaculizada.

Viendo las imágenes de ayer y evocando otras de Sarkozy (muy abundantes a estas alturas de su ejecutoria) pienso cada vez más en el gran Louis de Funes y sus cómicos y truculentos personajes. Como las encarnaciones cinematográficas del actor desaparecido, Sarkozy gesticula, manipula, ensaya alternativamente el encanto y la energía -incluso cierto desgarro chulesco en ocasiones- y permanece todo el tiempo en movimiento, viéndose obligado periódicamente a deshacer los entuertos creados por sus 'astutas' improvisaciones.

¿Tendrá un final feliz esta película? ¿Es el 'omnipresidente' Nicolas Sarkozy el gendarme que Francia necesita en estos procelosos tiempos o el hombre que hará exclamar a los franceses "¡esta casa es una ruina!" Si en Italia ha vuelto Berlusconi para 'salvarla', ¿qué impide que Sarkozy sea visto por los franceses como el mal menor aunque demuestre ser una plaga?

El problema es que la democracia está gravemente enferma, como lo está la propia Europa, y todos -los ciudadanos también y especialmente- somos culpables de que la vida política se haya convertido en 'la parada de los monstruos'.

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08 abril, 2008

La gran esperanza liberal

La historia, contada por Esperanza Aguirre, resulta ser una ficción muy conveniente para la defensa de sus posiciones, que apellida ideológicamente como 'liberales', y que nada tiene que ver con la realidad. Considerar como trampas tendidas al PP ciertas propuestas programáticas llevadas a la práctica por el Gobierno del PSOE durante la pasada legislatura es un 'wishful thinking' prestidigitatorio que no resiste el más mínimo análisis.

Por ejemplo, el tema del matrimonio homosexual, al que aludió reiteradamente en su discurso de ayer (ver texto íntegro), distaba de ser una trampa tendida al PP. El hecho de que pusiera en evidencia los viejos reflejos ultraconservadores y reaccionarios del partido en el que ella milita, lejos de ser fruto de alguna maquiavélica añagaza, es la expresión de lo que el PP es: un partido de derecha que, además, hace guiños obvios a la ultraderecha.

¿Cómo definir ideológicamente a un partido que recoge el voto de ciudadanos con posiciones ideológicas tan inconciliables (al menos teóricamente) como la ultraderecha fascista y xenófoba y el centroderecha democristiano o liberal? Mejor no intentarlo, no sea que el 'invento' se haga añicos. Por otra parte, negar el origen franquista del PP, como ella hace, es un vano intento de ocultar la verdad histórica. Alianza Popular nació por iniciativa de siete ex ministros franquistas y presidida por Fraga, como el PP durante un tiempo. Su refundación como Partido Popular, acogiendo -que no integrando en muchos casos- a personalidades salidas de la autodisuelta UCD (con origen también en el franquismo, pero más realista, dialogante y abierta) no alteró básicamente en nada la filosofía de un partido cuyos fuertes reflejos autoritarios se revelan claramente en su propia dinámica interna presidencialista, nunca revisada en serio hasta ahora.

Esperanza Aguirre se define como liberal, al igual que el neonazi austriaco Haider, como Aznar, como Jiménez Losantos, como Pedro J. Ramírez... La de 'liberal' ha sido siempre una definición considerablemente gaseosa, pero ahora es también sospechosa. Es la vaga denominación pseudoidelógica que prefieren los neoconservadores (o ultraconservadores) europeos. Si excluimos el fuerte planteamiento en lo económico, donde se pretende la menor cantidad de Estado posible y el imperio del mercado y de la iniciativa privada, lo que hoy se llama liberalismo queda reducido a un saco con una sugestiva etiqueta que puede ser llenado con cualquier cosa -las más de las veces nada inocua- pues en lo esencial está vacío.

