20 diciembre, 2004

Inmersión en los establos



Para quien no tenga noticia de lo que ya se conoce como el “caso Echevarría” haré una sucinta síntesis. Ignacio Echevarría es (era, para ser exactos) un crítico literario del suplemento ‘Babelia’ de “El País”, en el cual publicó una demoledora crítica de la última novela de Bernardo Atxaga, “El hijo del acordeonista”, editada por Alfaguara, uno de los brazos del pulpo multiforme que es el emporio mediático de Jesús de Polanco. Tan destructiva era la crítica, al parecer, que el director del periódico ha llegado a calificarla, con hiperbólica elocuencia, como ‘bomba atómica’.

La siguiente colaboración del virulento Echevarría fue ‘congelada’ (el director adjunto dixit) y el crítico respondió con una carta abierta al referido jerarca denunciando la censura que se le imponía. La carta era tan abierta que circuló de inmediato por el vasto espacio de internet con efectos devastadores para la imagen de “El País”. Unas cuantas decenas de ‘santones’ de la cultura no tardaron en solidarizarse con el crítico y señalar hasta qué punto el “caso Echevarría” lesionaba la credibilidad del periódico. A ello siguió un forzado y limitado ‘nostra culpa’ por parte de la Defensora del Lector del diario, Malén Aznárez, y del director, Jesús Ceberio, que admitió que había habido “una mala gestión” del asunto.

Hasta aquí los hechos, no tan sucintos, por cierto, como yo anunciaba más arriba.

Vaya por delante que considero toda crítica literaria destructiva una muestra de deshonestidad y estupidez imperdonable. Hay demasiada basura literaria, potenciada por el marketing de la industria editorial, como para centrar el foco en una cagarruta en particular. En el contexto vigente el crítico debería ser una especie de pescador de perlas, alguien que sacase a la luz el poco oro que reluce entre los detritus artificialmente relucientes.

A ello añadiré mi conmiseración para aquellos que, como Ignacio Echevarría, deben ejercer como críticos por encargo y, pese a ello, se esfuerzan -o fingen hacerlo- por actuar con independencia. Aduce el crítico en este caso que ha ejercido con frecuencia sus artes dinamiteras en el suplemento literario sin pagar las consecuencias y uno no puede por menos que celebrar su impunidad y compadecerle por su ceguera. Resulta evidente que, tras leer “El hijo del acordeonista” y consciente de su origen editorial, debería haberle dicho a la responsable del suplemento: “mira, prefiero no escribir la crítica porque esta obra me parece una basura y la voy a hacer mil pedazos. Supongo que, dado que es de Alfaguara, alguien podría escribir algo más constructivo e incluso laudatorio”. Nadie rechazaría tan razonable propuesta.

Eso habría sido lo más honesto en alguien que, dada su condición de adulto culto y perspicaz, no puede aducir ignorancia de la realidad del mundo que habita y de la inexistencia práctica de fondo de ese ‘desideratum’ llamado libertad de expresión que, teóricamente, nutre la sangre de las democracias.

Pero si la presunta ingenuidad del crítico parece cínica y deplorable, el ‘papelón’ desempeñado por el periódico y sus directivos (en especial por el director adjunto, Lluis Bassets) revela algo mucho más grave que lo que Ceberio califica eufemísticamente como una ‘mala gestión’. Este caso, aparentemente nimio, ha puesto al aire las vergüenzas del diario de mayor difusión y el más respetado de cuantos se editan en España. Y lo ha hecho en uno de los peores momentos imaginables, cuando el grupo Prisa es objeto de una campaña brutal de descrédito protagonizada por el Partido Popular y sus secuaces mediáticos, que le achacan el mayor de los males de la historia reciente: el Gobierno de Rodríguez Zapatero al servicio de la antiespaña.

El daño que el “caso Echevarría” está haciendo a “El País” es inconmensurable, en la medida en que, pese al tiempo transcurrido, la polémica sigue viva, al menos en internet. Tanto que supongo que algún confortable sillón de la cúpula directiva del periódico sufre ahora temblores no computables en la escala de Richter. Y todo por exceso de celo y beatería, por defender los intereses del amo por medios que exceden lo políticamente correcto. ¿Lo exigió el amo? Si es así él sería el culpable exclusivo. Si no -cosa que estimo muy probable- el buen perro servil, que esperaba una tierna caricia en el lomo, estará sufriendo zurriagazos sin cuento.

Inexistencia de la libertad de expresión, decía yo poco más arriba y a ello vamos porque de eso se trata. Quienes en su momento celebraron el proceso de concentración de medios informativos como un signo de salud del sistema mentían como bellacos y además lo sabían porque cobraban por celebrarlo y se beneficiaban de participar en el proceso. El latifundismo mediático ha tenido como consecuencia la mutilación de la pluralidad informativa y aún más de la opinativa. Los medios están alineados políticamente de modo prácticamente incondicional y el gregarismo profesional y la autocensura imperan hasta niveles de náusea. Todo está controlado, incluso allí donde se presume de pluralismo.

La consecuencia es el silenciamiento de quienes no siguen el juego. Los goulags del periodismo ‘democrático’ están repletos de desaparecidos ‘antisociales’ que no aceptaron las restringidas y no escritas (hasta ahí podíamos llegar) normas de circulación ideológica. El conmigo o contra mi impera en este territorio. El ‘loqueyodiga’ es la ley. Así es como han surgido los infectos establos de Augias en que hozan esos otrora (me refiero a la transición, claro) excelsos agentes de la libertad y de la democracia llamados periodistas.

No creo estar atentando contra la inocencia de nadie haciendo esta afirmación, pero si así fuera no lo lamento. “El País” también está contaminado, por supuesto. Sin embargo resulta que hasta ahora ha sido la res menos sucia de los establos, el medio informativo más completo del panorama periodístico español y el más coherente con la realidad democrática. Era el mal menor y uno siempre ha preferido del mal el menos. Si el “caso Echevarría” es un indicio de desvío habremos empezado a perder algo más que un valioso referente informativo.
Confiemos en que “El País” no figure entre los daños colaterales de la artificial e imprudente resurrección de las “dos españas” que la derecha intenta perpetrar.

16 diciembre, 2004

La voz de los corderos



El dolor, la ira y el desamparo de las víctimas del brutal ataque del 11-M tienen desde ayer un rostro y una voz inolvidables, los de Pilar Manjón, madre de un joven fallecido en aquella trágica jornada. Su intervención ante la inane comisión de investigación del Congreso constituyó un testimonio impresionante y demoledor, un aldabonazo a las conciencias no sólo de la clase política y del mundo mediático, destinatarios del grueso de sus críticas, sino también de la sociedad entera.

Viendo y escuchando a Pilar Manjón era inevitable sentir un nudo en la garganta y un temblor de emoción conturbadora. Tanto que renuncié a mi primer impulso de escribir ayer mismo, bajo el impacto emocional directo recibido a través de un informativo de televisión. Tenía poco tiempo para hacerlo y temí caer en la sensiblería y pecar de demagogia.

Un día después se puede medir la evidencia de que el impacto del testimonio de Pilar Manjón ha tenido un efecto generalizado sobre la sociedad española, pero también puede contrastarse, a través de los medios informativos, que persiste el sesgo partidista, que cada cual subraya lo que le interesa y que, en definitiva, todo seguirá igual tras escuchar la voz de los corderos, víctimas de una matanza que ha tenido importantes consecuencias políticas (no tanto por sí misma como por su tratamiento) y que debería tener más y mayores.

La primera, ineludible y dolorosa constatación ante la intervención parlamentaria de la portavoz de las víctimas del 11-M concierne a algo que todos sabemos y a lo que, desde la impotencia, nos hemos resignado acomodaticiamente: la enorme distancia que separa a la sociedad de quienes son elegidos para representarla. La traición esencial que constituye la 'representación' política en la democracia formal imperante y que podría explicitarse así: "Dame tu voto y olvídame como yo te olvido".

España carece de una sociedad civil operativa, pero todo indica que en la conciencia popular existen las bases adecuadas para crearla y que su existencia es imprescindible para la salud de un sistema que ya apenas tiene algo que ver con las realidades sociales y tecnológicas del presente. Falta el propósito y abunda el fundado escepticismo. Ayer mismo el portavoz de la AVT, la asociación 'oficial' de víctimas del terrorismo, daba pruebas irrefutables de hasta qué punto un supuesto órgano de la sociedad civil puede ser manipulado y capitalizado por intereses partidistas. El contraste de su intervención ante la comisión con la de Pilar Manjón no dejó lugar a dudas al respecto.

Otra significativa denuncia de Pilar Manjón fue dirigida contra los medios de comunicación social, el denominado "cuarto poder", que no es más que una extensión del primero (y el primero no es el Ejecutivo, sino el económico). Desde su dolor y su frustración (que son, como subrayó, los de todas las víctimas y familiares), Manjón no tuvo contemplaciones con quienes perpetran la falacia de fingir que sirven a la sociedad cuando en realidad se instrumentalizan al servicio de los intereses del poder y de sus propios intereses económicos y partidistas, prescindiendo de todo escrúpulo a la hora de rentabilizar el dolor ajeno o servir a cualquier mentira emitida por sus afines políticos.

Cuando los grandes empresarios mediáticos constatan que las generaciones jóvenes permanecen alejadas de la prensa escrita mientras Internet crece de modo imparable, o que las tiradas, que se estaban hundiendo, han aumentado en los últimos tiempos (consecuencia de la intensidad y trancendencia del debate político) eluden sistemáticamente la autocrítica y plantean tácticas correctoras ajenas al fondo del problema y fruto de una estrategia que concibe el mercado informativo como un mercado más, que se puede fidelizar mediante técnicas convencionales de márketin. El lector ya no es un lector, sino un consumidor. Y de la televisión, mejor no hablar porque su único propósito parece consistir en estimular lo peor que hay en cada uno.

Volviendo al centro del asunto -la comparecencia de Pilar Manjón- hay que subrayar que su lección a la comisión produjo la lógica consecuencia de que todos los portavoces pidiesen perdón de un modo más o menos sentido y sincero. La clase política era consciente de la excepcionalidad y de la gravedad de las circunstancias a las que se enfrentaba y por unos momentos asistimos a una conmovedora catarsis democrática. Sólo una voz señalada se abstuvo del 'mea culpa', la de Eduardo Zaplana. El jactancioso portavoz del PP había delegado en una compañera de partido y ni siquiera en ese momento juzgó oportuno abandonar su actitud displicente para decir algo que tuviera la apariencia de salir del corazón y/o de la conciencia. Luego abandonó el Congreso sin siquiera saludar a los representantes de las víctimas.

Y es que, por terrible que parezca, las cosas no van a cambiar aunque los corderos hayan roto el silencio. Ese mismo día la comisión de Interior fue escenario de un nuevo capítulo de la novela "la conexión ETA-Al Qaeda". Poco importa que el ministro José Antonio Alonso calificase de "extravagante" la insistencia del PP en alimentar esa hipótesis. Todo indica que el partido desalojado del Gobierno no va a cambiar ni un ápice su estrategia. Su líder en la sombra (aunque no tanto) es un empecinado creyente en el principio 'goebbelsiano' de que una gran mentira, repetida miles de veces, se convierte en una gran verdad.

