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17 diciembre, 2016

Alepo, una batalla más de la 'guerra eterna' (3)

La segunda batalla de la 'guerra eterna' se convertirá en una gravísima crisis internacional. El carismático líder egipcio Gamal Abdel Nasser decide en 1956 nacionalizar la lucrativa sociedad del Canal de Suez, a lo que responden militarmente Israel, Reino Unido y Francia, secretamente vinculados por el 'Protocolo de Sèvres', aunque la pretensión-coartada de ingleses y franceses es aparecer a título de 'pacificadores'. La derrota será nuevamente para Egipto, pero el perjuicio económico que sufre Occidente es demoledor, pues Nasser ciega el canal, hundiendo en él numerosos barcos mercantes y forzando al tráfico petrolero y comercial a dar la vuelta completa al continente africano, con los gastos y el aumento de precio imaginables. Finalmente, Estados Unidos y la URSS (recuérdese que estaba en pleno vigor y en uno de sus periodos más álgidos la 'guerra fría') intervienen de mutuo acuerdo para neutralizar el nuevo e inoportuno 'punto de fricción'. Las armas callan e Israel se retira (por primera vez) de la península del Sinaí.

No es mi propósito ser exhaustivo en la exposición de las sucesivas batallas (más que guerras, dada su corta duración) que han enfrentado a Israel con sus vecinos a partir de los años 60, pues cabe suponer que el lector las tiene más presentes en su memoria. La tercera, denominada de 'los seis días' (1967), ha quedado en la historia como una demostración apabullante de la eficacia bélica y táctica, así como del superior armamento, del ejército israelí. Adelantándose (o eso se supone) a supuestos planes de ataque árabes, la aviación judía destruye en tierra a la egipcia,. condicionando así, drásticamente, el éxito de sus ataques en otros frentes; derrota y expulsa a los egipcios de la península del Sinaí y ocupa la estratégica posición siria de los Altos del Golán, que hoy en día sigue en sus manos. El resultado de esta 'guerra relámpago' es devastador para los contendientes árabes y la moral de sus tropas y de sus pueblos.

La revancha árabe se hará esperar sólo seis años. En Octubre de 1973 Egipto y Siria, aprovechando la celebración judía del Yom Kippur (que dió nombre a la guerra) atacan por sorpresa a Israel y consiguen cierto éxito inicial, pero tras duros combates las tropas judías logran controlar la situación, si bien, en esta ocasión - y por primera vez - con un elevado número de bajas. La guerra ya no es un paseo para sus tropas y la sociedad israelí empieza a dar signos de fatiga y desánimo. En 1979, tras laboriosas negociaciones y con la mediación del presidente estaounidense Jimmy Carter, Egipto e Israel firman en Camp David un tratado de paz que provoca alivio general en Israel y  Occidente y una enorme indignación en el mundio árabe. Dos años después la 'traición' le costará la vida al presidente Sadat, ametrallado por militares ligados a los 'Hermanos musulmanes' durante un desfile. El islamismo radical muestra - por primera vez con contundencia - sus afilados colmillos.

La salida de Egipto del frente anti-Israel subsiste en estos momentos, una vez que el ejército - claramente comprometido con Occidente - ejecutó un golpe de estado que barrió brutalmente del poder a los fundamentalistas, triunfantes en las elecciones que siguieron a la 'primavera egipcia'. La pregunta lógica que uno puede hacerse es cuánto tiempo más pueden los militares de países musulmanes (Argelia fue otro ejemplo contundente) frustrar la voluntad de sus pueblos, manifiesta claramente en las urnas cuando se les da ocasión. La historia muestra con claridad que las dictaduras (España es un ejemplo) pueden ser duraderas, pero acaban cayendo. La aparente 'incapacidad' de las naciones árabes para sustentar un sistema democrático verosímil puede ser provisionalmente un factor positivo para reducir la virulencia de la 'guerra eterna', pero su subsistencia no anuncia nada bueno. en la media en que el fundamentalismo y la radicalidad avanzan de modo constante.

