Se ha valorado de un modo excesivo el relevo de Michael Brown al frente de la coordinación de la crisis creada por el huracán ‘Katrina’. No se le ha cesado como subsecretario de la Secretaría (ministerio) de Seguridad Interior, responsable de la FEMA, la Agencia Federal para la Administración de Emergencias, que ha fracasado estrepitosamente. Sigue en su puesto, de vuelta en Washington, y ahí se mantendrá si no tiene la decencia de dimitir, como debería. Simplemente ha sido sustituido en la gestión de la crisis por el vicealmirante Thad Allen, que, aparentemente, sí sabe lo que hay que hacer.
Con esta decisión, Bush pretende desviar el punto de mira del ojo público, que le apunta con insistencia como responsable máximo de lo sucedido en los estados de Luisiana, Misisipí y Alabama y, muy especialmente, en la ciudad de Nueva Orleans (NO), pero ni siquiera tiene el coraje de cesar al réprobo. Y la razón es muy simple, como todo lo que se refiere a George ‘Dubya’ Bush. Uno no puede decir un día que Brown ha hecho “un trabajo extraordinario” en la gestión de la crisis y despedirle poco más tarde por incompetente. Y ese es el caso. En su preocupación por mostrar a un país traumatizado por las evidencias tercermundistas de NO que se había hecho lo correcto, el presidente había elogiado la labor de un inútil elegido para el cargo por él mismo. Doble culpa la suya, pues, en la medida en que no admite ninguna.
¿Pero quién diablos es este Michael Brown al que Bush mantiene en su puesto como reponsable de “prevención y respuesta” frente a los desastres? Pues es precisamente un desastre de persona, un mediocre abogado de Oklahoma que le debe su posición al hecho de ser amigo de un amigo de Bush. El último trabajo conocido de Brown antes de ingresar en la Administración de la mano de su viejo compañero de habitación de los días colegiales Joe Allbaugh fue el de presidente de la Asociación Internacional del Caballo Árabe. ¿Supuso alguien que el conocimiento de esta raza equina le cualificaba de cara a la amenaza del terrorismo islámico?
En cualquier caso, sarcasmos aparte, lo cierto es que la creación de la Secretaría de Seguridad Interior y la integración en ella de la FEMA es consecuencia directa del ataque terrorista del 11-S. Y es igualmente cierto que la prevención y la respuesta a un hipotético ataque con armas de destrucción masiva es parte fundamental del no menos hipotético trabajo de la subsecretaría adjudicada a Brown. Probablemente el terrorismo de la naturaleza, mucho más frecuente y destructivo, había pasado a un segundo plano. Lucidez 'a la Bush'.
Antes de ser integrada en el nuevo ministerio, la FEMA había sido dirigida por Allbaugh, el compañero de habitación de Brown y director de la campaña electoral de Bush en 2000. El amiguete, al irse, recomendó al especialista en caballos árabes para montar un animal aparentemente apacible y gustoso que ha resultado finalmente un cimarrón indomable. Brown no dimitirá si no quiere o si tiene la suerte de que acaben las críticas que le asedian, pero está políticamente muerto. En un ‘western’ alguien le habría dicho ya: “Nunca debiste salir de Oklahoma, forastero”.
Las muestras de incompetencia de Brown han sido muchas, aún antes del ‘Katrina’, como enviar 31 millones de dólares a zonas de Florida supuestamente afectadas por un huracán que no lo habían sido en absoluto e intentar justificarlo después. El “Florida Sun-Sentinel”, que reveló el affaire, pidió entonces su dimisión. Ahora, tras el ‘Katrina’, ya la demanda a gritos.
Entre los errores de este bueno-para-nada y beneficiario de la lacra del amiguismo, que surca a todo lo ancho y alto la administración Bush, está haber suspendido totalmente -y apenas iniciadas- las tareas de salvamento y evacuación de víctimas en NO, pese a ser emprendidas con tanta tardanza, después de que un helicóptero fuera tiroteado. ¿Era acaso la 'big easy' un hervidero de francotiradores que hacía imposibles las tareas de la FEMA en toda la extensión de la ciudad? Más bien Brown careció de la autoridad necesaria para ordenar a sus subordinados que se siguiera la tarea tras ese incidente aislado, evitando -por supuesto- toda posibilidad de peligro. De ese modo contribuyó a convertir una gigantesca emergencia humanitaria en una cuestión de orden público, enfoque que fue muy del gusto de ‘Dubya’ pues le permitió dar prioridad al tema en el que es un reconocido especialista quien dio rienda suelta a la pena de muerte durante su época como gobernador de Texas y tiene a gala reducir la tolerancia a cero.