Aguirre parece sentirse especialmente orgullosa de la ponencia ideológica del Partido Liberal que redactó en 1985. Tanto que ayer leyó este 'enjundioso' párrafo de ella: “Hoy, las posiciones ideológico-políticas opuestas en todo el mundo occidental dividen a los ciudadanos entre estatistas y liberales, entre los que creen que el Estado puede juzgar mejor que los individuos sobre sus necesidades, y elegir por ellos, y los que consideramos que cada persona debe elegir libremente, siempre que las necesidades mínimas estén garantizadas”.

Lo cierto es que ni siquiera en 1985 los ciudadanos se dividían entre estatistas y liberales. ¿Alguno de los presentes era o es estatista? La falsedad y la rampante pobreza teórica de esta frase, que Aguirre considera conveniente repetir 23 años después de aquel 'pecado de juventud', revelan, mejor que cualquier otra consideración, que la ambiciosa presidenta de la Comunidad de Madrid no tiene nada serio que ofrecer en términos ideológicos.

La clave de todas las políticas reside precisamente en aclarar lo que cada cual cree que debe significar "que las necesidades mínimas estén garantizadas", condición a partir de la cual "cada persona debe elegir libremente", según la propia Aguirre. Para los neoconservadores esas "necesidades mínimas" coinciden generalmente con situaciones infrahumanas. Las políticas de Thatcher y Reagan, tan añoradas por ellos, no dejan lugar a dudas sobre ese extremo. Los índices de pobreza que se registran hoy en los países llamados desarrollados y sigularmente en Estados Unidos son la consecuencia de esa 'filosofía política' diseñada exclusivamente al servicio de los poderosos.

La nueva 'ambición rubia' (que en realidad es pelirroja, según fuentes familiares) no se perderá una coma de la actuación de Rajoy en el debate de investidura que se está desarrollando. Espera verle derrotado una vez más para auscultar el corazón del partido. Sabe que fuera de Madrid es poco más que nadie para el PP y por eso no se presenta abiertamente como alternativa de cara al congreso de junio. Si Rajoy defrauda con su intervención al 'nucleo duro' de su formación, ya inquieto por los síntomas que ha arrojado la remodelación del grupo parlamentario, creerá llegada su gran oportunidad.

Apoyos mediáticos no le faltan, pero eso ha quedado meridianamente claro que no basta.

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06 abril, 2008

La credibilidad de Rajoy, el problema clave

La perspectiva de futuro que ha decidido afrontar Rajoy al anunciar que presentará su candidatura a la presidencia del PP en el congreso que se celebrará en junio en Valencia no es precisamente envidiable. Por un lado tiene por delante el complicado desafío de hacerse con un partido que nunca -en la medida en que fue 'digitado' por Aznar- le ha concedido expresamente su confianza. Por otro, su propósito de reconducir la linea de oposición del Partido Popular desde el 'gamberrismo' obstruccionista e irresponsable de la pasada legilatura a la lealtad institucional y la actitud constructiva deberá enfrentarse a un camino minado de insidias, con protagonismo singular del ruido mediático que pueden desencadenar medios como 'El Mundo' o la COPE, que siempre le han cuestionado como sospechoso de centrismo.

Dentro del partido, durante las primeras horas tras la derrota electoral, se le vio como un cadáver político. La apuesta mayoritaria era que se iba a ir y su silencio inicial dió pábulo a esa especulación. Su anuncio de que continuaba sorprendió a muchos y cogió con el paso cambiado a quienes ya habían iniciado movimientos de recolocación bajo un 'nuevo sol' que más calienta (Esperanza Aguirre). Pero cuando decidió dinamitar el grupo parlamentario prácticamente todos se quedaron boquiabiertos. Increíble: iba en serio.

En realidad, no tan increíble. Sucede que Rajoy no sólo tiene a su favor el mayor éxito electoral (en número de votos) alcanzado por el PP, sino que también cuenta con el apoyo de la mayor parte de los líderes regionales, entre ellos los de Andalucía (Arenas) y la Comunidad Valenciana (Camps), decisivos para ganar el congreso de junio. Tanto Camps como Arenas, entre otros, quieren para el partido un talante más moderado y constructivo y temen más que al pedrisco un hipotético liderazgo de Esperanza Aguirre, que implicaría una prolongación del talante bronquista de la legislatura pasada y, con toda probabilidad, otro fracaso electoral.

