30 diciembre, 2008

Ofensiva en Gaza: Brutalidad y cálculo israelí



Al menos 360 muertos y 1.700 heridos es, hasta ahora, el balance conocido de víctimas palestinas causadas por la ofensiva aérea de Israel contra la franja de Gaza, brutal y desproporcionada. La nación judía justifica el ataque como respuesta al lanzamiento de cohetes Kassam contra territorio israelí por parte de militantes de Hamas, pero la lectura política que puede hacerse de esa absurda y abusiva iniciativa bélica va mucho más allá de la amenaza de unos proyectiles rudimentarios y casi ridículos y es de doble recorrido: interior y exterior.

Por un lado, la proximidad de las elecciones legislativas ha llevado al Gobierno a hacer una demostración de fuerza antipalestina que contrarreste las acusaciones de 'blandura' que formula el radical Netanyahu, lider del Likud tras la creación de Kadima por parte de Ariel Sharon, escisión autotitulada de centro-derecha (?) enfrentada al ultraderechismo del grupo original. No hay diferencias esenciales en cuanto al trato que ambos proponen para el contencioso palestino. La diferencia fundamental es que unos (Kadima) están en el Ejecutivo y otros (Likud) quieren estar. Aparecer ante el electorado como 'halcones' no sólo es preciso para llegar o mantenerse en el poder a través de los votos, sino también un factor importantísimo para obtener luego, en la Knesset, el apoyo de los partidos religiosos ultraortodoxos que, desgraciadamente, condicionan la vida política en Israel, del mismo modo que el fundamentalismo islámico rige Gaza.

Pero el ataque contiene también un mensaje exterior muy personalizado de cara a la futura Administración del Partido Demócrata en Estados Unidos, país que ha sido tradicionalmente valedor y cómplice de todas las transgresiones practicadas por Israel, en abierto desafío a Naciones Unidas, cuyas resoluciones ha ignorado habitualmente con impune arrogancia. Obama y su equipo callan ante la aplastante ofensiva en Gaza y el silencio se explica, a través de fuentes cercanas, como la actitud lógica ante una responsabilidad que todavía concierne a Bush. Israel ha atacado mientras éste ocupa la Casa Blanca de modo calculado, en un intento de replantear el estatus de Gaza y enfrentar a Obama a hechos consumados.

Tradicionalmente las administraciones demócratas han sido menos permisivas con el Gobierno de Jerusalén y han puesto especial empeño en forzar la negociación entre árabes e israelíes desde la ya remota ocasión de Camp David, hace treinta años, bajo la presidencia de Carter. Ahora, a partir de su toma de posesión, Obama deberá demostrar que es capaz de conciliar su compromisos con la seguridad de Israel y con el logro de la paz en Oriente Medio. Tener como mano derecha a Rham Emanuel y como responsable de política exterior a Hillary Clinton no permite abrigar muchas esperanzas. En cualquier caso Israel, con esta ofensiva, deja claro que no se lo va a poner fácil.

Fotografía: batería de cohetes Kassam, arma más simbólica que real de Hamas. Se fabrican rudimentariamente en talleres clandestinos y tienen un alcance reducido y una precisión nula.

27 diciembre, 2008

La economía virtual (y IV): Cuando para la música

Advertencia. Quien no haya visto detenidamente el documental "El dinero es deuda" ( el dinero como deuda, en traducción literal) no va a entender gran cosa de lo que se argumenta a continuación o creera que está ante una serie de afirmaciones gratuitas. Por ello reitero encarecidamente su esclarecedora contemplación.

La revelación de que el dinero lo generan los bancos y de que su 'creación' se hace en base a las deudas que con ellos contraen los clientes privados, corporativos y públicos (gobiernos incluidos) seguramente es un revelación casi insoportable -por su falta de lógica- para cuantos hemos vivido en la ignorancia de esa realidad, que es en sí misma una amenaza permanente a la estabilidad económica y al bienestar general. El hecho de que el denominado sistema bancario de reserva fraccional haya permitido la creación de dinero con un ratio de nueve a uno -superado de modo considerable en los tiempos más recientes- nos dice, sin lugar a dudas, que la economía virtual lleva consigo la semilla del colapso y la ruina a plazo más o menos largo.

En el documental al que nos referimos alguien (A. Gause) compara el sistema de reserva fraccional con el juego de 'las sillas musicales', en el que mientras suena la música no hay perdedores. Así es, pero a una escala gigantesca y extraordinariamente injusta. En este juego de la economía virtual son miles de millones los danzantes y centenares las sillas. Éstas, además, están ocupadas en su mayoría, desde el principio del juego, por quienes ejecutan la música. Cuando la partitura llega a su fin, como ocurre en estos momentos, es el caos. En esos (estos) momentos es posible percibir que todos nos hallamos inmersos en un gigantesco fraude piramidal como víctimas de él, un fraude de escala planetaria que los gobiernos no han sabido o querido (sí han podido, sin embargo) prever y evitar.

El vídeo 'El dinero es deuda' nos señala el auténtico talón de Aquiles del 'esquema Ponzi' legal (que no legítimo) en vigor a escala global. Más allá del absurdo consistente en que el dinero que se crea sea deuda, es decir un futurible, una virtualidad, y también más allá del hecho de que si todas las deudas se pagasen en un momento dado el propio sistema se autodestruiría, hay algo que escapa a la virtualidad, una contigencia real y operativa en todo momento. Hablamos del gigantesco desfase que se crea a largo plazo entre el conjunto del dinero creado mediante la deuda y el conjunto del dinero debido (principal más intereses). El dinero de los intereses pertenece a la economía real, no lo crean los bancos a través de la deuda sino que procede de los salarios o beneficios de los deudores. Dado que su pago está dividido y aplazado y que su montante supera con mucho al de la deuda, la falta de liquidez monetaria en el conjunto del sistema está llamando permanentemente a la puerta.

Las señales de alarma no han faltado desde los años 80, expresadas mediante una sucesión de crashes sintomáticos que lejos de moderar la especulación la han acentuado. El gráfico siguiente es muy elocuente al respecto (pulsar para ampliar):


En este otro gráfico (pulsar para ampliar) es posible seguir con detalle la evolución del índice Dow Jones entre junio de 2007 (crisis de las subprime ) y octubre de 2008.




¿Cabe alguna explicación lógica para la escalada de 2.500 puntos que tiene lugar en poco más de un trimestre, entre el verano y el otoño de 2007? No, es un puro delirio. A no ser que... Sí, a no ser que quienes han estado poniendo la música, los dueños de la partitura, hayan decidido que es el momento de pararla. Ellos tienen la capacidad necesaria para orquestar un crescendo extraordinario como ese para realizar por última vez beneficios gigantescos y deshacerse con la mayor rapidez posible del papel sobrevalorado. A partir de ahí el índice se desploma prácticamente en vertical en el verano de 2008.

En una situación 'normal' e ideal (inexistente) las cotizaciones en bolsa de las acciones deberían estar directamente relacionadas con las ganancias de las empresas, o al menos con su previsión de beneficios, que a su vez condicionarían los de los inversores. Lejos de ser así, los mercados bursátiles no tienen más que una relación remota (virtual, una vez más) con la rentabilidad del capital productivo (o sea, con el valor real). La ley del valor está ausente de los mercados bursátiles y la diferencia entre los beneficios reales de las empresas y el valor teórico de las acciones ha llegado a alcanzar una dimensión de irrealidad inédita en toda la historia del capitalismo.

Esta crisis, a partir de los parámetros dados, era inevitable y su profundidad será tanto más grave y duradera cuanto más tarde en establecerse una relación más realista entre la economía real y la virtual. Dado que el caos financiero no ha terminado de extender sus secuelas al tejido productivo y al empleo es muy probable que nos hallemos ante una depresión de largo recorrido y consecuencias sociales y políticas muy azarosas.

Debemos revisar la idea de que nos hallamos ante una de las crisis cíclicas del capitalismo. El propio acortamiento de los cíclos críticos evidencia que esta es una crisis esencial del sistema, una evidencia incontestable de su insostenibilidad, que es permanente, no circunstancial. La idea del crecimiento constante y acelerado, en la que se basa el conjunto del sistema, es pura y simplemente suicida y la globalizacion acentúa los riesgos inherentes a la imposibilidad de controlarlo todo eficazmente -aunque algunos se digan capaces de hacerlo-, para el bien común, mediante la virtualización de la economía y las politiquillas monetaristas.

Es el trabajo, la producción lo que construye la auténtica riqueza, no la especulación, que la multiplica artificialmente hasta destruirla. Si nada se modifica, cuando la economía se reactive asistiremos a la evidencia de que el capital global se ha concentrado en menos manos aún de las que ya lo estaba y constataremos una acentuación dramática del principio tácito de que el enriquecimiento extraordinario de una ínfima minoría se fundamenta y alimenta en las carencias, en muchos casos esenciales, de una creciente mayoría. Dejaremos así, en algún momento, de situarnos pasivamente ante un fraude intolerable para hallarnos ante un 'casus belli' ineludible.

¿No basta ya de engaños? ¿No son suficientes las pesadillas?

