31 julio, 2008

Hasta septiembre

Se inicia el éxodo masivo veraniego y yo debo volver a donde suelo tras haber 'disfrutado' mis propias vacaciones. No he escrito gran cosa últimamente, pero este mes de agosto escribiré aún menos en 'La Espiral'. Nada, para ser exacto.

Espero, eso sí, concluir - o al menos avanzar- en el interminable relato "Secuelas de un día de sol de primavera" en 'Desolaciones', más por vencer el reto que me tiene planteado que por ninguna clase de entusiasmo literario o expectativa ilusa.

Tal vez haga algo, si tengo humor, en 'Toda esa música', pues tengo pendientes desde antes de mis catástrofes informáticas dos posts, uno sobre Warda Al Jazairia, cantante argelina en la onda tradicional de la canción arabe que entronca con Um Kalzoum, y otro sobre Adrew Bird, compositor, cantante y violinista estadounidense de considerable originalidad.

El resto será silencio.

Disfrutad el descanso, cargad las pilas y reconsiderad el rumbo porque no hay destinos inalterables. A la vuelta la crisis económica empezará a mostrar su auténtico rostro y habrá que mirarla directamente a los ojos.

Finalmente, no quiero dejar de felicitarme y felicitaros por las dos últimas cornadas que la Justicia le ha infligido al más popular de los insultadores de oficio de este país de nuestros dolores. Tal vez los obispos también aprovechen este mes vacacional para reflexionar sobre los destinos de la Cope, ese púlpito de la injuria gratuita que es cualquier cosa menos cristiano.

Salud.

14 julio, 2008

Vacas flacas (y III): La 'tragedia' española

En una crisis, sé consciente del peligro, pero reconoce la oportunidad.
John F. Kennedy

Para España la crisis es como una tragedia griega. Se puede decir que la historia que hemos empezado a vivir y que pone fin a un eufórico y autosatisfecho sesteo estaba escrita. Todo economista serio e independiente que ha estudiado a fondo la estructura económica española a lo largo de los últimos veinte años ha visto y señalado los pies de barro del becerro de oro.

Progresábamos, sí, pero sin cimientos. A un rápido y fuerte crecimiento inducido gracias a los fondos europeos tras el ingreso en la UE en 1986 le siguió un momento clave a partir de 1999: el proceso de transición al euro y su definitiva implantación en 2002. Entonces, bajo un Gobierno del PP, se pudo redirigir el rumbo de la economía hacia una mayor racionalidad, pero no se hizo. Ni siquiera se intentó.

La impunidad general con que afloraron toneladas de dinero negro en aquella época fue un pésimo síntoma y supuso un aliento no sólo a la defraudación como sistema sino también al incremento de una economía fundamentalmente parásita y especulativa que encontró en el sector inmobiliario el lugar más cómodo, abierto y rentable a sus intereses. Así, por un camino diferente, se ha llegado a un fiasco similar al de las hipotecas 'subprime' estadounidenses.

El previsible pinchazo de la 'burbuja inmobiliaria', tan gigantesca como frágil, ha dejado sin beneficio previsible a corto plazo inversiones de un volumen impresionante. Y la solución es más que complicada, si se tiene en cuenta que se ha construido el doble de lo necesario, según fuentes del propio sector. Ha sido una locura. Una locura suicida.

Tanto los gobiernos del PP como los del PSOE han hecho el 'don Tancredo' a la perfección. En coherencia con el liberalismo económico, al que ambos son fieles por más que se discuta el de los 'socialistas', han dejado hacer, han dejado pasar. Que los 'populares' culpen ahora a Zapatero (siempre Zapatero, no el Gobierno, no el partido) de inoperancia e incluso de “engaño” ante la crisis que se cernía es un sarcasmo superlativo si se tiene en cuenta -y hay que tenerla- su culpable inhibición mientras gobernaron.

