Fracaso nacional.-
Si existe una medida elocuente del fracaso de un país es esta. Cuando casi la
tercera parte de los trabajadores ocupa puestos de rango inferior a su
cualificación resulta, por un lado, que se han malgastado enormes recursos
en la formación y que ésta no se ha enfocado adecuadamente, y por otro, que más
de un 30% de la población laboral se siente -comprensiblemente- frustrada y
desmotivada. Queda muy bien la palabrería sobre I+D+i, pero mientras tanto - y
más ahora, con la que está cayendo - los universitarios más prometedores
abandonan el país en busca de un sueldo justo y una experiencia laboral acorde
con su potencial y el resto debe conformarse con lo que pueda encontrar,
ocultando además sus méritos académicos para que no le discriminen. Fracaso, sí, un
trágico fracaso.
Comentarios sobre la actualidad, reflexiones sobre la deriva histórica que nos conduce hacia viejas pesadillas y cualquier otra cosa que considere de interés.
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08 diciembre, 2011
19 agosto, 2010
Comienza la "iraquización"
La pasada madrugada los "últimos" efectivos de combate estadounidenses en Irak abandonaron el país vía Kuwait. Eso dicen a estas hoiras los engañosos titulares, que hablan también del "fin de una guerra" de siete años.
Lo cierto es que la guerra propiamente dicha terminó, como cualquiera puede recordar, apenas se inició. El ejército iraquí se esfumó y el sanguinario dictador Sadam Hussein se enterró en vida hasta que una traición bien pagada lo exhumó. Si hablamos de la guerra contra el terrorismo ("war on terror", en el lenguaje de la estrategia global implementada en la 'era Bush'), habrá que admitir que está lejos de terminar, como evidenció el reciente atentado suicida, atribuido a Al Qaeda, que se saldó con al menos medio centenar de muertes.
Una guerra concluye cuando uno de los contendientes es derrotado, admite su derrota y se pone a merced del ejército victorioso. Eso sucedió con el Irak de Hussein, no con el Irak de Al Qaeda, inexistente en la era Sadam, que, en un efecto torpemente imprevisto e indeseable, apareció y tomó fuerza tras la invasión.
No es cuestión de alargar innecesariamente este comentario con la evocación de las múltiples indecencias y torpezas de una invasión basada en acusaciones ficticias. Bush ni siquiera pudo convencer a la comunidad internacional de sus motivos y vio frustrado su propósito de reconstruir la fuerza multinacional que apoyó a su padre tras la invasión de Kuwait. A ese fracaso inicial siguió otro aún más grave en la hipotética pacificación y democratización del país invadido. Ahora mismo Irak se halla virtualmente sin Gobierno como consecuencia de las diferencias irreconciliables entre comunidades religiosas (chiíes y suníes) y étnicas (árabes y kurdos) que Hussein acostumbraba a suprimir mediante una brutalidad desproporcionada.
Este, en definitiva, es un fin de guerra falso, pero también es una falsa retirada de fuerzas de combate. 50.000 efectivos permanecerán 'sine die' en el país ocupado. Se trata de fuerzas de combate a las que, a partir del 31 de este mes, se les cambiará nominalmente de misión para dedicarlas -se asegura- a dar formación y apoyo el ejército y las fuerzas de seguridad iraquíes. Y es curioso porque se supone que esa ha sido su función -aparentemente nada exitosa- en los últimos años.
El esquema reproduce fielmente lo que en la guerra de Vietnam la política estadounidense calificó eufemísticamente como "vietnamización", el principio del fin de una aventura estúpida y la asunción de una impotencia muy duras de admitir para una superpotencia, pero inevitables. Barack Obama, sumido ya en un clima preelectoral que su partido contempla con inquietud, puede bautizar como le parezca más oportuno la nueva situación, pero nada puede ocultar que es imposible poner fin con honor a la deshonra generada por su predecesor.
Estados Unidos dejará en Irak, cuando se retire (si alguna vez lo hace), un país más dividido y peligroso que el que encontró y por ende habrá aumentado la inseguridad en un área de por sí explosiva. Nadie puede vender la operación "Libertad Iraquí" ni sus secuelas como un éxito cuando es justamente lo contrario.
27 abril, 2010
Breve
INQUIETUD.- Wall Street acusa en estos días la inquietud y la incertidumbre sobre el destino de Grecia y Portugal. A perro flaco todo son pulgas y cuando las pulgas son gordas y bulímicas, como en la economía globalizada y especulativa que sufrimos, y a ellas se unen los egoísmos nacionales (como el de Alemania frente a Grecia) no sólo resulta que el capitalismo es un fracaso, como ha puesto de manifiesto esta crisis, sino que además la UE es un fiasco superlativo. Mientras, la reforma financiera que Obama trata de sacar adelante sufre un revolcón parlamentario. Ese es el fin último de la mutilada democracia bipartidista que impera en todas partes: frustrar cualquier cambio que perjudique los intereses de los poderosos, los que tienen como rehén a un sistema supuestamente implantado en beneficio de todos.