26 diciembre, 2008

Adiós y hasta siempre a Harold Pinter



Hace tres años
y algunos días 'La Espiral' homenajeaba a Harold Pinter con ocasión del Nobel de Literatura y la oportunidad de su discurso de recepción, que, aquejado ya de la enfermedad que le ha causado la muerte, envió grabado. Hoy no quisiera añadir más a lo escrito entonces. Pinter quedará y su obra volverá a nosotros periódicamente porque habla del hombre y al hombre eterno con una vocación de esclarecimiento y verdad tan raras como necesarias en tiempos de escapismos, mentiras e indignidad.

¡Salvad al hombre!


Preguntaréis ¿por qué su poesía
no nos habla del suelo, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
¡Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles!
Pablo Neruda


Harold Pinter (Londres, 1930) no pudo acudir ayer a la entrega del Premio Nobel de Literatura 2005 que con tanta justicia como oportunidad se le ha concedido. Su salud es tan precaria que tal vez el video en el que envió su discurso de recepción sea su última obra. Será, en cualquier caso, una obra que le resume, mostrándonoslo al final de su vida, y ya para siempre, más airado que nunca contra una realidad global caracterizada por el horror y por la impunidad de quienes lo imponen como instrumento de una voluntad de dominación regida por la avaricia y el desprecio de cualquier consideración moral o ética.

La elección de los versos de “España en el corazón” de Pablo Neruda para enfilar la conclusión de su discurso fue explicada por Pinter porque “en ningún lugar de la poesía contemporánea he leído una descripción tan poderosamente visceral del bombardeo de civiles”. Aquí, precisamente en España, durante la Guerra Civil (que tantos pretenden ahora, interesadamente, borrar de la memoria), comenzó una forma inédita de horror, expresada con insuperable elocuencia mediante los bombardeos de la población civil, algo que poco después, en la segunda guerra mundial, llegó al extremo de lo abominable y alcanzó su máxima y más execrable expresión en el uso del arma atómica contra los habitantes de Hiroshima y Nagasaki.

Del horror de la Guerra Civil española surgió el posicionamiento ideológico irreversible del Neruda que escribió los conmovedores versos de “Explico algunas cosas” que Pinter evocó. De ahí procede también el compromiso de Picasso, que expresó aquel horror y aquella inhumanidad en su “Guernica”. Pinter viene de entonces y de después, del largo e insufrible 'durante' que ha sido el siglo XX y el inicio del XXI, de los que ha sido crítico testigo. Su opción, frente a la muda complicidad de tantos intelectuales y artistas, no es la inhibición, ni el silencio, ni la asunción de la propia impotencia, sino la indignada denuncia de un tiempo en el que “la dignidad del hombre está casi perdida”.

Frente a ello se alza su voz para afirmar que “como ciudanos, la resuelta, insobornable, fiera determinación intelectual de definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades es una crucial obligación que recae sobre nosotros. De hecho es obligatorio”.

Es un grito de alarma y una angustiada llamada de socorro ‘in extremis’ lo que lanza este autor teatral al borde de su adiós a la vida. Un grito que debería despertarnos a cuantos yacemos enajenados en la cuna del hombre, que, como escribió León Felipe, “la mecen con cuentos”.

Nunca ha habido más cuentos que ahora, ni tan populares, ni tan acríticamente aceptados por las sociedades a las que se dirigen y que, paradójicamente, se describen como avanzadas.

Resulta consolador, por más que se tema estéril, que, frente a tanto bufón y juglar mercenario, sentado indiferente y gozoso a la mesa del poder cuya vocación destructora Pinter denuncia, quede una voz que habla en nombre del hombre real y posible para denunciar que lo más esencial de la especie, la dignidad, está a punto de perecer.

Ojalá su grito transcienda, que una y movilice a la dispersa legión de los disconformes, que vomitan en solitario por todas las esquinas del planeta. Es obligatorio, como él dice. Despertarse y despertar a los demás es obligatorio. Hay que salvar al hombre.

P. S.: Olvidaba decir que la esencia del discurso de Pinter se centró en una crítica demoledora de la política de Estados Unidos y de su presidente, George W. Bush. ¿Hacía falta que yo lo señalase?

21 diciembre, 2008

La economía virtual (III): Recapitulación



Tras casi una semana de involuntario silencio (1), retomo esta serie sobre la economía virtual con el propósito de que no sea tan larga como he llegado a temer. La razón es que buena parte de la argumentación que podría utilizar ya ha sido al menos indicada en las siete entregas de la serie 'Refundar la democracia', cuya relectura recomiendo a modo de recapitulación previa a algunas conclusiones no explicitadas en dicha serie.

En especial, la consideración (o reconsideración, si ese es el caso) del documental 'El dinero como deuda' es de importancia primordial para comprender el resto de esta serie sobre la economía virtual. La obra del excelente pintor y artista gráfico canadiense Paul Grignon es de tal transcendencia que ya tiene numerosas versiones en diversas lenguas, realizadas por espontáneos entusiastas, y está dando la vuelta al mundo.

El éxito de 'Money as debt' (web del autor) tiene una razón muy simple: por primera vez la teoría (y práctica) monetaria vigente, cuyo conocimiento en detalle, como el propio Grignon subraya, está vedado a la mayoría de la población mundial, es explicada en toda su cruel simplicidad. La virtualidad del dinero -la inexistencia material de la mayor parte de él- queda al descubierto. Algunos pueden pensar que el documental no es otra cosa que un bulo más de internet, pero no es así. Se trata de una información de la que todos debemos disponer para conocer a fondo el mundo en que vivimos y el origen de una fenomenología que, pese a parecer ajena y distante de nuestra vidas, las condiciona hasta más allá de lo tolerable.

'El dinero como deuda', con un planteamiento eminentemente didáctico y ameno, nos da pistas abundantes acerca del origen de la crisis económica que sacude al mundo y está produciendo día tras días indeseables secuelas sociales. El fraude a largo plazo está en la propia esencia de la economía virtual, en la medida en que parte de la idea utópica de un crecimiento permanente que se basa en el aumento, asimismo constante, de la deuda. Cuando colapsa el subyacente esquema Ponzi 'mejorado' los daminificados se cuentan por millones, ya lo sean por vía directa o por causa del desvío de fondos de los estados a fines no sólo impropios sino también escandalosamente contradictorios con la libertad de mercado que sus beneficiarios habituales siguen reclamando, incluso ahora, con inefable cinismo.

Foto: Paul Grignon

1) Nuevamente he sufrido un incomprensible siniestro informático. Mi ordenador Acer Aspire M3610, comprado en junio, se niega a arrancar. Afortunadamente está en garantía, aunque nunca sé si eso significa algo.


Continuará.

15 diciembre, 2008

Economía virtual (II): Madoff, por ejemplo


Bernard Madoff tiene una biografía de éxito típicamente americana, una historia de progreso personal construido desde la nada en la 'tierra de las oportunidades'. Según su propio relato, en 1960, con 22 años, inició su empresa, 'Bernard L. Madoff Investment Securities', con un capital de 5.000 dólares obtenido trabajando como socorrista e instalador de sistemas de riego. A los 50 años no sólo era multimillonario, sino que además era reconocido como uno de los pilares de Wall Street. Nunca terminó la carrera de Derecho, pero ¿qué falta le hacía cuando contaba con la confianza de una legión de gente que le entregaba lo que más quería: su dinero?

Ex presidente de NASDAQ, el mayor mercado bursátil de Estados Unidos, se le identifica con la revolucionaria informatización de las transacciones, que democratizó y abarató la participación en la Bolsa. De ahí al estatus de gurú de las finanzas no hay distancias. Madoff era un mito incontestable, un tótem intocable. Tal vez él haya sido la primera víctima de su credibilidad generalizada.

No es verosímil que durante casi medio siglo haya mantenido un fraude en el que pagaba a los que reclamaban sus beneficios con los ingresos que le proporcionaban los nuevos clientes. Lo más probable es que en algún momento su negocio familiar, basado en ofrecer altos rendimientos, se hundió y él emprendió una trágica huída hacia delante, con la esperanza de que la situación mejorase. Nadie lo sabe. Nadie puede afirmar con certeza casi nada en relación con un fraude estimado por él mismo en 50.000 millones de dólares, un importe superior al agujero generado por Lehman Brothers, otro paradigma de la solidez y la confianza que había funcionado sin problemas desde 1850.

"Era todo una gran mentira, un gigantesco esquema Ponzi". Eso es lo que habría declarado el propio Madoff a algunos colaboradores. El hombre que empezó con 5.000 dólares su negocio había recibido en las últimas semanas peticiones de reintegro de sus clientes por un importe de 7.000 millones de dólares. Todo lo que tenía disponible era un capital entre 200 y 300 millones con el que -dijo- pensaba resarcir a "algunos empleados seleccionados. familia y amigos". Su castillo de naipes se derrumbó.

Durante muchos años el funcionamiento de 'Bernard L. Madoff Investment Securities' había despertado suspicacias en medios financieros. Su resistencia frente a las alternativas de un mercado volátil e inestable, que hacía tambalearse a otros ocasionalmente, era algo "demasiado bonito para ser cierto, y por tanto tiempo". El hecho de que su gestión no fuese auditada por ninguna empresa importante, sino por una oscura y pequeña firma, aumentaba las dudas.

Una inspección realizada en 1992 no encontró nada sospechoso (al menos esa es la 'verdad oficial') y aquello frenó posibles iniciativas de control posteriores. Madoff no sólo contaba con su carisma, comunmente aceptado en Wall Street. Además tenía el apoyo de la poderosa e influyente comunidad judía, a la que Madoff pertenece, algunos de cuyos intereses y filantropías estaban vinculadas a las inversiones que -supuestamente- gestionaba. Ahora esa comunidad se halla entre los más afectados por el fraude.

