19 agosto, 2010

Comienza la "iraquización"


La pasada madrugada los "últimos" efectivos de combate estadounidenses en Irak abandonaron el país vía Kuwait. Eso dicen a estas hoiras los engañosos titulares, que hablan también del "fin de una guerra" de siete años.

Lo cierto es que la guerra propiamente dicha terminó, como cualquiera puede recordar, apenas se inició. El ejército iraquí se esfumó y el sanguinario dictador Sadam Hussein se enterró en vida hasta que una traición bien pagada lo exhumó. Si hablamos de la guerra contra el terrorismo ("war on terror", en el lenguaje de la estrategia global implementada en la 'era Bush'), habrá que admitir que está lejos de terminar, como evidenció el reciente atentado suicida, atribuido a Al Qaeda, que se saldó con al menos medio centenar de muertes.

Una guerra concluye cuando uno de los contendientes es derrotado, admite su derrota y se pone a merced del ejército victorioso. Eso sucedió con el Irak de Hussein, no con el Irak de Al Qaeda, inexistente en la era Sadam, que, en un efecto torpemente imprevisto e indeseable, apareció y tomó fuerza tras la invasión.

No es cuestión de alargar innecesariamente este comentario con la evocación de las múltiples indecencias y torpezas de una invasión basada en acusaciones ficticias. Bush ni siquiera pudo convencer a la comunidad internacional de sus motivos y vio frustrado su propósito de reconstruir la fuerza multinacional que apoyó a su padre tras la invasión de Kuwait. A ese fracaso inicial siguió otro aún más grave en la hipotética pacificación y democratización del país invadido. Ahora mismo Irak se halla virtualmente sin Gobierno como consecuencia de las diferencias irreconciliables entre comunidades religiosas (chiíes y suníes) y étnicas (árabes y kurdos) que Hussein acostumbraba a suprimir mediante una brutalidad desproporcionada.

Este, en definitiva, es un fin de guerra falso, pero también es una falsa retirada de fuerzas de combate. 50.000 efectivos permanecerán 'sine die' en el país ocupado. Se trata de fuerzas de combate a las que, a partir del 31 de este mes, se les cambiará nominalmente de misión para dedicarlas -se asegura- a dar formación y apoyo el ejército y las fuerzas de seguridad iraquíes. Y es curioso porque se supone que esa ha sido su función -aparentemente nada exitosa- en los últimos años.

El esquema reproduce fielmente lo que en la guerra de Vietnam la política estadounidense calificó eufemísticamente como "vietnamización", el principio del fin de una aventura estúpida y la asunción de una impotencia muy duras de admitir para una superpotencia, pero inevitables. Barack Obama, sumido ya en un clima preelectoral que su partido contempla con inquietud, puede bautizar como le parezca más oportuno la nueva situación, pero nada puede ocultar que es imposible poner fin con honor a la deshonra generada por su predecesor.

Estados Unidos dejará en Irak, cuando se retire (si alguna vez lo hace), un país más dividido y peligroso que el que encontró y por ende habrá aumentado la inseguridad en un área de por sí explosiva. Nadie puede vender la operación "Libertad Iraquí" ni sus secuelas como un éxito cuando es justamente lo contrario.

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