28 septiembre, 2004

UE-Turquía: Ser o no ser



La Unión Europea debate y se debate estos días en torno a una cuestión nada baladí: la adhesión de Turquía. El mismo debate, pero más apasionado y profundo, se escenifica en el país otomano, dramáticamente varado entre la tradición y la modernidad, entre el integrismo y la democracia, entre el atraso y la prosperidad.

Tanto la UE como Turquía se hallan situados ante un crucial ser o no ser. Se trata de una encrucijada dramática no sólo para ambos interlocutores sino para dos mundos enfrentados ahora radicalmente a través de lo que sus representantes más extremos han dado en denominar “choque de civilizaciones”. Ni el núcleo duro de la UE ni las fuerzas políticas turcas más progresistas y moderadas (ahora en el poder) asumen ese enfoque maniqueo y beligerante y demuestran con ello no sólo una notable sensatez y espíritu constructivo frente a la manipulación interesada y al absurdo imperante sino también la lucidez necesaria para situar el conflicto en sus parámetros reales, condición previa para su superación.

La integración de Turquía en la UE no es fácil, por supuesto. Pero Europa ha sido capaz de asumir en los tiempos recientes desafíos no menos complejos y los ha superado -los está superando, mejor dicho- con éxito. La reunificación de Alemania es uno de ellos y la reciente ampliación, otro no menos relevante.

Desde su ‘refundación’ por Mustafá Kemal (apodado Attaturk, literalmente "padre de los turcos") la Turquía que había llegado a constituir un poderoso imperio y amenazó durante siglos el corazón de Europa está tratando de renacer de sus cenizas. Y en el seno de sus fuerzas políticas y sociales más razonables ese renacimiento va ineludiblemente unido a la democracia y a Europa. Ayudar a que sean esas fuerzas y no las regresivas las que prosperen en ese país-puente entre Oriente y Occidente es una gravísima responsabilidad europea. Y así debería entenderse en todos los rincones de la UE.

Resulta paradójico en esta coyuntura que el mayor nivel de rechazo a la adhesión de Turquía -o al menos el más publicitado- se esté produciendo en Francia y Alemania. Ambos países abanderaron activamente el rechazo a la invasión de Irak en sintonía con sus pueblos y contando con la aquiescencia de los partidos de la oposición. La paradoja es tanto mayor cuanto la alternativa que los líderes de ambos países esgrimieron frente a la falacia del “choque de civilizaciones” y al uso interesado de la “guerra global contra el terrorismo” fue el diálogo, la aproximación y el apoyo calculado a los países y a los pueblos en los que ha nacido y se alimenta la ‘Jihad’ de la mano de la pobreza, la ignorancia, el prejuicio y una invencible sensación de humillación.

Sin duda en ese posicionamiento de algunos partidos de ambos países está pesando la proximidad electoral, pero eso no lo hace menos triste. Al contrario. El oportunismo y la demagogia mediando en la captación de los votos de la ignorancia y el prejuicio siempre convierten el ejercicio democrático por excelencia (las elecciones) en un lamentable espectáculo. Más negativo aún en la perspectiva próxima de los referendos para la aprobación de la Constitución comunitaria.

Europa puede hacer mucho por Turquía y Turquía puede aportar mucho a Europa, pero más allá de eso ambos pueden regalar un impagable ejemplo al convulso mundo en que vivimos desde que un imbécil (Francis Fukuyama) cantó alegremente el fin de la historia y un fascista (Samuel P. Huntington) trató de convertir la inextinguible dialéctica histórica en un choque de civilizaciones. Si la Unión Europea quiere hacer verosímil y viable su independencia y consolidar su esperanza de futuro como alternativa a los imprudentes excesos del imperialismo puro, duro, desalmado y farsante ésta es la ocasión adecuada.

Se trata de predicar con el ejemplo. No es fácil. Nada realmente importante lo es y en este caso se trata de algo extraordinariamente importante, transcendental.