Ya sabemos, finalmente, quién es la tan reiteradamente aludida “niña” de Rajoy. Al menos, la niña de sus ojos, su gregaria predilecta. Tiene nombre de emperatriz melancólica y apellido de fornido y bigotudo teniente general. Y es muy inteligente, más que Zaplana, que sólo era listo y a veces se pasaba.
Soraya Sáenz de Santamaría es relativamente joven (37 años) y teóricamente moderada, aunque algunas de sus declaraciones durante la pasada legislatura no fueran precisamente un ejemplo de moderación. Eso sí, demostró entonces -cuando la consigna era leña al mono sin piedad ni verdad- que es muy bien mandada, muy disciplinada, algo siempre imprescindible en el Partido Popular.
Su nombramiento como portavoz del PP en el Congreso no ha sorprendido gran cosa ni dentro ni fuera del partido. Estaba en las ‘quinielas’ previas y se daba por sentado que tenía muchas posibilidades, dado que nadie ignora la firme confianza que le merece a su jefe de filas.
Lo que sí ha sorprendido -desagradablemente a veteranos diputados del PP y agradablemente al PSOE- ha sido el desmantelamiento de casi toda la dirección ‘popular’ del Congreso de la era de Zaplana. Rajoy ha llevado a la Cámara a su ‘entourage’ más próximo en el partido, a su gente de confianza, insinuando de este modo que, contra lo que muchos daban por sentado, la remodelación prevista no era meramente cosmética.
Tal vez, en definitiva, no se trataba de cambiar algo para que todo siguiera igual (recuerdos a Lampedusa), recurso tan caro a la derecha. Rajoy ha apostado fuerte por la verosimilitud de una rectificación en la política de oposición que los resultados electorales han confirmado como imprescindible.
Ese golpe de timón ha encendido todas las alarmas en los sectores más conservadores del PP, no sólo porque pueda prefigurar un rumbo al centro que muchos consideran indeseable, sino -sobre todo- porque implica el pase a la reserva de no pocos políticos identificados con la línea política precedente y que se creían beneficiarios de un futuro brillante.
Las cuadernas de la vieja nave crujen mientras se aventuran rumores de motín, una reacción de la que ya han dado indicios las abstenciones en las votaciones de los candidatos del PP a determinados puestos. Para los más indignados, Rajoy ha colocado a toda su “camarilla”, término peyorativo revelador de que no está el horno para bollos.
No es previsible, sin embargo, que la sangre llegue al río. Bastarán algunas zalemas y algunos guiños estratégicos para tranquilizar al gallinero. No es mucho el tiempo que queda hasta el congreso del partido que se celebrará en Valencia y organizar una candidatura de oposición a Rajoy sería una maniobra arriesgada. No sólo para los intereses de sus promotores, sino también para la siempre frágil unidad de un partido cuyos miembros tienen como casi exclusivo móvil la consecución y retención del poder.
En cualquier caso, en los próximos días habrá oportunidad de evaluar los daños reales de la operación de remozamiento en la que se ha embarcado Rajoy y de cuya inocuidad tratará de convencer a los 'duros' de su partido. La cuestión -si Rajoy va en serio- es que tendrá que hacer algo para lo que carece de experiencia o entrenamiento previo: conciliar posturas opuestas sin ceder en la suya. Todo un desafío para el que más le vale estar bien acompañado.
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