Hoy leo que Gregorio Peces-Barba, nombrado Alto Comisionado de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo, se propone "reconciliar a la democracia con los ciudadanos". Encomiable propósito, pero para darle cumplimiento habría que empezar por reconciliar a algún partido con la democracia, lo cual ahora mismo parece una misión imposible.

14 diciembre, 2004

Bambi ha muerto


Tomen nota de la fecha: 13 de diciembre de 2004. Bambi ha muerto. Al ingenuo cervatillo, ridiculizado hasta la saciedad por la derecha, tanto desde el poder como desde la oposición, le ha crecido una poderosa y ramificada cornamenta adulta, con la que, sin perder la compostura, ha hecho astillas el edificio de mentiras e insidias tejido por el PP para albergar intacta a su sagrada divinidad, José María Aznar, y dar cobertura de credibilidad a quienes fueron sus principales cómplices y fieles acólitos: Acebes y Zaplana.

Ayer, durante casi quince horas, Zapatero demostró al Partido Popular que, más allá de su escarnecido 'talante', tiene madera de líder, ideas claras y un surtido arsenal de recursos para responder proporcionadamente, pero sin exaltarse ni descender al insulto, a la dureza con la que se le viene cuestionando.
Frente al enrocamiento en el no (su concepto predilecto) y a las gravísimas e inverosímiles insinuaciones que Aznar planteó en su comparecencia ante la comisión de investigación del 11-M, el presidente aportó datos fiables, coherentemente engarzados, para sostener tres afirmaciones esenciales y desmontar el tejido de insidias: que el Gobierno del PP perpetró un engaño masivo desde la tarde del 11-M para sostener contra toda evidencia la autoría de ETA; que la banda terrorista vasca no tuvo nada que ver con los atentados y que, tras perder las elecciones, el Partido Popular viene desarrollando una campaña de confusión masiva para salvar la cara.

Todo indica que la comparecencia de Zapatero le ha hecho mucha 'pupa' al PP. Eso explicaría el furioso ataque de Zaplana ya avanzada la noche de ayer. Alguien (adivinen quién) debió llamarle al móvil para ordenarle algo como "saca el hacha, que nos está ganando por goleada". Las comparecencias televisadas tienen esa cruz singular para quienes están acostumbrados a la cómoda seguridad de que al día siguiente la prensa leal les dará como ganadores independientemente de lo que haya sucedido. Cuando todo el mundo puede verlo no hay demasiado lugar para la manipulación y hasta la prensa más vergonzante se acuerda de la vergüenza de sus lectores.

Ciertamente, una democracia sólida no debería precisar ordalías públicas como las escenificadas cara al público en las comparecencias de Aznar y Zapatero. El problema es que un sistema democrático en el que el partido gobernante, en circunstancias muy críticas para la nación, miente por motivaciones exclusivas de interés partidista entra en una grave crisis de credibilidad. Cuando ese partido, castigado ya por la ciudadanía, sostiene desde la oposición el infundio original y suma a él una catarata de insidias sin fundamento la situación se agrava y la tensión llega a ser intolerable. Tal vez por ello era preciso que Zapatero dejara de ser el inocuo Bambi sonriente que el PP gusta de caricaturizar. Para contar las verdades del barquero hay que ponerse muy serio y muy firme.

Ahora la cuestión es saber si, tras el previsible cierre de la comisión, se van a cerrar también, definitivamente, las heridas de marzo. Todo depende del PP, supuestamente muy interesado en que la comisión siga abierta para que se sepa "toda la verdad" (!). En la calle Génova tienen la delicada responsabilidad de decidir si en el futuro van a ser la leal oposición o la desleal insidia permanente. Ellos, que se pretenden los defensores únicos de una España que sólo está en su imaginario, deberían considerar que la España real, la que integramos todos los ciudadanos, incluidos quienes no les votan, afronta un futuro que exige compromisos y consensos que no pueden ser abordados desde el no sistemático ni con la obstrucción y la bronca como estrategia única.

¿Estarán a la altura del desafío? Es de temer que no. Al menos mientras tengan a José María Aznar como deidad principal y, sumergidos en sus rencores, olviden que son (hoy más teóricamente que nunca) el centro-derecha político. Sería muy fácil decir "allá ellos" ignorando que, en realidad, esta sociedad necesita urgentemente que el Partido Popular renuncie al delirante rumbo de abordaje y zafarrancho que ha adoptado. Lo necesita para superar la inédita y estéril división que el PP alienta con imprudente e irresponsable celo.


05 diciembre, 2004

Una fábula


Tras la 'operación propagandística' realizada por ETA en Madrid al detonar cinco bombas en estratégicas gasolineras y bloquear durante largas horas la salida festiva de centenares de miles de madrileños algunos consideran, ingenuamente, que la banda -a la que gustan de pintar dividida- está boicoteando la iniciativa ‘de paz’ recientemente presentada por Otegui. Nada más lejos de la realidad.

La banda y su extensión política están demostrando sin lugar a dudas lo que son, lo que siempre han sido: un ejemplo de irracionalidad política, un movimiento anacrónicamente tercermundista regido por un voluntarismo militarista, que se resiste a revisar su estrategia pese a las crecientes evidencias de que le está conduciendo a la extinción.

Como ya advertía en “La Espiral” del 20 de noviembre (a la que les remito para evitar reiterar los argumentos), que glosaba la “esperanzadora oferta” contenida en el documento de Batasuna, era previsible “una reactivación de los atentados y de la ‘kale borroka’” si no se aceptaba el diálogo en los términos planteados. No ha sido preciso esperar mucho para constatarlo.

ETA-Batasuna está intentado escenificar ahora la conocida comedia titulada “Policía malo, policía bueno”. “Si no me haces caso va a volver a entrar el bestia de mi compañero. Espero que sepas lo que te conviene”. Es un juego elemental, pueril, a la altura de la capacidad política y dialéctica que caracteriza al liderazgo del MLNV (Movimiento de Liberación Nacional Vasco). Es absolutamente inútil pedirle a Batasuna que condene el recurso a la violencia como arma política porque el núcleo duro de este abigarrado órgano político es esencialmente la misma cosa que ETA o, mejor dicho, es la propia ETA.

Ante quienes le instan a condenar, Otegui responde invariablemente aludiendo a la persistencia del “conflicto político vasco”, del que la violencia sería una expresión inevitable, en la medida en que 'responde' a la violencia institucional. Nunca se plantean hasta qué punto el terrorismo es la causa mayor del conflicto y cuánto lo exacerba estérilmente. Quienes se lo plantean se van (si les dejan, pues a ‘Yoyes’ no la dejaron sobrevivir a su abandono), desaparecen de la escena política o generan iniciativas abertzales claramente diferenciadas (Aralar es un ejemplo elocuente).

Hay quienes tienden a ver la actual situación -usando la fábula africana de la rana y el escorpión- como si Batasuna fuese la rana que, entre vacilaciones, acepta trasladar al otro lado del río, sobre su lomo, al escorpión ETA y perece entre ambas orillas como consecuencia de que el insecto, fiel a su naturaleza, no puede evitar el impulso de clavar su aguijón, aun sabiendo que supone su propio fin.

Frente a esa ingenua versión yo creo que el escorpión es precisamente Batasuna. ETA es sólo su preciado aguijón. El escorpión tiene dos opciones en las actuales circunstancias: arriesgarse al suicidio, como acostumbran estos arácnidos cuando se ven acorralados (y ese es el camino que lleva), o acercar su nefasto apéndice a sus tenazas y extirparlo para integrarse con normalidad en las reglas del juego democrático.

Existe una versión india de la fábula en la que el animal transbordador no es una rana, sino una tortuga. Cuando el escorpión ejerce su natural impulso lo ve frustrado por el duro caparazón y la tortuga, que previamente había expresado su escepticismo ante los propósitos del sospechoso viajero, percibe el intento asesino y obra en consecuencia. Se sumerge brevemente y deja que el ingrato huésped se ahogue.

El escorpión Batasuna intenta viajar sobre el caparazón de las instituciones democráticas blandiendo el aguijón ETA. El viaje se está acercando al centro de la corriente fluvial, donde, según la fábula, se produce el desenlace. Tanto el escorpión como la tortuga tienen claras -o deberían tenerlas- sus opciones.

Yo, dados los precedentes, no doy un euro por el escorpión.




30 noviembre, 2004

El que mueve los hilos

Si algo puso de manifiesto la extremadamente larga y reiterativa comparecencia de Aznar ante la comisión de investigación del ataque del 11-M -aparte de la absoluta inanidad de la propia comisión- es quién dirige realmente el Partido Popular en estos días, quién genera sus insidiosas estrategias, quién lo mantiene anclado en tres días aciagos de marzo, quién insiste en la revancha contra la derrota electoral y no renuncia a ningún recurso intoxicador o manipulador, a ninguna mentira útil, para lograr ese fin; quién, en fin, involuntariamente justifica hasta más allá de lo expresable la derrota del PP y ha sembrado y sigue sembrando destructiva cizaña en el terreno político hasta convertirlo en un impracticable erial para sus propios intereses.

No voy a entrar a fondo en los ejes de la “histórica” comparecencia (“¡Oh cielos, un ex presidente del Gobierno ante una comisión de investigación! ¡Esto sí que es democracia!”, sostiene la beatería). Hacerlo sería dar crédito a un insostenible guión de política-ficción para consumo exclusivo de creyentes. El Mundo, La Razón y ABC ya han hecho la exégesis devota del vómito, mientras El País, El Periódico y La Vanguardia lo han analizado desde el punto de vista patológico. Esa es su misión. Sus lectores probablemente quedarían decepcionados si no lo hubieran hecho del modo que lo han hecho.

Yo no dependo de índices de venta ni soy un columnista estabulado. Y tampoco estoy de humor hoy para hacer chacota a costa de la mediocridad y la indecencia política. Por eso en esta breve “Espiral” quiero ir más allá del 11-M y del 14-M y centrarme en lo que me parece más revelador de la comparecencia del ex presidente del Gobierno: la evidencia abrumadora de que sigue siendo él quien mueve los hilos del Partido Popular. No es Aznar quien se ha ajustado a un guión prediseñado por su partido. Es justamente al revés.

El reciente “hallazgo” realizado por Zaplana de que el 11-M es “un golpe teledirigido”, inmediatamente rubricado por Acebes, es en realidad la ‘preparación artillera' ordenada por Aznar para sostener la insidia de que los ‘autores intelectuales’ no se hallan en desiertos o montañas lejanas. Y lo mismo ocurre con la permanente defensa de la “conexión ETA”, avalada además por la insistente campaña de El Mundo en ese sentido. Es Aznar quien manda y Acebes y Zaplana siguen siendo sus lugartenientes predilectos. Como él mismo mienten con absoluta impavidez. ¿Y Rajoy? Una ridícula marioneta que baila al son que toca el trío.