22 julio, 2009
La crisis no es sólo económica (II)

La polémica y la desautorización no se hicieron esperar, aunque tal planteamiento tuvo mucho éxito en algunos lugares marginales, entre ellos España, donde el ensayista y ministro.de Obras Públicas Gonzalo Fernández de la Mora se erigió durante algunos años en el tótem teórico del régimen franquista a través de la adaptación que hizo de las tesis de Bell bajo el título 'El crepúsculo de las ideologías' (1965). La teoría fúnebre sobre las ideologías, que tanto odiaban el dictador y quienes le rodeaban, le venía a la dictadura como anillo al dedo. El franquismo aparecía, desde ese punto de vista sesgado, como el colmo de la modernidad política y Franco era el profeta y precursor providencial que había salvado al país de la debacle ideológica.
Bell pasó prontamente al olvido, bajo el peso de las evidencias que aportaron en sentido contrario las luchas por los derechos civiles, los movimientos de contestación a la guerra de Vietnam y la sublevación universitaria de la mano de la juventud del 'baby boom' en su propio país. En Europa, el mayo francés, las protestas antimilitaristas y antinucleares en Alemania y Gran Bretaña y la hiperpolitización italiana fueron un mentís no menos contundente a la teoría.
Ciertamente, como decía Bell, las corrientes ideológicas covencionales estaban perdiendo capacidad de movilización, pero eran sustituidas por formas de rechazo de la realidad más radicales y con una inquietante capacidad de autoorganización, creatividad y virulencia.
Cuando a finales de los 80 el mundo del 'socialismo real' (impropiamente calificado como comunista) se derrumba como un castillo de naipes bajo el peso de sus propios errores y de un estancamiento económico extraordinario, otro estadounidense, Francis Fukuyama, ex asesor de Reagan, se precipita a anunciar el fin de la historia, o, lo que es lo mismo, el triunfo irreversible de la democracia liberal frente a todas las alternativas que se le habían opuesto históricamente. A partir de ahí, en teoría, el mundo estaba abocado a una era de tranquilidad y florecimiento económico sin precedentes.
La realidad se encargó bien pronto de desmentir a Fukuyama, del mismo modo que antes lo hizo con Bell. La visceral explosión del fundamentalismo islámico, la ebullición de los pequeños nacionalismos que fragmentaron a Europa aún más de lo que estaba o la emergencia de 'soluciones' social-populistas en América Latina no deja lugar a dudas acerca de la magnitud del error. Eso, por no hablar de la peculiar 'reconversión' de China, que merecería un capítulo aparte.
A Occidente le pierde su pueril convicción de que es el centro y el motor del mundo, su tendencia a trasladar todas las realidades a la escala de las suyas propias y la voluntad de contagiar a todas las culturas del planeta con su 'perfección' liberal-democrática, que no resiste el más mínimo examen, como lo prueba la presente crisis en lo económico y la pauperización del sufragio universal en lo político.
En definitiva, los diagnósticos de Bell y Fukuyama sólo tienen validez -y ésta es parcial- en Occidente y ello, lejos de constituir un signo positivo, conlleva un diagnóstico muy negativo de la cultura occidental, tanto más cuanto todo se mueve y es contemplado ya en un contexto global, planetario.
No puede ejercer como guía universal, por grandes que sean su empeño y su poder, quien atraviesa una crisis de esterilidad intelectual, ideológica y moral tan grave como la que se detecta en el mundo occidental. Especialmente si se tiene en cuenta que dicha crisis es en gran medida artificial, pues parte del silenciamiento deliberado de quienes podrían protagonizar la contestación y la disidencia, y que tal censura -de neta raiz antidemocrática- ya no es practicada por los estados -salvo excepciones puntuales- sino por los grandes complejos multimediáticos que sirven acríticamente a la máquinaria económica, de la que ya forman parte esencial.
Al enterrar virtualmente a las ideologías y a la historia, al primar los intereses del poder económico sobre los de los ciudadanos y al condenar al silencio a toda voz discordante el sistema pone de manifiesto su propia decadencia, su debilidad. La crisis no es sólo económica, no. Su profundidad es mucho mayor y más grave porque su auténtico carácter, previo al caos creado por la avaricia de las minorías, es cultural, moral y político.