En los tiempos actuales de la economía, descartados el dirigismo económico y la planificación imperativa como instrumentos del Estado, hay que admitir que no es gran cosa lo que los gobiernos pueden hacer en el terreno económico, aparte de utilizar adecuadamente la inversión pública. Sólo cuentan con un limitado repertorio de medidas de estímulo y desestímulo (o penalización, en último extremo) de la actividad económica privada. En el capítulo del desestímulo apenas se ha hecho nada en España. Y menos aún en el de la penalización.

De todos modos, la economía española no tiene el mayor de sus problemas en las cuestiones meramente estructurales, sino en su superestructura. Buena parte del capital español se resiste a ingresar con todas sus consecuencias en esta fase avanzada del capitalismo. La filosofía canalla del 'pelotazo' predomina, en buena medida alentada por las facilidades para perpetrarlo. La cultura empresarial de la innovación, el riesgo y el trabajo es una fruta rara por estos pagos y las consecuencias para el conjunto de la economía nacional no pueden ser más nefastas.

España, que es (pronto, quizás, habrá que decir fue) la octava potencia mundial en los rankings macroeconómicos, sin embargo se hunde en el puesto 33 en competitividad, sufre un déficit comercial endémico e insostenible y tiene una deuda exterior que duplica el Producto Interior Bruto. Si a ello se une el aumento del paro como consecuencia del 'crack' inmobiliario, los precios desatados del petróleo, el nivel suicida de endeudamiento familiar, con la vivienda como protagonista, y un índice de inflación que supera la media de la zona euro sin otros visos, por ahora, que los de aumentar, el panorama es francamente desolador.

¿Soluciones? No hay. Dependemos, una vez más, de la tracción de las 'locomotoras' externas. Y, como es bien sabido, nuestro vago vagón acostumbra a ponerse en marcha con notable retraso respecto a ellas. Sin duda nos quedan por delante un número indeterminable de años de 'vacas flacas'. Provisionalmente, debemos alegrarnos -si alguna alegría cabe- de que sea un Gobierno del PSOE quien haya de gestionar esta crisis, pues cabe esperar que minimice en la medida de lo posible, las consecuencias sociales de ésta sobre los más desfavorecidos.

Lo que no sé si cabe esperar es que los principales actores económicos reflexionen en profundidad sobre el rumbo futuro. No se puede seguir así, consumiendo más de lo que producimos, importando más de lo que exportamos, construyendo más de lo que necesitamos, especulando en lugar de invertir y sosteniendo el insostenible “que inventen ellos”. La crisis nos plantea la oportunidad de rectificar.

La economía no es un casino ni un parque de atracciones. Una buena racha como la pasada no se volverá a ver en décadas. Por duro que sea para muchos, ha llegado la hora de crear, de trabajar, de asumir riesgos calculados, de conjugar la ambición con el esfuerzo, de actuar con lucidez y responsabilidad. Debió hacerse antes, pero nunca es tarde.

¿Necesitan un modelo? Ahí tienen el de siempre: Alemania. Y olvídense los liberales al ajoarriero: aquí no hay mano invisible que valga.

Sobre los precedentes

Es la economía, estúpido, pero... (I)

Es la economía, estúpido, pero... (y II)


10 julio, 2008

Vacas flacas (II): Crisis del modelo

Mi fórmula para el éxito es levantarme pronto, trabajar hasta tarde y encontrar petróleo.

Paul Getty


El petróleo es, desde hace más de un siglo, la sangre de nuestra civilización, el elemento inductor de un avance espectacular en el bienestar social, del que Occidente y Japón han sido hasta fechas recientes los máximos -casi exclusivos- beneficiarios y los principales actores. La sociedad de consumo, que es la consecuencia más notable de ese bienestar, se ha revelado como un poderosísimo motor de creación de riqueza, pero a estas alturas de la historia también ha puesto de manifiesto, con mayor elocuencia que nunca, sus efectos perversos.

