21 octubre, 2005

Vuelva usted, señor Aznar

Instalados, como estamos en los últimos tiempos, en el delirio y el esperpento, ya casi nada nos sorprende, pero hay que reconocer que la lametada idólatra de Rajoy a Aznar ha hecho subir el termómetro del 'más ridículo todavía'. El malogrado sucesor y esforzado discípulo de 'La Sombra' ha dado el do de pecho en sus ya habituales excesos verbales al afirmar que "viendo lo que está pasando en España", la figura de Aznar "se multiplica por 150 millones, o casi por infinito". Lo que está ocurriendo en España -por si alguien no se ha enterado de la grave emergencia nacional a la que alude- es la admisión a trámite en el Congreso del proyecto de Estatuto catalán, eso que, según 'La Sombra', ha situado a España "al borde del abismo" y resucitado el riesgo de "volver a las andadas".

Los intentos que el Gobierno y el PSOE vienen haciendo para tranquilizar a aquellos a los que el PP pretende quitar el sueño agitando el fantasma de una España rota son neutralizados sistemáticamente por el partido de 'La Sombra', que se halla en campaña permanente para sacar el mayor rédito posible de la inquietud que fomenta con su discurso catastrofista. Saben muy bien los 'populares' que si un nuevo 'Estatut' ha de salir de las Cortes será uno podado y limado de tal modo que quepa en la Constitución. Saben igualmente que las circunstancias demandan de su parte gestos de responsabilidad y coherencia en el debate por venir. La ausencia de tales gestos querría decir que no es su 'querida' España lo que les preocupa sino su 'querido' poder. Que el objetivo es forzar una crisis de Gobierno, o al menos un desgaste considerable, y que no desdeñan ningún recurso para ello, desde la mentira y la intoxicación hasta la irresponsabilidad política.

En este contexto exigir a Zapatero “un gesto de grandeza” para “dar marcha atrás” en su propósito de que sea aprobado un nuevo Estatuto que todos sabemos que no podrá ser el planteado por el Parlamento catalán resulta un exceso notable de cinismo y de cara dura. El término “grandeza” es impropio en boca de quien no ha mostrado ninguna hasta la fecha, aunque -eso sí- hay que admitir que en lo concerniente a dar marcha atrás Rajoy puede dar lecciones a cualquiera que se le ponga por delante. Son ya varias y memorables las ocasiones en que, de un día para otro, se ha comido sus propias propuestas de moderación de la línea y las maneras de su partido. Es un cero a la izquierda, controlado por aquellos que a su vez controla ‘La Sombra’. Pero en su esfuerzo por seguir bajo el foco exhibe una incontinencia verbal lastimosa, a lo que hay que unir una capacidad de reiteración y exageración que ni siquiera es superada por la que tiene para autorrectificarse.

Frente a la inconsistencia, la estupidez y la frivolidad que atribuye a Zapatero, Rajoy, sorprendentemente, no se propone a sí mismo como alternativa. ¡Propone a Aznar! Es paradójico, cierto, pero no sorprendente. Parece lógico que promocione a su amo quien es la voz del que le mueve a él, patético Polichinela, desde las sombras. Rajoy no tiene nada que matizar y mucho menos que oponer al discurso más reciente de su jefe (ver La Espiral, 8 de Octubre). Por el contrario, lo considera “muy razonable”. Para el jefe de la oposición, ‘La Sombra’ “tenía una idea de España, sabía cuáles eran los objetivos de España, tenía una política económica, una idea de España definida y una política exterior que situó a España en un lugar muy distinto del que estuvo en la historia reciente".

Esta frase (literal) no tiene desperdicio como muestra de la hiperglosia reiterativa y vacua del actual líder del PP. Un análisis deconstructivo revela, en lo cuantitativo, que en 41 palabras introduce cuatro veces la misma: “España” y dos veces idéntica expresión: “una idea de España”. Puede que sea un récord.

En lo cualitativo, la cosa es aún peor: Veamos:

- “Tenía una idea (definida) de España”. Gratuito: todos tenemos una idea de España y el hecho de que no sea la misma que la de Aznar, cuya definición no nos consta, no le resta valor ni vigencia. Tal vez al contrario.