El Gobierno puede estar tranquilo. Si alguna virtud tienen Aznar y su cohorte de desinhibidos y cínicos ‘neoconservadores’ es movilizar los votos que las derivas del PSOE e IU habían conducido a la abstención. La divisa es clara: cualquier cosa menos estos otra vez.

26 noviembre, 2004

Noticia del revuelto gallinero

El pasado día 4 hice una pequeña alusión a la reacción de la ‘Brunete mediática’ española ante la victoria de Bush, pero el núcleo del artículo lo constituía el análisis de esa victoria y de la situación en que se inscribía dentro de la política interior y exterior de Estados Unidos. Ahora toca hablar directamente del corral español, en el que proliferan las gallinas espeluznadas que cacarean histéricas “¡Moratinos dimite, el gallinero no te admite!”

Al neoconservadurismo ibérico al ajoarriero Moratinos no le gusta un pelo y desde el mismo día de la victoria de Bush señaló la cabeza del ministro de Exteriores como pieza a cobrar para exhibir en la vitrina -aún vacía- de la “vendetta” por la ‘injusta’ derrota electoral del 14-M. Son los mismos que callaron prudentemente ante la incompetencia del brazo disléxico de la política exterior de Aznar, aquella patética Ana Palacios a la que se le iba la olla cada sí y cada no, seguramente a causa del lamentable papel que su jefe le asignaba cuando no decidía sustituirla directamente para hacer él personalmente el ridículo actuando como taburete reposapiés del emperador de Occidente. Y son los mismos que, contra todo pronóstico, no hicieron el más mínimo comentario sobre el ‘arresto peninsular’ del Rey, pomposamente sustituido en la representación exterior del Estado por “el presidente de la república española” (Jeb Bush dixit). ¡Qué pestazo a banana pasada de fecha!

Ahora, tras la alusión del “rojopeligroso” responsable de la política exterior al papel de Aznar en la intentona golpista contra el presidente de Venezuela -elegido, por cierto, por su pueblo, le guste y convenga o no a quien sea-, la ‘derechona’ y sus 'cagatintas' se han rasgado farisaicamente las vestiduras y claman por el cese del ‘falsario’ bajo la amenaza de abandonar su colaboración (¡sic!) con el Gobierno. Si por colaboración se entiende la proliferación cotidiana de insidias y las sistemáticas críticas destructivas, en las que son especialistas los ‘hermanos Malasombra’ del aznarato (Acebes y Zaplana) o las alusiones del inefable Rajoy a la ‘sonrisa estúpida’ de Zapatero el Gobierno tiene motivos para congratularse.

El PP y sus corifeos mediáticos gustan de presentar al Gobierno como rehén impotente y sin ideas de los grupos que le apoyan en el Parlamento. Eso en política interior. En la exterior lo dibujan aislado, devaluado y torpe. Sus “imprudentes” desafíos al alcázar judicial o al santuario eclesial son descritos casi como signos de locura. La cosa es alarmar gratuitamente, no porque ello vaya a convencer a nadie que no esté previamente convencido o tienda a estarlo sino precisamente para mantener esa ‘clientela’, sobre todo a la no pequeña franja ‘ultra’ que disfruta enormemente el espectáculo del golpe bajo, el navajeo, el insulto y la bronca permanente y rechaza toda posibilidad de colaboración con los “rojos”.

Como el papanatismo nacional precisa de una cierta apoyatura internacional, el hecho de que Bush no se ponga al teléfono o de que el Wall Street Journal (el mismo medio en el que Aznar vertió sus efusivos elogios a Bush en vísperas de las elecciones americanas) se cebe en Zapatero con argumentos que parecen salidos de la sede de la calle Génova o de la caverna de la FAES son recibidos como confirmación irrefutable de que el Gobierno va -con perdón- de culo y contra el viento. Todo está mal: ese es el corolario. Y por supuesto, el PP lo haría mucho mejor. Aznar, con su prosa colegial, lo habría expresado con elocuencia insuperable: “Zapatero, cero patatero” o “Váyase, señor Moratinos”, “Váyase, señor Moratinos”, "Váyase...” (ad infinitum).

El partido del errequeerre; el que habla catalán en la intimidad; el que no tiene lo que hay que tener para decirle al presidente fundador “váyase, señor Fraga”; el que mete la cabeza bajo el ala ante los excesos del alcalde de Ponferrada o el de Toques; el que llega a las manos por una urna; el que cree que la mejor política exterior es la que convierte al Estado en mercenario de tercera de un imperio agresivo y depredador; el que miente a la ciudadanía sobre la autoría del más grave atentado de la historia de Europa y es derrotado no por el atentado, sino por la mentira; el que aplaude a su ex presidente cuando, deslealmente, ataca en el extranjero al Gobierno de su país... Ese partido cree que no hay mejor defensa que un sistemático y demoledor ataque al Gobierno “accidental” (según el Wall Street Journal) de España.

Lo llevan mal, muy mal, tal vez porque en su fuero interno creen que el poder les pertenece por derecho natural y pensaban que, tras la larga travesía del desierto que supuso para ellos la instauración de la democracia, era fácil mantenerse en el machito una vez reconquistado. Su arrogancia y -más que eso- el temor a generar divisiones internas les ha llevado a eludir toda autocrítica y evitar el más mínimo replanteamiento de la estrategia destructiva de quien les condujo al triunfo, olvidando que aquel éxito no se debió a mérito propio alguno, sino a demérito ajeno (la degradación progresiva del felipismo).

Con esos planteamientos es más que dudoso que puedan retomar el poder en breve plazo, como pretenden. Muchos errores (reales y graves) tendría que cometer el Gobierno para que regresen quienes han demostrado que no eran dignos de estar. Somos muchos lo que -sin aplaudir incondicionalmente a este Gobierno “accidental” y conscientes de sus deficiencias- creemos que España ha ganado con el cambio y esperamos que ese cambio avance y se profundice para construir una sociedad más racional, dialogante y democrática.

20 noviembre, 2004

Ahora... ¿qué?

Siempre evito hablar -y mucho más escribir- de oídas, así que me he tomado el trabajo de leer el texto íntegro de la declaración de Batasuna, su propuesta política para la superación del conflicto vasco, titulada “Orain herria, orain bakea” (“Ahora el pueblo, ahora la paz”). Y cuando digo “me he tomado el trabajo” no incurro en eufemismo alguno. Ha sido penoso enfrentarse a un texto políticamente paupérrimo, que une a su rampante mediocridad teórica la falsificación permanente de la historia, cuya evolución sería precisamente la base que justificaría el ‘sesudo’ y pomposo documento.

El acto de presentación de la declaración fue ‘precalentado’ por un atentado de ETA contra un pequeño refugio militar de montaña, del que salieron indemnes el cabo y los tres soldados que lo guardaban. Al día siguiente Otegui se presentó en el acto de Anoeta parafraseando con notorio oportunismo y falta de escrúpulos a Arafat -recién fallecido- en su discurso ante las Naciones Unidas, al decir que portaba un ramo de olivo, símbolo de la paz. La pistola que el líder palestino dijo llevar en la otra mano, y a la que Otegui no aludió en su discurso a los fieles, ya había sido enarbolada la víspera en una más que obvia advertencia.

Gran parte del documento, de apenas seis folios de extensión, está dedicada a un sumario análisis histórico que comprende desde 1977 hasta la fecha y del que resulta, según la óptica deliberadamente estrábica que los paridores de la declaración adoptan, que el actual planteamiento de reforma constitucional y revisión autonómica estaría determinado por los esfuerzos desplegados por Batasuna, por el ‘reordenamiento estratégico’ realizado desde 1994. “La gran victoria política del conjunto de la izquierda abertzale y del pueblo vasco debe ser ocultada, manipulada, porque sienta un precedente peligroso para los poderes fácticos y los gestores del Estado”, dice el delirante documento.

No hay mayor ciego que el que no quiere ver. Aunque lo cierto es que seguramente a Batasuna no le queda otra alternativa que fingir que no ve, hacer creer que se puede caminar de derrota en derrota hacia la victoria final. Ilegalizada y con su brazo armado golpeado policialmente hasta casi la extinción, quizás sólo puede seguir vendiendo el espejismo de su propia importancia e incluso transcendentalidad. Con su programa máximo en manos de la derecha nacionalista (Plan Ibarretxe) en una incuestionable operación de robo de votos, Batasuna exhibe una sonrisa jactanciosa, dice “mover ficha”, ofrece diálogo y propone flexibilidad. Patético.

A cambio del diálogo (exclusivamente en el marco vasco, por supuesto) ofrece poner “todos los medios para que todos los obstáculos sean superados” (¿tregua de ETA?). Desde luego lo que no hay -y muchos esperaban- es una tregua previa. Por el contrario, lamentablemente, es previsible una reactivación de los atentados y de la ‘kale borroka’ si el referido diálogo no se inicia. Batasuna no quiere llegar a las próximas elecciones en la situación de virtual inexistencia (‘apartheid’ lo llaman) que ahora soporta. Para eso sí que va a poner todos los medios, sean cuales sean.

La propuesta de la izquierda abertzale está dirigida en primera instancia al tripartito vasco, aunque sólo aluda a sus miembros para despreciarlos. Han pasado ya los días suficientes para que se produjera una respuesta positiva por parte de éstos, pero el desprecio es mutuo. Ibarretxe y compañía quieren llegar a la cita electoral con el famoso plan del lendakari como tentadora zanahoria para el electorado abertzale. Luego se hablará con Batasuna (o no) y se intentará (o no) hacer el referéndum, o por lo menos convocarlo, una vez que ha sido despenalizado. En este escenario, ¿cuál es la situación real de Batasuna?

De frustración máxima, de desesperación, de desconcierto y desunión. Así es la situación de quien se pinta a sí mismo como motor de la historia. Y en la medida en que ni siquiera es capaz de poner sólo el ramo de olivo sobre la mesa, sino que pretende llevar también la pistola al diálogo que propone, así seguirá siendo. ¿Cuánto tiempo más pueden sobrevivir las contradicciones internas del conglomerado nacional-socialista sin estallar? Ni en Batasuna lo saben ni quieren saberlo, pero todo indica que nunca han estado tan cerca como ahora del punto de ebullición/evaporación.

Dados los antecedentes, que así sea.

04 noviembre, 2004

El palo y la vela

Apenas difundida la noticia de la victoria electoral de Bush (la más grande de la historia, subrayan los panegiristas), los previsibles cagatintas ibéricos se han apresurado a depositar ante la puerta de La Moncloa sus vistosas y pestilentes cagarrutas, como si el que hubiera perdido fuera Zapatero en lugar del mediocre Kerry. ¿Y ahora qué?, preguntan los corifeos del neoconservadurismo al ajoarriero.

Pues ahora más Europa, más autonomía, más sensatez, más medido distanciamiento de intereses tan espurios como ajenos a los nuestros.

La victoria de Bush porta en sí misma un mensaje al que sus asesores áulicos no deberían hacer oídos sordos. Ese mensaje habla de una profunda y grave división de la sociedad estadounidense. Y es así porque el caballo de batalla de la campaña electoral ha sido la guerra, no la política interior y menos aún el aspecto económico de la misma, en el que Bush ha fracasado rotundamente sin sufrir por ello ningún castigo en las urnas. Las elecciones han sido en realidad un referéndum sobre la guerra, sobre la política belicista de la administración Bush. El hecho de que haya vencido el presidente en ejercicio ni siquiera es sorprendente, por más que a muchos nos parezca deprimente. No se cambia al comandante en jefe en mitad de una guerra.

