29 septiembre, 2005

África trágica

Ocho muertos. Ese es el escandaloso saldo provisional que arrojan las fronteras de Ceuta y Melilla -en apenas un mes- tras las cinco muertes que se produjeron la pasada madrugada en la primera de las mencionadas plazas españolas en el continente africano. Y esto ya clama al cielo. Inútilmente, por desgracia.

El Gobierno, tras descartarlo inicialmente, ha decidido comprometer a las fuerzas armadas en el control fronterizo, ante los reiterados asaltos que se vienen produciendo. Marruecos se ha implicado desde hace tiempo en la tarea de impedir la inmigración ilegal y lo hace, según todos los indicios, con considerable brutalidad y constatable eficacia. Es precisamente esa brutal eficacia la que motiva la sucesión de avalanchas, organizadas casi militarmente. Estamos hablando de desesperación en estado puro.

Los subsaharianos que protagonizan los asaltos saben que las puertas se cierran, que la valla se eleva, que el tiempo se acaba. La mayoría de ellos han invertido todos sus magros ahorros en la aventura de entrar en Europa. En muchos casos han atravesado medio continente africano, afrontando incontables riesgos y penurias, para tratar de sumergirse en un mundo que les rechaza -y a ellos les consta- no sólo por ser extranjeros sino también por el color de su piel. Nada de eso les arredra si al final se salvan a si mismos y a sus familias, que con un sueldo mínimo de cualquier país de la UE pueden alimentarse durante meses.

El tema se presta a todo tipo de sesgos, simplificaciones y demagogias. Una de las más miserables entre ellas apareció en negro sobre blanco recientemente en el Wall Street Journal, diario estadounidense en el que el sombrío ex presidente Aznar tiene vara alta por motivos en cualquier caso incomprensibles, El infecto artículo utilizaba los incidentes de Melilla para confrontarlos sarcásticamente con la alianza de civilizaciones que Rodríguez Zapatero predica y comparaba la valla de Melilla con el muro de Cisjordania en beneficio de éste, que sirve -se decía- para contener el terrorismo.

Insidias aparte, la sociedad española corre en este asunto el riesgo de que los árboles le impidan ver el bosque. Sería un error asumir como cierto -por ejemplo- el argumento del inefable Acebes, que atribuye las avalanchas humanas en Ceuta y Melilla al ‘efecto llamada’ que supuso la regularización extraordinaria (y supuestamente última) de inmigrantes ilegales que concluyó el pasado mes de mayo.

La propia expresión ‘efecto llamada’ es un engendro demagógico. La llamada del ‘bienestar’ europeo es permanente -e independiente de las circunstancias legales- por la simple razón de que también es permanente y no tiene visos de solución el asedio del hambre, la enfermedad y la guerra sobre la mayor parte de los habitantes del continente africano. Permitir que quienes logran entrar ilegalmente en España y consiguen medios de vida legítimos se mantengan en la ilegalidad permanente sólo puede ser bueno para los intereses de empresarios sin escrúpulos que les explotan y maltratan. Para todo lo demás es negativo, desde el orden público, como evidenciaron los sucesos de El Ejido (Almería) de febrero de 2000 y otros menos notables a nivel mediático, hasta la Seguridad Social y la Hacienda Pública, defraudadas por el ‘empleo negro’.

El bosque cuya visión obstaculizan los árboles de la demagogia, el egoísmo y el prejuicio debe contemplarse desde una perspectiva global, la que nos muestra un continente asolado secularmente por los cuatro jinetes del Apocalipsis y sobre cuyo destino buena parte de los países europeos -incluida España- tienen un responsabilidad ineludible, en la medida en que fueron la causa (y en muchos casos lo siguen siendo) de sus males.

La colonización intensiva de África fue tan tardía como desaprensiva y su fase febril coincide con la industrialización europea en un contexto de crecimiento demográfico notable. El objetivo era la apropiación de sus materias primas, en especial minerales y metales preciosos. Los países europeos, entre ellos algunos tan aparentemente irrelevantes como Bélgica, se lanzaron a una ocupación enloquecida y se repartieron el continente sin la menor consideración para sus habitantes, uniendo y dividiendo naciones (eso es lo que eran, al menos en germen, lo que seguimos llamando hipócritamente etnias) e imponiendo desde el desprecio sus normas y valores a sociedades que generalmente se hallaban en una situación prehistórica.

La descolonización, tras la segunda guerra mundial, fue todavía más precipitada e inescrupulosa. Aquellos países, nacidos artificialmente del reparto colonial, fueron abandonados a su suerte, generalmente en manos de dictadores surgidos de las milicias coloniales o de presidentes aupados en inverosímiles democracias-títeres, que, con raras excepciones, no tardaban en convertirse en déspotas crueles, ladrones de su propio pueblo y sólo sumisos a los intereses de la ex-metrópoli, siempre resistente a abandonar la explotación de los recursos de la ex-colonia y la tutela interesada de su política interna.

Los países africanos no llegaron a conocer una industrialización digna de tal nombre, sus habitantes permanecieron en gran medida ajenos a la cultura y el paso del tiempo no ha hecho otra cosa que empeorar la situación en la mayoría de ellos. La solución no es sencilla ni puede ser improvisada. La mera ayuda humanitaria (en el caso no siempre probable de que llegue a su destino) no basta para contener la hemorragia. África precisa desarrollarse económicamente y para ello debe abrir mercados justos para sus materias primas y obtener por ese medio los recursos precisos para financiar una industrialización que le permita generar empleo, plusvalía y renta. Eso, obviamente, no se improvisa ni se alcanza en una década. Y menos si el resto del mundo no colabora honestamente

¿Es honesto Tony Blair en su propósito de redimir a África? El primer ministro de Reino Unido (que preside ahora mismo la Unión Europea), aparece desde hace algunos meses como el campeón de la causa africana. El problema es que la credibilidad de un político que comulga con los principios neoliberales de deslocalización, desregulación y privatización es muy limitada. Contribuir al desarrollo africano no sólo exige ideas claras, sino también apertura de mente, creatividad y respeto a la singularidad. Pero por encima de todo requiere generosidad. Intentar recolonizar África so pretexto de salvarla, imponerle la utilización de semillas modificadas genéticamente -como se está haciendo- o dirigir su economía en el sentido más conveniente para intereses ajenos sólo podría empeorar las cosas.

