Esto es sólo para explicar que considero el matrimonio homosexual (y el que no lo es) una especie de anacronismo, algo muy distante del carácter de “avance social” que se le quiere atribuir. El matrimonio es, en resumen, un contrato. Y ese contrato garantiza unos derechos que, en estos tiempos, pueden reconocerse y acordarse libremente entre ciudadanos de cualquier sexo, raza o credo en lugares tales como notarías, registros de la propiedad, ayuntamientos... En el caso de que hubiera mala fe por una de las partes, las leyes protegen los derechos de los integrantes de una pareja o de una familia de hecho tanto como los de cualquier cónyuge o hijo de un matrimonio civil. Hay jurisprudencia que lo prueba.
¿Entonces?
Comprendo -aunque me cuesta- que algunos/as homosexuales, en su lógico empeño por buscar la igualdad y la ‘normalización’, encuentren especial satisfacción en el hecho de que su unión pueda recibir el mismo nombre que la de los heterosexuales y que el trámite civil concluya con el beso de rigor y la lluvia de arroz. Nadie está libre de mayores o menores debilidades pequeñoburguesas. Uno esperaba que quienes han sido perseguidos, marginados, ridiculizados e incluso repudiados por sus familias a causa de sus preferencias sexuales se abstuvieran de tropezar en la misma piedra que sus ancestros, pero ya se sabe que la historia es paradójica. Tanto como su principal actor, el ser humano.
Lo que no comprendo es qué daño le hace el matrimonio entre homosexuales al matrimonio heterosexual, o a la familia en concreto. Y esa ha sido y es la cantilena de la iglesia católica. Podría entenderse la postura eclesial si las parejas del mismo género pretendieran casarse por lo ‘sagrado’, pero, dado que conocen bien el paño que se guarda en las sacristías y en las severas oficinas del Vaticano, ese está muy lejos de ser el caso.
Esa iglesia célibe y misógina, que se niega a conceder el más mínimo ápice de igualdad de derechos a las religiosas, se empeña en ‘entender’ de asuntos que no le competen. Ni se plantea -porque no le interesa- los porqués de que cientos de miles de españoles que nunca fueron vistos por la parroquia aparezcan en ella sólo para casarse y ... hasta el próximo funeral. Prescinde de la inmoralidad e incluso del probable sacrilegio que puede subyacer tras esa arraigada práctica social del matrimonio canónico, que tiene mucho más que ver con la “pompa y circunstancia” que con la fe.
Por las mismas razones, mira hacia otro lado ante las crecientes evidencias de que su seno, cada día menos fértil, está siendo invadido por ‘vocaciones’ que, con frecuencia, buscan un armario blindado en el que esconderse y resistir a las debilidades de la carne ‘non sanctas’. Cuando estas frágiles criaturas caen se tiende un espeso muro de silencio y se protege al ‘débil’ aunque haya abusado del más débil, como en los casos nada infrecuentes de pederastia. Eso sí que le hace daño a la familia, al menos a la familia de la criatura que creía haber puesto la formación y el destino de ésta en las mejores manos posibles.
De la iglesia uno ya sabe qué esperar, tras haber vivido la dilatada experiencia del integrismo franquista y contemplado cómo el sangriento dictador, al que sólo le tembló la mano a causa del parkinson, era cubierto por el palio destinado en principio a amparar la hostia consagrada. No hay nada menos democrático que la iglesia católica. Sobran evidencias e incluso se han consolidado y acrecentado durante el largo pontificado de Karol Wojtyla.
Del PP, sin embargo, parece que todavía nos queda mucho por aprender. Tras el matrimonio morganático entre la AP de Fraga, franquista hasta las cachas y repleta de ex ministros y ex altos cargos del Régimen, con la autodisuelta UCD de Suárez, centrista si no por convicción sí por necesidad y conveniencia histórica, nos tiene en un sinvivir. Hasta el segundo mandato -con mayoría absoluta- parecía ser de centro derecha. A partir de ahí nos mostró sin grandes escrúpulos sus reflejos autoritarios, arrogantes e incluso chulescos; su derechismo de raiz, en definitiva. Pero cuando perdieron el poder también perdieron los papeles y cada día más parecen un partido de ultraderecha, aunque, eso sí, vestido con un ropaje neoconservador y presuntamente democrático. Sin complejos, en cualquier caso.
Sin embargo, algo chirría cada vez más en su interior y ese chirrido llegó a ser horrísono cuando Acebes anunció el recurso de inconstitucionalidad contra el matrimonio homosexual. Si el desarrollo de la cuestión ya fue de por sí significativamente accidentado desde el punto de vista informativo (anuncio matutino de Acebes, matización vespertina de que cualquier decisión se tomará tras considerar los estudios jurídicos, confirmación en 24 horas de que sí se va a presentar...), las declaraciones de Esperanza Aguirre hoy, en TVE, no dejan lugar a dudas sobre el hecho de que se ha pasado del chirrido de las ruedas mal engrasadas al golpeteo de las bielas a punto de romperse.
No es la presidenta de Madrid -que ocupa tal puesto gracias a irregulares circunstancias de todos conocidas- un personaje de fidelidad dudosa o de veleidades liberales. Esperanza Aguirre es ‘de confianza de toda la vida’ y más aznarista que otra cosa, pero no le gusta perder. Y parece tener claro que si el PP presenta el recurso de inconstitucionalidad contra el matrimonio homosexual ella puede despedirse de esa franja del electorado al que ha tratado de mimar. Como ha subrayado, también es presidenta de los homosexuales y no quiere dejar de serlo de todos los madrileños, homosexuales o no. Dice que el recurso no va a ser entendido como muestra de coherencia jurídica con la Constitución, sino como “un ataque a los homosexuales”. Y le sobra razón. Como le sobra al colectivo gay del PP, que ha llegado a asegurar expresamente que tal medida es propia de la ultraderecha. Lo que me pregunto es qué hacen éstos en el PP. Ellos sabrán, imagino.
El problema, me parece, es que el PP habita ideológicamente en los Estados Unidos, merced a la conexión privilegiada de su ideólogo en jefe, José María Aznar, con la carcundia neoconservadora republicana. Allí, en su día, se hizo una lectura de los resultados electorales en California y también en los comicios presidenciales que consideró clave las posturas adoptadas respectivamente por demócratas y republicanos respecto a los derechos de los homosexuales en general y a su matrimonio en particular. Ese posicionamiento habría sido la causa de la derrota de los demócratas y de las victorias de Schwarzenegger y Bush, según ciertos augures.
La conclusión, en definitiva, era que la postura antigay es electoralmente rentable por cuanto moviliza a favor el voto mayoritario. Claro que España no es Estados Unidos. ¿O sí? No, mientras el PP no vuelva a La Moncloa. Vamos, digo yo.
¡Ay ‘Espe’, es que no estás al día! Págate en la FAES un cursillo de neofascismo, digo, de neoconservadurismo antes de que te den cada dos por tres ‘la carrera del señorito’, como al inefable desayunador de sapos llamado Mariano Rajoy le dan los sonrientes y ufanos triunviros que Aznar le puso como escolta, esos cuya cabeza pedía el iluso Piqué.
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