En estos días vuelve a sonar -para bien y para mal, dado que no le faltan enemigos- el nombre de Pedro Arriola, marido de Celia Villalobos y asesor del Partido Popular que en la era Aznar llegó a participar en las conversaciones con ETA que exploraron -según el entonces presidente- la disposición de la banda a rendirse (sic). A principios de la pasada legislatura este hombre -de profesión sociólogo- preconizaba una linea de oposición tranquila y contaba en ese planteamiento con la aprobación de Rajoy. Ahora no son pocos los que, ante la moviola de la historia, le dan la razón.

Resulta ilustrativo por su elocuencia el artículo que sobre el polémico personaje escribió Isabel San Sebastián en 'El Mundo' en enero de 2005 bajo el título de 'El valido' (principio de página). La 'popular' periodista comulgaba -como el periódico que acogía su opinión, la radio de los obispos y Telemadrid- con la estrategia de colisión permanente con el Gobierno diseñada por Aznar y que tuvo su arranque en la comparecencia de éste ante la comisión de investigación del 11-M. La 'política' de oposición del PP se diseñaba a partir de ahí en la FAES y hacía acto de presencia, imponiéndose con frecuencia, en los 'maitines' del partido, principalmente de la mano de Acebes y Zaplana.

Nada más alejado de la propuesta de moderación de Arriola y de la convicción de Rajoy que la política sucia que acabó imponiéndose con el apoyo mediático consabido. El presidente del PP desayunaba sapo un día sí y otro también y, especialmente en los primeros tiempos, no fue infrecuente que tuviera que decir "Diego" donde había dicho "digo" apenas unas horas antes. El hilo directo entre la calle Juan Bravo (sede de la FAES) y la calle Génova funcionaba implacablemente y los medios afines a la bronca permanente contra el Gobierno le pasaban la pelota a beneficio de su mayor audiencia e influencia.

Hasta el más bobo de los analistas (y Arriola no parece serlo) podía prever que la estrategia de la crispación, generada por la frustración y la no aceptación de la derrota y basada en la permanente intoxicación de la ciudadanía, no podía conducir a la victoria electoral. Tal postura implica el desconocimiento o el desprecio de lo que se denomina 'izquierda sociológica', que fue precisamente la que dio la victoria al PSOE en 2004.

Pensar que la masa de votantes que echó al PP del poder fundamentalmente por sus mentiras y su desfachatez iba a aceptar que volviera a él sin la más leve rectificación, con los mismos protagonistas y el mismo estilo desgarrado y perdonavidas más acentuado aun, era -y los hechos lo han confirmado más allá de toda duda- totalmente ilusorio. Una cosa es que el partido de la oposición explote los errores y faltas del Gobierno y otra muy diferente que se los invente (romper España, rendirse a ETA, destruir la política exterior, regalar el Sahara a Marruecos..., por no hablar de las insidias indecentes y surrealistas sobre el 11-M).

Que Rajoy quiera rectificar el rumbo del partido es encomiable, que pretenda tomarse la revancha contra quienes le impusieron una política que no compartía es comprensible, pero... (y este pero es como una montaña) ¿debe ser precisamente Rajoy quien protagonice las consecuencias de esa reconducción, suponiendo que sea posible? ¿Acaso está Rajoy limpio de toda responsabilidad en los errores y culpas de su partido?

Ese es en realidad el mayor de los problemas. El peor rival de Mariano Rajoy es él mismo. Voluntaria o forzosa, su complicidad con la trayectoria de colisión y crispación del Partido Popular está fuera de toda duda. Entre otras cosas, tiene el dudoso honor de ser el primer jefe de la oposición que insulta (reiteradamente) al presidente del Gobierno y existe una legión de vídeos que testimonian sus excesos verbales dentro y fuera de sede parlamentaria. En el mejor de los casos se puede decir de él que es incoherente con sus supuestas ideas propias y en el peor, que es débil por dejarse imponer convicciones ajenas.

