28 septiembre, 2003

Jacques Brel, superviviente

Jacques Brel (Bruselas, 1929) murió el 9 de octubre de 1978 en un clínica parisina de cáncer de pulmón. Están a punto de cumplirse, pues, los 25 años de la desaparición de quien llevó a su máxima expresión la unión de varias capacidades no precisamente comunes: componer música, escribir letras e interpretar canciones. Las tres cosas las conjugó Brel simultáneamente hasta un nivel de perfección que nunca, hasta ahora, ha sido superado. Tal vez por ello, un cuarto de siglo después de su muerte su inconfundible "marca registrada" vende una media de 250.000 ó 300.000 discos al año, cifra que envidiarían casi todos los artistas que gozan de buena salud.

Sin duda es esa cualidad de buen "vendedor" lo que hace que la explotación de la obra de Jacques Brel sea periódicamente objeto de polémica. Sus herederos (mejor dicho, herederas; mujer y tres hijas, adecuado castigo para un misógino mujeriego) ostentan la marca de haber logrado la primera sentencia condenatoria para una web de Internet por poner al alcance de los navegantes -gratuitamente- las letras de las canciones del autor de "Amsterdam". Se trataba de un pobre estudiante admirador del belga y cuya web se hallaba -si no recuerdo mal- alojada en el centro académico en el que estudiaba. De ese modo, Internet empezó a evidenciar claramente que pintaban bastos para la generosidad y alegría que hasta entonces había imperado. La Fundación Jacques Brel estaba a punto de sacar a la venta su antología de los textos del artista y pretendía eliminar, por vía de ejemplificación, toda competencia.

Tenía que llegar 2003 para ver cómo la omnipotente RIAA (asociación que engloba a las principales empresas discográficas norteamericanas) demandaba a una inocente criatura de doce años por valor de 200.000 dólares a causa de su "perversa costumbre" de bajarse de la red cancioncillas de moda en formato mp3. Pero este es un tema del que trataré en otra ocasión.

En lo que concierne a Jacques Brel, la polémica más reciente se refiere a la difusión de cinco canciones inéditas que salieron a la venta el pasado martes por voluntad de la familia y contra la opinión del productor Eddie Barclay, el arreglista François Rauber y el pianista Gerard Jouannest, que testimonian que su autor e interprete había pedido expresamente que no se editasen por considerarlas inacabadas.Esas canciones (Mai 40, La Cathédrale, Avec élégance, L'amour est mort y Sans exigences) fueron grabadas en las sesiones de las que nació el último (y bellísimo) disco de Brel. La idea inicial era lanzar un disco doble, pero Brel sólo tenía 17 canciones y pensaba que las cinco referidas no estaban suficientemente maduradas ni iban a contribuir a la unidad y coherencia que él pretendía para su última comunicación con el público. Así fue como se incluyeron sólo doce canciones en un disco cuyas ediciones se agotaban apenas llegaban a las tiendas y que batió todos los récords de la época.

Era la despedida y Brel, trágicamente consciente de ello, había querido cuidarla especialmente. Fue un disco lleno de emoción y sinceridad, sin concesión alguna a la comercialidad y pleno de una poesía intensa y conmovedora. El cantautor había abandonado los escenarios en 1967 -salvo el breve retorno que supuso su montaje de "El hombre de la Mancha"- y, aunque grabó aún algunos discos soberbios, se puede decir que los años 70 los pasó retirado. Su disco, en consecuencia, era esperado ansiosamente por la innumerable legión de sus admiradores. Y, por última vez, no decepcionó. Quizás sí habría decepcionado en el caso de incluir los cinco temas que ahora se desvelan, aunque es improbable en un mundo regido por la fraudulenta costumbre de que una sola canción, más o menos aceptable, justifique la puesta a la venta de un disco.

¿Es una traición esta edición póstuma? En sentido estricto sí, sin duda, pero lo estricto no equivale casi nunca a lo justo ni forma parte necesariamente de lo real. Si fuera posible preguntar a Brel, probablemente nos diría que no sólo no deberían editarse éstas sino que habría que borrar de la historia el 80 por 100 de su repertorio. Su autoexigencia era bien conocida, así como el hecho de que odiaba o consideraba fallidas o sin vigencia muchas de sus canciones, hasta el punto de que, tras grabarlas, nunca las interpretó en público.