El fiasco ha dejado boquiabierto y petrificado a un país que carece de la sana costumbre de preguntarse quién es quién, por qué pasa lo que pasa o cómo es posible que su sueño dorado evolucione hacia la pesadilla y los grandes hombres de ayer aparezcan como los grandes bellacos de hoy. Su reacción es emocional y la conclusión a la que llegan es que todo apesta. Un corolario muy peligroso en un país con innumerables conflictos aplazados y poseído por una creciente desesperanza.

El tinglado de Madoff ha colapsado como consecuencia de la desconfianza generada por una crisis económica que no acaba de tocar fondo y cuyas heridas se están restañando en gran medida con el dinero que debería ser destinado a iniciativas públicas. Todo indica que, fundamentalmente, han sido las dudas más que razonables que generan los 'hedge funds' las que han provocado que el feo trasero de Bernard Madoff quede al descubierto, cosa que seguramente no habría sucedido en ausencia de crisis.

En cualquier caso deberíamos preguntarnos cuántas corporaciones financieras, bancos y fondos del mundo están en condiciones de soportar sin tambalearse la retirada por parte de sus clientes de 7.000 millones de dólares (no digamos los 50.000 que forman el 'agujero' de Madoff) en unas pocas semanas.

Hablaremos del esquema Ponzi a nivel global en la próxima entrega. En la economía virtual no hay nada más virtual que el dinero.

Continuará.

14 diciembre, 2008

Economía virtual (I): El imperio de los 'Scrooges'

Desde que se inició la virulenta crisis económica que vivimos diariamente en forma de sorpresa, sobresalto y desgracia se oye mucho hablar de la economía real. Se supone que se alude así a la economía productiva, que vincula -de modo directo y más o menos transparente- trabajo con salario, beneficio con ventas y demanda con oferta.

La 'otra economía', que es la piedra de escándalo y la fuente de todas las desconfianzas y temores, raramente recibe un apellido, tal vez porque ninguno de los posibles la define de modo suficiente. Sin embargo, lo opuesto a lo real -además de lo irreal- es lo virtual. Y ese, el de virtual, debería ser el calificativo que definiera el conjunto de prácticas de la economía financiera especulativa y el espíritu que las preside.

La economía virtual no tiene nada que ver con un producto material (salvo si hablamos específicamente de especulación inmobiliaria) y si algo tiene que ver con el trabajo es muy poco y de modo indirecto. En cuanto al cumplimiento de la ley de la oferta y la demanda, sólo por remotas similitudes se pude hablar de ello. La demanda, en concreto, no obedece a la necesidad o el deseo de adquirir un bien determinado, sino a la expectativa de dar al capital propio una rentabilidad que se duda lograr por otros medios.

La economía real es productiva, genera bienes y servicios, puestos de trabajo y estabilidad social. La economía virtual es especulativa y parasitaria. Su única contribución socialmente positiva es la que hace a la capitalización de las empresas, pero a cambio éstas se encuentran con frecuencia injustificable y perniciosa a merced de maniobras que redundan en su perjuicio.

El modo en que esta crisis está manifestando sus consecuencias nefastas en la economía real, llevando a la quiebra a empresas teóricamente sólidas y forzando a otras a revisar sus previsiones de beneficios y la dimensión de sus plantillas, no deja lugar a dudas acerca de la pésima incidencia que la locura codiciosa de la economía virtual tiene sobre la real. Las caídas en bolsa de muchas empresas no tienen otra razón de ser que las dos enfermedades fundamentales que caracterizan a quienes actúan en los mercados financieros: la codicia y el temor.

Que la patología de una legión de pusilánimes y patéticos 'Scrooges' (1) condicione el rumbo de la economía mundial lo dice todo acerca del propio carácter patológico de un capitalismo incapaz de controlar sus pulsiones antisociales, pero empeñado en controlar todo lo demás, incluidos los estados en los que ejerce su insolidaria labor, disfrazado de providencial filántropo.

Sin duda han oído hablar (o leído acerca) de Bernard Madoff. La brutal crisis que sacude al mundo, y que se ha caracterizado por la ausencia de culpables personales en primer plano, tiene finalmente el nombre y el rostro de un villano. Pero que nadie se engañe. Los Madoff son una selecta multitud y su filosofía es un paradigma. De él partiremos en la próxima entrega.

Continuará.


(1) Por Ebenezer Scrooge, personaje avaro y misántropo de 'Cuento de Navidad', de Charles Dickens.

Ilustración: En la versión inglesa de 'El Pato Donald', el personaje que en la adaptación española se dio en llamar 'Tio Gilito' se llama en realidad Scrooge.

05 noviembre, 2008

Barack Obama: Un sobre cerrado



De la mano de Barack Obama (*) han triunfado en las elecciones presidenciales de Estados Unidos la esperanza sobre la decepción, la voluntad de cambio frente al continuismo, la progresividad social contra la inercia conservadora. La victoria del candidato demócrata no habría sido posible en toda su contundencia sin el deterioro extraordinario de una presidencia, la de Bush, que nunca debió lograr un segundo mandato y que a lo largo de él ha llevado la desesperanza y la frustración de los estadounidenses hasta un nivel inédito.

La alternativa republicana, presentando a un voluntarioso septuagenario, imprudentemente escoltado por una lenguaraz y desinhibida ultraderechista, no sólo no responde en absoluto al 'sueño americano' sino que ha sido un error de grandes proporciones desde cualquier punto de vista que se considere.

Ya el triunfo de Obama sobre Hillary Clinton fue un indicio elocuente de que algo esencial estaba cambiando en las expectativas de los ciudadanos estadounidenses. Los compromisarios demócratas eligieron la credibilidad frente a la muy relativa novedad de una candiatura femenina que tenía como inconveniente precisamente lo que se creía una ventaja: apellidarse Clinton. Las sagas familiares -los Bush son una muestra elocuente- generan desconfianza y dan una imagen penosamente endogámica que no avala precisamente la verosimilitud de la democracia.

Todo estaba a favor del éxito de Obama, incluyendo la brutal crisis económica. Si alguien puede minimizar las consecuencias sociales de ese desastre es precisamente un candidato que, entre otras cosas, quiere generalizar la asistencia sanitaria, exonerar de impuestos a los ingresos menores de 50.000 dólares y gravar más a quienes disfrutan de mayores ingresos. Pero la crisis va a ser también el mayor obstáculo para que sean finalmente viables los avances anunciados. El déficit de un billón de dólares y la previsible necesidad de 'auxiliar' a entidades financieras en apuros lastrarán pesadamente su legislatura.

Ahora mismo Barack Obama es una esperanza. Sólo -y nada menos- éso. Lo que vaya a ser su gobierno entra de lleno en lo imprevisible. El futuro presidente es, ahora mismo, un sobre cerrado, un sobre sorpresa del que pueden salir novedades agradables y también decepcionantes en función de las realidades críticas que deberá afrontar y de las compañías de la que se rodee. Más allá de su discurso progresista el futuro inquilino de la Casa Blanca ha dado muestras elocuentes de ser un pragmático, capaz de coexistir -sin conflicto abierto- con circunstancias antitéticas y personalidades antagónicas.

Ha sido hábil construyéndose una imagen de independencia respecto a los lobbies y grupos de presión y ha logrado financiar en gran parte su campaña con fondos aportados por los propios ciudadanos de a pie. Pero hay una excepción significativa, la que hizo públicamente a finales de febrero 2007 ante una reunión con el "American Israel Public Affairs Committee", denominación eufemística que designa al lobby sionista. En aquella ocasión Obama no escamoteó nitidez a la hora de mostrar su apoyo incondicional a Israel, 'única democracia en el área' de Oriente Medio.

"Debemos preservar -dijo entonces- nuestro total compromiso con nuestra relación de defensa única con Israel mediante la completa financiación de la asistencia militar continuando el trabajo en el Arrow y los programas de defensa relacionados con misiles". Eso era exactamente lo que el Comité quería oir. Probablemente ese apoyo expreso y categórico a Israel era un gesto imprescindible para alguien que tiene nombres musulmanes tales como Barack y Hussein y despierta suspicacias paranoicas . Nadie, en cualquier caso, puede alcanzar la presidencia de Estados Unidos con el lobby judío enfrente por la simple razón de que eso equivale a tener en contra a buena parte del poder financiero y mediático.

Ese compromiso, más allá de su pragmatismo, supone una hipoteca muy condicionante a la hora de hacer realidad el propósito de distender las relaciones con los países árabes y más específicamente con Irán, declarada prioridad de Obama para su política exterior. ¿Podra su indiscutible astucia y capacidad de conciliar contrarios conjugar ambos compromisos?

Habrá que esperar a que el sobre se abra para despejar todas las razonables dudas que existen acerca de la viabilidad real del programa de Barack Obama. Mientras tanto sólo podemos seguir acariciando la esperanza de que un cambio real, de conceptos y de estilo, llegue a la Casa Blanca, lo cual será bueno para Estados Unidos y para el mundo.

(*) Deliberadamente he ignorado el componente racial. Tras el paso por el poder -de la mano del Partido Republicano- de Colin Powell y Condoleezza Rice, no creo que la raza sea un factor políticamente tan relevante como otros lo consideran. Más aún, considero importante que no lo sea porque eso, precisamente, avala la posibilidad improbable de que Estados Unidos se cambie a sí mismo y cambie el mundo, como ha prometido Obama.

