Los ríos de tinta y los centenares de horas que los medios de comunicación de masas españoles están dedicando al bodorrio principesco que se cierne sobre el fin de semana han adquirido tal desproporción que incluso los más papanatas y porteras de nuestros/as compatriotas han alcanzado ya el nivel de saturación. Se diría que estamos asistiendo a una desmesurada operación de promoción de la monarquía, pero lo cierto es que no se trata de eso. En realidad se trata de que, según las cajas registradoras de los media, la boda vende. Y lo que se pretende principalmente es vender, prescindiendo de si se está exagerando o no la dosis de droga.
Hay quien, en un ejercicio de voluntarioso “wishful thinking” (pensar lo que se desea creer), opina que todo este exceso favorece la causa republicana. El que hambre tiene...
Nada de eso. Este pueblo nuestro está, en su mayor parte, rigurosamente despolitizado y vacunado frente al escándalo, aunque las pasadas elecciones parezcan indicar lo contrario. Lo más lejos que van las críticas es a cuestionar el coste económico, sufragado íntegramente por las arcas del Estado, es decir, por todos nosotros. Pero este país carga con todo, al menos mientras no le quieran quitar el pan... y el circo, por supuesto.
Pensaba extenderme más sobre este “enjundioso” asunto, pero realidades mucho más serias y terribles reclaman atención:
La arrogancia impune de Israel se halla en estos momentos en una feroz e inhumana escalada contra los palestinos en la zona fronteriza entre la franja de Gaza y Egipto, so pretexto de que ese área acoge a terroristas y que una red de túneles permite el contrabando de armas con el país vecino. Hace tiempo que las conciencias han superado el umbral del horror en lo que respecta al genocidio que Israel está perpetrando implacablemente contra los auténticos dueños de los territorios que ocupa y también de los que pretende controlar.
En estos días, coincidiendo con las matanzas de Rafah, Madrid es escenario diplomático del conflicto. Ayer, la visita correspondió al ministro de Exteriores israelí; hoy, al primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina. No está muy claro qué papel está intentando jugar el Gobierno español, pero dudo mucho que pueda conducir al puerto de la paz. Moratinos tiene un privilegiado conocimiento del conflicto, que se acerca a los sesenta años de existencia, y sabe, sin duda, que la clave no está en Israel, sino en Estados Unidos.
Sólo cuando Washington ha apretado las tuercas a Jerusalén -coincidiendo siempre con administraciones demócratas- se ha atisbado algún progreso. Bush, ahora en plena precampaña electoral, menos que nunca quiere inquietar al poderoso lobby judío de Estados Unidos. Y lo mismo ocurre con Kerry, que, a nivel de política internacional, mantiene una actitud muy poco prometedora para la paz internacional.
En sus más recientes abusos, que han sido muchos y muy graves, Israel no sólo se ha beneficiado de la complicidad de Estados Unidos, sino también del desplazamiento de la atención internacional hacia la guerra de Irak, lo que le ha ahorrado protagonizar muchas portadas y noticias de apertura en los medios. Sus planes son meridianamente claros: si va a aceptar finalmente la creación de un estado palestino será bajo sus propias condiciones.
Las condiciones abusivas de Israel comprenden desde la erección del muro de Cisjordania, auténtica vergüenza mundial, hasta la consolidación de muchos de los asentamientos israelíes en tierra palestina, pasando por el control total de un pasillo fronterizo entre la franja de Gaza y Egipto, ocupando para ello suelo palestino. A partir de ahí admitirá –quizás- que se constituya un estado palestino. Y esa será la más peculiar entidad política del mundo: un estado dividido en dos territorios incomunicados, enjaulado tras un muro y con una de sus fronteras cegada por fuerzas enemigas.
Tal situación es inaceptable para los palestinos, pero seguro que servirá como base para que la mediación internacional insista en que firmen la paz. ¡Qué vergüenza!
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