05 noviembre, 2008

Barack Obama: Un sobre cerrado



De la mano de Barack Obama (*) han triunfado en las elecciones presidenciales de Estados Unidos la esperanza sobre la decepción, la voluntad de cambio frente al continuismo, la progresividad social contra la inercia conservadora. La victoria del candidato demócrata no habría sido posible en toda su contundencia sin el deterioro extraordinario de una presidencia, la de Bush, que nunca debió lograr un segundo mandato y que a lo largo de él ha llevado la desesperanza y la frustración de los estadounidenses hasta un nivel inédito.

La alternativa republicana, presentando a un voluntarioso septuagenario, imprudentemente escoltado por una lenguaraz y desinhibida ultraderechista, no sólo no responde en absoluto al 'sueño americano' sino que ha sido un error de grandes proporciones desde cualquier punto de vista que se considere.

Ya el triunfo de Obama sobre Hillary Clinton fue un indicio elocuente de que algo esencial estaba cambiando en las expectativas de los ciudadanos estadounidenses. Los compromisarios demócratas eligieron la credibilidad frente a la muy relativa novedad de una candiatura femenina que tenía como inconveniente precisamente lo que se creía una ventaja: apellidarse Clinton. Las sagas familiares -los Bush son una muestra elocuente- generan desconfianza y dan una imagen penosamente endogámica que no avala precisamente la verosimilitud de la democracia.

Todo estaba a favor del éxito de Obama, incluyendo la brutal crisis económica. Si alguien puede minimizar las consecuencias sociales de ese desastre es precisamente un candidato que, entre otras cosas, quiere generalizar la asistencia sanitaria, exonerar de impuestos a los ingresos menores de 50.000 dólares y gravar más a quienes disfrutan de mayores ingresos. Pero la crisis va a ser también el mayor obstáculo para que sean finalmente viables los avances anunciados. El déficit de un billón de dólares y la previsible necesidad de 'auxiliar' a entidades financieras en apuros lastrarán pesadamente su legislatura.

Ahora mismo Barack Obama es una esperanza. Sólo -y nada menos- éso. Lo que vaya a ser su gobierno entra de lleno en lo imprevisible. El futuro presidente es, ahora mismo, un sobre cerrado, un sobre sorpresa del que pueden salir novedades agradables y también decepcionantes en función de las realidades críticas que deberá afrontar y de las compañías de la que se rodee. Más allá de su discurso progresista el futuro inquilino de la Casa Blanca ha dado muestras elocuentes de ser un pragmático, capaz de coexistir -sin conflicto abierto- con circunstancias antitéticas y personalidades antagónicas.

Ha sido hábil construyéndose una imagen de independencia respecto a los lobbies y grupos de presión y ha logrado financiar en gran parte su campaña con fondos aportados por los propios ciudadanos de a pie. Pero hay una excepción significativa, la que hizo públicamente a finales de febrero 2007 ante una reunión con el "American Israel Public Affairs Committee", denominación eufemística que designa al lobby sionista. En aquella ocasión Obama no escamoteó nitidez a la hora de mostrar su apoyo incondicional a Israel, 'única democracia en el área' de Oriente Medio.

"Debemos preservar -dijo entonces- nuestro total compromiso con nuestra relación de defensa única con Israel mediante la completa financiación de la asistencia militar continuando el trabajo en el Arrow y los programas de defensa relacionados con misiles". Eso era exactamente lo que el Comité quería oir. Probablemente ese apoyo expreso y categórico a Israel era un gesto imprescindible para alguien que tiene nombres musulmanes tales como Barack y Hussein y despierta suspicacias paranoicas . Nadie, en cualquier caso, puede alcanzar la presidencia de Estados Unidos con el lobby judío enfrente por la simple razón de que eso equivale a tener en contra a buena parte del poder financiero y mediático.

Ese compromiso, más allá de su pragmatismo, supone una hipoteca muy condicionante a la hora de hacer realidad el propósito de distender las relaciones con los países árabes y más específicamente con Irán, declarada prioridad de Obama para su política exterior. ¿Podra su indiscutible astucia y capacidad de conciliar contrarios conjugar ambos compromisos?

Habrá que esperar a que el sobre se abra para despejar todas las razonables dudas que existen acerca de la viabilidad real del programa de Barack Obama. Mientras tanto sólo podemos seguir acariciando la esperanza de que un cambio real, de conceptos y de estilo, llegue a la Casa Blanca, lo cual será bueno para Estados Unidos y para el mundo.

(*) Deliberadamente he ignorado el componente racial. Tras el paso por el poder -de la mano del Partido Republicano- de Colin Powell y Condoleezza Rice, no creo que la raza sea un factor políticamente tan relevante como otros lo consideran. Más aún, considero importante que no lo sea porque eso, precisamente, avala la posibilidad improbable de que Estados Unidos se cambie a sí mismo y cambie el mundo, como ha prometido Obama.

02 noviembre, 2008

Refundar la democracia (y VII)


Más de dos siglos después de la 'revolución democrática' la especie humana ha experimentado, en todos los terrenos, el mayor cambio de toda su historia. A las postas y diligencias tiradas por caballos las han sustituido los viajes espaciales y el correo electrónico; ordenadores y robots industriales hacen el trabajo que ocuparía muchísimas horas a centenares de miles de personas; los resultados de unas elecciones generales son conocidos apenas cuatro horas después del cierre de los colegios; el analfabetismo ha desaparecido... ¿pero qué ha cambiado en la forma de entender e implementar la democracia en esos siglos?