El resto es mérito exclusivo de la manipulación e intoxicación sistemática que han llevado a la conciencia de la mayoría de los estadounidenses que han votado la idea de que, precisamente, existe un estado de guerra, una situación de alerta y riesgo permanente; que la invasión de Irak es una pieza fundamental de la estrategia del combate contra el terrorismo islámico y que sólo Bush tiene las ideas claras y la determinación necesaria para vencer esa guerra.

Que la mitad de la sociedad estadounidense esté contra la guerra y por ende contra la política exterior de su presidente es cualquier cosa menos irrelevante. Es un hecho muy grave, en gran medida inédito, y así lo entienden y destacan los dos protagonistas políticos de las elecciones al subrayar la necesidad de recuperar la unidad. Tal gravedad se acentúa notablemente si consideramos el entorno internacional en tres vertientes principales: la situación de la guerra en Irak, la delicada coyuntura en Palestina, en especial ante el inminente deceso de Arafat, y la posición de los países tradicionalmente aliados de EEUU.

Irak es una causa perdida. Tras todo el tiempo transcurrido desde la “victoria”, tan prematuramente cantada por Bush, el país está hundido en una espiral de violencia y anarquía incontenible:

-El Gobierno títere en funciones no sólo carece de legitimidad sino también de credibilidad y de apoyo popular.

-Parte importante del territorio se halla fuera del control de los países ocupantes.

-Las tropas de la ‘coalición’ permanecen más tiempo acuarteladas que en movimiento para evitar bajas.

-El ejército y la policía cipayas son machacados diariamente con casi total impunidad.

-Las perspectivas de un futuro Irak roto en tres entidades (chiita, suní y kurda) aumentan en credibilidad a cada día que pasa. ¿Divide y vencerás?

A ello hay que unir que la aventura iraquí de Bush y su ‘gang’ ha multiplicado extraordinariamente el atractivo de la ‘yihad’ como banderín de enganche en todo el mundo islámico. No es extraño que Bin Laden se frote las manos. La estupidez del enemigo cimenta la propia victoria.

Por si ello fuera poco, nada indica que la situación en el escenario habitual de la que realmente es la madre de todas las guerras, Palestina, vaya a mejorar. Incluso la retirada de Gaza, tan polémica en la política interior israelí, no parece más que un gesto pactado con Estados Unidos como condición para consolidar ‘de facto’ la implantación de los numerosos asentamientos judíos en Cisjordania (de ahí el vergonzante y vergonzoso muro que consagra un ‘apartheid’ que desafía impunemente a toda la humanidad).

Arafat, que se halla en coma irreversible mientras escribo, era el líder natural, el cemento de unión de un pueblo dividido en cuanto a los matices de la adecuada expresión del odio común, generado por el expolio de sus tierras, el exilio forzoso y la muerte como realidad cotidiana, elevada últimamente en muchos casos a la categoría de martirio santificador. ¿Qué va a pasar ahora que desaparece el hombre que, de Palestina a Jordania, de Jordania a Líbano, de Líbano a Túnez, ha compartido la experiencia traumática de un pueblo al que se le ha negado el derecho a la existencia? ¿Qué sucederá cuando ya no se escuche la voz conciliadora que persiguió la paz desde Camp David a Estocolmo y reclamó inútilmente justicia para su pueblo en cuantos foros se le ofrecieron?

Es de temer que Israel no va a desaprovechar la oportunidad de provocar la detonación controlada de las contradicciones palestinas en su propio beneficio. Y en ese caso lo peor puede llegar a ser aún más inimaginable que todo lo progresivamente peor que hemos venido contemplando sobrecogidos e incrédulos.

En cuanto a la posición de los tradicionales aliados de Estados Unidos, sería ocioso hablar de sus gobiernos. Berlusconi o Blair están ahí y tienen el poder, pero son los pueblos los que cambian los gobiernos. Y los pueblos de los países aliados -y más que ninguno el español- están masivamente contra la guerra y contra la política de Bush. Pensar que eso no ha de tener consecuencias a lo largo del segundo mandato del hijo del enunciador del “nuevo orden internacional” o es exceso de optimismo, o ingenuidad, o (lo más habitual) estupidez.

Los que increpan ahora a Zapatero, tal vez alentados por el exceso de ‘pastelería’ desplegado por nuestro untuoso ministro de Defensa, el inefable Bono, ante el resultado electoral en EEUU, no lo hacen, obviamente, desde el punto de vista de los intereses reales de nuestro país, sino desde un espíritu sicario y deudor, por partida doble, del servil PP de Aznar (el de Rajoy ni él mismo sabe de qué va) y de la política de Bush.

La administración Bush no lucha tanto contra el terrorismo islámico como por el petróleo y la expansión de Israel. No se combate el terrorismo agravando las causas que lo han hecho nacer y crecer. Si la nueva administración proyecta seguir por el mismo camino que ha venido transitando durante su primer mandato es imperativo que asuma en exclusiva los riesgos consecuentes. Ni la UE ni España pueden ser cómplices de una aventura cínica y delirante que está haciendo realidad el sueño del ‘Che’ Guevara: crear un, dos tres... Vietnams.

Que cada palo aguante su vela.


27 octubre, 2004

¿Es Barroso de confianza?


Cuando la UE, con generales parabienes, se decantó por Durao Barroso como sustituto de Prodi al frente de la Comisión Europea yo me quedé bastante perplejo, pero como una controlada perplejidad y un escepticismo casi militante forman parte ya inalienable de mi forma de contemplar la realidad decidí no adelantar los augurios que se me ocurrían. Esperemos y veamos, me dije.

Había motivos sobrados para la perplejidad. Barroso, que se dice de centro derecha, es en realidad un espécimen muy conservador, en la línea neocons estadounidense, concomitante no pocas veces con la ultraderecha: una especie de Aznar pasado por el fado. Más sutil, más inteligente, más hábil y seguramente más ambicioso que nuestro cejijunto ex líder, pero igualmente empecinado e inflexible. Y llegado el caso, inimitablemente servil.

De entrada, una persona que ha evolucionado desde el radicalismo izquierdista de su juventud (perteneció al maoísta MRPP) hasta el siempre frágil límite con el autoritarismo a mi me enciende todas las alarmas. Este tipo de conversos son un peligro público. Están y han estado en la política no por convicción ideológica alguna, sino por pura y dura ambición y representan con frecuencia lo peor entre los profesionales del poder. Que ya es decir.

El primer ministro portugués fue el satisfechísimo, incluso radiante, anfitrión del contubernio de las Azores, el muñidor de la inmortal fotografía en la que el hombro derecho de Aznar aparece cubierto por la mano izquierda de Bush, en un gesto que, más que amistoso, parece indicar “ya lo tengo, este hombre es mío”. También fue el indignado lidercillo que más alto gritó contra Rodríguez Zapatero cuando éste anunció la retirada de las tropas españolas de Irak.

Que tal alcahuete pro estadounidense fuera a regir la Unión Europea en los momentos más transcendentales de su historia me parecía inconcebible, pero recordé que cuando Adolfo Suárez fue designado presidente del Gobierno tuve la misma sensación. Algunas cartas que ignoro se están jugando bajo la mesa, me dije. Seguramente han seducido al vanidoso y ambicioso primer ministro portugués para quitarle a Bush uno de sus peones europeos y Barroso va a acabar siendo un europeísta convencido, al menos tan convencido como lo está de cualquier cosa que le convenga.

Ahora veo claramente que me engañaba. La cabra siempre tira al monte. Y la ‘cabrada’ (renuncio expresamente al aumentativo) que se escenificó ayer en Estrasburgo no tiene parangón. Su jugada de farol, sosteniendo hasta el último momento al patético troglodita Buttiglione frente al rechazo casi general de los grupos de la Cámara europea, es una muestra de arrogancia y empecinamiento más que inquietante. ¿Se puede conducir a buen puerto la Unión Europea estando al timón este personaje?

Sé que es maximalista lo que voy a decir, pero la cuestión ahora no debería residir tanto en que Barroso reconstruya un Consejo que pueda ser aprobado por el Parlamento Europeo, sino en que ponga su cargo a disposición o en que la Cámara le retire la confianza. Lo que este políglota portugués ha demostrado es que, salvo por su don de lenguas, no está a la altura del cargo que se le ha encomendado. No lo está en absoluto.

Que vuelva a la universidad de Georgetown, por la que pasó como profesor en su momento, y desgrane junto con Aznar el rosario de sus nostalgias de un tiempo en que tres imperios de la Edad Moderna y uno de la Edad Contemporánea se reunieron en un archipiélago atlántico para contemplar el futuro ilusorio de un mundo de nuevo a sus pies.

P.S.: Por cierto, un sobresaliente para Borrell, que ha sostenido sin desmayo la dignidad del Parlamento Europeo, una institución que hasta ahora se ha considerado 'simbólica' y que debe dejar de serlo si la Unión Europea quiere alcanzar la credibilidad que aún se le discute.

10 octubre, 2004

Un poco de filosofía


Probablemente es Kierkegaard quien, desde el existencialismo, elabora la primera expresión filosófica de la angustia postmoderna. Su obsesión por la necesidad de encontrar algo en que creer, “por lo que vivir y morir”, implica la confesión de que ese 'algo' ya no existe. Nietzsche lo expresa de modo más brutal: “Dios ha muerto”, asegura. Marx responde a ambos convirtiendo el ateismo en un dogma necesariamente previo a la elaboración de una alternativa de fe por la que vivir y morir, como pedía el filósofo danés: la emancipación y luego el dominio de la inmensa mayor parte de la humanidad, es decir, la clase obrera, los desposeídos, los explotados, los ignorados.

Pero aproximadamente en los mismos momentos en que Marx enuncia el nuevo pensamiento fuerte frente al que lo había sido hasta entonces desde Tomás de Aquino (el cristianismo idealista, por decirlo de alguna manera) surgen poderosas líneas de replanteamiento de las verdades asumidas No proponen soluciones -al contrario que el marxismo-, sino que generan preguntas totalmente nuevas y extraordinariamente incitadoras e inquietantes. Freud analiza la psique (alma) humana y apunta no sólo a su complejidad insondable sino también a sus falacias esenciales. De Saussure y sus seguidores hacen algo parecido con el lenguaje, materia vertebral de la condición humana cuya estructura profunda es desvelada al tiempo que se pone de relieve su sustancia básica, el signo, que nunca había sido objeto de atención.

Así surge lo que se ha dado en llamar postmodernidad, denominación probablemente destinada en el futuro a sustituir como referencia a lo que venimos llamando con simplista obviedad “Edad Contemporánea”.