¿Puede alguien así gobernar España? Esa es la cuestión clave. Que Rajoy contribuya a reconducir el Partido Popular, que democratice su estructura de una vez (si ello fuera posible) será muy positivo. Este país necesita una derecha civilizada y tal vez Rajoy pueda ayudar a edificarla pero ni él puede ignorar que tiene un pasado no muy favorecedor ni milagro alguno va a lograr que los demás lo olviden. La credibilidad no se improvisa ni se falsifica.

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01 abril, 2008

La "niña" de Rajoy inquieta en el PP

Ya sabemos, finalmente, quién es la tan reiteradamente aludida “niña” de Rajoy. Al menos, la niña de sus ojos, su gregaria predilecta. Tiene nombre de emperatriz melancólica y apellido de fornido y bigotudo teniente general. Y es muy inteligente, más que Zaplana, que sólo era listo y a veces se pasaba.

Soraya Sáenz de Santamaría es relativamente joven (37 años) y teóricamente moderada, aunque algunas de sus declaraciones durante la pasada legislatura no fueran precisamente un ejemplo de moderación. Eso sí, demostró entonces -cuando la consigna era leña al mono sin piedad ni verdad- que es muy bien mandada, muy disciplinada, algo siempre imprescindible en el Partido Popular.

Su nombramiento como portavoz del PP en el Congreso no ha sorprendido gran cosa ni dentro ni fuera del partido. Estaba en las ‘quinielas’ previas y se daba por sentado que tenía muchas posibilidades, dado que nadie ignora la firme confianza que le merece a su jefe de filas.

Lo que sí ha sorprendido -desagradablemente a veteranos diputados del PP y agradablemente al PSOE- ha sido el desmantelamiento de casi toda la dirección ‘popular’ del Congreso de la era de Zaplana. Rajoy ha llevado a la Cámara a su ‘entourage’ más próximo en el partido, a su gente de confianza, insinuando de este modo que, contra lo que muchos daban por sentado, la remodelación prevista no era meramente cosmética.

Tal vez, en definitiva, no se trataba de cambiar algo para que todo siguiera igual (recuerdos a Lampedusa), recurso tan caro a la derecha. Rajoy ha apostado fuerte por la verosimilitud de una rectificación en la política de oposición que los resultados electorales han confirmado como imprescindible.

Ese golpe de timón ha encendido todas las alarmas en los sectores más conservadores del PP, no sólo porque pueda prefigurar un rumbo al centro que muchos consideran indeseable, sino -sobre todo- porque implica el pase a la reserva de no pocos políticos identificados con la línea política precedente y que se creían beneficiarios de un futuro brillante.

Las cuadernas de la vieja nave crujen mientras se aventuran rumores de motín, una reacción de la que ya han dado indicios las abstenciones en las votaciones de los candidatos del PP a determinados puestos. Para los más indignados, Rajoy ha colocado a toda su “camarilla”, término peyorativo revelador de que no está el horno para bollos.

No es previsible, sin embargo, que la sangre llegue al río. Bastarán algunas zalemas y algunos guiños estratégicos para tranquilizar al gallinero. No es mucho el tiempo que queda hasta el congreso del partido que se celebrará en Valencia y organizar una candidatura de oposición a Rajoy sería una maniobra arriesgada. No sólo para los intereses de sus promotores, sino también para la siempre frágil unidad de un partido cuyos miembros tienen como casi exclusivo móvil la consecución y retención del poder.

En cualquier caso, en los próximos días habrá oportunidad de evaluar los daños reales de la operación de remozamiento en la que se ha embarcado Rajoy y de cuya inocuidad tratará de convencer a los 'duros' de su partido. La cuestión -si Rajoy va en serio- es que tendrá que hacer algo para lo que carece de experiencia o entrenamiento previo: conciliar posturas opuestas sin ceder en la suya. Todo un desafío para el que más le vale estar bien acompañado.

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