- “Sabía cuáles eran los objetivos de España”. Misterioso e inquietante. ¿Los sabía o definía de su mano mayor los objetivos de España (que somos todos)? Dado que nunca se ha realizado una consulta pública para definir tales objetivos, ¿tenía Aznar poderes psíquicos para leer en las conciencias de sus compatriotas? ¿O acaso tenía línea directa con quienes definen los objetivos de España? ¿Son españoles esos definidores?

- “Tenía una política económica”. Nueva gratuidad. ¿Era buena o mala? ¿Adecuada o no? No hay gobierno que no tenga una política económica. Tenerla no constituye un mérito especial.

- “Una política exterior que situó a España en un lugar muy distinto del que estuvo en la historia reciente”. Más de lo mismo. Distinto no significa necesariamente mejor. ¿Era ese ‘lugar’ el más adecuado y conveniente? ¿Respondía a los intereses y las convicciones de los españoles? ¿Reportó algún beneficio significativo?

Como se puede ver, el concepto de discurso vacío cobra nueva dimensión cuando Rajoy abre la boca.

Pero el jefe de la oposición, pese al cuadro trágico que se empeña en describir, también intenta ser ‘graciosillo’ (*) ocasionalmente, como cuando sugiere que el viejo y reiterativo “váyase usted, señor González”, marca de fábrica de su nunca bien ponderado jefe, está siendo sustituido por el “vuelva usted, señor González”. ¿No es más cierto que en el seno del PP y entre sus votantes más coriáceos existe un implícito y aún silencioso clamor que dice “vuelva usted, señor Aznar”?

Me temo que así es. Y eso (la vuelta de Aznar) sería lo justo: que quien diseña la estrategia la protagonice con todas sus consecuencias. Una cosa es recitar la lección aprendida de carrerilla y con vehemente sobreactuación, como hace Rajoy, y otra muy diferente es creérsela. El candidato más adecuado para el PP es el que cree lo que dice, o cuando menos cree que lo que dice es lo más conveniente para que el partido recupere el poder perdido por su mala cabeza. Ese hombre no puede ser otro que ‘La Sombra’.

Así pues, vuelva usted, señor Aznar. Regrese usted, que multiplica por infinito su propia personalidad y transcendencia histórica frente al alfeñique político que actualmente gobierna esta España de sus amores, situada “al borde del abismo”. Vuelva y plebiscítese. Recoja los frutos de su idea de España, de su política exterior ‘distinta’. Proponga usted “los objetivos de España”, que tan bien conoce. Constate en cifras las consecuencias de su estrategia catastrofista, de su oposición desleal y destructiva. ‘Su’ España le necesita a usted y rechaza las imitaciones.

Por cierto, tengo una duda matemática. Y es que soy de letras, para lo cual no hay cura, aunque en este caso tengo una vaga intuición: ¿Cero por infinito es igual a...?
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(*) Escuchen la 'gracia'

09 octubre, 2005

En la montaña rusa

Dice la obvia sabiduría rural que no se debe poner el carro delante de los bueyes. Y la razón es muy simple: el carro no va a ir a ninguna parte con tal planteamiento. Sólo un idiota, un borracho o un provocador situaría a los sufridos astados frente al carro. Por la misma razón, no se puede posicionar un estatuto de autonomía frente a la Constitución porque la Carta Magna no se va a mover por más que los bueyes autonómicos pretendan empujarla.

El proyecto de reforma del Estatuto catalán afirma, entre otras cosas impropias pero menos nítidamente anticonstitucionales, que Cataluña es una nación y que España es un Estado plurinacional, pese a lo cual los padres del invento juran y perjuran que el texto es coherente con aquel del que nace su derecho a la autonomía. Sin embargo, si en algo es claro y prolijo el texto constitucional es en la definición y enumeración de los derechos y competencias respectivas de las autonomías y del Estado. Y no hay error posible: España no se define como un Estado plurinacional y a ninguna autonomía se le reconoce el derecho a autodefinirse como nación.

Para que fuera viable la reforma estatutaria, salida del Parlament a modo de extensa y fantasiosa carta a los reyes magos, la Constitución debería ser reformada. Esa reforma, que no puede ser indefinidamente aplazada, se impone como necesidad para normalizar la sucesión monárquica, estableciendo el derecho de las mujeres al trono. En teoría -sólo en teoría- tal oportunidad podría ser aprovechada para retocar algunos otros aspectos del texto que los legisladores originales, condicionados por las frágiles circunstancias de una transición política permanentemente amenazada, no osaron ni plantearse.