Está claro, en cualquier caso, que si la Unión Europea pretende frenar la invasión de inmigrantes ilegales, a cuyo fin ha presionado al Gobierno español y éste al marroquí de modo tan intenso como insistente, la solución no es construir vallas insalvables, ni instalar sofisticados sistemas de control de movimientos en la frontera, ni emplear impropiamente al ejército, sino hacer algo útil, digno y desinteresado por un continente que está perdiendo definitivamente la esperanza, hecho al que Europa no es ajena en absoluto.
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21 septiembre, 2005

'Espe' no se entera

Esto es sólo para explicar que considero el matrimonio homosexual (y el que no lo es) una especie de anacronismo, algo muy distante del carácter de “avance social” que se le quiere atribuir. El matrimonio es, en resumen, un contrato. Y ese contrato garantiza unos derechos que, en estos tiempos, pueden reconocerse y acordarse libremente entre ciudadanos de cualquier sexo, raza o credo en lugares tales como notarías, registros de la propiedad, ayuntamientos... En el caso de que hubiera mala fe por una de las partes, las leyes protegen los derechos de los integrantes de una pareja o de una familia de hecho tanto como los de cualquier cónyuge o hijo de un matrimonio civil. Hay jurisprudencia que lo prueba.

¿Entonces?

Comprendo -aunque me cuesta- que algunos/as homosexuales, en su lógico empeño por buscar la igualdad y la ‘normalización’, encuentren especial satisfacción en el hecho de que su unión pueda recibir el mismo nombre que la de los heterosexuales y que el trámite civil concluya con el beso de rigor y la lluvia de arroz. Nadie está libre de mayores o menores debilidades pequeñoburguesas. Uno esperaba que quienes han sido perseguidos, marginados, ridiculizados e incluso repudiados por sus familias a causa de sus preferencias sexuales se abstuvieran de tropezar en la misma piedra que sus ancestros, pero ya se sabe que la historia es paradójica. Tanto como su principal actor, el ser humano.

Lo que no comprendo es qué daño le hace el matrimonio entre homosexuales al matrimonio heterosexual, o a la familia en concreto. Y esa ha sido y es la cantilena de la iglesia católica. Podría entenderse la postura eclesial si las parejas del mismo género pretendieran casarse por lo ‘sagrado’, pero, dado que conocen bien el paño que se guarda en las sacristías y en las severas oficinas del Vaticano, ese está muy lejos de ser el caso.

Esa iglesia célibe y misógina, que se niega a conceder el más mínimo ápice de igualdad de derechos a las religiosas, se empeña en ‘entender’ de asuntos que no le competen. Ni se plantea -porque no le interesa- los porqués de que cientos de miles de españoles que nunca fueron vistos por la parroquia aparezcan en ella sólo para casarse y ... hasta el próximo funeral. Prescinde de la inmoralidad e incluso del probable sacrilegio que puede subyacer tras esa arraigada práctica social del matrimonio canónico, que tiene mucho más que ver con la “pompa y circunstancia” que con la fe.

Por las mismas razones, mira hacia otro lado ante las crecientes evidencias de que su seno, cada día menos fértil, está siendo invadido por ‘vocaciones’ que, con frecuencia, buscan un armario blindado en el que esconderse y resistir a las debilidades de la carne ‘non sanctas’. Cuando estas frágiles criaturas caen se tiende un espeso muro de silencio y se protege al ‘débil’ aunque haya abusado del más débil, como en los casos nada infrecuentes de pederastia. Eso sí que le hace daño a la familia, al menos a la familia de la criatura que creía haber puesto la formación y el destino de ésta en las mejores manos posibles.

De la iglesia uno ya sabe qué esperar, tras haber vivido la dilatada experiencia del integrismo franquista y contemplado cómo el sangriento dictador, al que sólo le tembló la mano a causa del parkinson, era cubierto por el palio destinado en principio a amparar la hostia consagrada. No hay nada menos democrático que la iglesia católica. Sobran evidencias e incluso se han consolidado y acrecentado durante el largo pontificado de Karol Wojtyla.

Del PP, sin embargo, parece que todavía nos queda mucho por aprender. Tras el matrimonio morganático entre la AP de Fraga, franquista hasta las cachas y repleta de ex ministros y ex altos cargos del Régimen, con la autodisuelta UCD de Suárez, centrista si no por convicción sí por necesidad y conveniencia histórica, nos tiene en un sinvivir. Hasta el segundo mandato -con mayoría absoluta- parecía ser de centro derecha. A partir de ahí nos mostró sin grandes escrúpulos sus reflejos autoritarios, arrogantes e incluso chulescos; su derechismo de raiz, en definitiva. Pero cuando perdieron el poder también perdieron los papeles y cada día más parecen un partido de ultraderecha, aunque, eso sí, vestido con un ropaje neoconservador y presuntamente democrático. Sin complejos, en cualquier caso.

Sin embargo, algo chirría cada vez más en su interior y ese chirrido llegó a ser horrísono cuando Acebes anunció el recurso de inconstitucionalidad contra el matrimonio homosexual. Si el desarrollo de la cuestión ya fue de por sí significativamente accidentado desde el punto de vista informativo (anuncio matutino de Acebes, matización vespertina de que cualquier decisión se tomará tras considerar los estudios jurídicos, confirmación en 24 horas de que sí se va a presentar...), las declaraciones de Esperanza Aguirre hoy, en TVE, no dejan lugar a dudas sobre el hecho de que se ha pasado del chirrido de las ruedas mal engrasadas al golpeteo de las bielas a punto de romperse.