El marxismo, el psicoanálisis y el estructuralismo dinamitan el edificio milenario basado en las “certezas” acerca de Dios y del más allá, lo que no quiere decir en absoluto que se trate de una coalición de fuerzas cómplices porque el psicoanálisis y el estructuralismo no son ideologías, sino instrumentos de reflexión y análisis sobre la condición humana y la realidad social. No proponen ningún credo ni solución definitiva sino que generan preguntas y críticas a las que tampoco el marxismo escapa indemne, especialmente en su praxis como ejercicio del poder (el leninismo en todas su variedades, traición práctica esencial al propio marxismo).

En ningún país se ha producido un reflexión filosófica tan profunda, densa, intensa y proliferante sobre la postmodernidad como en Francia. Y no es casual. Parece evidente que el país que dio nacimiento a la idea de democracia, a partir de la afirmación de la libertad de pensamiento, el laicismo expreso y la soberanía de la voluntad popular, y que asistió desconcertado e impotente a la explosión -incoherente y estéril pero expresiva-, de Mayo del 68, que contestaba la irrealidad profunda de la llamada “democracia formal”, está especialmente llamado a la tarea y dotado para ella.

Barthes, Lacan, Sartre (discutiblemente), Foucault, Althusser, Deleuze, Lyotard, Baudrillard, Derrida... son algunos de los nombres estelares de lo que en su día, a falta de una definición resumidora, que ellos mismos habrían contestado, se denominó “nueva filosofía”. Este artículo iba a ser dedicado, desde la primera línea, a Jacques Derrida, con ocasión de su muerte, pero era preciso situar al filósofo fallecido en el contexto del que ha surgido y con el que, como intelectual infatigable, ha interactuado permanentemente.

Hay quien dice que Derrida prefigura e incluso pronuncia la sentencia de muerte de la filosofía, pero tal afirmación sólo es sostenible -interesadamente- desde el punto de vista de la filosofía tradicional, empeñada aún en ignorar la revolución de la conciencia que ha supuesto la irrupción del materialismo dialéctico, el psicoanálisis y el estructuralismo. Ya no se puede filosofar sin tener en cuenta esos instrumentos de análisis del individuo y de la sociedad, ni ignorando la sociedad de consumo, el imperio de los media o la globalización. Sólo el pensamiento reaccionario y mercenario se empeña en ello. Derrida lo tenía claro.

La principal aportación de este judío francés nacido en Argelia, como Althusser, es la teoría de la deconstrucción (en lo sucesivo desconstrucción, que es como deberíamos llamarlo en castellano). Consiste básicamente en la utilización de los nuevos instrumentos -primordialmente el estructuralismo-, para poner al desnudo los pilares que soportan realmente el edificio, falsamente sólido, verosímil y valioso, del discurso. Y se entiende por discurso toda forma de comunicación: política, jurídica, literaria, plástica y, por supuesto, filosófica. El propósito último es saber -objetivo original de la filosofía-, y lo que finalmente pone en evidencia la desconstrucción es las innumerables razones que tenemos para coleccionar dudas en lugar de certidumbres.

El análisis desconstructivo se ha revelado sumamente útil para desmontar y desmitificar realidades, obras, afirmaciones que otrora hubieran sido inabordables o simple sujeto de un análisis superficial, formal. La falacia, el artificio y el secreto origen de los discursos quedan evidenciados, con sus groseras vísceras al aire. Cabe la discusión, por supuesto, en la medida en que no se admiten ya verdades absolutas. Y también cabría preguntarse -muchos lo hacen- si es de alguna utilidad este ingrato ejercicio de lucidez. La respuesta es sí. Aproximarse en la mayor medida posible a la verdad nunca es inútil, aunque pueda ser doloroso e incluso insoportable, como parecen indicar la locura o el suicidio que devoraron a algunos de los intelectuales franceses arriba mencionados.

La tragedia del filósofo postmoderno procede de la conciencia de que la cultura occidental ha perdido definitivamente la inocencia, pero hace como si no fuera así. Los media insisten en sostener el tinglado de la vieja farsa, dando verosimilitud a un sistema que, a su vez, se empeña en fingir que defiende los mismos antiguos valores que traiciona de modo sistemático. El intelectual que se niega a ser asimilado por el sistema farsante o no existe o es convertido, de cara a la sociedad, en una caricatura de sí mismo mediante la simplificación y la reducción al absurdo. Hay goulags en el occidente democrático tan eficaces o más que los que creó el régimen soviético. Son más sutiles pero no menos virulentos.

Derrida es autor de una obra ingente, casi inabarcable, fruto de sus incansables pesquisas sobre todo tipo de realidades. Él mismo admitió que en su pensamiento y en la forma de exponerlo incurre ocasionalmente en contradicciones, con las que no tenía inconveniente en coexistir, según aseguraba. La contradicción y la ausencia de dogmatismo son inevitables cuando el esfuerzo no se dirige tanto a obtener respuestas universalmente válidas como a formular las preguntas necesarias para conocer lo real en la mayor medida posible, sin poder, o al menos sin atreverse, a formular certezas supuestamente incuestionables.

Pese a todo Jacques Derrida, militante de extrema izquierda en su juventud, no ha renunciado en ningún momento a pronunciarse sobre las contingencias cotidianas del convulso mundo que le tocó vivir. Sus opiniones eran solicitadas y valoradas como argumentos de autoridad, con interés y respeto. Quien en el momento más inadecuado (1993), cuando se cantaba la muerte del comunismo y con él la del corpus teórico del que nació, afirmó, utilizando para ello todo un libro ("Espectros de Marx"), que el marxismo no sólo estaba vivo sino que había conformado el mundo en que vivimos, concentraba en torno a sí un lógico e inevitable interés. “Podemos estar a favor o en contra, pero no sin Marx” era su tesis. Reivindicaba de ese modo la vigencia de una filosofía y una ideología (no la de una política rusa, china o cubana) cuyas exequias prematuras ya habían sido apresuradamente celebradas.

Del mismo modo, el judío Derrida -frente al entusiasmo neosionista del también judío B. H. Levy- arremetía contra la política del estado de Israel y la postura del sionismo que lo apoya. Para él el estado de Israel no sólo es una entidad abusiva y opresora sino que además traiciona en la práctica la esencia del judaísmo e incluso del sionismo. Derrida reivindicaba además, frente a las manipulaciones interesadas, el derecho a criticar la política israelí sin que ello pudiera ser entendido como anti-israelismo, antisionismo y menos aún antisemitismo.

Tal vez esa sea la función principal del intelectual, junto a su trabajo académico: decir aquello por lo que los poderosos del mundo pagarían -y de hecho pagan- para que no sea dicho.

06 octubre, 2004

ETA, hacia su final


Cuando se produjeron las detenciones en Francia que han conducido a la práctica decapitación de ETA no pude evitar dos sensaciones casi simultáneas: la primera, de lógica alegría, pues situar fuera de la circulación a quienes siguen empeñados en hacer política con la violencia como único instrumento e intervenir la mayor parte de su arsenal es algo digno de ser celebrado. La segunda, sin embargo, fue de temor.

Es una triste tradición que la banda terrorista responda a los golpes recibidos del modo más inmediato y contundente posible, en un esfuerzo por demostrar fortaleza y operatividad. Uno de los más imborrables ejemplos de esa práctica fue el secuestro y asesinato del joven concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco en respuesta a la liberación del funcionario de prisiones Ortega Lara. Ahí precisamente inició ETA su progresivo declive.

Por eso es el temor. No sólo por conocer las irracionales rutinas de quienes pretenden liberar por las armas a un País Vasco que, a su vez, quiere liberarse de ellos, sino porque no hay nada más temible, por potencialmente brutal, que el estertor de la bestia.

En ese contexto causa especial alivio que sigan produciéndose detenciones como las que la pasada madrugada se han realizado en Guipúzcoa y Navarra. Los cinco detenidos sólo esperaban órdenes para actuar. Nadie sabe si ya hay un sucesor de la ‘real pareja’ formada por ‘Antza’ y ‘Anboto’, pero si lo hay o existe un equipo suplente de los dos monarcas sin corona de ETA, las órdenes podrían no haber tardado mucho en llegar a los detenidos, si no lo han hecho ya, a ellos o a otros.

Todo indica que el golpe recibido por la banda ha sido muy severo y lo ha sido tanto más cuanto la debilidad de ETA es evidente. Pero los restos de la debacle intentarán responder tan pronto como les sea posible. Lamentablemente, no dejará de haber quien pueda y esté dispuesto a cumplir las amenazas que la dirección ahora decapitada formuló recientemente, en una aparente reactivación que seguramente tenía como objetivo, según su costumbre, matando, incidir en las elecciones autonómicas en el País Vasco.

En cualquier caso, hay indicios de que tal vez no está muy lejano el día en que la pesadilla concluya. Ese día todos -pero muy especialmente los vascos- seremos más libres. Será una libertad muy cara, conquistada a base de sangre, sudor y lágrimas, pero será.

04 octubre, 2004

El PP en la encrucijada

Nada nuevo bajo el sol. El congreso del PP se ha desarrollado como ajustado a un férreo y previsible guión destinado a sostener la pretendida polivalencia de un partido que se dice de centro-derecha pero tiende sus redes en un amplio -y en realidad irreconciliable- espectro que abarca desde la ultraderecha hasta un teórico centro liberal-progresista. Demasiado.

Si Rajoy pretendía proyectar una nueva imagen del partido, cosa muy dudosa porque parece saber muy bien dónde se encuentra, Acebes, Aznar y la visión de un renqueante pero irreductible Fraga le han arruinado la puesta en escena con tonos sepia de foto antigua y azul mahón de prietas-las-filas.

El congreso ha sido más bien una catarsis, un ejercicio colectivo de exorcización de fantasmas y temores y de autoafirmación sobre confusas esencias. Nunca tanto como ahora se ha puesto de manifiesto que el Partido Popular, más que una opción ideológica definida. es un instrumento destinado a ejercer el poder desde una idea de España y del propio poder susceptibles de variar levemente en matices según quién esté al frente, pero que bebe fundamentalmente en las fuentes remotas del reaccionarismo autoritario.

Para un partido de estas características no tener el poder equivale, por definición, a estar en crisis. Es el ejercicio del poder lo que logra conciliar y equilibrar su diversidad. Seguir al jefe y silenciar toda crítica es fácil cuando hay para todos, pero cuando no es así el debate sobre cómo volver a gobernar puede llegar a ser bastante bronco y esterilizador. Rajoy es un hábil pastelero, ¿pero lo es tanto como para neutralizar las tendencias centrífugas de las que el propio congreso ha sido clara expresión?

La experiencia ha demostrado que en este rutinario, escéptico y no poco apático país un Gobierno sólo pierde el poder cuando, como se dice vulgarmente, ‘la caga’. Así ocurrió en el caso del PSOE felipista. Así ha vuelto a suceder con el PP, aunque en su caso la demoledora pestilencia inundó el panorama a sólo 72 horas de la jornada electoral en forma de insostenible mentira sobre la autoría de los atentados del 11-M. Fue esa mendacidad indecente y radicalmente antidemocrática la que movilizó a los abstencionistas de izquierda y causó la derrota del PP, pese a que éste mantuvo prácticamente los mismos votos que le habían dado la mayoría absoluta.