La idea de un crecimiento permanente que subyace en los usos derrochadores de los países más ricos es una falacia de la que todos somos conscientes, pero en la que se ha preferido no pensar mientras la realidad sonreía. Si los recursos son limitados (el petróleo lo es y lo sabemos) el crecimiento constante es una utopía impracticable, salvo que se monopolice su producción y distribución, cosa que sólo sería posible 'manu militari'. Huelga decir que ese sería el mayor de los errores y la desafortunada invasión de Irak puede servir como botón de muestra. No se debe intentar condicionar mediante las armas el uso de los recursos naturales que puedan hacer los propietarios de éstos ni se puede apartar a nadie de la lícita competencia por los bienes escasos.

El hecho de que el barril de petróleo haya superado recientemente los 140 dólares es debido (maniobras especulativas aparte) a la aparición de 'nuevos chicos' en el barrio del progreso. Y no son unos pocos, sino cientos de millones de personas pertenecientes a potencias demográficas gigantescas, como China e India, que se han convertido en economías emergentes. Sus índices de crecimiento son brutales y como consecuencia su demanda de materias primas se ha disparado hasta un nivel que altera esencialmente los parámetros en los que se venía moviendo la ley mayor de la economía, la de la oferta y la demanda. La consecuencia inevitable es el aumento de las cotizaciones internacionales no sólo del petróleo sino también de otras materias primas, como los metales, así como los alimentos.

Engolfado en la filosofía hedonista de la cigarra, Occidente afronta ahora las consecuencias de la laboriosidad y voracidad de inmensas legiones de 'hormigas' con las que no contaba en el festín. Ante esa nueva realidad -nada imprevisible, por otra parte- no se puede improvisar. No existen soluciones milagrosas ante una situación que está cambiando velozmente y altera de modo inevitable y esencial nuestra percepción del mundo. Cierto que la crisis probablemente va a afectar en mayor grado a esas economías emergentes que a las desarrolladas y eso aliviará provisionalmente la presión sobre las materias primas, procurando algún respiro a Occidente, pero ese es un triste consuelo. Y además, provisional.

Los economistas se preguntan si nos hallamos o no ante un cambio de ciclo, en el inicio de una etapa de vacas flacas. Y si efectivamente esa es la situación, cuál va a ser su duración y su gravedad. ¿Vamos a sufrir una recesión pasajera o una depresión profunda? Nadie arriesga pronósticos con claridad. Y menos si lo que intuyen es negativo. Nadie quiere ser mensajero de malas noticias, fundamentalmente porque la economía no se rige por leyes invariables, en la medida en que está condicionada por el conjunto de los comportamientos individuales y éstos obedecen a percepciones subjetivas que con frecuencia son escasamente racionales. Nadie quiere alimentar temores que podrían agravar extraordinariamente la situación.

Pero más allá de las consideraciones coyunturales sobre el ciclo económico, su duración y consecuencias, los economistas, los científicos y los políticos deberían esforzarse en sentar las bases de un nuevo modelo económico, especialmente de un nuevo modelo de crecimiento que debe ir acompañado de una revisión profunda del concepto de bienestar social, basada más en baremos cualitativos que cuantitativos. El modelo surgido tras la segunda guerra mundial, impulsado por la extraordinaria salud económica de Estados Unidos, se halla exhausto y es obsoleto. Resulta ya inviable y admitir esa inviabilidad es la condición previa para sentar los cimientos de un futuro ajeno al caos y a la incertidumbre permanente.

Continuará.

09 julio, 2008

Vacas flacas (I): La crisis es global

Y las vacas flacas y feas devoraban a las siete primeras vacas gordas; y éstas entraban en sus entrañas, mas no se conocía que hubiesen entrado, porque la apariencia de las flacas era aún mala, como al principio. Y yo desperté”.