02 noviembre, 2008

Refundar la democracia (y VII)


Más de dos siglos después de la 'revolución democrática' la especie humana ha experimentado, en todos los terrenos, el mayor cambio de toda su historia. A las postas y diligencias tiradas por caballos las han sustituido los viajes espaciales y el correo electrónico; ordenadores y robots industriales hacen el trabajo que ocuparía muchísimas horas a centenares de miles de personas; los resultados de unas elecciones generales son conocidos apenas cuatro horas después del cierre de los colegios; el analfabetismo ha desaparecido... ¿pero qué ha cambiado en la forma de entender e implementar la democracia en esos siglos?

Nada. Por el contrario, desde entonces, en nombre de las mayorías, se ha hecho todo lo posible para reducir el lógico pluripartidismo a un bipartidismo mutilatorio, una representación política y social manifiestamente imperfecta. Las inmensas minorías están condenadas a la abstención o al voto útil. No se sienten representadas en esta ficción democrática porque no lo están. ¿Pero alguien se siente realmente representado?

Los gobiernos, a lo largo de sus años de mandato, toman -o pueden tomar- impunemente decisiones contrarias a la voluntad de la mayoría e incluso traicionar el compromiso contraído con sus propios votantes a través de los enunciados del programa electoral. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos contrarios a que su país entre en una guerra ilegal e injusta para evitarlo? Manifestarse, como hace tres siglos.

Los ciudadanos no cuentan más que como votantes y contribuyentes; su participación en los asuntos públicos, en las cuestiones que les conciernen y afectan personalmente, es prácticamente igual a cero. La razón es tan simple como triste. Esto no es una democracia, sino una partitocracia, un sistema regido por quienes dicen representar la voluntad popular y lo que realmente hacen es suplantarla y manipularla.

No sólo no cabe, a partir de esas bases, refundar el capitalismo; ni siquiera cabe reformarlo seriamente. No pueden hacer tal cosa quienes no son, en lo esencial, más que sus fieles servidores. Quienes dicen planteárselo desde la democracia formal no hacen otra cosa que mentir, como de costumbre.

Lo único que les preocupa ahora es, por un lado inyectar el dinero necesario para que la macroeconomía pueda volver a funcionar y por otro lado, ofrecer garantías a la economía real de ahorradores y pequeños inversores para que no saquen su dinero de donde lo tienen porque ése si sería el desastre total del sistema. Las inyecciones se hacen con dinero público, con dinero nuestro, hipotecando el futuro del país por años, arriesgando su bienestar (el nuestro, de todos y cada uno).

Juzgue cada cual acerca de la utilidad y moralidad de un sistema económico (el capitalista) capaz de crear un caos como el presente y de un sistema pseudodemocrático, incapaz de evitarlo mediante los legítimos controles que todo estado democrático verosímil debería implementar e igualmente incapaz de ir ahora a la raiz del problema para evitar que, tarde o temprano, se reproduzca la debacle.

Excede a mis propósitos -y seguramente también a mi capacidad- alargar esta serie, de por sí bastante extensa- intentando enunciar los principios sobre los que debería fundarse la democracia del siglo XXI. Espero que lo escrito sirva, al menos, como reflexión acerca del imperfecto "de dónde venimos" y de toma de postura respecto al impredecible "dónde vamos", que en esta hora nos concierne más que nunca. ¿Podemos inhibirnos ante la permanencia de un sistema obsoleto, imperfecto, injusto y fracasado?

Claro que podemos. Esa -la alienación- es la materia con la que se han estado constuyendo los estériles sueños humanos desde el principio de la historia. Pero son el entendimiento y la libertad los que hacen a la persona y la diferencian de los animales. Quienes se niegan a ejercer libremente su entendimiento y su libertad en beneficio propio y de los demás condenan a la humanidad a actuar como meros animales productores y consumidores; muy rentables por ambos motivos, los más rentables de la creación, pero indignos de llamarse ciudadanos.

Concluyo con unas citas, con el mismo propósito de invitar a la reflexión:

El hombre es, por naturaleza, un animal político.
Aristóteles (322 a. de C.)


La Justicia sólo existirá donde aquellos que no están afectados por la injusticia estén llenos de la misma indignación que quienes la padecen.
Platón (347 a. de C.)

Renunciar a la propia libertad es renunciar a la propia dignidad, a los propios derechos humanos e incluso a los propios deberes.
Jean Jacques Rousseau

Mientras el pueblo no se preocupe de ejercer su libertad, aquellos que quieren tiranizarlo lo harán. Porque los tiranos son activos y ardientes y se dedicarán en nombre de cualquier dios, religioso o no, a encadenar a los durmientes.
Voltaire

Los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos permanentes.
Thomas Jefferson (*)

La subversión de las instituciones establecidas es meramente una consecuencia de la previa subversión de las opiniones establecidas.
John Stuart Mill

Democracia es una gran palabra cuya historia permanece inédita, porque esa historia todavía tiene que ser iniciada.
Walt Whitman

La cura para los males de la democracia es más democracia.
H. L. Mencken

Ser demócrata sería actuar reconociendo que nunca vivimos en una sociedad suficientemente democrática.
Jacques Derrida

Lo que tenemos ahora es democracia sin ciudadanos. Ninguno está en el lado público. Todos los consumidores están en el lado de las empresas. Y los burócratas de la Administración no creen que el Gobierno pertenece al pueblo.
Ralph Nader

(*) Jefferson, uno de los padres fundadores, era contrario a que la nación se dotase de un ejército permanente por temor a la instauración de una dictadura. Por el contrario defendía que los ciudadanos tuvieran armas para que, en el caso de que se impusiera una tiranía, pudieran defender sus derechos. La segunda enmienda de la Constitución estadounidense obedece a ese temor, aunque hoy sirve a quienes dan más miedo. En cambio, el peligro de la banca (mayor, según Jefferson), no motivó ningún gesto constitucional parecido.

Imagen: Terminales de un centro de proceso de datos lectorales. La informática acelera el proceso de recuento, pero no -todavía- las posibilidades de participación ciudadana en el gobierno de la 'polis'.


29 octubre, 2008

Refundar la democracia (VI)


El Estado no es la solución, es el problema.
Ronald Reagan

Mediocre actor de cine y televisión, el 40º presidente de Estados Unidos pasó los primeros cincuenta años de su vida sosteniendo posiciones demócratas y votando esa opción hasta que en los 60 cambió bruscamente. Se dice que tal cambio obedeció a la 'tibia' (?) posición del Partido Demócrata frente al comunismo. Otros lo atribuyen a que entró en contacto con Milton Friedman y éste le 'convirtió'. Sin embargo, probablemente fue la poderosa General Electric quien mayor influjo ejerció en ese cambio.

Tras haber presidido el sindicato de actores SAG (Screen Actors Guild) y denunciado a sus compañeros de profesión de ideas izquierdistas ante el hediondo Comité de Actividades Antiamericanas, Reagan fue contratado como imagen y portavoz de la multinacional (1958-1962). Ahí desarrolló, a plena satisfacción de la empresa, las dotes que le llevarían años más tarde a ser conocido como 'El Gran Comunicador'. Ya en 1964 aparece abiertamente como miembro relevante del Partido Republicano y hace una intensa campaña en apoyo del candidato de su partido, Barry Goldwater.

Hasta qué punto Reagan fue, fundamentalmente, un actor-portavoz toda su vida y no un político genuino es algo difícil de determinar. Lo que está claro es que se tomó muy en serio su papel, hasta el punto de que sólo dos años después de ser elegido gobernador de California en 1966, lo que a cualquier otro actor mediocre -Schwarzenegger, por ejemplo- le hubiera bastado, ya compite, aunque sin éxito, por la nominación republicana a la presidencia. Volverá a intentarlo estérilmente en 1976 frente a Gerald Ford y lo conseguirá finalmente en 1980, con 69 años, lo que le convertirá en el presidente más anciano que ha gobernado Estados Unidos.

Tras dos mandatos del malhadado Jimmy Carter, Reagan aparece como una opción de cambio ante una situación que se caracteriza por el desánimo y la frustración, acentuada en el terreno internacional por el triunfo del sandinismo en Nicaragua y la 'crisis de los rehenes' en Irán, que concluye precisamente el día que Reagan llega a la presidencia. En lo económico, tras la crisis del petróleo, la estanflación ha sentado sus reales y el desempleo se ha convertido en una endemia. Pero el 'salvador' está en la poltrona de la Casa Blanca y la historia va a cambiar.

Reagan llega a la presidencia como profeta del neoliberalismo, patriota, ferviente anticomunista y defensor de los derechos de los estados federados frente al 'exceso de poder' del estado federal. De inmediato elimina el control de precios del petróleo como primer gesto de cara a la reactivación de la economía estancada. La Reserva Federal reduce considerablemente la emisión de dinero para frenar la inflación de dos dígitos que imperaba, lo que logra prontamente, pero al coste de una fuerte recesión en 1981 y 1982. Su política económica, insipirada fuertemente en el monetarismo y ultraliberalismo de Friedman, es bautizada sarcásticamente en esos años como 'Reaganomía'.