Pero, afortunadamente, el autor no siempre tiene razón, pese a que, en vida, le quepa todo el derecho a disponer de sus criaturas como mejor le parezca. Siempre tendremos que agradecer a Max Brod que traicionase la última voluntad de Franz Kafka, que le pidió que destruyese sus manuscritos. Gracias a esa traición llegamos a conocer la magnitud de la creatividad y la extraordinaria sensibilidad para captar el signo de los tiempos de un ser cuyo perfil -sin esa amistosa traición- sería anodino, funcionarial.y absolutamente olvidable.

En cuanto a las "nuevas" canciones, cuyas letras ya conocía a través de L’oeuvre intégrale, son puro Brel. Sus obsesiones, la riqueza de sus imágenes, el aliento poético, su desgarro entre la ternura y la amargura están ahí. Y merece la pena. Poco importa que en alguno de los temas el arreglo sea poco más que una colcha armónica para cubrir un esqueleto melódico, aunque uno se pregunta por qué, puestas en el trance de difundir las canciones, las herederas no han intentado que alguien -y nadie más indicado que el propio Rauber- completase los arreglos.

En cualquier caso, insisto: merece la pena.

Las inéditas (Letras)

* Mai 40
* La cathédrale
* Sans exigences
* L'amour est mort
* Avec élégance

Documentación

* Biografía
* La obra
* Canciones traducidas

05 septiembre, 2003

Una retirada a tiempo...

Es un alivio constatar que el eje franco-alemán sigue siendo coherente con su inicial rechazo a la invasión de Irak. Es alentador que alguien plante cara a tanta mentira, intoxicación y cinismo como se ha puesto de manifiesto en esta expoliadora aventura del imperio y sus sicarios, entre los cuales José María Aznar ocupa una posición tan estelar como vergonzante. Lo contrario sería un terrible sarcasmo y un indicio abrumador y frustrante de que nuestro vil y pequeño mundo no tiene, definitivamente, remedio.

El desgarrado descaro de la administración Bush, reclamando de la ONU la aprobación de una resolución que conduzca a la participación en el sangriento fangal iraquí de una amplia fuerza multinacional bajo mando estadounidense, roza lo surrealista. Las Naciones Unidas no pueden (o, para ser más exactos, no deberían) ser cómplices de ese grosero intento de los depredadores de salir indemnes de una desaprensiva excursión en la que, pese a sus mentiras, actuaron contra el criterio de todo el mundo y por motivaciones que nada tienen que ver con la lucha contra el terrorismo internacional y menos aún con la filantrópica meta de establecer en Irak un régimen democrático.

Es evidente que los gobiernos estadounidense y británico han comprendido y asumido finalmente que lo que creían que iba a ser un apacible paseo por el campo se ha transformado rápidamente en un pesadilla y que no es previsible que remita en un plazo razonable de tiempo, sino, por el contrario, que se acreciente. Ante ello estos chicos listos pretenden retirar el grueso de sus tropas y ceder la plaza -no el control militar, político y económico de Irak, claro- a efectivos de un conglomerado multinacional de cascos azules que, además de lavarles la cara ante la opinión mundial, les ahorre la preciada sangre de sus ciudadanos, cuyo derramamiento continuado tendría nefastos efectos electorales y consecuencias económicas muy indeseables.

Lo único razonable que la comunidad internacional puede responder a las pretensiones de los invasores es: "vosotros lo empezasteis, vosotros los terminais a vuestras expensas". O mejor aún: "salid de ahí cuanto antes y dejad que la ONU intente arreglar el entuerto que habeis provocado". Y es que, efectivamente, como el torpe y osado aprendiz de brujo, el eje Washington-Londres ha desatado fenómenos incontrolables y arrojado más leña al fuego de una caldera que ya estaba sobrecalentada y ahora amenaza con estallar.

Se dice que una retirada a tiempo es una victoria. Pues eso.

03 septiembre, 2003

'Ballo in maschera'

A estas horas, más o menos, debe estar Aznar anunciando los cambios en su Gobierno subsiguientes a la salida del mismo de Rajoy y Piqué. ¿Y a quién le importa? Si fuéramos serios estas "novedades", que ocupan muchas páginas en los periódicos y largos minutos en los medios audiovisuales, nos traerían sin cuidado, como deberían traernos todas las cosas que no afectan a nuestra vida real, a nuestra cotidianeidad presente y futura.