Una de las reformas necesarias, a mi juicio, es la redefinición del Estado como una entidad federal. Un desarrollo claro e inequívoco de este concepto podría servir para poner fin al permanente forcejeo entre los nacionalismos periféricos y el Estado, pero exigiría un consenso político muy amplio, que debería ser confirmado con igual o mayor amplitud en referéndum. Todo indica, en cualquier caso, que la actual situación no es en absoluto propicia a tal reforma. Y la causa-madre se llama Partido Popular.

Sin esa previa reforma constitucional, el texto salido del Parlament catalán es inviable. Y, en coherencia con el precedente del Plan Ibarretxe, debería ser pura y simplemente rechazado por el Congreso. Si no lo es se marcará, de modo innecesario e imprudente, una diferencia de trato que sólo tiene como base los intereses partidistas del PSC y del PSOE, cuyos gobiernos se sustentan en la alianza con los protagonistas más caracterizados del texto cuya aprobación se pretende.

La pretensión de negociar la reforma de la reforma del proyecto estatutario no va a conseguir otra cosa que añadir tensión y poner en bandeja al PP, durante tanto tiempo como dure esa negociación (previsiblemente larga), la oportunidad de hacer su juego destructivo con mayor eficacia y rentabilidad política que la obtenida hasta ahora.

Los españoles han comenzado a estar hartos de la montaña rusa emocional en la que la irresponsabilidad partitocrática les ha embarcado. Unos, crédulos al catastrofismo del PP y al discurso delirante de su legión mediática, temen que, como dice ´La Sombra’, España se balcanice y vuelva “a las andadas”. Otros lo que temen es que el discurso del miedo prospere y volvamos a otras andadas, las de antes del 14-M, es decir, a un Gobierno ‘popular’. E incluso los más serenos se declaran crecientemente hastiados e indignados por el discurso demagógico y oportunista de todos los nacionalismos, incluido -por supuesto- el que el PP representa.

El partido de ‘La Sombra’, obsesionado por deteriorar por cualquier medio a Zapatero, está obteniendo por primera vez, con el tema del Estatuto catalán como bandera, réditos claros de su machacona táctica. La continua repetición de que fue Zapatero quien prometió aceptar el proyecto que saliera del Parlament ha penetrado en las conciencias y hace aparecer al presidente del Gobierno como un alegre irresponsable, un frívolo cantamañanas que no sabe dónde está pinado. Para lograr tal efecto, tanto el PP como los medios que le son fieles descontextualizan la promesa. Ocultan celosamente que fue realizada en otoño de 2003, en un mitin electoral de la campaña catalana, y que Zapatero aún no era presidente ni se esperaba que lo fuera. La mayor parte de la gente ignora este hecho, que no es precisamente irrelevante.

No es Zapatero sino Maragall el culpable de esta situación. Aferrado a la poltrona, temeroso de unas elecciones anticipadas, ha evitado emplear la firmeza frente a sus socios de ERC, enfrentados en una competición de exigencias con una CiU a la que estar en la oposición le hace surgir su particular mister Hyde. Como consecuencia, Maragall ha lanzado la pelota al tejado de La Moncloa y depositado la patata caliente en manos del presidente del Gobierno.

Ahora, apresado entre dos fuegos, el Gobierno pide árnica a quien, en la medida en que se considera beneficiario político de la situación, no planea utilizar otros recursos que la desautorización más implacable y el chantaje como alternativa. Para el PP mientras más dure la inquietud, mejor. Ni siquiera descartan lograr la división del PSOE. Están felices.

Y mientras tanto, los ciudadanos mareados y vomitando en la montaña rusa.
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08 octubre, 2005

El antiespañolismo más 'español'

De nuevo nos llegan noticias de las actividades exteriores del ex presidente Aznar (alias ‘La Sombra’, para ‘La Espiral’) y de ellas sólo cabe concluir que lo que ha podido ser considerado hasta ahora como una crítica tan simplista e insidiosa como demoledora al Gobierno español, nacida de un rencor incontinente, empieza a tener visos de un rampante antiespañolismo ‘de facto’.