No es la presidenta de Madrid -que ocupa tal puesto gracias a irregulares circunstancias de todos conocidas- un personaje de fidelidad dudosa o de veleidades liberales. Esperanza Aguirre es ‘de confianza de toda la vida’ y más aznarista que otra cosa, pero no le gusta perder. Y parece tener claro que si el PP presenta el recurso de inconstitucionalidad contra el matrimonio homosexual ella puede despedirse de esa franja del electorado al que ha tratado de mimar. Como ha subrayado, también es presidenta de los homosexuales y no quiere dejar de serlo de todos los madrileños, homosexuales o no. Dice que el recurso no va a ser entendido como muestra de coherencia jurídica con la Constitución, sino como “un ataque a los homosexuales”. Y le sobra razón. Como le sobra al colectivo gay del PP, que ha llegado a asegurar expresamente que tal medida es propia de la ultraderecha. Lo que me pregunto es qué hacen éstos en el PP. Ellos sabrán, imagino.

El problema, me parece, es que el PP habita ideológicamente en los Estados Unidos, merced a la conexión privilegiada de su ideólogo en jefe, José María Aznar, con la carcundia neoconservadora republicana. Allí, en su día, se hizo una lectura de los resultados electorales en California y también en los comicios presidenciales que consideró clave las posturas adoptadas respectivamente por demócratas y republicanos respecto a los derechos de los homosexuales en general y a su matrimonio en particular. Ese posicionamiento habría sido la causa de la derrota de los demócratas y de las victorias de Schwarzenegger y Bush, según ciertos augures.

La conclusión, en definitiva, era que la postura antigay es electoralmente rentable por cuanto moviliza a favor el voto mayoritario. Claro que España no es Estados Unidos. ¿O sí? No, mientras el PP no vuelva a La Moncloa. Vamos, digo yo.

¡Ay ‘Espe’, es que no estás al día! Págate en la FAES un cursillo de neofascismo, digo, de neoconservadurismo antes de que te den cada dos por tres ‘la carrera del señorito’, como al inefable desayunador de sapos llamado Mariano Rajoy le dan los sonrientes y ufanos triunviros que Aznar le puso como escolta, esos cuya cabeza pedía el iluso Piqué.
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17 septiembre, 2005

La 'Sombra', la voz de su amo

Aznar resucitó ayer en Nueva York para protagonizar una cóctel-conferencia en el lujoso y vetusto hotel Waldorf Astoria al módico precio de 70 dólares ‘per capita’. Apenas un centenar de personas se beneficiaron de las sabias enseñanzas de este ‘caudillo’ del neoconservadurismo ‘a la americana’. Por si las cotizaciones de estos eventos sirven como referencia, baste decir que el almuerzo-charla de Rodríguez Zapatero, paladín de la ‘alianza de civilizaciones’, se valoró en 3.000 dólares. El ‘star system’ político no se engaña.

Dije más arriba que Aznar resucitó, pero más bien fue exhumado de modo oportuno y deliberado para servir a los fines del ‘Tío Sam’. Su ‘speech’ estaba previsto inicialmente en Washington, pero en plena ‘cumbre de la ONU’ la capital estadounidense es un desierto político así que, desde el mes de abril, la actuación de Aznar había cambiado de escenario. De lo que se trataba era de tener en la ciudad que es sede de la ONU, aunque necesariamente fuera del foro, a alguien que le amargara la fiesta al presidente venezolano Hugo Chávez, bestia negra de la administración Bush y una de las obesiones predilectas de ‘la Sombra’ (la que dirige el PP, la que lo es de lo que fue).

También se trasladó a Nueva York, adelantándose a la fecha habitual -y con el mismo objetivo- la presentación del informe anual que el ‘gran gendarme’ mundial se permite elaborar, con sus propios cálculos y sesgos, sobre le tráfico de drogas internacional. Este año el informe en cuestión contenía un varapalo para Venezuela, pese a que los índices cuantitativos eran incluso inferiores a otros previos, que habían merecido una felicitación.

Aznar, el informe sobre tráfico de drogas y ciertos problemas artificialmente creados con los visados de los guardaespaldas de Chávez eran la bienvenida que Washington tenía preparada para el presidente venezolano, que se preveía -y se acertó- llegaba con el hacha entre las manos, especialmente después de que, con total impunidad, el ayatolá evangelista Pat Robertson hubiera pedido al gobierno estadounidense su preciada cabeza.

El pregón de Aznar fue el previsible porque el ex presidente del Gobierno español lo es hasta el hastío. Si habla de la revisión de los estatutos de autonomía saca a relucir el terrible fantasma de la ‘balcanización’ de España; si el tema es el terrorismo insiste en que no hay que preguntarse por sus causas (premisa que ya sólo el sostiene en todo el ancho y ajeno mundo) y en que no hay que negociar, sino derrotarlo; si el tema es la democracia, arremete contra el régimen castrista (con razón, en el sentido de que no es una democracia) y contra el ‘populismo bolivariano’ de Chávez (gratuitamente porque Venezuela mantiene el sistema parlamentario y su presidente ha sido elegido con elocuente consenso por el pueblo al que EE UU y Aznar quieren ‘salvar’).

‘Pinónfijo’ Aznar trató en su ‘coctelhomilía’ sobre "Los desafíos y oportunidades de América Latina", tema en el que es, como todo el mundo ignora, un ‘reconocido’ experto. Y por supuesto que le dio toda la tiza del mundo a Fidel Castro, ese provecto ‘dictador’ comunista, pero la prioridad de su látigo liberador/liberalizador fue Chávez, al que, siguiendo su costumbre -que ya parece una superstición- no nombró. El presidente venezolano fue descrito por nuestro gran ideólogo como “el problema más serio” que actualmente afronta Latinoamérica (desde la óptica estadounidense, claro). Habló nuestro profeta del “sueño de una revolución continental” financiada por el petróleo que exporta sus ideas "antiliberales y antidemocráticas" allá donde puede.