El “algo hemos debido hacer mal” de Ruiz-Gallardón y su demanda de un “cambio de estilo” es notoriamente insuficiente como autocrítica, pese a lo cual ha causado un profundo malestar entre los partidarios del sostenella y no enmendalla, que han hecho 'lo correcto', que no han cometido 'ningún error', que tienen 'las manos limpias' y nunca han utilizado la 'cal viva', que aseguran que Acebes “es el mejor”... y echan la culpa de la derrota al empedrado, o sea, a la SER, como el PSOE se la echaba en su momento a “El Mundo”.

Con estos mimbres todo indica que al cesto del PP le queda una larga travesía del desierto a la espera de que el Gobierno del PSOE ‘la cague’. Tanto más cuanto prospere la línea bronca Aznar-Acebes, empecinada en darle leña al mono hasta que cante “Montañas nevadas”. En las próximas elecciones podrían encontrarse con la sorpresa de que una parte de sus votantes opta por apoyar a Zapatero para liberarle tanto de su ‘dependencia’ -tan subrayada por el PP- del chantaje nacionalista como de la feroz presión del primer partido de la oposición.

Ellos sabrán. Digo yo (?).


28 septiembre, 2004

UE-Turquía: Ser o no ser



La Unión Europea debate y se debate estos días en torno a una cuestión nada baladí: la adhesión de Turquía. El mismo debate, pero más apasionado y profundo, se escenifica en el país otomano, dramáticamente varado entre la tradición y la modernidad, entre el integrismo y la democracia, entre el atraso y la prosperidad.

Tanto la UE como Turquía se hallan situados ante un crucial ser o no ser. Se trata de una encrucijada dramática no sólo para ambos interlocutores sino para dos mundos enfrentados ahora radicalmente a través de lo que sus representantes más extremos han dado en denominar “choque de civilizaciones”. Ni el núcleo duro de la UE ni las fuerzas políticas turcas más progresistas y moderadas (ahora en el poder) asumen ese enfoque maniqueo y beligerante y demuestran con ello no sólo una notable sensatez y espíritu constructivo frente a la manipulación interesada y al absurdo imperante sino también la lucidez necesaria para situar el conflicto en sus parámetros reales, condición previa para su superación.

La integración de Turquía en la UE no es fácil, por supuesto. Pero Europa ha sido capaz de asumir en los tiempos recientes desafíos no menos complejos y los ha superado -los está superando, mejor dicho- con éxito. La reunificación de Alemania es uno de ellos y la reciente ampliación, otro no menos relevante.

Desde su ‘refundación’ por Mustafá Kemal (apodado Attaturk, literalmente "padre de los turcos") la Turquía que había llegado a constituir un poderoso imperio y amenazó durante siglos el corazón de Europa está tratando de renacer de sus cenizas. Y en el seno de sus fuerzas políticas y sociales más razonables ese renacimiento va ineludiblemente unido a la democracia y a Europa. Ayudar a que sean esas fuerzas y no las regresivas las que prosperen en ese país-puente entre Oriente y Occidente es una gravísima responsabilidad europea. Y así debería entenderse en todos los rincones de la UE.

Resulta paradójico en esta coyuntura que el mayor nivel de rechazo a la adhesión de Turquía -o al menos el más publicitado- se esté produciendo en Francia y Alemania. Ambos países abanderaron activamente el rechazo a la invasión de Irak en sintonía con sus pueblos y contando con la aquiescencia de los partidos de la oposición. La paradoja es tanto mayor cuanto la alternativa que los líderes de ambos países esgrimieron frente a la falacia del “choque de civilizaciones” y al uso interesado de la “guerra global contra el terrorismo” fue el diálogo, la aproximación y el apoyo calculado a los países y a los pueblos en los que ha nacido y se alimenta la ‘Jihad’ de la mano de la pobreza, la ignorancia, el prejuicio y una invencible sensación de humillación.

Sin duda en ese posicionamiento de algunos partidos de ambos países está pesando la proximidad electoral, pero eso no lo hace menos triste. Al contrario. El oportunismo y la demagogia mediando en la captación de los votos de la ignorancia y el prejuicio siempre convierten el ejercicio democrático por excelencia (las elecciones) en un lamentable espectáculo. Más negativo aún en la perspectiva próxima de los referendos para la aprobación de la Constitución comunitaria.

Europa puede hacer mucho por Turquía y Turquía puede aportar mucho a Europa, pero más allá de eso ambos pueden regalar un impagable ejemplo al convulso mundo en que vivimos desde que un imbécil (Francis Fukuyama) cantó alegremente el fin de la historia y un fascista (Samuel P. Huntington) trató de convertir la inextinguible dialéctica histórica en un choque de civilizaciones. Si la Unión Europea quiere hacer verosímil y viable su independencia y consolidar su esperanza de futuro como alternativa a los imprudentes excesos del imperialismo puro, duro, desalmado y farsante ésta es la ocasión adecuada.

Se trata de predicar con el ejemplo. No es fácil. Nada realmente importante lo es y en este caso se trata de algo extraordinariamente importante, transcendental.

19 agosto, 2004

¿Quién teme a Hugo Chávez?

Como Martin Luther King, Hugo Chávez tuvo un sueño y está invirtiendo toda su energía en alcanzarlo. Como aquél líder negro, Chávez habla mucho de Dios -tal vez demasiado para ser un político- y de los derechos de los desfavorecidos. Ambos lograron movilizar a su pueblo alentando su esperanza, promoviendo su dignidad, mostrándole un horizonte soñado, pero posible. Esperemos que aquí terminen las similitudes y el bolivariano caudillo no acabe pagando con su vida el desafío a los defensores del 'status quo', que le odian tanto más cuanto lo ven amenazado.

Ni la oposición “democrática” venezolana ni Estados Unidos, el “campeón planetario de la democracia”, han reconocido la clara victoria de Chávez en el referéndum revocatorio celebrado el domingo bajo su presión. Poco les importa a ambos que los imparciales observadores del Centro Carter (promovido por el ex presidente Jimmy Carter) y de la OEA consideren irreprochable la consulta popular y su resultado. Chávez es una aristada piedra en su zapato y el hecho de que ésta sea la octava consulta popular que gana en menos de seis años, lejos de moverles a la aceptación resignada de la voluntad popular genera infundadas denuncias de fraude y una obstrucción permanente al vencedor y a su política.

Con el paso de las horas, los menos exaltados de entre los opositores han comenzado a aceptar la derrota. Incluso Estados Unidos ha reconocido provisionalmente la victoria de Chávez, pero ambos -socios al fin- esperarán al resultado de la auditoría que han reclamado y el paciente Gobierno ha aceptado. Incluso el software utilizado en el escrutinio está bajo sospecha mientras el recuento de más de 800.000 votos (correo, emigantes, etc) que aún no se había realizado extiende la victoria del presidente hasta casi el 60%. ¿No queréis caldo? Pues tomad taza y media.

El acoso no va a cesar. Y las razones no son sólo de política interior. Si lo fueran, Chávez no tendría grandes dificultades, dado que no sólo cuenta con el apoyo de la mayoría empobrecida de los venezolanos, sino también con el de la mayor parte del ejército. El problema es que para Estados Unidos y sus “satélites” (de los que en su día formó parte importante la España-comparsa de Aznar) Chávez y su política ’bolivariana’ constituyen un “mal ejemplo”, una referencia alentadora y tentadora para muchos países latinoamericanos cuyas sociedades comparten los problemas a los que el líder venezolano está haciendo frente con un grado de eficacia -aún reducido- con el que nadie contaba.

Pese a la alergia instintiva que me causan los caudillos populistas, de los que Chávez es un paradigma casi caricaturesco, debo admitir que se trata de un personaje muy creativo y original, capaz de generar respuestas y alternativas tan poco convencionales como eficaces. Cuenta para ello con una arma poderosa: el petróleo. El gran manantial de oro negro que durante tanto tiempo sirvió para que unos pocos venezolanos se enriquecieran hasta la opulencia y para que otros pocos extranjeros (estadounidenses) dispusieran de él hasta considerarlo parte de su patrimonio, se ha convertido en el instrumento de una política que tiene como primer objetivo sacar de la miseria a las masas depauperadas.

Programas de alimentación, salud, microcréditos... Chávez ha diseñado una serie de “misiones” prioritarias de Gobierno y el petróleo es su instrumento. También en política exterior. Petróleo para Cuba (la amistad peligrosa) a cambio de 17.000 médicos cubanos. Petróleo para Argentina como moneda de trueque para la construcción de petroleros. Petróleo a precio especial para algunos países caribeños como muestra de solidaridad y señal de alianza.

Chávez rompe los esquemas y eso inquieta no sólo a la oligarquía venezolana, acostumbrada al pillaje impune, sino también al gigante del norte, que ve en él el mayor obstáculo para llevar adelante su ambición de controlar la política y los recursos de ‘esos latinos perezosos, pasionales y corruptos del sur’ a los que siempre manejó a su antojo. A los ojos de Estados Unidos, la política de Chávez es mucho más peligrosa que la de Castro o la de Allende en su día. Es un paradigma intolerable al que habría que estrangular en su propia cuna antes de que se extienda. Y saben que se puede extender.

América Latina tiene cada vez más claro que nunca saldrá del pozo mientras repose en los brazos falsamente paternales del “amigo americano” y cree cada vez más firmemente que su independencia económica -sin la que la independencia política es inviable- debe generarse en el propio ámbito latinoamericano, entre iguales. Mercosur puede ser un ejemplo. Ahí está también el Brasil de Lula, otro referente “redentor” agobiado por los problemas y acosado por los enemigos de todo cambio que conduzca a que los pobres dejen de serlo o a que los ricos dejen de multiplicar los beneficios cada año por índices manifiestamente inmorales.

La alternativa a una rehabilitación basada en la fuerza de la unión y en la generación de políticas económicas al margen de los dictados del Banco Mundial y el FMI es un “Plan Colombia” para todo el subcontinente. El abrazo de la muerte, el fin de toda esperanza, una pesadilla que toda Latinoamérica rechaza.


04 julio, 2004

Berlusconia

Silvio Berlusconi es una anomalía política. Empresario de inquietante éxito, emperador mediático de Italia y dueño de 64 empresas en el exterior de su país, no fue la vocación lo que le condujo a la política, sino la búsqueda de impunidad frente a la Justicia. Con 14 causas criminales abiertas por razones diversas y su supuesta relación con la tenebrosa logia P2 y con la mafia, tomó la salvífica decisión de crear un partido político llamado Forza Italia, que es el grito de ánimo de los "tiffosi" a la selección italiana de fútbol. Populismo barato y demagógico a falta de un ideario político que no sea "primero yo, luego yo y siempre yo".

Lo hizo en un momento muy oportuno, cuando el sistema partidista italiano yacía sobre la lona política, noqueado por sus innumerables miserias y su endémico fracaso. Una parte del electorado italiano políticamente más analfabeto, más desencantado o más cómplice vio en este calvo locuaz de sonrisa permanente y chiste fácil (no siempre prudente, por cierto) la solución a sus males. Tal vez, pensaron y piensan, este hombre pueda trasladar su propio éxito personal al país y terminar con tanta zozobra.