Occidente no tiene nada que ofrecer al mundo para fundamentar su voluntad de liderazgo. A partir de una profunda crisis de identidad y de una decadencia no asumidas; en base a la propuesta de principios y valores en los que no se cree y que no se practican ni siquiera a nivel doméstico, no se puede cimentar ningún sueño, ninguna esperanza digna de ser propuesta a todos.
Si no se rectifica -y es harto improbable que se haga-, estaremos en el principio del fin, suponiendo que no nos encontremos ya ahí.
Continuará.
Foto: Francis Fukuyama, autor de 'El fin de la historia y el último hombre'.
19 julio, 2009
La crisis no es sólo económica (I)

Con frecuencia las tres frágiles disciplinas se asocian para intentar generar una concepción general del mundo, del hombre y de la historia cuya síntesis deviene ideología. Su fundamento es básicamente voluntarista y su aspiración es llegar a legitimarse 'científicamente' en la práctica a través de su aplicación política. Sin embargo la acción política, descrita como "el arte de lo posible", es la consecuencia última de un pragmatismo nada objetivo en la medida en que se basa en la conciliación de contrarios y en la mera voluntad.
Cuando Adam Smith trata de establecer su idea-motor en el sentido de que la economía se rige por un supuesto orden natural que tiende a su propio bien y por ende al de todos hace un hallazgo crucial para su justificación que denomina "la mano invisible" (¿Dios acaso?). Cuando la sociología tropieza con algo que no cuadra en sus planteamientos lo denomina 'serendipia', termino que se puede traducir como 'azar', pura chiripa. En cuanto a la filosofía, cabría hablar de su autodestrucción por reducción al absurdo, fragmentada en decenas de escuelas entre lo 'post' y lo 'neo', que más que hacer afirmaciones aventuran hipótesis y propuestas. Postmodernidad, pensamiento único o pensamiento débil son algunos de sus deleznables frutos más recientes.
El sofisma ha sustituido al silogismo; la improvisación y el fragmentarismo secuestran el lugar que antes ocupaba el discurso lógico y orgánico; el axioma (verdad supuestamente evidente que no precisa demostración) impera sobre la duda metódica. En la medida en que al liberalismo económico y a la democracia formal les falta ahora su opuesto tradicional, el materialismo dialéctico (base del llamado comunismo), ya no hace falta tener razón o fingir tenerla. Basta con disponer de los medios precisos para que el discurso del poder se extienda como única alternativa. Y el poder (me refiero al económico, fáctico por excelencia) monopoliza esos medios en nuestras sociedades hasta el punto de convertir todo discurso alternativo en una anédota que roza la inexistencia.
La grave crisis económica que está barriendo el mundo ha puesto en evidencia, mucho más allá de lo esperado y esperable, la inanidad filosófica, moral e ideológica de la cultura hasta ahora denominada judeo-cristiana, sostenedora teóricamente de valores humanos y de principios que en realidad no defiende, nunca ha defendido a la hora de la verdad. El discurso ultraliberal, de cuya falacia la propia crisis es la mayor y más incontestable evidencia, se mantiene impune y arrogante en todas las tribunas y rige en gran medida la economía mientras los gobiernos, con fondos públicos y generando deficits hipotecadores del futuro, intentan -inútilmente hasta ahora- sellar las vías de agua generadas por la irresponsabilidad de los defensores de la autorregulación mágica del mercado, de la providencial "mano invisible" que finalmente resulta ser el Estado o, lo que es lo mismo, el conjunto de los ciudadanos, víctimas por partida doble de la avaricia de unos y de la inibición de otros.
Históricamente estamos ante la mayor evidencia de fracaso del liberalismo económico. Políticamente y socialmente, por cruel paradoja, nos hallamos también ante la mayor demostración de impotencia que se recuerde. Los defraudados e inermes ciudadanos se sienten indefensos mientras los gestores del sistema no arriesgan una fecha para la superación de la crisis pero piden la reducción a la nada de los derechos sociolaborales conquistados con sangre, sudor y lágrimas por tantas generaciones.
Los señores, confiados en la domesticación 'irreversible' de las masas de la mano de un crecimiento demográfico bajo cero, no sólo están liquidando todo rastro de la sociedad del bienestar sino que también ponen en peligro, sin escrúpulo alguno, la paz social.
Si esta crisis sigue prolongándose y profundizándose podríamos volver a las convulsiones sociales de los años 30, que siguieron, como las llamas a la chispa, al primer precedente serio de esta crisis sistémica: el crack del 29. ¿Quién quiere tal pesadilla? ¿Es esto una conspiración o simplemente una conjura circunstancial de necios?
Ilustración: Adam Smith.
Continuará.
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