Y al hablar del petróleo mentó la bicha porque, seamos serios, ¿preocuparía tanto a Aznar y a sus amigos la ‘revolución bolivariana’ de Chávez si Venezuela no nadase en la abundancia de petróleo? Por supuesto que no. Chávez no sería otra cosa que una especie de inocuo ‘chiflado’ predicando en el desierto. Si preocupa a EE UU, cuyo abogado más caracterizado en la lengua de Cervantes es el ex presidente español, es porque tiene petróleo, precioso mineral que los 'halcones' de Washington pretenden controlar a toda costa. Y no sólo se trata de que Venezuela tenga petróleo, sino también de que Chávez lo utiliza como palanca para la redención de millones de sus conciudadanos, que se hallan bajo el umbral de la pobreza, y como instrumento económico de trueque y apoyo a los países del área, ninguno de los cuales anda sobrado de nada, como no sea de problemas.

La tranquila (si le dejan) ‘revolución bolivariana’ no preocupa seriamente a los auténticos defensores de la democracia, sino a los promotores de la globalización neoliberal y salvaje, resueltos a conquistar el mundo por la vía de la compra de sus recursos a precio de saldo y la colonización de las economías nacionales. Esas gentes -entre ellos Aznar- cuando hablan de libertad se refieren exclusivamente a la de mercado, que no tiene nada de libre en la medida en que se rige por la ley del más fuerte y utiliza la política y, si lo juzga preciso, la milicia (véase Irak) como instrumento ‘liberador’ al servicio de su fin depredador.

Como cabe esperar siempre que ´la sombra’ habla de peligrosos revolucionarios, tales que Castro o Chávez, no olvidó dedicar sus flores envenenadas a Rodríguez Zapatero, ese peligro público que, no conforme con su empeño en “romper España”, anda comiendo el coco al planeta con su inquietante “alianza de civilizaciones” (una idea pueril, dijo Rajoy que era en su día) frente al “choque de civilizaciones” que cierto ‘ideólogo a la violeta’ de nombre Huntington ha impuesto en el ideario ‘neocon’. Dijo el sin par que la bandera española ha pasado de estar entre la de las barras y las estrellas y la de la ‘Union Jack’ en las Azores a situarse entre Castro y Chávez, ese par de forajidos internacionales. Como retrato al minuto de brocha gorda estas imágenes no tienen precio, aunque su valor es aún mayor como autoencefalograma de quien las diseña. Todo un filósofo político el hombre que dirige la FAES.

Lo cierto es que hay una foto indeleble del ‘triángulo imperial’ de las Azores, con la mano de Bush tiernamente posada sobre el hombro de Aznar, pero no existe la otra, que el ex presidente ha pintado en su calenturienta imaginación. A cambio, la imagen de Zapatero junto a Erdogan y Annan, patrocinando un mundo de entendimiento teóricamente posible , sí que es una contraimagen elocuente de la de Azores, de la que tan absurdamente se ufana ´la Sombra’.

Patético Aznar, que, para colmo de males, leyó su conferencia en inglés con una pronunciación manifiestamente mejorable y asesinó la lengua de Shakespeare cuando tuvo que responder a las preguntas. ¿Sería demasiado pedirle a quien dijo hablar catalán en la intimidad y salió de una entrevista con Bush con un vergonzante acento de intérprete anglotexano que haga un curso de inmersión, que bien puede permitírselo con las gabelas de sus conferencias y charletas “all over the world”?

Sí, seguramente sería un desafío imprudente a su natural arrogancia. Y además 'la Sombra' podría argumentar que si su ‘amigo’ Bush jr preside Estados Unidos pese a sus ya legendarios gazapos en inglés ¿por qué no va él a chapurrearlo a nivel de primer curso de ESO?

Y quizás tenga razón. Mientras le paguen... Pero qué vergüenza, aunque sea ajena.
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13 septiembre, 2005

No sólo hiede en Nueva Orleans

Jamás podrían adivinar cuál fue una de las primeras medidas de emergencia adoptadas por George W. Bush tras el desastre del ‘Katrina’. ¿Por qué? Porque es inimaginable. El nada diligente (para cosas más importantes, como se ha visto) jefe del Estado ordenó suspender la vigencia del Acta Davis-Bacon en los estados afectados por el huracán. Dicho acta garantiza a los trabajadores en diverso tipo de obras o iniciativas financiadas por el Estado unos salarios nunca inferiores a los vigentes en el área geográfica en la que se desarrolla la tarea. La suspensión de la Davis-Bacon significa, en definitiva, que quienes trabajen en las labores de reconstrucción de las zonas devastadas van a cobrar lo que decida el contratista de turno, siempre -seguro- bajo el mínimo vigente en cada estado o ciudad.

Obviamente, la mano de obra estará integrada en la mayor parte de los casos por las propias víctimas del desastre. Es decir, que si esa legión de negros desheredados tiene la fortuna de conseguir un trabajo éste estará infrapagado por decisión del Gobierno estadounidense, el mismo que les ha abandonado a su suerte antes y durante la emergencia creada por el ‘Katrina’. Difícilmente puede concebirse un sarcasmo más cruel ni elocuente acerca de la naturaleza real del poder actualmente asentado en la Casa Blanca.

En teoría esa suspensión de derechos laborales (regulados desde 1931) estaría justificada como una generosa cesión al Estado por parte de personas supuestamente movilizadas por la solidaridad ante una grave situación. Su sacrificio beneficiaría a todos en la medida en que ahorraría dinero al erario público. En la práctica los motivos no son en absoluto solidarios y mucho menos filantrópicos. Y, por supuesto, a nadie se le va a preguntar si cede voluntariamente una parte de su sueldo. A quienes realmente va a beneficiar la suspensión del Acta Davis-Bacon es a las empresas contratistas. De eso es de lo que se trata.