El caso es que quizás "il cavaliere" (?), también conocido más adecuadamente como "il venditore" ("el vendedor") les quede como un guante a los italianos, quizás ellos se lo merezcan, si es que algún pueblo merece tal plaga, pero Europa no ha hecho nada -hasta ahora- para merecer este regalo envenenado.

El hecho de que tal personaje fuese a presidir la UE, durante el ineludible turno de Italia en tal menester, había despertado muchos recelos y reticencias en ciertos países europeos. Algunos, incluso, esperaban con los dedos cruzados que "il venditore" no obtuviera la inmunidad parlamentaria frente a la Justicia italiana en su más reciente confontación, apenas unos días antes de que asumiera la presidencia comunitaria. No hubo suerte.

Con el apoyo de su Forza Italia y del singular conglomerado político que lo acoge bajo el nombre de Casa de las libertades (¡) volvió a salir indemne en su huída hacia adelante de las garras de la Justicia. Poco importa que la sistemática impunidad de este tiburón haya sido motivo de escándalo en Italia, Europa y el mundo. La mayoría es la mayoría. Aunque esté podrida.

Que en su debut parlamentario como presidente de turno de la UE "il venditore" no haya podido resistirse a sus reflejos intolerantes frente a los cuestionamientos de un eurodiputado socialdemócrata alemán y le haya llamado nazi no puede ser más elocuente acerca de la clase de elefante que ha entrado en la cacharrería europea. Es una declaración política que vale, en su reveladora espontaneidad, más que diez discursos políticos.

Ese es Berlusconi. Alguien capaz no sólo de insultar gravemente a una persona, sino de llamar precisamente nazi a un alemán, ignorando -o pasándose por la entrepierna, que es lo que acostumbra a hacer con todo- la hipersensibilidad que existe en Alemania respecto a calificar a alguien con cualquier alusión peyorativa a momentos de la historia de los que se sienten avergonzados y por los que arrastran, como nación, un gran complejo de culpa.

Menos mal que seis meses pasan pronto y que quizás, tras esta encandalosa entrada en la escena europea, se decida a andar con pies de plomo. Si no lo hace, se arriesga a que los líderes europeos, que siempre tratan de evitar la foto con "il cavaliere" (con la excepción señalada de Aznar), pasen directamente a hacerle el vacío o a boicotearle.

En cualquier caso, ni su presidencia conviene a la UE ni las opciones existentes para neutralizarla significarían beneficio alguno. Así que a aguantarse.

27 mayo, 2004

De hijoputas, con perdón

“Sé que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Se atribuye al presidente Franklin D. Roosevelt esta pragmática afirmación, emitida en defensa de la asociación de Estados Unidos con el dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Posteriormente la habría reeditado el siniestro e incombustible Henry Kissinger en relación con Pinochet e incluso con Sadam Hussein. La frase sintetiza lo esencial de la política exterior estadounidense y debería figurar en el frontispicio del Departamento de Estado con letras de oro.

Habrá quien argumente que tal política era la lógica en un contexto en el que el comunismo amenazaba al mundo libre. Ello explicaría, por ejemplo, el abrazo fraternal de Eisenhower con Franco, ex socio del derrotado Eje italoalemán pero virulento y eficaz anticomunista. Entre un fascista y un comunista Washington nunca ha tenido dudas en la elección. Se defiende la caja propia, no la libertad mundial. ¿O qué pensaban ustedes?

En cualquier caso, la alianza con hijos de puta no encontró su fin con el de la guerra fría. Un tal Ahmed Chalabi es la prueba viviente.

Miembro del consejo de gobierno interino iraquí, Chalabi era el hijoputa predilecto de Estados Unidos como alternativa al tirano Hussein. Ausente de Irak desde 1958, era más un apátrida que un iraquí y en su curriculum vitae figuraba estelarmente su fuga de Jordania tras arruinar a miles de personas en la bancarrota del Banco de Petra, su banco. 500 millones de dólares tienen la culpa.

Dispuesto a proseguir su enriquecedora aventura, se traslada a Londres y crea el Congreso Nacional Iraquí, partido cuyos integrantes podrían acomodarse en un salón-comedor de la clase media y que es financiado por la CIA. Los socios de Chalabi denuncian que cuatro millones de dólares de esos fondos se fueron directamente al bolsillo del hijoputa en cuestión.

“...Pero es nuestro hijo de puta”, se dijeron en Washington. Eso mismo se lo han venido diciendo año tras año, desde principios de los 90 hasta hace unos días, cuando Chalabi ha pasado a ser el villano por excelencia. Ahora resulta que es el principal responsable de la intoxicación sobre la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por parte de Irak. Y para colmo, habría actuado en connivencia con Irán para derribar al tirano iraquí y habría proporcionado al régimen de los ayatolás información sensible referente a Estados Unidos.

Ha pasado de hijoputa conveniente a traidor repugnante, lo que prueba la existencia del hijoputa multiusos. Entre esos usos estaría, llegada la necesidad, el de poderoso detergente, muy adecuado para lavarse las manos de toda culpa. Chalabi nos engañó y nos traicionó. Nuestras intenciones eran buenas y justas pero él nos confundió. ¡Vamos, anda! Si hubiera que creerselo, la conclusión inevitable sería que el imperio está dirigido por gente aún más idiota de lo que parece.

Y no, no se puede ser más idiota, aunque es de temer que sí se pueda ser más hijoputa.

19 mayo, 2004

El bodorrio vende

Los ríos de tinta y los centenares de horas que los medios de comunicación de masas españoles están dedicando al bodorrio principesco que se cierne sobre el fin de semana han adquirido tal desproporción que incluso los más papanatas y porteras de nuestros/as compatriotas han alcanzado ya el nivel de saturación. Se diría que estamos asistiendo a una desmesurada operación de promoción de la monarquía, pero lo cierto es que no se trata de eso. En realidad se trata de que, según las cajas registradoras de los media, la boda vende. Y lo que se pretende principalmente es vender, prescindiendo de si se está exagerando o no la dosis de droga.

Hay quien, en un ejercicio de voluntarioso “wishful thinking” (pensar lo que se desea creer), opina que todo este exceso favorece la causa republicana. El que hambre tiene...

Nada de eso. Este pueblo nuestro está, en su mayor parte, rigurosamente despolitizado y vacunado frente al escándalo, aunque las pasadas elecciones parezcan indicar lo contrario. Lo más lejos que van las críticas es a cuestionar el coste económico, sufragado íntegramente por las arcas del Estado, es decir, por todos nosotros. Pero este país carga con todo, al menos mientras no le quieran quitar el pan... y el circo, por supuesto.

Pensaba extenderme más sobre este “enjundioso” asunto, pero realidades mucho más serias y terribles reclaman atención:

Escalada israelí

La arrogancia impune de Israel se halla en estos momentos en una feroz e inhumana escalada contra los palestinos en la zona fronteriza entre la franja de Gaza y Egipto, so pretexto de que ese área acoge a terroristas y que una red de túneles permite el contrabando de armas con el país vecino. Hace tiempo que las conciencias han superado el umbral del horror en lo que respecta al genocidio que Israel está perpetrando implacablemente contra los auténticos dueños de los territorios que ocupa y también de los que pretende controlar.

En estos días, coincidiendo con las matanzas de Rafah, Madrid es escenario diplomático del conflicto. Ayer, la visita correspondió al ministro de Exteriores israelí; hoy, al primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina. No está muy claro qué papel está intentando jugar el Gobierno español, pero dudo mucho que pueda conducir al puerto de la paz. Moratinos tiene un privilegiado conocimiento del conflicto, que se acerca a los sesenta años de existencia, y sabe, sin duda, que la clave no está en Israel, sino en Estados Unidos.

Sólo cuando Washington ha apretado las tuercas a Jerusalén -coincidiendo siempre con administraciones demócratas- se ha atisbado algún progreso. Bush, ahora en plena precampaña electoral, menos que nunca quiere inquietar al poderoso lobby judío de Estados Unidos. Y lo mismo ocurre con Kerry, que, a nivel de política internacional, mantiene una actitud muy poco prometedora para la paz internacional.

En sus más recientes abusos, que han sido muchos y muy graves, Israel no sólo se ha beneficiado de la complicidad de Estados Unidos, sino también del desplazamiento de la atención internacional hacia la guerra de Irak, lo que le ha ahorrado protagonizar muchas portadas y noticias de apertura en los medios. Sus planes son meridianamente claros: si va a aceptar finalmente la creación de un estado palestino será bajo sus propias condiciones.

Las condiciones abusivas de Israel comprenden desde la erección del muro de Cisjordania, auténtica vergüenza mundial, hasta la consolidación de muchos de los asentamientos israelíes en tierra palestina, pasando por el control total de un pasillo fronterizo entre la franja de Gaza y Egipto, ocupando para ello suelo palestino. A partir de ahí admitirá –quizás- que se constituya un estado palestino. Y esa será la más peculiar entidad política del mundo: un estado dividido en dos territorios incomunicados, enjaulado tras un muro y con una de sus fronteras cegada por fuerzas enemigas.

Tal situación es inaceptable para los palestinos, pero seguro que servirá como base para que la mediación internacional insista en que firmen la paz. ¡Qué vergüenza!


13 mayo, 2004

Carnicerías

Todas las guerras son guerras civiles porque todos los hombres son hermanos.
François Fenelon


El último escalón de la catarata de horrores en que ha degenerado la guerra irregular y brutal que se desarrolla en Irak lo constituye una competición expresada en imágenes que desafían la sensibilidad y la racionalidad humana. Si las fotografías difundidas sobre los usos habituales en el trato a los prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib son repugnantes, el vídeo en el que se registró el asesinato de un rehén estadounidense supone una muestra estremecedora de la degradación humana. Es la respuesta de uno de los muchos grupos islámicos que se enseñorean en el caos que ha traído consigo la invasión de Irak a las torturas y asesinatos de los ocupantes, supuestamente más civilizados.

¿Por qué degollarle? ¿No habría sido suficiente un disparo en la nuca? ¿Por qué filmar el asesinato? ¿Acaso el hecho en sí mismo, sin documentación complementaria, carecería de significado? Es la debacle del terror, el lenguaje del odio lo que se ha apoderado progresivamente del panorama iraquí. Y en esa dinámica no basta con el hecho en sí. Es preciso inmortalizarlo en imágenes y difundirlo lo más extensamente posible para afrentar e intimidar al enemigo hasta el límite. Los bandos contendientes en todo conflicto bélico comparten siempre la idea de que el más brutal vencerá y la escenificación y difusión de los excesos forma parte de una guerra psicológica de indudable eficacia.

Un ejemplo de ello podría ser Faluya. Tras el asesinato de cuatro occidentales y el ensañamiento vesánico con sus cadáveres, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo, el ejército norteamericano decide tomar la ciudad, bastión desafiante de la resistencia (¿pro Sadam o antiyanqui? He ahí el dilema). Durante días se suceden los bombardeos mientras los marines intentan vanamente progresar en un entorno que les hostiga casa por casa y esquina tras esquina. Finalmente renuncian. Para Estados Unidos la única alternativa a la retirada hubiera sido destruir totalmente la ciudad desde el aire, lo cual es más de lo que la opinión pública internacional podría soportar. Naturalmente, la resistencia iraquí (y con ella la mayor parte de los iraquíes, no nos engañemos) anota Faluya como una batalla ganada. La primera victoria. Una inyección de moral y una invitación a la emulación.