Génesis 41.1-36 (El faraón relata a José su sueño sobre las siete vacas)


Como el faraón, la sociedad española despierta ahora, casi violentamente, del sueño que han supuesto catorce años de prosperidad ininterrumpida (en términos macroeconómicos mucho más que sociales). José interpretó el sueño del monarca egipcio profetizando siete años de escasez tras siete de prosperidad. Nosotros no sabemos aún a lo que nos enfrentamos. Nadie en el mundo lo sabe (y digo en el mundo porque esta crisis, que sí lo es, no es local sino global, por más que algunos, por intereses partidistas, insistan en lo contrario). No lo sabemos, insisto, pero los augurios de quienes se atreven a aventurarlos son cada día más pesimistas.

Hoy mismo el gobernador del Banco de España confirma nuestros peores temores al afirmar que la crisis será más larga de lo esperado. También hoy el diario 'Le Monde' titula empleando la más temida de las palabras: “La recesión amenaza a Europa”, puede leerse en su edición digital. El diagnóstico inicial, que hablaba de una desaceleración más o menos severa está siendo revisado urgentemente a la vista de las señales alarmantes que han comenzado a proliferar. Todas las luces rojas se han encendido, desde occidente hasta extremo oriente. Nadie está a salvo. Los índices bursátiles caen de modo casi constante (en Francia hasta un 30%) y las empresas revisan a la baja sus previsiones de inversión y crecimiento en todas las latitudes del globo. El desempleo aumenta, la inflación crece, el consumo decae...

Cuando todo empezó, hace un año, con el escandaloso asunto de las hipotecas 'subprime' en Estados Unidos (*), nada indicaba que la economía mundial empezaba a deslizarse hacia una sima insondable. Los signos eran, desde luego, inquietantes, pero el deleznable fenómeno 'subprime' se circunsribía, salvo pequeñas excepciones, al marco nacional estadounidense. Sin embargo, el síntoma -un auténtico 'crash'- evidenció la gravedad real de la situación en la medida en que no fue seguido por la recuperación que acompaña normalmente a ese tipo de caídas circunstanciales. La crisis había llegado a los mercados de EE UU para quedarse. La confianza (o el exceso de confianza previo, para ser más exactos) se había esfumado.

Sólo era cuestión de tiempo que el virus se extendiese, arrojando signos crecientes de su gravedad en todo el planeta hasta la fecha. Hoy puede certificarse no sólo la gravedad de la situación actual, sino también el cúmulo de incertidumbres que ese estado de cosas genera, que sólo invita al pesimismo cuando se considera detenidamente el conjunto de las variables implicadas el el cuadro clínico. En economía no hay peor ingrediente que la incertidumbre, la imposibilidad de adelantar previsiones o contemplar en un plazo próximo alguna posibilidad de recuperación.

La desconfianza de los inversores, el miedo enfermizo del dinero a no multiplicarse convenientemente, es un elemento de primerísima magnitud a la hora de desactivar el crecimiento. Mucho mayor, por cierto, que el descenso del consumo privado, que no se puede reactivar por muchas invitaciones que se planteeen. Y ello por la simple razón de que no obedece al miedo, sino a la impotencia. Cuando los precios aumentan sistemáticamente sin que paralelamente crezca la demanda de los productos que se encarecen ni los restantes índices económicos resulta estúpido acusar al mensajero (el sufrido consumidor) de la situación.

Son muchos los economistas que se niegan a vincular el extraordinario aumento del precio del petróleo (188% en ocho años) con la crisis actual, pero no parece 'científico' negar tal relación dada la magnitud brutal de esa subida y su inevitable incidencia en el aumento de los precios. De hecho, es el aumento de los precios en Estados Unidos lo que conduce a los empobrecidos tomadores de las 'subprime' a generalizar los impagos. Cuando para pagar la hipoteca hay que dejar de comer nadie tiene dudas acerca de la opción más razonable.

(*) Crisis hipotecaria: Las consecuencias, los responsables

Continuará.