Entre las primeras empresas adjudicatarias de contratos relacionados con la corrección de los daños causados por el ‘Katrina’ están algunas cuya vinculación con la Casa Blanca es conocida e incluso muy polémica, como Halliburton, de la que fue presidente Dick Cheney hasta que ocupó un cargo mucho más importante y sin duda más rentable: la vicepresidencia de una gigantesca corporación conocida por las siglas USA. Por supuesto, en este caso, como en el de Irak, el contrato ha sido adjudicado sin licitación alguna, lo cual se justifica ahora por la urgencia, lo que no pudo aducirse en el precendente iraquí.

Desde el pasado febrero, Halliburton tiene en nómina como ´lobbista’ (conseguidor, por decirlo finamente) de su filial Kellogg Brown and Root (KBR), que es la beneficiaria nominal de la contrata, a Joe Allbaugh (a los lectores de la anterior “Espiral” seguro que les suena familiar), director de campaña de Bush en 2.000 y ex presidente de la FEMA (digamos que protección civil), hasta que cedió la plaza a su amigo Michael Brown, que primero fue retirado de las responsabilidades relacionadas con la gestión de la crisis causada por el huracán y finalmente ha dimitido. Favor que se ha hecho a si mismo y a la nación.

Pero antes de irse, Brown ha favorecido cuanto ha podido a los amigos. Shaw Group, que también contrató a Allbaugh como lobbista (casualidades de la vida que todo estado democrático debería investigar), ya ha recibido un contrato de 100 millones de dólares por parte de la FEMA y otro más por la misma cantidad del cuerpo de ingenieros del ejército.

Bechtel, que también consiguió contratos sin concurso previo para la ‘reconstrucción’ de Irak, ha sido seleccionada por la FEMA para dar acogida temporal a los refugiados de las zonas afectadas. Su consejero delegado, Riley Bechtel, fue elegido por Bush en su día para formar parte de un consejo consultor en materias de exportación. Un amiguete, vamos.

Nancy Pelosi, líder demócrata en la Cámara de Representantes, pidió el pasado domingo la creación de una comisión antifraude que supervise los contratos y garantice que el dinero de los contribuyentes “se gasta de forma efectiva”. Dadas las circunstancias es lo menos que se puede pedir, pero no parece que el Partido Demócrata quiera ir muy lejos en sus ataques a Bush. Hasta qué punto la moderación demócrata puede deberse a cierto grado de complicidad o al deseo de actuar de modo constructivo ante la grave crisis que se ha creado es difícil de determinar.

Lo cierto es que Estados Unidos parece ahora mismo a punto de sumergirse en una de las mayores debacles de su historia. A la radical división creada por la guerra de Irak, que se manifestó en las últimas elecciones, en las que significativamente participó un número inédito de electores, se une ahora la indignación racial. A la mayor parte de los afroamericanos nadie puede convencerles ya de que fue la casualidad lo que hizo que los suyos hayan sido las principales víctimas del ‘Katrina’ y que se tardase tanto en reaccionar frente el desastre.

Probablemente en un intento de silenciar las críticas, Bush ha admitido hoy, por primera vez, alguna culpa en la deplorable gestión de la crisis del ‘Katrina’. Ha reconocido que no cumplió ‘plenamente’ con su trabajo. Es mucho más de lo que se pudo obtener de él tras la confirmación oficial de que Irak no tenía armas de destrucción masiva, pero no es gran cosa si se tiene en cuenta la dimensión del fracaso estrictamente personal cuya imagen han ofrecido dentro y fuera de Estados Unidos el huracán y sus secuelas.

Al paso que van las cosas, con la nación crecientemente dividida, Irak convertido en un callejón sin salida y con una democracia inviable, las crecientes evidencias de que la corrupción forma parte inalienable del bushismo y el debilitamiento económico en perspectiva, yo no daría un duro por que Bush llegue a terminar su mandato. Quien no se ha cansado de pedir una “América fuerte” está poniendo de manifiesto hasta lo inefable un nivel de incompetencia, debilidad y fragilidad que le hacen candidato a ser derribado por un pequeño soplo de verdad.

¿Pero quién, entre tanta mentira, manipulación, prejuicio, ignorancia y miedo, se atreverá a decir que el rey está desnudo?
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10 septiembre, 2005

Estado de coma

Se ha valorado de un modo excesivo el relevo de Michael Brown al frente de la coordinación de la crisis creada por el huracán ‘Katrina’. No se le ha cesado como subsecretario de la Secretaría (ministerio) de Seguridad Interior, responsable de la FEMA, la Agencia Federal para la Administración de Emergencias, que ha fracasado estrepitosamente. Sigue en su puesto, de vuelta en Washington, y ahí se mantendrá si no tiene la decencia de dimitir, como debería. Simplemente ha sido sustituido en la gestión de la crisis por el vicealmirante Thad Allen, que, aparentemente, sí sabe lo que hay que hacer.

Con esta decisión, Bush pretende desviar el punto de mira del ojo público, que le apunta con insistencia como responsable máximo de lo sucedido en los estados de Luisiana, Misisipí y Alabama y, muy especialmente, en la ciudad de Nueva Orleans (NO), pero ni siquiera tiene el coraje de cesar al réprobo. Y la razón es muy simple, como todo lo que se refiere a George ‘Dubya’ Bush. Uno no puede decir un día que Brown ha hecho “un trabajo extraordinario” en la gestión de la crisis y despedirle poco más tarde por incompetente. Y ese es el caso. En su preocupación por mostrar a un país traumatizado por las evidencias tercermundistas de NO que se había hecho lo correcto, el presidente había elogiado la labor de un inútil elegido para el cargo por él mismo. Doble culpa la suya, pues, en la medida en que no admite ninguna.

¿Pero quién diablos es este Michael Brown al que Bush mantiene en su puesto como reponsable de “prevención y respuesta” frente a los desastres? Pues es precisamente un desastre de persona, un mediocre abogado de Oklahoma que le debe su posición al hecho de ser amigo de un amigo de Bush. El último trabajo conocido de Brown antes de ingresar en la Administración de la mano de su viejo compañero de habitación de los días colegiales Joe Allbaugh fue el de presidente de la Asociación Internacional del Caballo Árabe. ¿Supuso alguien que el conocimiento de esta raza equina le cualificaba de cara a la amenaza del terrorismo islámico?