Las guerras sacan a la superficie lo peor de la condición humana al proporcionar un escenario en el que los más violentos e inhumanos de la especie en cada grupo se erigen en líderes de la acción. Ayer mismo, mientras el Congreso de EE UU se declaraba horrorizado tras conocer nuevas imágenes, aún más terribles, de las torturas y abusos a presos iraquíes, embozados extremistas palestinos difundían imágenes en las que mostraban los restos humanos de soldados israelíes muertos en Gaza, convertidos en moneda política de cambio, a sabiendas de los escrupulosos preceptos de la religión judía en relación con los cadáveres.

Nuestro mundo se ha convertido en una demente carnicería y ni siquiera a los despojos se les concede el beneficio último de la inviolabilidad. Pero la culpa de ello es en mayor grado de quienes iniciaron el conflicto (Estados Unidos en un caso, Israel en el otro) que de quienes resisten a sus consecuencias con las limitadas armas que tienen a su alcance y asumiendo la propia destrucción como consecuencia última si fuera preciso. El neoconservadurismo podrá presentar la desmesura resultante como una evidencia incontestable del “choque de civilizaciones” (1), pero se trata de algo mucho más elemental y que está documentado históricamente hasta la saciedad.

Tradicionalmente los pueblos han respondido a la invasión, el abuso, el expolio y la destrucción mediante la creación de milicias irregulares que intentan contraatacar con mayor virulencia, si cabe, al enemigo. Para ellos, enfrentados a una fuerza muy superior, no cabe la guerra convencional ni se ajustan a sus leyes (siempre vulneradas, en todas las guerras, por los contendientes de uno y otro bando, se diga lo que se diga). Carecen de un territorio liberado y seguro en el que refugiarse y también de la infraestructura necesaria para mantener prisioneros más allá de un tiempo limitado. Son conscientes de que su destino más probable es la muerte y optan por vender lo más cara posible su propia vida.

Está también ampliamente documentado que los ejércitos convencionales son derrotados con significativa frecuencia por ese tipo de resistencia, que no les ofrece un frente ni una localización definida, que les humilla esporádicamente y les aterroriza con su crueldad y la imprevisibilidad de sus acciones. La de Irak es una guerra perdida y los militares de Estados Unidos y Gran Bretaña lo saben ya. El problema ahora es dilucidar cómo se puede vestir convincentemente de victoria una derrota, cómo salir de Irak ofreciendo al mundo -que se opuso a esa guerra- la imagen de que se ha hecho algo útil. Esa es otra misión imposible.

Sólo si cambian los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña podrá contemplarse la posibilidad de decidir una salida presuntamente honorable para una guerra injustificable y deshonrosa. Y aún así se habrá destruido totalmente un país y se habrá potenciado en él la semilla de un conflicto civil probablemente interminable, al tiempo que se habrá favorecido, en todo el mundo islámico, el fortalecimiento de las alternativas más intolerantes y violentas. Precisamente aquellas que teóricamente se pretendía combatir al invadir Irak.

Lamentablemente, nadie exigirá responsabilidades a quienes, movidos por motivaciones inconfesables, iniciaron esta guerra y marcaron así un punto de inflexión en la dialéctica internacional que presagia gravísimas consecuencias. La mezcla de la ambición y la codicia es explosiva y está en el origen de casi todas la guerras y su correspondiente secuela de crímenes. Cuando a la ambición y la codicia se suma la estupidez se pierden incluso las guerras que se ganan y se engendran conflictos en cadena que hubieran podido ser evitados. Estalla, en definitiva, la lucha de los más débiles, unidos aunque sea circunstancialmente, contra el más fuerte. Hitler y antes que él Napoleón son los ejemplos menos lejanos de este síndrome. Eso no es choque de civilizaciones, sino dialéctica en estado puro.

La cuestión es si Occidente va a asumir definitivamente que su visión del mundo esté polarizada por esos tres ingredientes irracionales (ambición, codicia y estupidez). En ese caso, lejos de hallarnos ante una confrontación entre culturas, religiones o civilizaciones, nos encontraríamos ante la inconsciente autodestrucción a plazo indefinido de una civilización que habría convertido su supuesta cultura en una caricatura despiadada y lamentable de sí misma, reduciendo sus conceptos fundamentales a grandes palabras vacías de significado. Eso no es una lucha, sino una autoderrota. Nada nuevo bajo el sol: una civilización más condenada a desaparecer por sus propios deméritos e inconsecuencias, como todas las precedentes.

(1) Samuel P. Huntington.

09 mayo, 2004

Cinismo y desvergüenza

George W. Bush califica de “aborrecible” lo sucedido en la prisión iraquí de Abu Gharib. Eso no es propio de América, dice (aunque se refiere sólo a EE UU). América, protesta, es “compasiva”. Y ésto lo asegura ante canales de televisión árabes, en un intento -inútil, por cierto- de lavarle la cara a su política y de lavar sus propias manos. No es una santurrona e hipócrita declaración para el crédulo y chovinista consumo interno, de lo que sólo cabe concluir que es un cínico de tomo y lomo, pero también un ignorante desvergonzado, que no sabe con quién se está jugando los cuartos. La credibilidad de su mensaje, su eficacia sobre aquellos a quienes iba dirigido, ha sido igual a cero. Ni siquiera ha tenido el “detalle” de cesar a Rumsfeld, el siniestro secretario de Defensa, ni éste tiene la decencia de dimitir. ¿A quién creen engañar, en definitiva?

Creo que apenas 20 días antes de que surgieran las primeras revelaciones acerca de las torturas y sevicias sufridas por prisioneros iraquíes a manos de tropas de la coalición 'liberadora', documentadas con imágenes tan repugnantes como inequívocas, vi en un canal de televisión por cable un documental que no deja lugar a dudas acerca de que lo sucedido no es una excepción circunstancial, sino la norma de actuación sistemática en cualquier momento y en cualquier lugar.

En la cinta, cuyo inicio me perdí, por lo que desconozco el título o si forma parte de una serie, ex responsables de la CIA relataban su modo de actuar en Vietnam de cara a la neutralización del Vietcong. Básicamente había tres alternativas. La primera (teóricamente), “comprar” la colaboración, lo que incluye desde el empleo real de dinero hasta el chantaje y la amenaza a la vida del sujeto o de sus allegados; la segunda, la tortura, para obtener la información deseada, y la tercera, el asesinato, cuando las otras dos opciones no eran aplicables o se revelaban inútiles. Cuatro décadas después los usos son los mismos, si no peores.

A propósito de Vietnam, todos tenemos en la memoria la imagen de un general del Sur asesinando de un tiro en la cabeza a un presunto guerrillero del Vietcong recién detenido. Es sobrecogedora y abominable. ¿Pero cómo fueron las imágenes de la matanza indiscriminada de ancianos, mujeres y niños en la aldea de My Lai, perpetrada por el teniente Calley por la mera sospecha de que los habitantes cooperaban con la guerrilla? ¿Y cómo las de las muertes de miles de civiles de toda edad, achicharrados por el napalm que, desde la impunidad de la altura, los aviones de la USAF lanzaron indiscriminadamente por toneladas?

Esa es la política compasiva de Estados Unidos: un aborrecible sarcasmo. Y para colmo, sus crímenes de guerra o sus atentados a los derechos humanos siempre quedarán tan impunes como sus gobernantes decidan porque el justo y compasivo sistema impide que los ciudadanos estadounidenses rindan cuentas de sus actos ante el Tribunal Penal Internacional o cualquier otra institución ajena a la jurisdicción interna de Estados Unidos.

La CIA, como nadie ignora ya, es una cloaca. Tras las revelaciones precursoras del agente “arrepentido” Philip Agee, describiendo la magnitud de las operaciones encubiertas de la CIA en los años 60, muchos más datos han arrojado luz sobre la auténtica naturaleza de una agencia que tiene como principio ignorar cualquier principio o ley con tal de sostener a un poder que, frente a todas las evidencias, insiste en aparecer ante el mundo como una entidad impoluta y redentora. Fue el propio Agee, asqueado hasta la náusea, quien hizo una revelación clave: "Lo que la Agencia [CIA] hace es ordenado por el Presidente y el NSC [National Security Council]. La Agencia ni toma decisiones políticas ni actúa por su propia cuenta. Es un instrumento del Presidente".

Tal vez para evitar que la responsabilidad última (y primera) de las acciones encubiertas y manifiestamente ilegales caiga sobre la cabeza del Estado se ha llegado a una singular medida de “privatización” de la inteligencia. El caso de la empresa -si no es una tapadera- CACI y su actuación en Irak (en concreto en la prisión de Abu Ghraib) es revelador de que el Gobierno Bush resulta incluso innovador en la extensión del cinismo y la desvergüenza que caracterizan la ejecutoria internacional de Estados Unidos desde tiempos ya inmemoriales.

En su comparecencia parlamentaria en relación con las torturas a detenidos iraquíes, Donald Rumsfeld previno de que hay más documentos, además de los difundidos, que, por supuesto, el Gobierno no tiene intención de difundir. Dijo también que el asunto es una “catástrofe”, refiriéndose –supongo razonablemente- a las repercusiones de la difusión de las imágenes más que a los hechos que éstas revelan.

Tal vez tardemos años en conocer la dimensión real de todo lo que está sucediendo en Irak desde que fue invadido, pero finalmente lo sabremos. Entonces, retrospectivamente, tendremos conciencia plena de la vergüenza y deshonor que le cabe a nuestro país por haber apoyado y dado cobertura a esta aventura imperialista y hasta qué punto la corrección de tal posicionamiento era necesaria y urgente.

Pero no puedo terminar estas líneas sin lamentar que el Gobierno español del “cambio” esté dispuesto a ampliar la participación militar española en Afganistán, por muy ridícula numéricamente que pueda ser. El hecho de que en esa actuación esté implicada la OTAN no sólo no legitima tal decisión sino que pone simultáneamente en cuestión nuestra participación y la de la OTAN.

¿Qué hace la Organización del Tratado del Atlántico Norte en el Golfo Pérsico, tan lejos de su marco geográfico natural de actuación? Es más: ¿Qué sentido tiene la subsistencia de esa institución defensiva cuando ha desaparecido el peligro (soviético) frente al que nació?

Tal vez ha llegado el momento de que España se replantee su pertenencia a un tratado que no es otra cosa que la expresión del poder y de los intereses de Estados Unidos, ajenos e incluso contrarios a los de la Unión Europea en general y a los de nuestro país en particular. Rectificaría de ese modo el error que el propio PSOE, regresado al poder mediante este Gobierno, cometió al impulsar la permanencia en el mismo mediante un referéndum que significó, durante la campaña previa, la mayor operación de intoxicación de la opinión pública de la historia. Eso sí que sería un cambio.