¿Paradoja? Así podría pensarse si tenemos en cuenta la autodefinición de ‘La Sombra’ y de su partido como guardianes de la patria, pero no lo es tanto si se considera que la derecha española ha sucumbido siempre a la inaceptable tentación de confundir sus propias convicciones e intereses con los de la nación. Desde esa ‘filosofía’ política se puede perder no sólo el sentido de la medida -cosa habitual en los últimos tiempos- sino también el norte.

Para juzgar este extremo basta considerar el esperpéntico retrato al minuto de España que ‘La Sombra’ ha puesto ante los ojos, probablemente desorbitados, de varios cientos de empresarios reunidos en México en el Foro Mundial de la Negociación, candidatos potenciales a invertir en nuestro país o a formar alianzas con empresas españolas beneficiosas para nuestra economía.

Según el ex presidente, “España corre riesgos serios de desintegración y de balcanización”, se encuentra en la perspectiva de “una grave crisis nacional”, situada “al borde del abismo”, y podría “volver históricamente a las andadas”. En resumen, el cuadro que nuestro patriótico ex presidente ha pintado ante personas susceptibles de tomar posiciones positivas o negativas para los intereses nacionales, y por ende para la sociedad española, llega a insinuar la posibilidad de una guerra civil. ¿De qué otro modo cabe interpretar las expresiones “balcanización” o “volver a las andadas”?

El pasado mes de febrero el PP llegó a pedir el cese inmediato del embajador en Londres, Carlos Miranda, y la comparecencia parlamentaria del ministro de Asuntos Exteriores por el supuesto ‘espionaje’ a Aznar durante una viaje de éste a la capital británica. La demanda tenía su origen en una información difundida por el diario “La Razón”, según la cual el jefe de la legación habría enviado al titular de la cartera una nota “secreta” detallando las actividades de ‘La Sombra’ en Londres.

Naturalmente, el ministro Moratinos desmintió que existiera dicho ‘espionaje’ y encuadró dentro de la normal actividad de una legación diplomática que informe del paso o la estancia de un ex presidente por un país determinado. E incluso que actúe para facilitarle cualquier gestión o solventarle cualquier problema si fuera preciso. A mi, a la vista de los acontecimientos, empieza a no parecerme tan descartable ni tan improcedente ‘controlar’ las actividades exteriores de este ex presidente en particular.

Se me objetará que ‘La Sombra’ no dice en el exterior nada que no diga en territorio español. Tal vez sea así, pero en política es el contexto en que se hacen y dicen ciertas cosas lo que marca la diferencia que media entre un exagerado catastrofismo o una estrategia destructiva y la deslealtad e incluso la traición.

Lo que se dice dentro de los límites nacionales tiene, en principio, un objetivo y una transcendencia exclusivamente nacional y los ciudadanos lo percibimos como parte del juego político, compartamos o no la visión que se nos transmite. Ciertamente, los corresponsales de medios extranjeros pueden recogerlo con todo detalle y sus directores destacarlo como les parezca conveniente. Eso forma parte de una lógica que nadie objeta por muy irreal o destructivo que sea el discurso que se difunde.

Sin embargo, cuando se viaja al extranjero para dirigirse a una asamblea cualificada o para entrevistarse con personas de alto nivel, con capacidad para adoptar decisiones importantes en relación con los intereses de España, y se les transmite sin matices ese mismo panorama en negro, que describe falsariamente una situación de pre-guerra civil, se puede llegar a incurrir en algo muy diferente de la mera oposición desleal al Gobierno. Algo que puede ser evaluado como muy grave y ante lo cual el Estado -que somos todos- no puede ni debe permanecer indiferente.
Para oir las palabras de Aznar.
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05 octubre, 2005

¡Ilegalizadlo, hipócritas!

No tienen remedio. Y nosotros, por su culpa, mucho menos. Me refiero a los políticos e incluyo, en este caso, prácticamente a todos y de todos los colores, desde el presidente del Gobierno para abajo. El tema al que me refiero no es un grave asunto de Estado, aunque podría llegar a serlo, que por menos se montó el motín de Esquilache. Los posicionamientos ante la reforma del Estatut, por ejemplo, también pueden ilustrar eficazmente la farsa política en toda su extensión, pero sería preciso entrar en matizaciones y disquisiciones que, al menos en este momento, se me antojan sumamente aburridas, a la par que inútiles.