En cualquier caso, sarcasmos aparte, lo cierto es que la creación de la Secretaría de Seguridad Interior y la integración en ella de la FEMA es consecuencia directa del ataque terrorista del 11-S. Y es igualmente cierto que la prevención y la respuesta a un hipotético ataque con armas de destrucción masiva es parte fundamental del no menos hipotético trabajo de la subsecretaría adjudicada a Brown. Probablemente el terrorismo de la naturaleza, mucho más frecuente y destructivo, había pasado a un segundo plano. Lucidez 'a la Bush'.

Antes de ser integrada en el nuevo ministerio, la FEMA había sido dirigida por Allbaugh, el compañero de habitación de Brown y director de la campaña electoral de Bush en 2000. El amiguete, al irse, recomendó al especialista en caballos árabes para montar un animal aparentemente apacible y gustoso que ha resultado finalmente un cimarrón indomable. Brown no dimitirá si no quiere o si tiene la suerte de que acaben las críticas que le asedian, pero está políticamente muerto. En un ‘western’ alguien le habría dicho ya: “Nunca debiste salir de Oklahoma, forastero”.

Las muestras de incompetencia de Brown han sido muchas, aún antes del ‘Katrina’, como enviar 31 millones de dólares a zonas de Florida supuestamente afectadas por un huracán que no lo habían sido en absoluto e intentar justificarlo después. El “Florida Sun-Sentinel”, que reveló el affaire, pidió entonces su dimisión. Ahora, tras el ‘Katrina’, ya la demanda a gritos.

Entre los errores de este bueno-para-nada y beneficiario de la lacra del amiguismo, que surca a todo lo ancho y alto la administración Bush, está haber suspendido totalmente -y apenas iniciadas- las tareas de salvamento y evacuación de víctimas en NO, pese a ser emprendidas con tanta tardanza, después de que un helicóptero fuera tiroteado. ¿Era acaso la 'big easy' un hervidero de francotiradores que hacía imposibles las tareas de la FEMA en toda la extensión de la ciudad? Más bien Brown careció de la autoridad necesaria para ordenar a sus subordinados que se siguiera la tarea tras ese incidente aislado, evitando -por supuesto- toda posibilidad de peligro. De ese modo contribuyó a convertir una gigantesca emergencia humanitaria en una cuestión de orden público, enfoque que fue muy del gusto de ‘Dubya’ pues le permitió dar prioridad al tema en el que es un reconocido especialista quien dio rienda suelta a la pena de muerte durante su época como gobernador de Texas y tiene a gala reducir la tolerancia a cero.

Otra muestra de la eficacia del ‘nepotizado’ Brown: cinco aviones de transporte C-130, solicitados a la Guardia Nacional Aérea de West Virginia para tareas de evacuación en Luisiana, hubieron de regresar de vacío a su base tras enfrentarse a un caos burocrático infernal y a una indescriptible desorganización. Es “una vergüenza deplorable”, dijo el gobernador Joe Manchin, al tiempo que anunciaba que no se realizaría ninguna otra operación mientras la FEMA no se aclarase.

Por si faltaba un clavo sobre el féretro político de Michael Brown, la prensa se ha cebado -justificadamente- en el hecho singular de que en la web de la FEMA un ‘invento’ del ayatolá evangelista Pat Robertson -el mismo que días antes pedía la cabeza de Hugo Chávez para usarla como pisapapeles- aparezca en tercer lugar (tras la Cruz Roja y America Second Harvest) en el lista de organizaciones autorizadas para canalizar la ayuda a las víctimas del ‘Katrina’.

‘Operation Blessing’ (Operación Bendición, que así se denomina el invento) había desaparecido silenciosamente hace tres años de la lista de la FEMA, en coincidencia con ciertas denuncias que llevaron a una investigación (inútil, claro) sobre el desvío de fondos caritativos a intereses mineros del ‘ultracristiano’ en África y a la financiación de iniciativas políticas propias. ¿Qué ha podido motivar su estelar reaparición ahora, tras la nada evangélica petición al Gobierno de que asesinase a Chávez? Seguramente es cuestión de afinidades profundas entre Brown y Robertson, las que surgen cuando dos ambiciosos canallas se identifican entre sí como tales.

Hasta aquí lo que concierne a Brown, que no es poco. Pero las deficiencias del semi-reprobado amigo del amigo no pueden hacernos olvidar que el máximo responsable de las consecuencias trágicas del ‘Katrina’ es el amigo-jefe; que Bush no sólo desoyó antes del desastre las peticiones de NO para evitar la tragedia mejorando los diques, sino que después, cuando todo estaba consumado en tres estados de la Unión, mostró una gélida e incomprensible pasividad. Y al hacerlo puso en evidencia -más allá de un obvio déficit de humanidad- su rampante incompetencia.

Ahora, tanto él como sus fieles adláteres y corresponsables, lanzan gigantescos chorros de tinta de calamar sobre realidades transparentes. Incluso el ex secretario de Estado, Colin Powell, ha sido sacado de su retiro para sostener dos de las principales tesis de la Administración Bush: que los errores se cometieron a todos los niveles de la Administración (local, federal y estatal) , lo que descarga parcialmente de responsabilidad al Estado, y que no ha habido nada parecido al racismo en el tratamiento de la crisis.

Antes de sacar a su ‘tío Tom´ favorito a la palestra, Bush ya había movilizado a su ‘tía Tomasa’, Condoleezza Rice, pero la sustituta de Powell tiene entre los de su raza mucho menos carisma que su predecesor, que, en un tono supuestamente crítico, ha dicho precisamente aquello que el presidente estadounidense necesita llevar a la conciencia de los ciudadanos, afectados o no, y en especial a los de color. Dos tercios de la población negra de Estados Unidos están convencidos de que la magnitud del desastre y la prolongada desatención a las víctimas está directamente relacionada con los prejuicios raciales. ¿Pueden Rice o Powell convencerles de lo contrario por muy ‘brothers’ que se pongan?

