“Sé que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Se atribuye al presidente Franklin D. Roosevelt esta pragmática afirmación, emitida en defensa de la asociación de Estados Unidos con el dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Posteriormente la habría reeditado el siniestro e incombustible Henry Kissinger en relación con Pinochet e incluso con Sadam Hussein. La frase sintetiza lo esencial de la política exterior estadounidense y debería figurar en el frontispicio del Departamento de Estado con letras de oro.
Habrá quien argumente que tal política era la lógica en un contexto en el que el comunismo amenazaba al mundo libre. Ello explicaría, por ejemplo, el abrazo fraternal de Eisenhower con Franco, ex socio del derrotado Eje italoalemán pero virulento y eficaz anticomunista. Entre un fascista y un comunista Washington nunca ha tenido dudas en la elección. Se defiende la caja propia, no la libertad mundial. ¿O qué pensaban ustedes?
En cualquier caso, la alianza con hijos de puta no encontró su fin con el de la guerra fría. Un tal Ahmed Chalabi es la prueba viviente.
Miembro del consejo de gobierno interino iraquí, Chalabi era el hijoputa predilecto de Estados Unidos como alternativa al tirano Hussein. Ausente de Irak desde 1958, era más un apátrida que un iraquí y en su curriculum vitae figuraba estelarmente su fuga de Jordania tras arruinar a miles de personas en la bancarrota del Banco de Petra, su banco. 500 millones de dólares tienen la culpa.
Dispuesto a proseguir su enriquecedora aventura, se traslada a Londres y crea el Congreso Nacional Iraquí, partido cuyos integrantes podrían acomodarse en un salón-comedor de la clase media y que es financiado por la CIA. Los socios de Chalabi denuncian que cuatro millones de dólares de esos fondos se fueron directamente al bolsillo del hijoputa en cuestión.
“...Pero es nuestro hijo de puta”, se dijeron en Washington. Eso mismo se lo han venido diciendo año tras año, desde principios de los 90 hasta hace unos días, cuando Chalabi ha pasado a ser el villano por excelencia. Ahora resulta que es el principal responsable de la intoxicación sobre la supuesta posesión de armas de destrucción masiva por parte de Irak. Y para colmo, habría actuado en connivencia con Irán para derribar al tirano iraquí y habría proporcionado al régimen de los ayatolás información sensible referente a Estados Unidos.
Ha pasado de hijoputa conveniente a traidor repugnante, lo que prueba la existencia del hijoputa multiusos. Entre esos usos estaría, llegada la necesidad, el de poderoso detergente, muy adecuado para lavarse las manos de toda culpa. Chalabi nos engañó y nos traicionó. Nuestras intenciones eran buenas y justas pero él nos confundió. ¡Vamos, anda! Si hubiera que creerselo, la conclusión inevitable sería que el imperio está dirigido por gente aún más idiota de lo que parece.
Y no, no se puede ser más idiota, aunque es de temer que sí se pueda ser más hijoputa.
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