04 mayo, 2004

Erre que erre

José María Aznar habita una galaxia muy particular, muy suya. Desde ella, con su mirada unidireccional y polifémica, contempla un universo aún más peculiar. En él Estados Unidos es el campeón de la libertad y de la democracia y en España, tras la derrota de su providencial partido, impera –“al parecer”, dice- un “partido del odio” empeñado en destruir al PP y de paso -eso no lo dijo expresamente, pero es lo que se deduce del contexto- a España, esa España que sólo el Partido Popular representa porque lo que está fuera de él es la antiespaña: el eterno enemigo de la unidad de destino en lo universal, integrado por la izquierda y los nacionalismos.

La lectura de las crónicas de la presentación, ayer, de sus singulares memorias del poder parecen páginas extraídas de .“Ponche de ácido lisérgico”(1) .¿Se puede alucinar tanto sobre la realidad hasta el punto de hacer afirmaciones como las que se hicieron en el invernadero de La Arganzuela? Por supuesto que no, pero se puede manipular impunemente esa realidad hasta el punto de convertirla en la verdad revelada para unos (los devotos votantes del PP) o en una alucinación paranoide para otros (el resto de los mortales).

De entrada que Aznar se describa a sí mismo como un liberal ya es una demostración extrema de tupé, de supina ignorancia o de desconocimiento de sí mismo. O las tres cosas. Asegurar, por otra parte, que la mayoría de los españoles quieren "paz y libertad sin renunciar a nada y sin rendirse ante nada", pretendiendo que es su partido el que representa a esos razonables ciudadanos, cuya existencia nadie puede discutir, es otro ejercicio de prestidigitación francamente grosero.

Más aún. Su afirmación de que “la mayor amenaza y el mayor peligro que corremos es que el terrorismo gane la primera batalla consiguiendo que creamos que la culpa es nuestra" es otra muestra depurada de su vano propósito de rescribir la historia reciente como si el resto de los ciudadanos no hubiéramos sido testigos y pacientes de ella. Por supuesto que el ataque terrorista del 11-M –al que se refiere sin nombrarlo, como siempre- tiene su origen en el apoyo de su Gobierno a la invasión de Irak. Y la culpa no es nuestra, sino muy personalmente suya.

Pretender meter en el mismo cesto el terrorismo de ETA y el islámico y tratar de imponer la idea de que no hay que preguntarse por los orígenes o causas de ningún tipo de terrorismo no es más que un patético intento de silenciar las críticas al inmenso error que significó su posicionamiento, con desproporcionado protagonismo, junto a Bush y Blair en el deliberado expolio de Irak, al que hay que unir la ausencia de medidas preventivas frente a la amenaza del terrorismo islámico, fruto de una inconcebible e irresponsable convicción de impunidad.

En su libro asegura que “nosotros en Irak estamos defendiendo a un aliado, como no podía ser menos, pero también estamos defendiendo las democracias occidentales y muy en particular la democracia española”. Y esto ya no es una alucinación personal ni la consecuencia de un análisis deficiente, ni una simple estupidez. Es sólo una mentira tan indecente como gigantesca e insostenible. Una mentira como las armas de destrucción masiva que supuestamente ocultaba Sadam, como la conexión del régimen iraquí con el extremismo islámico. Una mentira como la autoría de ETA en los atentados del 11-M, que él y su Gobierno mantuvieron durante 72 horas con las elecciones encima.

Es la mentira lo que les costó el poder porque como él mismo dice, ilusamente en beneficio propio, la mayoría de los españoles quiere "paz y libertad sin renunciar a nada y sin rendirse ante nada". Y a lo primero que los pacíficos y liberales españoles no renuncian es a la verdad. Y a lo que están determinados a no rendirse es a la mentira. Las urnas lo han demostrado hasta un nivel incuestionable.

Si Aznar y el partido que él insiste en dirigir a título -supongo- de líder espiritual no se imponen una profunda autocrítica, una clara rectificación e incluso un humilde ejercicio expiatorio es mucho más que dudoso que esa “mayoría de españoles” a los que dicen representar les otorgue en el futuro su confianza.

Y ello por una sencilla razón: han demostrado que no la merecen.

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