Formulémonos la pregunta por vía indirecta. ¿Es imaginable una situación como la que han sufrido y sufren Luisiana, Misisipí y Alabama en estados de la misma costa, pero más al norte, como Pennsylvania, Massachussets o Maine? Digan conmigo que no. Si tal cosa sucediera ante la indiferencia y pasividad del Estado George W. Bush tendría ante sí en 24 horas un petición de ‘impeachment’ por negligencia en el deber (una de las causas previstas constitucionalmente, en la que ha incurrido de modo clamoroso).

Pero en lugar de ello, presidirá una comisión creada por él mismo para determinar “lo que se hizo bien (sic) y lo que se hizo mal”. Con un par, y ante la pasividad general, el acusado se convierte en juez. Inefable.

Si Thomas Jefferson levantase la cabeza hoy caben dos posibilidades: o se pegaría un tiro al contemplar en qué se ha convertido su sueño o lanzaría una diatriba apocalíptica contra todas las magistraturas del Estado y llamaría a los ciudadanos a las armas, que para eso defendió que las tuvieran.

La democracia estadounidense no está simplemente más o menos enferma, como tantas. La tragedia del ‘Katrina’ ha tornado su techo de cristal y lo que puede verse, además de las roturas, es que se encuentra en coma.

¿Irreversible? Es de temer que sí, al menos mientras la ciudadanía no despierte. Y desde hace al menos siete décadas se viene haciendo todo lo posible para que no lo consiga.
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04 septiembre, 2005

No es la guerra, estúpido

Las situaciones de emergencia sacan a la luz lo mejor y lo peor del ser humano. Esa es una realidad más que suficientemente documentada. En tales casos, desgraciadamente, suele predominar lo peor. Un conjunto de individuos que se saluda cordialmente, se cede el paso en educado gesto o acaricia la cabeza del niño del prójimo con simpatía, se transforma, si un barco se hunde o un edificio se incendia, en un grupo salvaje cuyos integrantes se agreden sin consideración para subir al primer bote o salir por la puerta más cercana. Eso es lo que suele describirse como pánico colectivo y con frecuencia ha causado más víctimas que el propio siniestro que lo provoca.

Cuando la emergencia se prolonga y se impone la necesidad de una coexistencia pacífica y en la mayor medida posible solidaria, la situación cambia y se evidencia que las ‘ovejas negras’ son una ínfima minoría, aunque violenta y carente de escrúpulos. El resto de los individuos simplemente trata de sobrevivir apoyado en los suyos o en los más afines entre los próximos.

Entre los miles de refugiados en el Centro de Convenciones de Nueva Orleans se hallaba una diputada autonómica catalana (del PSC) con su familia que, con voz generalmente serena, nos ha transmitido la crónica dramática de la situación que se vivía. Entre las revelaciones de Lourdes Muñoz hay una muy significativa, aunque apenas sugerida: lo poco que han logrado comer o beber ella y su familia procedía del pillaje y les fue entregado por 'los delincuentes'. Es decir, en la situación desesperada que se vivía algunos se organizaron para obtener lo más necesario. Y no lo hicieron por interés de lucro ni por egoísmo estrictamente personal, sino atendiendo, en una situación de extrema necesidad, a la primera ley de la vida: la supervivencia.

Cuando no hay policía para detener a los abusadores ni para ayudar a nadie; cuando tiendas y supermercados están cerrados y no se puede adquirir lo más esencial; cuando el Estado abandona a la gente durante cinco días en una situación propia de la edad de piedra ¿quién puede defender que las víctimas se dejen morir pasivamente, como ganado estabulado, inmoladas ante el dios de la propiedad privada?

En ese contexto dramático resulta surrealista e indignante escuchar el balbuceo del presidente de la nación hablando de “tolerancia cero” y dando prioridad al concepto de ley y orden, con el envío incluido de comandos especiales, como si Nueva Orleáns hubiera sido tomada por una guerrilla revolucionaria en lugar de ser la víctima desgraciada de su imprevisión previa y de su inactividad inmediata ante la tragedia. La existencia de algunos grupos armados de delincuentes que han aprovechado el vacío de poder no justifica, en modo alguno, tal actitud desproporcionada.

La amenaza de la gobernadora de Luisiana, la republicana Kathleen Blanco, al advertir de que los soldados que llegaban tenían muy buena puntería, que tirarían a matar y que contaban con su aplauso, está en el mismo nivel de delirio de su presidente, pero suena aún de un modo más terrible.

Se ve que los republicanos funcionan especialmente en la onda militarista. Cuando el presidente tomó tierra tras su primer vuelo de reconocimiento sobre la costa del golfo de México en el Air Force One dijo algo así: “es como si hubiéramos sufrido un ataque exterior devastador”. Lo cierto, sin embargo, es que esta tragedia no es atribuible a los soviéticos, hace tiempo desaparecidos, ni a Al Qaeda, ni a Fidel Castro. No hay coartada.

No es la guerra, estúpido George W. Bush. Es directamente una derrota anunciada, que pudo ser evitada o minimizada y no lo fue por tu ineptitud, cómplice de la inmoralidad de un sistema que te elevó y te sostiene donde estás porque, además de ser un convicente tonto útil, tienes pedigrí.
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03 septiembre, 2005

Nueva Orleans: La 'lógica' de lo inconcebible


“Esto es un desastre nacional, que muevan el culo y hagan algo”. Así se ha expresado el alcalde de Nueva Orleans -de raza negra, como la mayoría de sus vecinos- exasperado ante la magnitud del caos y el abandono al que se enfrentaba tras los devastadores efectos del huracán ‘Katrina’. Aunque parezca gratuito, era sumamente comprensible e incluso necesario que subrayara el carácter nacional del desastre y que se expresase de modo tan contundente.

