19 agosto, 2004

¿Quién teme a Hugo Chávez?

Como Martin Luther King, Hugo Chávez tuvo un sueño y está invirtiendo toda su energía en alcanzarlo. Como aquél líder negro, Chávez habla mucho de Dios -tal vez demasiado para ser un político- y de los derechos de los desfavorecidos. Ambos lograron movilizar a su pueblo alentando su esperanza, promoviendo su dignidad, mostrándole un horizonte soñado, pero posible. Esperemos que aquí terminen las similitudes y el bolivariano caudillo no acabe pagando con su vida el desafío a los defensores del 'status quo', que le odian tanto más cuanto lo ven amenazado.

Ni la oposición “democrática” venezolana ni Estados Unidos, el “campeón planetario de la democracia”, han reconocido la clara victoria de Chávez en el referéndum revocatorio celebrado el domingo bajo su presión. Poco les importa a ambos que los imparciales observadores del Centro Carter (promovido por el ex presidente Jimmy Carter) y de la OEA consideren irreprochable la consulta popular y su resultado. Chávez es una aristada piedra en su zapato y el hecho de que ésta sea la octava consulta popular que gana en menos de seis años, lejos de moverles a la aceptación resignada de la voluntad popular genera infundadas denuncias de fraude y una obstrucción permanente al vencedor y a su política.

Con el paso de las horas, los menos exaltados de entre los opositores han comenzado a aceptar la derrota. Incluso Estados Unidos ha reconocido provisionalmente la victoria de Chávez, pero ambos -socios al fin- esperarán al resultado de la auditoría que han reclamado y el paciente Gobierno ha aceptado. Incluso el software utilizado en el escrutinio está bajo sospecha mientras el recuento de más de 800.000 votos (correo, emigantes, etc) que aún no se había realizado extiende la victoria del presidente hasta casi el 60%. ¿No queréis caldo? Pues tomad taza y media.

El acoso no va a cesar. Y las razones no son sólo de política interior. Si lo fueran, Chávez no tendría grandes dificultades, dado que no sólo cuenta con el apoyo de la mayoría empobrecida de los venezolanos, sino también con el de la mayor parte del ejército. El problema es que para Estados Unidos y sus “satélites” (de los que en su día formó parte importante la España-comparsa de Aznar) Chávez y su política ’bolivariana’ constituyen un “mal ejemplo”, una referencia alentadora y tentadora para muchos países latinoamericanos cuyas sociedades comparten los problemas a los que el líder venezolano está haciendo frente con un grado de eficacia -aún reducido- con el que nadie contaba.

Pese a la alergia instintiva que me causan los caudillos populistas, de los que Chávez es un paradigma casi caricaturesco, debo admitir que se trata de un personaje muy creativo y original, capaz de generar respuestas y alternativas tan poco convencionales como eficaces. Cuenta para ello con una arma poderosa: el petróleo. El gran manantial de oro negro que durante tanto tiempo sirvió para que unos pocos venezolanos se enriquecieran hasta la opulencia y para que otros pocos extranjeros (estadounidenses) dispusieran de él hasta considerarlo parte de su patrimonio, se ha convertido en el instrumento de una política que tiene como primer objetivo sacar de la miseria a las masas depauperadas.

Programas de alimentación, salud, microcréditos... Chávez ha diseñado una serie de “misiones” prioritarias de Gobierno y el petróleo es su instrumento. También en política exterior. Petróleo para Cuba (la amistad peligrosa) a cambio de 17.000 médicos cubanos. Petróleo para Argentina como moneda de trueque para la construcción de petroleros. Petróleo a precio especial para algunos países caribeños como muestra de solidaridad y señal de alianza.

Chávez rompe los esquemas y eso inquieta no sólo a la oligarquía venezolana, acostumbrada al pillaje impune, sino también al gigante del norte, que ve en él el mayor obstáculo para llevar adelante su ambición de controlar la política y los recursos de ‘esos latinos perezosos, pasionales y corruptos del sur’ a los que siempre manejó a su antojo. A los ojos de Estados Unidos, la política de Chávez es mucho más peligrosa que la de Castro o la de Allende en su día. Es un paradigma intolerable al que habría que estrangular en su propia cuna antes de que se extienda. Y saben que se puede extender.

América Latina tiene cada vez más claro que nunca saldrá del pozo mientras repose en los brazos falsamente paternales del “amigo americano” y cree cada vez más firmemente que su independencia económica -sin la que la independencia política es inviable- debe generarse en el propio ámbito latinoamericano, entre iguales. Mercosur puede ser un ejemplo. Ahí está también el Brasil de Lula, otro referente “redentor” agobiado por los problemas y acosado por los enemigos de todo cambio que conduzca a que los pobres dejen de serlo o a que los ricos dejen de multiplicar los beneficios cada año por índices manifiestamente inmorales.

La alternativa a una rehabilitación basada en la fuerza de la unión y en la generación de políticas económicas al margen de los dictados del Banco Mundial y el FMI es un “Plan Colombia” para todo el subcontinente. El abrazo de la muerte, el fin de toda esperanza, una pesadilla que toda Latinoamérica rechaza.