El caso es que, por los azares propios de la dinámica económica (la caída de los precios del petróleo, por ejemplo), por las medidas adoptadas o por ambas cosas, la reactivación se produce finalmente en 1983. Para ello, además de lo ya mencionado, Reagan arbitró medidas muy populares entre la clase media, como un drástico recorte de los impuestos, con otras claramente impopulares entre los depauperados, como la reducción del gasto en políticas sociales. Milton Friedman, bendecido con el Nobel en 1976, aplaude entusiasmado. En realidad se aplaude, inmodestamente, a sí mismo.

La aplicación de los principios monetaristas y libertarios (*) de Friedman había fracasado estrepitosamente en el Chile de Pinochet, donde Friedman fue presentado como un profeta por los 'Chicago Boys' que integraban el equipo económico del dictador. Su práctica en la Gran Bretaña de Thatcher se abandonó prontamente, aunque la 'dama de hierro' nunca dejó de ser "una liberal del siglo XIX", como el propio Friedman la calificó. Y esa es precisamente la clave del cambio que se produce a partir de los años 80 en la política económica de todos los países: el retorno al XIX, al capitalismo descontrolado, depredador y salvaje.

Thatcher y Reagan fueron, precisamente, la más acabada expresión política de ese retorno, combinando un discurso ultraliberal en lo económico con otro ultraconservador en lo político. El suyo fue en realidad un papel de representación y defensa de los intereses del más obvio y menos democrático de los poderes: el económico. Y, por supuesto, fueron elegidos y reelegidos por la mayoría de los ciudadanos, que certificaron de este modo su inconsciente conformidad con un modelo económico que hoy, casi treinta años después de su imposición y casi ochenta después del 'crack' del 29, vuelve a caerse en pedazos arrastrando consigo a las sociedades que los soportan a un sima de consecuencias imprevisibles, pero en cualquier caso trágicas para decenas de millones de personas en todo el mundo.

La estúpida fe en la autorregulación del libre mercado se ha pulverizado y sus más fervientes defensores hablan ahora de refundar el capitalismo mientras movilizan un volumen inédito de fondos públicos para sostenerlo (inútilmente hasta la fecha) mientras tanto. ¿Se puede tener alguna confianza en la retórica de los políticos corresponsables de esta catástrofe?

Es es la cuestión. La cuestión, antes que económica, es política. Son gobiernos presuntamente democráticos los que lo han desregulado todo y se han inhibido de todo, serviles y sumisos a los intereses de un capitalismo salvaje y antisocial, regido por la más extrema codicia y una falta de escrúpulos que en la mayor parte de los casos es pura y dura delincuencia de guante blanco.

Conquistas sociales arrancadas a lo largo de siglos por los más humildes con sangre sudor y lágrimas en beneficio de la inmensa mayoría han sido inmoladas ante el sediento Moloch de oro. Todo lo que es bueno para el capital es bueno para la sociedad, se decía. El mercado libre se autorregula, se argumentaba. La flexibilidad en el empleo genera más empleo, se mentía. Así hemos llegado hasta aquí, ante un cataclismo económico de proporciones inéditas y alcance global en el que los estados están intentando cerrar con un chorro gigantesco de fondos públicos las vías de aguas del 'Titanic' de los opulentos.

Sería un error gravísimo diagnosticar que la culpa de este desastre es únicamente de los amos del dinero. Quienes deben vigilar y controlar las consecuencias de la conspiración de la avaricia, en nombre de los ciudadanos a los que representan, se han revelado como cómplices de ella. Aunque contemplado desde un punto de vista radicalmente distinto al empleado por Reagan, nunca ha quedado tan meridianamente claro que "el Estado no es la solución, es el problema".

No hay que refundar el capitalismo, como dice querer Sarkozy. Hay que fundar la democracia, profundizar en ella de modo que nunca más sea posible que quienes dicen representar al 'pueblo soberano' lo traicionen impunemente y acaben vaciando las arcas del Estado a beneficio de sus auténticos señores y patrocinadores. Esa pseudodemocracia no nos sirve. Nunca lo ha hecho y pensar que va a ahorrarnos futuros sobresaltos y sacrificios es algo más que absolutamente ilusorio. Es estúpido.

(*) Dentro de la anómala taxonomía política estadounidense, que califica como 'liberal' a la gente izquierda, se autodenominan 'libertarios' (libertarians) quienes quieren la total inhibición del Estado en la economía, la enseñanza, la sanidad... a mayor beneficio de la iniciativa privada. De hecho es la línea más radical del ultraliberalismo y el neoconservadurismo. Nada que ver con el libertarismo histórico, de raiz anarquista. Quienes siguen reivindicando esa ideología en Estados Unidos se ven obligados a calificarse como 'left libertarians'.

Imagen: Ronald Reagan saluda a Milton Friedman, su 'Pigmalion' económico.

Continuará.

24 octubre, 2008

Refundar la democracia (V)

Quienes insisten en afirmar que la política y la economía son y deben ser cosas ajenas e independientes entre sí para declarar, como consecuencia de ello, la soberanía del mercado, basada en su 'sabiduría' innata, están negando evidencias históricas mayores. En el capítulo anterior, aunque sin especial detenimiento, se ha aludido al papel decisivo que tuvieron las guerras -las napoleónicas en Europa y la de secesión en Estados Unidos- en el enriquecimiento de los míticos Rothschild o del no menos mítico JP Morgan.

Toda guerra es una decisión política. En ocasiones existe en su origen un móvil económico, pero no suele ser el principal. Para los financieros, en cualquier caso, lo normal es que sean un gran negocio, especialmente si patrocinan al vencedor. Estados Unidos llegó al cénit de su crecimiento y expansión a raiz de su participación en las dos guerras mundiales, que situaron su máquina productiva en máximos históricos, con una participación excepcional de las mujeres en el mundo laboral.

Cuando ambas conflagraciones concluyeron, el país, que inicialmente había vacilado en participar, resultó el auténtico beneficiario de las brutales masacres. A diferencia del resto de los contendientes la devastación no le había alcanzado. Sus infraestructuras estaban intactas y su economía lista para seguir creciendo sobre la destrucción generada. El imperio estadounidense brillaba sobre todo el planeta y sólo tenía un competidor político: la Unión Soviética, que económicamente se hallaba en una situación mucho peor y a la que la implicación en la carrera de armamentos y en la espacial, unida a una gestión muy torpe a nivel de política económica acabarían por hundir en las cuatro décadas siguientes.

No hay regla sin excepción y hay guerras que se pagan caras, aunque no se participe en ellas directamente. Basta con apoyar a uno de los contendientes. Eso fue lo que sucedió en el conflicto bélico conocido como del Yom Kippur (día de la expiación, fiesta sagrada judía), cuando Egipto y Siria -los grandes perdedores, despojados y humillados de la guerra de los Seis Días (1.967)- atacaron por sorpresa a Israel. La sorpresa fue genuina porque la inteligencia judía descartaba un ataque en coincidencia con el Ramadán musulmán. Y el resultado, tras apenas veinte días de choques armados, fue el previsible: la derrota de los atacantes, con el apoyo evidente de Estados Unidos y la solidaridad de gran parte de las democracias occidentales.

Lo que siguió a la derrota de los islámicos fue una guerra económica con el principal recurso a su alcance como arma: el petróleo. Los países árabes exportadores acordaron no vender su oro negro a Estados Unidos y al resto de los países 'pro-sionistas'. La esperanza de poder contar con el suministro del resto de los países de la OPEP se vio frustrada ante la decisión de éstos de aprovechar la circunstancia para subir el precio del petróleo hasta un nivel menos 'ridículo' que el vigente, impuesto por 'Las siete hermanas', multinacionales -en su mayor parte estadonunidenses- que actuaban coordinadamente como 'cartel'.

Aunque obviamente el cambio afectó a todo el mundo, especialmente para Estados Unidos el aumento extraordinario de los precios del petróleo supuso un golpe mortal, dado que se inscribió en un cuadro caótico previo que va desde un serio 'crash' brusátil, que se extiende de enero de 1973 a diciembre de 1974, hasta una inflación descontrolada, y está marcado a fuego en lo político por el 'caso Watergate', fiasco traumático de las 'virtudes democráticas' que, según una tradición tan falsa como legendaria, adornan a la 'tierra de los libres'. La nación del 'easy money' y de las oportunidades despierta abruptamente de su sueño y se estremece ante un panorama en el que su prosperidad ya no está convenientemente garantizada.

Previamente, en 1.971, Estados Unidos había abandonado el compromiso de Bretton Woods, que convertía al dólar en moneda de referencia internacional y la vinculaba al patrón oro, y había puesto la divisa en flotación, decisión rápidamente seguida por el resto de las monedas. El fin de Bretton Woods sólo era el principio de una revisión radical del paradigma keynesiano y de los principios del 'New Deal'. De la mano de la crisis del petróleo y de sus devastadoras consecuencias económicas regresa y se fortalece el discurso ultraliberal.

La derrota de Keynes y sus teorías intervencionistas, que Von Hayek no pudo consumar en su agrio debate de los años 50, llegará de la mano de Milton Friedman, mejor comunicador que economista, que vende precisamente el discurso que los dueños del dinero insisten en promocionar. En el horizonte ya se perfilan las figuras del actor Ronald Reagan y de la 'dama de hierro' Margaret Thatcher.

La era de los charlatanes está a punto de empezar.

Imagen: John Maynard Keynes.

Continuará.