Durante los tres primeros días tras el huracán, el Gobierno de la nación, con su presidente a la cabeza, sesteaba paladeando las horas finales de sus vacaciones, irresponsablemente ajeno a la tragedia. Una imagen de Bush mimando un toque de guitarra durante la entrega de premios de un ignoto festival de música country, mientras las calles de Nueva Orleans (NO en lo sucesivo) quedaban anegadas y sus habitantes se refugiaban en los tejados o padecían bajo la frágil cubierta del Superdome, dio la vuelta al país y despertó la indignación incluso de los más fieles.

Ayer, en el quinto día del desastre, la ayuda empezó a llegar finalmente a la ciudad, en la que al menos 60.000 personas se hallaban en situación desesperada. Demasiado tarde para salvar al ignorado número de vidas que se perdieron durante esos cinco días, pero a tiempo para evitar que la ley brutal del más fuerte o del mejor armado extendiera su imperio y los jinetes del Apocalipsis campasen a sus anchas sobre la melancólica ciudad en la que el jazz y el blues tuvieron su origen.

Estaba escrito. La tragedia ocurrida ahora no sólo era previsible, sino que durante las últimas décadas fueron muchas las voces que se alzaron para advertir del riesgo cierto que la ciudad y su población corrían en el caso de ser afectadas por una huracán de las características del ‘Katrina’, lo cual, en el Golfo de México, es algo más que una posibilidad remota. Como ocurre tantas veces, los que reclamaban atención al problema fueron ignorados como agoreros y fatalistas.

Situada bajo el nivel del mar y enmarcada por éste, el Misisipi y el lago Pontchatrain, hasta el siglo XX la ciudad había crecido adaptándose a las limitaciones que el terreno pantanoso y las frecuentes crecidas del río le imponían. Elevados malecones le ponían a salvo de las aguas, pero no tenía posibilidades razonables de expandirse. Hasta que en 1910 apareció un ambicioso ingeniero llamado A. Baldwin Wood y ofreció unas potentes bombas de su invención para drenar el agua y verterla en el lago. Esto, unido al establecimiento de diques, hizo posible que la vieja NO se extendiera en abierto desafío a la naturaleza y al destino.

Ahora, en paradoja cruel , el sistema de diques y malecones se ha convertido en el principal obstáculo para poner fin a la inundación de la urbe. Una vez desbordados, retienen el agua que estaban destinados a contener sólo del otro lado. Las bombas no dan abasto y los cálculos más optimistas cifran en nueve semanas el plazo para lograr el drenaje completo. Si no llueve, por supuesto.

Hoy en día los diques y las bombas, así como el cuidado de los malecones, están en manos del Cuerpo de Ingenieros de la Marina USA, es decir, es el propio Estado y no la ciudad ni el estado de Luisiana quien tiene la responsabilidad. Tras la tragedia se han conocido datos muy reveladores acerca de hasta qué punto la culpa última de lo sucedido ha sido y es de Washington:

1.- El Gobierno de Bush denegó en su día la petición de los ingenieros de la Marina de algunas decenas de millones de dólares para mejorar el sistema de diques, cuya rotura ha causado ahora la inundación.

2.- Los diques fueron diseñados para soportar los embates de un huracán de categoría 3. El ‘Katrina’ tenía la 4 en el momento de tomar tierra y la violencia del mar, apoyada en vientos de 145 kilómetros por hora, rebasó los diques y causó dos roturas. Preguntado un portavoz del referido cuerpo de ingenieros por la razón de que la capacidad de contención de los diques se limitase a la categoría 3, respondió lacónicamente “eso es lo que fuimos autorizados a hacer”.

El Gobierno, pues, no sólo ha puesto en evidencia su culpable indiferencia e ineficacia en la tragedia del ‘Katrina’, sino que es la causa principal de que un fenómeno atmosférico previsible haya tenido la dimensión trágica y caótica que ha alcanzado en NO. Parece inconcebible que las cosas puedan llegar a tales extremos en el país más próspero y avanzado de la tierra, pero en realidad sólo lo es para quien se engañe respecto a la auténtica y profunda naturaleza de Estados Unidos.

Desde los tiempos de Reagan, que terminó con una tradición social originada durante la gran depresión, cuyos efectos devastadores para el pueblo el New Deal de Roosevelt consiguió reducir, la política de Estado se rige por los mismos principios que la empresa privada: mínimos costes, máximos beneficios. El recorte drástico de los gastos sociales que impuso el primer actor del mundo que llegó al poder y que hoy se mantiene en lo esencial, con pequeños matices correctores durante los gobiernos demócratas, tuvo como consecuencia la reducción a la miseria y a la marginalidad de las capas sociales tradicionalmente más desfavorecidas (en especial los negros del sur profundo y de las grandes ciudades) y elevó la delincuencia y la drogadicción hasta una dimensión inédita.

En contraste con la empresa privada, el Estado se puede permitir, por la simple razón de que no tiene que enfrentar la dinámica de la competencia, ignorar la obsolescencia (aún están en uso en NO las bombas que fabricó Wood, por ejemplo) o la inadecuación de determinadas infraestructuras o la ausencia de políticas socialmente necesarias. De lo que se trata es de favorecer el crecimiento en términos macroeconómicos, priorizando los intereses financieros y empresariales, en la cuestionable esperanza -sobran evidencias al respecto- de que los extraordinarios beneficios de una minoría repercutan en las mayorías en forma de creación de empleo y aumento de ingresos.

Se trata, ni más ni menos, de la ley de la selva. Quien se sienta sorprendido por las consecuencias del ‘Katrina’, por la indiferencia del Gobierno, por su imprevisión y su avaricia criminal encontrará ilustrativa la anterior ‘Espiral’ (31 de Agosto). Se comprenden muchas cosas cuando se considera que de los 297 millones de habitantes del país más rico de la tierra 37 millones son pobres y cuando se sabe a qué grupos étnicos pertenecen y dónde se encuentran geográficamente esos pobres.

Luisiana, Misisipi y Alabama son algunos de esos lugares. Y todos ellos votaron a Bush en las últimas elecciones. Eso sí que es incomprensible por muy previsible que pueda ser.

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