Nada. Por el contrario, desde entonces, en nombre de las mayorías, se ha hecho todo lo posible para reducir el lógico pluripartidismo a un bipartidismo mutilatorio, una representación política y social manifiestamente imperfecta. Las inmensas minorías están condenadas a la abstención o al voto útil. No se sienten representadas en esta ficción democrática porque no lo están. ¿Pero alguien se siente realmente representado?

Los gobiernos, a lo largo de sus años de mandato, toman -o pueden tomar- impunemente decisiones contrarias a la voluntad de la mayoría e incluso traicionar el compromiso contraído con sus propios votantes a través de los enunciados del programa electoral. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos contrarios a que su país entre en una guerra ilegal e injusta para evitarlo? Manifestarse, como hace tres siglos.

Los ciudadanos no cuentan más que como votantes y contribuyentes; su participación en los asuntos públicos, en las cuestiones que les conciernen y afectan personalmente, es prácticamente igual a cero. La razón es tan simple como triste. Esto no es una democracia, sino una partitocracia, un sistema regido por quienes dicen representar la voluntad popular y lo que realmente hacen es suplantarla y manipularla.

No sólo no cabe, a partir de esas bases, refundar el capitalismo; ni siquiera cabe reformarlo seriamente. No pueden hacer tal cosa quienes no son, en lo esencial, más que sus fieles servidores. Quienes dicen planteárselo desde la democracia formal no hacen otra cosa que mentir, como de costumbre.

Lo único que les preocupa ahora es, por un lado inyectar el dinero necesario para que la macroeconomía pueda volver a funcionar y por otro lado, ofrecer garantías a la economía real de ahorradores y pequeños inversores para que no saquen su dinero de donde lo tienen porque ése si sería el desastre total del sistema. Las inyecciones se hacen con dinero público, con dinero nuestro, hipotecando el futuro del país por años, arriesgando su bienestar (el nuestro, de todos y cada uno).

Juzgue cada cual acerca de la utilidad y moralidad de un sistema económico (el capitalista) capaz de crear un caos como el presente y de un sistema pseudodemocrático, incapaz de evitarlo mediante los legítimos controles que todo estado democrático verosímil debería implementar e igualmente incapaz de ir ahora a la raiz del problema para evitar que, tarde o temprano, se reproduzca la debacle.

Excede a mis propósitos -y seguramente también a mi capacidad- alargar esta serie, de por sí bastante extensa- intentando enunciar los principios sobre los que debería fundarse la democracia del siglo XXI. Espero que lo escrito sirva, al menos, como reflexión acerca del imperfecto "de dónde venimos" y de toma de postura respecto al impredecible "dónde vamos", que en esta hora nos concierne más que nunca. ¿Podemos inhibirnos ante la permanencia de un sistema obsoleto, imperfecto, injusto y fracasado?

Claro que podemos. Esa -la alienación- es la materia con la que se han estado constuyendo los estériles sueños humanos desde el principio de la historia. Pero son el entendimiento y la libertad los que hacen a la persona y la diferencian de los animales. Quienes se niegan a ejercer libremente su entendimiento y su libertad en beneficio propio y de los demás condenan a la humanidad a actuar como meros animales productores y consumidores; muy rentables por ambos motivos, los más rentables de la creación, pero indignos de llamarse ciudadanos.

Concluyo con unas citas, con el mismo propósito de invitar a la reflexión:

El hombre es, por naturaleza, un animal político.
Aristóteles (322 a. de C.)


La Justicia sólo existirá donde aquellos que no están afectados por la injusticia estén llenos de la misma indignación que quienes la padecen.
Platón (347 a. de C.)

Renunciar a la propia libertad es renunciar a la propia dignidad, a los propios derechos humanos e incluso a los propios deberes.
Jean Jacques Rousseau

Mientras el pueblo no se preocupe de ejercer su libertad, aquellos que quieren tiranizarlo lo harán. Porque los tiranos son activos y ardientes y se dedicarán en nombre de cualquier dios, religioso o no, a encadenar a los durmientes.
Voltaire

Los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos permanentes.
Thomas Jefferson (*)

La subversión de las instituciones establecidas es meramente una consecuencia de la previa subversión de las opiniones establecidas.
John Stuart Mill

Democracia es una gran palabra cuya historia permanece inédita, porque esa historia todavía tiene que ser iniciada.
Walt Whitman

La cura para los males de la democracia es más democracia.
H. L. Mencken

Ser demócrata sería actuar reconociendo que nunca vivimos en una sociedad suficientemente democrática.
Jacques Derrida

Lo que tenemos ahora es democracia sin ciudadanos. Ninguno está en el lado público. Todos los consumidores están en el lado de las empresas. Y los burócratas de la Administración no creen que el Gobierno pertenece al pueblo.
Ralph Nader

(*) Jefferson, uno de los padres fundadores, era contrario a que la nación se dotase de un ejército permanente por temor a la instauración de una dictadura. Por el contrario defendía que los ciudadanos tuvieran armas para que, en el caso de que se impusiera una tiranía, pudieran defender sus derechos. La segunda enmienda de la Constitución estadounidense obedece a ese temor, aunque hoy sirve a quienes dan más miedo. En cambio, el peligro de la banca (mayor, según Jefferson), no motivó ningún gesto constitucional parecido.

Imagen: Terminales de un centro de proceso de datos lectorales. La informática acelera el proceso de recuento, pero no -todavía- las posibilidades de participación ciudadana en el gobierno de la 'polis'.