19 octubre, 2008

Refundar la democracia (III)


En un tiempo de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto revolucionario.
George Orwell

Más allá de la obviedad de que la palabra democracia significa desde su origen "Gobierno (kratos) del pueblo (demos)" y que tal cosa no existe ni ha existido sobre la faz de la tierra (salvo circunstancialmente y en comunidades muy pequeñas) hay otra obviedad incuestionable: no se puede refundar lo que no existe más que como idea. El capitalismo y su hegemonía son un hecho, la democracia en cuyo nombre alguien dice querer 'refundar el capitalismo' es una ficción. Las falsas democracias que vivimos son la obra del poder económico y no al revés. Esa es la cuestión clave: la política carece de la autonomía y la legitimidad necesarias para esa tarea.

La 'democracia' que tenemos es la que conviene a los poderosos: una falsificación. Ciertamente, todas las consituciones 'democráticas' del mundo se refieren, para legitimarse, a la auténtica y desconocida democracia. Enumeran toda una serie de derechos y deberes ideales que las leyes posteriores -junto con las omisiones y abusos habituales- convierten en papel mojado.

Eso es lo que se llama 'democracia formal', algo que yo, sarcásticamente, acostumbro a calificar como 'democracia teatral', en la medida en que la representación política de los ciudadanos es suplantada por una escenificación (representación también, pero en un sentido muy diferente) destinada a mantener la ficción de que es el pueblo el que decide más allá de toda evidencia palpable.

Las sedicentes democracias que habitamos son el producto de un momento histórico crucial (segunda mitad del siglo XVIII) en el que la creciente consolidación de la clase burguesa -producto del auge de la industria, el comercio y la actividad financiera- exige el fin del absolutismo monárquico y de los privilegios políticos y económicos de una aristocracia putrefacta y parasitaria, que yugula su libertad para expresarse, actuar y enriquecerse.

La revolución francesa es el paradigma. Y no cabe negar que existía una intelectualidad burguesa honesta e idealista, que en gran medida ayudó a iluminar el país y el mundo con la luz de la razón y la libertad. Pero detrás y junto a ella latía, simplemente, el deseo de la nueva clase de tomar el poder, todo el poder. El hecho de que no mucho más tarde llegase Napoleón no es en absoluto contradictorio, sino coherente con los planteamientos burgueses.

La tendencia jacobina que se impone en un momento dado del convulso proceso revolucionario es radicalmente contraria a los intereses de la nueva clase en expansión. El establecimiento de precios máximos para los productos de primera necesidad y la nacionalización de algunas industrias le exasperan, mientras que la vigilancia y presión que los jacobinos ejercen sobre los diputados conservadores para que no se altere el espíritu revolucionario original frustra sus propósitos. El caos se instala y da aliento a los partidarios del antiguo régimen absolutista, pero también a quienes quieren ir más allá, hacia el socialismo (Babeuf).

Paradójicamente, Napoleón Bonaparte, el general corso que pone orden, se autocorona emperador tras haber pasado por el Directorio y el Consulado de la república. Su ambición territorial y su talento militar poseen la virtud de catalizar el ánimo de todos los franceses y congelar la ebullición política precedente. Él, además, tiene la habilidad de mantener en lo esencial la letra de algunas de las conquistas del periodo revolucionario: la igualdad de todos ante la ley, la negativa de los privilegios clericales, la libertad de expresión y las libertades individuales.

Irónico, pero cierto. De la mano de un emperador pequeño burgués, la gran burguesía francesa ahuyenta sus fantasmas, se consolida y se enriquece.

¿Y la democracia? Puede esperar. Aquella democracia que el jacobino Maximilien Robespierre había enunciado en términos de "es un estado en el que el pueblo soberano, quiado por unas leyes que son obra suya, hace por sí mismo todo lo que puede hacer, y mediante delegados todo lo que no puede hacer por sí mismo" podía esperar. De hecho sigue haciéndolo dos siglos después y por las mismas razones.

Imagen: Jean-Jacques Rousseau

Continuará.


1 comentario:

paolav dijo...

En estos tiempos en que el sistema económico ha estado en tela de juicio, yo me pregunto si Marx no tendría razón y no es esta crisi otro invento de la burguesía, pra surgir como revolucionarios y salvar al pueblo de su desesperación. Yo me pregunto si no estaría todo planeado y sólo formamos parte de lo que ellos suponen haremos. Los Estados salvando a los bancos, en Chile luego de la recesión de 1982 Pinochet compró la deuda de los bancos y "salvó la economía del país" (eso dicen), pero cuando el país y los bancos se recuperaron jamás devolvieron un céntimo de lo que el Estado les entregó y hoy no perdonan cuando tienen que cobrarte.
Un abrazo.