21 octubre, 2008

Refundar la democracia (IV)

Dejadme emitir y controlar el dinero y no me importará quién haga las leyes.
Mayer Amschel Rothschild (1744-1812)


La profética afirmación del fundador de la larga, próspera y legendaria dinastía de banqueros Rothschild -primera banca internacional de la historia- ilustra nítidamente el drama inaugural de la democracia, la raíz que la convertiría en su caricatura (la llamada 'democracia formal'), mucho más manejable que una auténtica democracia. La frase se cita expresamente en el documental 'El dinero como deuda', cuya visión insisto en recomendar a quienes sigan esta serie (está en la entrega II). En él se subraya y se explica que son los bancos quienes realmente crean el dinero (y lo controlan), en base a las deudas que con ellos contraen los ciudadanos, las corporaciones e incluso -paradójicamente- el propio Estado, que es quien materialmente lo acuña y emite. El sueño de Mayer Amschel Rothschild es una realidad. Y una pesadilla.

Cuatro siglos antes del nacimiento de Cristo, cuando la cultura judeo-cristiana que hoy impera en el mundo no podía ni presagiarse, un filósofo griego tenía muy claro lo que sería una auténtica democracia. Aristóteles, en 'La Política', establece que "en una democracia los pobres tendrán más poder que los ricos porque son más y la voluntad de la mayoría es suprema". He ahí enunciada, en síntesis, la utopia democrática, una forma de gobierno que ha llenado los sueños de innumerables generaciones a lo largo de la historia.

No hay dos utopías más antitéticas que la democrática y la capitalista. Eso es algo que los demócratas genuinos tienden a ignorar, pero no los financieros, que por sí o por potencia interpuesta abortan todo intento de gobierno del pueblo -o para el pueblo- allí donde se produce. Insistiré aún: asegurar el propósito de 'refundar el captalismo' desde el poder político 'democrático' de curso 'legal' no es otra cosa que un cínico sarcasmo propio de un mistificador oportunista como Nicolas Sarkozy.

Pero volvamos a los Rothschild y a su portentoso destino. Lo primero que aprendió el habilidoso fundador de la dinastía fue la conveniencia de acercarse al poder político. Su proximidad a Guillermo I, príncipe de Hessen-Kassel, uno de los aristócratas más ricos y uno de los prestamistas más importantes de Europa, le proporcionó conocimientos impagables y buenas oportunidades de negocio. Lo segundo que aprendió fue la importancia de disponer de información privilegiada, de la que disfrutó mediante el soborno del responsable de los correos, el príncipe de Thurn y Taxis (1). Cuando, a través de los cinco hijos varones de Mayer, la banca Rothschild se internacionalizó estableció un sistema de correo rápido y seguro, que servía no sólo para transportar dinero sino también información a mayor velocidad que el parsimonioso correo de la época (2).

Las guerras fueron el gran negocio de los Rothschild en una Europa en permamente conflicto y los hijos de Mayer (Amschel en Frankfurt, Salomón en Viena, Nathan en Londres, Kalmann en Nápoles y James en París) las financiaron sin reparar en el beneficiario. Mientras James prestaba dinero a Napoleón, Nathan financiaba la empresa bélica de Wellington, que combatía a aquél en España. La banca internacional no sólo no tiene patria, sino que también carece de debilidades políticas. Su única apuesta permanente es por al máximo beneficio y el máximo poder. Ese es su único credo.

La larga saga de los generalmente longevos Rothschild es el paradigma de la evolución del capitalismo financiero internacional y ha devenido casi una leyenda en la que resulta difícil discernir lo cierto de lo falso, dada la inclinación familiar al secreto (3). Hay quien estima que pese a mantener una apariencia sólida pero modesta, a través de pequeños bancos, son ellos quienes controlan el oro del mundo y que su mano se oculta tras instituciones financieras estadounidenses como Morgan, Rockefeller o Warburg, enriquecidos a raiz de la guerra de secesión americana (1861-1865). Siempre las guerras.

El conjunto de la banca vive un periodo de esplendor extraordinario en coincidencia con las aventuras coloniales europeas y la gran vitalidad y expansión de la economía de Estados Unidos, donde al final victorioso de la I guerra mundial sucede un periodo de extraordinaria euforia. Pero el 'crack' de 1929 no deja lugar a dudas de que algo está mal -muy mal- en un sistema económico basado en el crecimiento descontrolado y la especulación desbocada. Entonces, como ha ocurrido ahora, el índice bursátil había crecido hasta un nivel extraordinario e irreal justo antes de que se precipitara al abismo vertiginosamente (4).

La trágica consecuencia fue una prolongada depresión económica que afectó en mayor medida a los ciudadanos más modestos, en especial trabajadores y pequeños propietarios agrícolas. El Estado hubo de atajar la catástrofe y prevenir su repetición mediante un conjunto de medidas intervencionistas (el New Deal, patrocinado por Franklin D. Roosevelt). Posteriormente, en la Conferencia de Bretton Woods (1944), se sientan las bases del nuevo orden económico internacional, basado en el dólar, y apoyado en dos instituciones cuyo papel en la presente crisis está siendo muy cuestionado: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Los estados intervienen en la economía y, aunque no sin conflictos ni suspicacias, la confianza se restablece en gran medida. El poder financiero se da por satisfecho, pero ¿es preciso subrayar que sólo lo hace de modo provisional? Subrayémoslo entonces.

(1) Una anécdota revela la naturaleza de la relación de estos dos personajes: El príncipe de Thurn y Taxis visita a Rothschild y lo encuentra trabajando. "Tráigase una silla", le dice el banquero. "Soy el príncipe de Thurn y Taxis", responde ofendido el aristócrata. "Entonces traiga dos", le replica el banquero. Parece sacado de Groucho Marx, ¿verdad? Sin duda es humor judío, pero teñido en este caso de sarcástica arrogancia.
(2) Se cuenta que un agente de confianza de Nathan Rothschild, desplazado a la zona de Waterloo para seguir la batalla, reventó caballos y cruzó el canal a toda velocidad para llegar a la Bolsa de Londres un día antes de que se conocieran oficialmente las noticias de la derrota de Napoleón. Allí procedió a vender a toda prisa acciones de su patrón, lo que llevó a los presentes a la idea de que el derrotado había sido Wellington y a imitar su vértigo vendedor. Para Nathan fue un día inolvidable, pues sus agentes encubiertos compraron a la baja todas las acciones; las propias y las ajenas, que eran las que realmente interesaban.
(3) La más reciente aparición de un miembro de la saga ha sido, sin embargo, rutilante y significativa. Edmond de Rothschild se hizo en 2005 con la propiedad del diario francés Liberation, refugio hasta entonces de las ideas que tuvieron su hora en mayo del 68. El sarcasmo no puede ser más cruel.
(4) Sólo en 1954, 25 años después, las acciones recuperaron el valor que tenían inmediatamente antes del 'crack'.

Imagen: Mayer Amschel Rothschild, el fundador de la dinastía.

19 octubre, 2008

Refundar la democracia (III)


En un tiempo de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto revolucionario.
George Orwell

Más allá de la obviedad de que la palabra democracia significa desde su origen "Gobierno (kratos) del pueblo (demos)" y que tal cosa no existe ni ha existido sobre la faz de la tierra (salvo circunstancialmente y en comunidades muy pequeñas) hay otra obviedad incuestionable: no se puede refundar lo que no existe más que como idea. El capitalismo y su hegemonía son un hecho, la democracia en cuyo nombre alguien dice querer 'refundar el capitalismo' es una ficción. Las falsas democracias que vivimos son la obra del poder económico y no al revés. Esa es la cuestión clave: la política carece de la autonomía y la legitimidad necesarias para esa tarea.

La 'democracia' que tenemos es la que conviene a los poderosos: una falsificación. Ciertamente, todas las consituciones 'democráticas' del mundo se refieren, para legitimarse, a la auténtica y desconocida democracia. Enumeran toda una serie de derechos y deberes ideales que las leyes posteriores -junto con las omisiones y abusos habituales- convierten en papel mojado.

Eso es lo que se llama 'democracia formal', algo que yo, sarcásticamente, acostumbro a calificar como 'democracia teatral', en la medida en que la representación política de los ciudadanos es suplantada por una escenificación (representación también, pero en un sentido muy diferente) destinada a mantener la ficción de que es el pueblo el que decide más allá de toda evidencia palpable.

Las sedicentes democracias que habitamos son el producto de un momento histórico crucial (segunda mitad del siglo XVIII) en el que la creciente consolidación de la clase burguesa -producto del auge de la industria, el comercio y la actividad financiera- exige el fin del absolutismo monárquico y de los privilegios políticos y económicos de una aristocracia putrefacta y parasitaria, que yugula su libertad para expresarse, actuar y enriquecerse.

La revolución francesa es el paradigma. Y no cabe negar que existía una intelectualidad burguesa honesta e idealista, que en gran medida ayudó a iluminar el país y el mundo con la luz de la razón y la libertad. Pero detrás y junto a ella latía, simplemente, el deseo de la nueva clase de tomar el poder, todo el poder. El hecho de que no mucho más tarde llegase Napoleón no es en absoluto contradictorio, sino coherente con los planteamientos burgueses.