Que Rajoy vaya a ser el próximo candidato del PP a la presidencia del Gobierno o que Piqué aspire a presidir la Generalitat catalana no tiene, en lo esencial, la menor importancia para el personal de a pie. No van a protagonizar ningún cambio esencial. Lo que sí es significativo es que ambos, en los ya remotos años de su juventud, tuvieron veleidades izquierdistas. Y no me vengan con aquello tan reaccionario de "quien no es revolucionario a los 20 años no tiene corazón y quien sigue siéndolo a los 40 no tiene cabeza".

No van por ahí los tiros. Lo revelador es que ambos tenían una precoz vocación política. Una vocación que, para varias generaciones de españoles, sólo podía expresarse desde la izquierda en la larga noche del franquismo. Aquellos tiempos daban a la actividad política ajena al Régimen un aire romántico e idealista, pero la vocación política real y constatable es algo más elemental y grosero. Se trata de una expresión sofisticada de la pura y simple ambición de liderazgo y poder.

Por un momento he sentido la tentación de sacar a bailar a Levy-Strauss o a Lacan, o al Freud iluminado de "El malestar en la cultura", pero, felizmente, he superado la crisis. Con el título en italiano ("baile de máscaras") ya he cumplido, por hoy, mi infalible cuota de pedantería. En realidad, dejando aparte consideraciones antropológicas y psicoanalíticas, es algo muy simple. ¿Hay algo en la ambición humana difícil de comprender? Lo que, en el fondo, resulta difícil de asumir es la automitificación del oficio político en las democracias formales contemporáneas.

El ejercicio de la política es básicamente representación, pero no entendida convencionalmente como representación de los ciudadanos que, mediante el voto, delegan su derecho y su deber de ejercer la política, no. Qué más quisiéramos. Representación en el sentido teatral de la palabra. Ser un buen actor, rodearse de una escenografía adecuada y poseer una incombustible capacidad para emitir palabras es mucho más útil en el oficio que tener ideas y ponerlas en práctica, lo cual se supone que es lo importante en un político.

Lo esencial de la actividad política se pone en práctica cuando se asignan las diferentes partidas de los presupuestos. Y eso, que parece tan complicado a primera vista, pierde buena parte de su transcendencia si se considera que no es otra cosa que contabilidad y que buena parte de los capítulos vienen condicionados por los gastos fijos de la propia maquinaria del Estado. Lo importante y realmente político es la definición de prioridades en el gasto, el resto es administración pública, una máquina que funciona de modo automático -y casi nunca eficiente- independientemente del ministro que esté al frente.

Y finalmente queda lo cotidiano del oficio político, el "trabajo" auténtico: la dinámica partidista, la interna y la externa. La interna, de capital importancia para el mantenimiento del poder en el seno del partido, es, generalmente, fontanería secreta, gobierno colegial, canalización de ambiciones y capacidades. La externa es ostentosamente pública y se desarrolla más, paradójicamente, ante las cámaras y los micrófonos que entre las paredes del Parlamento. Lo dicho: representación. Se trata de deteriorar al enemigo y fortalecer la posición propia, en el ejercicio del poder o al margen de él.

Todo muy prosáico, como puede verse. No hay ningún motivo para mitificar a estos profesionales de la representación y de la intriga. Más bien al contrario.

Así pues, ¿qué importa a quién nombre Aznar ministro? ¿Qué importa lo que vayan a decir o hacer Rajoy o Piqué en lo sucesivo? ¿Qué importa que una patética Cristina Alberdi, ex ministra-florero de Felipe González esté empeñada en parecer un "topo" del PP dentro del PSOE?

Lo que importa, por ejemplo, es que, pese a las alentadoras estadísticas macroeconómicas, seguimos teniendo un elevado índice de desempleo y que el 21,4% de ese desempleo es de larga duración, con especial incidencia en los mayores de 40 años. Lo preocupante, también, es que la deliberada fragilización del empleo se ha hecho deliberadamente estructural y afecta de modo endémico a los trabajadores más jóvenes.

¿Cabe esperar que alguno de los arriba mencionados (u omitidos, para qué nos vamos a engañar) vaya a hacer algo por lo que realmente importa? Digan conmigo ¡noooo!

En consecuencia, que les vayan dando. Bastante tenemos con pagar los gastos de un lamentable espectáculo que nos deja sin esperanzas.