Otra muestra de la eficacia del ‘nepotizado’ Brown: cinco aviones de transporte C-130, solicitados a la Guardia Nacional Aérea de West Virginia para tareas de evacuación en Luisiana, hubieron de regresar de vacío a su base tras enfrentarse a un caos burocrático infernal y a una indescriptible desorganización. Es “una vergüenza deplorable”, dijo el gobernador Joe Manchin, al tiempo que anunciaba que no se realizaría ninguna otra operación mientras la FEMA no se aclarase.
Por si faltaba un clavo sobre el féretro político de Michael Brown, la prensa se ha cebado -justificadamente- en el hecho singular de que en la web de la FEMA un ‘invento’ del ayatolá evangelista Pat Robertson -el mismo que días antes pedía la cabeza de Hugo Chávez para usarla como pisapapeles- aparezca en tercer lugar (tras la Cruz Roja y America Second Harvest) en el lista de organizaciones autorizadas para canalizar la ayuda a las víctimas del ‘Katrina’.
‘Operation Blessing’ (Operación Bendición, que así se denomina el invento) había desaparecido silenciosamente hace tres años de la lista de la FEMA, en coincidencia con ciertas denuncias que llevaron a una investigación (inútil, claro) sobre el desvío de fondos caritativos a intereses mineros del ‘ultracristiano’ en África y a la financiación de iniciativas políticas propias. ¿Qué ha podido motivar su estelar reaparición ahora, tras la nada evangélica petición al Gobierno de que asesinase a Chávez? Seguramente es cuestión de afinidades profundas entre Brown y Robertson, las que surgen cuando dos ambiciosos canallas se identifican entre sí como tales.
Hasta aquí lo que concierne a Brown, que no es poco. Pero las deficiencias del semi-reprobado amigo del amigo no pueden hacernos olvidar que el máximo responsable de las consecuencias trágicas del ‘Katrina’ es el amigo-jefe; que Bush no sólo desoyó antes del desastre las peticiones de NO para evitar la tragedia mejorando los diques, sino que después, cuando todo estaba consumado en tres estados de la Unión, mostró una gélida e incomprensible pasividad. Y al hacerlo puso en evidencia -más allá de un obvio déficit de humanidad- su rampante incompetencia.
Ahora, tanto él como sus fieles adláteres y corresponsables, lanzan gigantescos chorros de tinta de calamar sobre realidades transparentes. Incluso el ex secretario de Estado, Colin Powell, ha sido sacado de su retiro para sostener dos de las principales tesis de la Administración Bush: que los errores se cometieron a todos los niveles de la Administración (local, federal y estatal) , lo que descarga parcialmente de responsabilidad al Estado, y que no ha habido nada parecido al racismo en el tratamiento de la crisis.
Antes de sacar a su ‘tío Tom´ favorito a la palestra, Bush ya había movilizado a su ‘tía Tomasa’, Condoleezza Rice, pero la sustituta de Powell tiene entre los de su raza mucho menos carisma que su predecesor, que, en un tono supuestamente crítico, ha dicho precisamente aquello que el presidente estadounidense necesita llevar a la conciencia de los ciudadanos, afectados o no, y en especial a los de color. Dos tercios de la población negra de Estados Unidos están convencidos de que la magnitud del desastre y la prolongada desatención a las víctimas está directamente relacionada con los prejuicios raciales. ¿Pueden Rice o Powell convencerles de lo contrario por muy ‘brothers’ que se pongan?
Formulémonos la pregunta por vía indirecta. ¿Es imaginable una situación como la que han sufrido y sufren Luisiana, Misisipí y Alabama en estados de la misma costa, pero más al norte, como Pennsylvania, Massachussets o Maine? Digan conmigo que no. Si tal cosa sucediera ante la indiferencia y pasividad del Estado George W. Bush tendría ante sí en 24 horas un petición de ‘impeachment’ por negligencia en el deber (una de las causas previstas constitucionalmente, en la que ha incurrido de modo clamoroso).
Pero en lugar de ello, presidirá una comisión creada por él mismo para determinar “lo que se hizo bien (sic) y lo que se hizo mal”. Con un par, y ante la pasividad general, el acusado se convierte en juez. Inefable.
Si Thomas Jefferson levantase la cabeza hoy caben dos posibilidades: o se pegaría un tiro al contemplar en qué se ha convertido su sueño o lanzaría una diatriba apocalíptica contra todas las magistraturas del Estado y llamaría a los ciudadanos a las armas, que para eso defendió que las tuvieran.
La democracia estadounidense no está simplemente más o menos enferma, como tantas. La tragedia del ‘Katrina’ ha tornado su techo de cristal y lo que puede verse, además de las roturas, es que se encuentra en coma.
¿Irreversible? Es de temer que sí, al menos mientras la ciudadanía no despierte. Y desde hace al menos siete décadas se viene haciendo todo lo posible para que no lo consiga.
Lectura online: www.tierradenadie.cc
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