La tendencia jacobina que se impone en un momento dado del convulso proceso revolucionario es radicalmente contraria a los intereses de la nueva clase en expansión. El establecimiento de precios máximos para los productos de primera necesidad y la nacionalización de algunas industrias le exasperan, mientras que la vigilancia y presión que los jacobinos ejercen sobre los diputados conservadores para que no se altere el espíritu revolucionario original frustra sus propósitos. El caos se instala y da aliento a los partidarios del antiguo régimen absolutista, pero también a quienes quieren ir más allá, hacia el socialismo (Babeuf).

Paradójicamente, Napoleón Bonaparte, el general corso que pone orden, se autocorona emperador tras haber pasado por el Directorio y el Consulado de la república. Su ambición territorial y su talento militar poseen la virtud de catalizar el ánimo de todos los franceses y congelar la ebullición política precedente. Él, además, tiene la habilidad de mantener en lo esencial la letra de algunas de las conquistas del periodo revolucionario: la igualdad de todos ante la ley, la negativa de los privilegios clericales, la libertad de expresión y las libertades individuales.

Irónico, pero cierto. De la mano de un emperador pequeño burgués, la gran burguesía francesa ahuyenta sus fantasmas, se consolida y se enriquece.

¿Y la democracia? Puede esperar. Aquella democracia que el jacobino Maximilien Robespierre había enunciado en términos de "es un estado en el que el pueblo soberano, quiado por unas leyes que son obra suya, hace por sí mismo todo lo que puede hacer, y mediante delegados todo lo que no puede hacer por sí mismo" podía esperar. De hecho sigue haciéndolo dos siglos después y por las mismas razones.

Imagen: Jean-Jacques Rousseau

Continuará.


18 octubre, 2008

Refundar la democracia (II)

Antes de entrar en el meollo del tema creo necesario aportar algunos materiales que ilustran -del modo más ameno posible- hasta qué punto son indecentes y arriesgadas las prácticas financieras usuales y también en qué medida es gravísima la responsabilidad de los gobiernos en la crisis económica que está sacudiendo el mundo.

El primero es un impagable documental, 'El dinero como deuda', que explica, con claridad y capacidad de síntesis, lo que es actualmente el dinero, cómo nace (también por ende cómo escasea, tal que ahora con la crisis de liquidez) y hasta qué punto es una 'realidad' virtual. Los datos que aporta son de importancia esencial para comprender a fondo lo que está sucediendo. Deja claro, por otra parte, hasta qué punto 'la refundación del capitalismo' no es otra cosa que una gratuidad retórica de Sarkozy: un imposible absoluto sin un previo consenso político, que a estas alturas de la historia debería ser global.

El dinero es deuda



El segundo vídeo ilustra, con genuino humor negro británico, el intríngulis de las hipotecas 'subprime', ese tocomocho cuyo predecible fracaso inició la crisis generalizada de confianza que es la causa del terremoto económico que vivimos.




Finalmente, Leopoldo Abadía desarrolla en su blog la historia de la que, en honor a los beneficiarios (primeras víctimas en realidad) de las hipotecas 'subprime', denomina 'la crisis NINJA', a partir de las iniciales que definían su situación: No Income, No Job, no Assets (sin ingresos, sin trabajo, sin bienes). Para mayor comodidad, ofrece un PDF que puede leerse cómodamente offline o imprimirlo para mayor comodidad aún.(son 50 folios)

Sé que es bastante tarea, pero hay un fin de semana por delante y tenéis la oportunidad de disfrutar el derecho a estar informado (clave para ejercer responsablemente la ciudadanía), ese derecho que niegan los mass media en una conspiración de silencio que les califica mejor que cualquier adjetivo conocido. Ellos, como los gobiernos, comparten responsabilidades en esta debacle que parece imparable.

Continuará.

16 octubre, 2008

Refundar la democracia (I)

Anoche, mientras Nicolas Sarkozy anunciaba pomposamente el propósito comunitario de llevar a la conciencia del mundo -y más específicamente de EE UU- la necesidad de 'refundar' el capitalismo, el índice Dow Jones de la bolsa estaodunidense experimentaba su mayor caída en más de dos décadas. Ciertamente, los mercados bursátiles no son la medida de todas las cosas, pero el perfil 'psico-emocional' que delatan sí es el espejo exacto de una situación netamente patológica.



Las bolsas -todas- son el termómetro de la desconfianza desatada en un sistema económico basado esencialmente en la especulación. La consideración del 'cuadro médico' (*) del paciente (índice Fibonacci del Dow Jones) evidencia que está pasando de un euforia enloquecida a una depresión profunda.

Esa gráfica muestra un crecimiento sistemático desde 2003 hasta comienzos de 2008. El incremento roza los 6.000 puntos y a nadie se le oculta que no responde en absoluto a los índices de crecimiento de la economía real ni a expectativas razonables de que éste se produzca. Se trata de especulación pura y dura, un fenómeno que duda levemente cuando se produce el fiasco de las hipotecas 'subprime' para emprender a continuación una disparatada escalada, tanto más paradójica cuanto la crisis de liquidez era ya una evidencia.

Los mercados bursátiles nos muestran la cara más descarnada y repulsiva de ese capitalismo que Sarkozy dice querer 'refundar', como si el egoísmo, la codicia, el fraude y la falta de escrúpulos que imperan en la jungla desregulada fueran modificables mediante una delicada intervención en el genoma de la avaricia.

Hay un hecho que parece escapárseles a nuestro cínicos y desprejuiciados políticos, cómplices objetivos de la debacle que se está desarrollando: no se puede corregir la naturaleza antisocial del capitalismo sin proceder antes a una corrección más viable, lógica y urgente: refundar (auténticamente) la democracia.

Cuando los gobiernos representan en mayor medida los intereses de la minoría opulenta que los de los ciudadanos cuya voluntad secuestran; cuando la representación de la pluralidad social y política de los estados se reduce artificialmente a Gobierno y Oposición (con frecuencia intercambiables); cuando es el erario público el que acude masivamente en ayuda de un sistema financiero -que en muchos casos debería ser denunciable de oficio- a costa del bienestar social presente y futuro lo que hay que refundar es esa sedicente democracia.

De otro modo, tras algunos años o décadas volverá a ocurrir lo mismo que ahora sucede y volverán a pagar justos por pecadores. Estamos ante un fraude recurrente e intolerable.

(*) Índice no actualizado.

Continuará

26 septiembre, 2008

'Los girasoles ciegos': La memoria ineludible


'Los girasoles ciegos' es el libro que más me ha emocionado (y conmocionado) en muchos años. El modo en que Alberto Méndez logró trasladar a la literatura el clima trágico, sórdido y angustioso de la guerra y la posguerra española, a través de cuatro relatos que forman de hecho una novela, constituye todo un magisterio que seguramente dejará su nombre en la historia, pese a ser sólo una de sus dos obras publicadas.

José Luis Cuerda -que coincidió con Méndez en TVE, donde ambos trabajaban- ha elegido uno de los relatos de esa obra tremenda (que no tremendista) para hacer una película que finalmente ha sido nominada para representar a España en los Oscar. La historia elegida es tal vez la menos terrible de las que integran la obra, pero la más eficaz a la hora de trasladar el clima febril, enfermizo y ominoso de un tiempo de silencio y represión en el que la dignidad personal estaba tan interiorizada como el miedo.

No he visto la película, pero no dudo que Cuerda -por tantos motivos personaje crucial del cine español actual- habrá sabido traducir con eficacia el texto. Para ello contó con la ayuda del extraordinario guionista Rafael Azcona -aún más crucial, todo un monumento-, que gastó en la empresa, con casi juvenil entusiasmo, sus últimas energías, minado por el cáncer de pulmón que le condujo a la muerte el pasado 24 de marzo.

Confío también en que la película conduzca al público a su fuente literaria porque los cuatro relatos, sutilmente interrelacionandos e históricamente situados entre 1936 y 1942, forman una obra que todos -independientemente de sus inclinaciones ideológicas- deberíamos conocer. Dicen que los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla, determinismo sumamente discutible.

La pregunta clave en estos momentos es a qué están condenados los pueblos que, deliberadamente, aprueban que se decrete el olvido de una historia todavía viva en tantas memorias, so pretexto de una reconciliación que es tanto más virtual cuanto prospere ese olvido.

Ilustración: Van Gogh pintando girasoles, por Gauguin.

17 septiembre, 2008

Riesgo y beneficio: Una relación desequilibrada

Dentro de la más remota tradición teórica del capitalismo existe un axioma 'incontestable' para justificar la apropiación exclusiva de la plusvalía (el beneficio) por parte del empresario (inversor): el riesgo que asume con su iniciativa socialmente 'productiva' . Así, el riesgo se convierte en el justificador primero y último -absoluto, en definitiva- del sistema.

La historia demuestra, sin embargo, que, mientras los beneficios son reales e indiscutibles, los riesgos son tan relativos como cuestionables. En los negocios la suerte y su opuesto -la desgracia- juegan un papel mucho menor del que suele atribuirseles. Cuando se toman las decisiones adecuadas, se calculan los riesgos objetivamente y se actúa con prudencia y sagacidad el riesgo deviene casi irreal.

Ciertamente, existen los cataclismos económicos, como el que ahora se está desarrollando en la economía estadounidense y por ende global, por la misma razón que existen los inversores temerarios. De hecho, la temeridad empresarial y la inhibición estatal son las grandes responsables de la situación que se ha creado y que está afectando a los mercados de todo el planeta.