Fin del suspense: de lo que se trata aquí es de la normativa restrictiva del consumo del tabaco en público, cuestión que ha concitado el mayor consenso político que yo recuerde en muchos años. El Congreso ha aprobado hoy un texto que, entre otras cosas, prohíbe fumar (tabaco) en los centros laborales, incluso en los espacios habilitados a ese fin; impone severas limitaciones en bares y restaurantes y penaliza no sólo al que incumpla la normativa, sino también a quien tolere el incumplimiento (o a quien el denunciante crea que lo tolera, que no es lo mismo necesariamente).

La futura ley -aún a falta del trámite en el Senado, en el que no cabe esperar retoques significativos- tiene, según la portavoz del PSOE en la comisión de Sanidad del Congreso, un ‘espíritu sanitario’, razón por la cual la propuesta de CiU de permitir fumar en lugares específicos del centro de trabajo por el bien de la 'armonía laboral' fue rechazada hoy.

También hoy, en un gesto de lucidez y objetividad que a estas alturas podría ser calificado incluso de sorprendente, sus señorías acordaron rebajar de grave a leve el carácter de la falta de fumar o permitir fumar en lugares de prohibición total. No obstante, las multas previstas oscilan entre 30 y 600 euros, cantidad esta última que soy incapaz de imaginar qué clase de actividad relacionada con el tabaco puede sancionar: ¿un fumadero clandestino?

Cabe compadecer -de acuerdo con el contenido de la ley- a los hosteleros que dispongan de un local de 101 metros cuadrados porque no podrán optar libremente por declararse de fumadores o de no fumadores, como los de 100 o menos, sino que tendrán que acotar herméticamente un espacio máximo de 30,3 metros si quieren beneficiarse de la visita de los réprobos y viciosos inhaladores de humo nicotínico, que probablemente no se sentirán muy a gusto en tan estrecho 'ghetto' y optarán por los locales pequeños. ¿Y por qué no permitir que todos los negocios de hostelería, independientemente de su tamaño, se definan como fumaderos o no fumaderos?

Pero hay más, como señalaron hoy ERC e IU-ICV. ¿No es una grave y elocuente contradicción prohibir absolutamente fumar en los centros de trabajo -por el bien de los trabajadores, claro-, y permitir que los ‘curritos’ de hostelería se intoxiquen a pleno pulmón? Por supuesto que sí. Pero toda esa ley, teóricamente elaborada por el bien de la salud pública, es una exhibición impúdica de hipocresía, algo mucho peor que la incoherencia y el exceso beato que caracteriza a algunas de sus exigencias.

Si la cuestión es tan grave como la describen sus señorías -cosa que, como fumador empedernido que soy, no dudo en absoluto-, lo lógico es ilegalizar la venta y el consumo del insano y adictivo producto, puesto que no es otra cosa que una droga cuyo consumo conlleva graves consecuencias. Ahí les quiero ver, afrontando el asunto con un par, negando al Estado una de sus tradicionales fuentes de ingresos, mandando a sembrar coles -o lo que tengan a bien- a los cultivadores de tabaco insulares y peninsulares y condenando a los estancos a vender chucherías.

A mi personalmente me vendría muy bien que ilegalizasen el tabaco porque no me veo persiguiendo a un 'camello' para que me pase una cajetilla con la que aplacar mi 'mono'. Aunque tal vez sea mejor ser un drogadicto perseguido por consumo ilegal de tabaco que un drogadicto tolerado según dónde y perseguido, según cuando, por su propio 'camello' por la vía legal, por la económica y por la inmoral. Porque -no nos engañemos- lo que la hipócrita normativa que se va a imponer a partir del día 1 de enero no puede disfrazar u ocultar es la profunda inmoralidad en la que tiene su origen.

Un 'camello' consumado resulta, en definitiva, mucho más moral que estos padres de la patria que fingen querer salvarnos de nosotros mismos a base de impuestos, prohibiciones y multas. Cualquier cosa antes que ilegalizar lo que nos mata. ¡Hipócritas!
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