Pero incluso en una situación caótica, que genera desconfianza y alarma irracionales, queda el Estado, -el llamado peyorativamente "Estado Providencia"-, por extraño y contradictorio que resulte en tiempos de visceral ultraliberalismo, para evitar el descalabro socioeconómico general. De ese modo -aunque ese no sea el objetivo fundamental de la intervención del Estado- se salva también el trasero a los temerarios jugadores a cara o cruz, que, por otra parte, normalmente no corren riesgo alguno de verse en la miseria.

A nadie se le oculta que los aventureros de las finanzas acostumbran a diversificar riesgos y que sus beneficios pretéritos están refugiados en suntuosos bienes inmuebles e inversiones seguras (arte, oro...), amén de sumergir su adorado dinero 'excedente' en paraísos fiscales, al margen de todo rendimiento social. Ellos exprimen la naranja hasta la última gota, pero se las apañan, hábilmente, para no ser 'exprimidos' con ella.

En mi último post cometí el error de interpretar la postura de inhibición de la Reserva Federal ante la situación de Lehman Brothers como un cambio de actitud respecto a los precedentes de intervención en los casos de Bear Stearns, Fanny Mae y Freddie Mack. El salvamento, en última instancia, de la gran aseguradora AIG clarifica la filosofía de la FED, que consiste en actuar sólo cuando no queda otra alternativa y para evitar nefastos efectos en cadena con incidencia no sólo en otros sectores económicos sino también directamente sobre los ciudadanos.

No era ese el caso de Bear Stearns, por supuesto, pero en marzo, cuando la FED subvencionó su 'venta' a JP Morgan por 236 millones, se estaba lejos aún de la negra perspectiva que ahora se ha hecho presente. La pretensión de Barclays de obtener con Lehman Brothers un 'regalo' similar fue desechada por la FED no sin las lógicas zozobras. El paso de los días ha demostrado que fue la actitud correcta, como lo prueba que Barclays haya acabado comprando importantes activos de Lehman en Estados Unidos y esté negociando la compra de otros en Europa.

Finalmente, como dijo el carismático Greenspan ante la crisis de Lehman, "unos pierden y otros ganan". Así es el juego del Monopoly..., digo, "el curso de las finanzas", que es lo que afirmó con flagrante obviedad el ex responsable de la Reserva Federal, a quien, por cierto, se responsabiliza en parte de la situación presente por su invariable política de mantener baja la tasa de interés durante su dilatada permanencia en el altísimo cargo.

Volviendo al hilo de la relación beneficio-riesgo, los últimos acontecimientos prueban que está ampliamente desequilibrada. El riesgo en sí es -dada su relatividad- un argumento fútil a la hora de justificar la apropiación exclusiva de la plusvalía, pero más allá de todo eso -que a estas alturas resulta anacrónico debatir- hay que sacar conclusiones de las evidencias que la actual crisis nos depara de que finalmente el riesgo personal y/o corporativo recae finalmente en gran medida sobre las arcas del Estado, que son nutridas por el conjunto de la población.

Sería utópico cuestionar en estos momentos la legitimidad del beneficio, pero dado que el riesgo que lo 'justifica' se socializa cuando surgen crisis que, como la actual, sólo son posibles merced a actuaciones temerarias e irresponsables (cuando no fraudulentas) de los detentadores habituales de los beneficios, el debate (urgente e ineludible) ha de situarse en la 'filosofía' económica vigente, que ha propiciado la débacle: el ultraliberalismo, que reivindica la autonomía omnímoda del dinero y la soberanía imperial del mercado.

La crisis brutal que ahora está sacudiendo la economía global no es algo coyuntural o circunstancial y mucho menos la secuela de una fenomenología imprevisible e incontrolable. Es la consecuencia última de un modelo inadecuado. Y digo última no porque confíe en una rectificación, sino porque a lo largo de las últimas décadas no han faltado crisis puntuales que advirtieran de la fragilidad de dicho modelo y de los riesgos inaceptables que comporta.

Más que nunca, en una economía globalizada se impone la necesidad de que los estados fiscalicen tan estrechamente como sea posible la actividad económica 'privada'. Es el bien común lo que está en juego y algo tan esencial no se puede dejar en manos de quienes, persiguiendo exclusivamente su propio beneficio por cualquier medio, arriesgan el bienestar de todos mucho más que el propio. Es así de simple.

Pie de foto; La torre de AIG en Hong Kong. Niels Jakob Darger

15 septiembre, 2008

Masacre en la jungla financiera

Este lunes, 15 de septiembre, seguramente quedará en la historia como una de las fechas más negras en los anales del capitalismo. Desde que el sol se ha levantado sobre el planeta las bolsas de todo el mundo están experimentado caídas considerables que seguramente sólo van a ser un síntoma indicativo de lo que sucederá cuando abran los mercados en Estados Unidos. El Banco Central Europeo (BCE) ha considerado necesario anunciar una inyección de liquidez de 30.000 millones de euros para minimizar los daños, mientras en España la Bolsa de Madrid caía hasta el borde de los 11 puntos poco después de su apertura en una clara evidencia del miedo y la incertidumbre que caracterizan esta jornada caótica.

Ayer, domingo, fue en realidad la jornada clave cuyas consecuencias conoceremos en toda su extensión hoy al anochecer. No fue precisamente un día de ocio para los más importantes financieros de Estados Unidos, convocados de urgencia por la Reserva Federal. La bancarrota de Lehman Brothers, cuarto banco de negocios de Estados Unidos y veterana institución financiera estrechamente vinculada al desarrollo del capitalismo estadounidense, encendía todas las alarmas. La compra de Merrill Lynch -otro emblema del sistema financiero de EE UU- por el Bank of America confirmaba la gravedad de una situación que ha tardado todo un año, desde el petardazo de las hipotecas 'subprime', en comenzar a mostrar su virulencia profunda y extensa.

Algo cambió, precisamente ayer, en el tratamiento que la Reserva Federal ha venido haciendo de las entidades 'enfermas', y ese algo aumenta aún más la inquietud en los mercados. Después del precedente de tres intervenciones generosamente paternalistas en Bear Stearns (virtualmente regalada a JP Morgan por 236 millones de dólares, con un descuento del 93% de su valor en bolsa a cargo de la Reserva Federal) y de la inyección (que no nacionalización) de 200.000 millones de dólares en FNMA (Fanny Mae, familiarmente) y FHLMC (Freddie Mac) se acabó lo que se daba. El Tesoro estadounidense ha decidido que cada palo aguante su vela.

Alan Greenspan, carismático ex responsable de la Reserva Federal, admitía ayer que no tenía noticia de "nada parecido" a lo que está sucediendo y que, en todo caso, el Estado no puede tender una "red de seguridad" bajo el conjunto de sistema. Su sibilino augurio -rechazó hablar de casos concretos- rehusó todo optimismo al asegurar que siempre hay ganadores y perdedores y que, dada la inédita interconexión del sistema "a escala internacional", la estabilización de los mercados deberá pasar por "una serie de acontecimientos en el mundo entero".

Estamos todavía, según todos los síntomas, lejos del ansiado fondo del pozo de esta crisis global. El problema no es sólo el estado real de las finanzas de una u otra entidad financiera -generalmente oculto bajo una opacidad inquietante- sino la confianza de los accionistas. Aún con alternativas y sustos que al buen entendedor le han estado lanzando mensajes de prudencia a lo largo de las dos últimas décadas, los inversores y brokers han asistido generalmente a un aumento sistemático de sus beneficios. La orgía irresponsable de la avaricia especuladora ha acabado encontrándose, como ocurrió en el caso de los 'bonos basura', con un montón de papel sin valor o con síntomas evidentes de ir a perderlo. Y el pánico ha prevalecido.

Ha sido el pánico, efectivamente, el responsable último de la declaración de bancarrota de Lehman Brothers, una compañía con activos importantes que, tras una caída del 80% del valor de sus acciones como balance de la semana pasada, no ha visto otra alternativa para intentar "salvar los muebles". Pero el pánico, aunque llegue a ser irracional, no es gratuito. Nace de la desconfianza y esa desconfianza no carece de fundamentos. El largo año trascurrido desde el gigantesco fiasco de las 'subprime', cuyas consecuencias han estado sumergidas hasta los desenlaces traumáticos de las últimas semanas, ha desatado la paranoia. Todo el sistema financiero estadounidense ha caído bajo sospecha y así se conforma el peor de los escenarios. Los mentideros económicos anuncian ya los tres batacazos próximos: Wachovia, Washington Mutuals y la aseguradora AIG, candidatos firmes a terminar esta aciaga jornada en K.O.

Estamos ante las consecuencias últimas del éxito universal de la prédica 'libertaria' de la Escuela de Chicago, defensora a ultranza del 'laissez faire, laissez passer'. Milton Friedman, mascarón de proa de la 'filosofía' que postula la sabiduría del mercado y exige la inhibición del Estado en la actividad económica, llegó a atribuir el "crack" de 1929 a la política de la Reserva Federal durante los años 20. ¿A quién le echarán la culpa ahora los que defienden la ausencia de policía en la jungla del egoísmo?

Pie de foto: El Nobel Milton Friedman, junto a su seguidor Ronald Reagan.

La crisis, en La Espiral"

Crisis hipotecaria: Las consecuencias, los responsables

'Es la economía, estúpido', pero... (I)

'Es la economía, estúpido', pero... ( y II)

Vacas flacas (I)

Vacas flacas (II)

Vacas flacas (y III)