Pie de foto: En 1956 Nasser ordenó el hundimiento de barcos en el Canal de Suez para bloquear el tránsito en respuesta a los ataques de Israel, Reino Unido y Francia.

Continuará

21 septiembre, 2010

Breve



Orgía armamentística en el Golfo.- 123.000 millones de dólares es el desorbitado importe de la inversión en armamento que los países árabes del Golfo Pérsico socios de Estados Unidos han decidido realizar para defenderse ante a un hipotético ataque de Irán. Dicho ataque podría ser desencadenado en respuesta a otro de Estados Unidos o Israel contra las instalaciones nucleares iraníes, según las incertidumbres estratégicas que Washington ha contribuido a sembrar. Para EE UU, cuyo Congreso aprobará próximamente el contrato, son todas las ventajas. Y éstas no son sólo económicas. So pretexto de mejorar la seguridad de los países amigos del Golfo podrá descargarse de parte del esfuerzo militar que le supone garantizar su acceso a los dos tercios de las reservas mundiales de petróleo.

24 octubre, 2008

Refundar la democracia (V)

Quienes insisten en afirmar que la política y la economía son y deben ser cosas ajenas e independientes entre sí para declarar, como consecuencia de ello, la soberanía del mercado, basada en su 'sabiduría' innata, están negando evidencias históricas mayores. En el capítulo anterior, aunque sin especial detenimiento, se ha aludido al papel decisivo que tuvieron las guerras -las napoleónicas en Europa y la de secesión en Estados Unidos- en el enriquecimiento de los míticos Rothschild o del no menos mítico JP Morgan.

Toda guerra es una decisión política. En ocasiones existe en su origen un móvil económico, pero no suele ser el principal. Para los financieros, en cualquier caso, lo normal es que sean un gran negocio, especialmente si patrocinan al vencedor. Estados Unidos llegó al cénit de su crecimiento y expansión a raiz de su participación en las dos guerras mundiales, que situaron su máquina productiva en máximos históricos, con una participación excepcional de las mujeres en el mundo laboral.

Cuando ambas conflagraciones concluyeron, el país, que inicialmente había vacilado en participar, resultó el auténtico beneficiario de las brutales masacres. A diferencia del resto de los contendientes la devastación no le había alcanzado. Sus infraestructuras estaban intactas y su economía lista para seguir creciendo sobre la destrucción generada. El imperio estadounidense brillaba sobre todo el planeta y sólo tenía un competidor político: la Unión Soviética, que económicamente se hallaba en una situación mucho peor y a la que la implicación en la carrera de armamentos y en la espacial, unida a una gestión muy torpe a nivel de política económica acabarían por hundir en las cuatro décadas siguientes.

No hay regla sin excepción y hay guerras que se pagan caras, aunque no se participe en ellas directamente. Basta con apoyar a uno de los contendientes. Eso fue lo que sucedió en el conflicto bélico conocido como del Yom Kippur (día de la expiación, fiesta sagrada judía), cuando Egipto y Siria -los grandes perdedores, despojados y humillados de la guerra de los Seis Días (1.967)- atacaron por sorpresa a Israel. La sorpresa fue genuina porque la inteligencia judía descartaba un ataque en coincidencia con el Ramadán musulmán. Y el resultado, tras apenas veinte días de choques armados, fue el previsible: la derrota de los atacantes, con el apoyo evidente de Estados Unidos y la solidaridad de gran parte de las democracias occidentales.

Lo que siguió a la derrota de los islámicos fue una guerra económica con el principal recurso a su alcance como arma: el petróleo. Los países árabes exportadores acordaron no vender su oro negro a Estados Unidos y al resto de los países 'pro-sionistas'. La esperanza de poder contar con el suministro del resto de los países de la OPEP se vio frustrada ante la decisión de éstos de aprovechar la circunstancia para subir el precio del petróleo hasta un nivel menos 'ridículo' que el vigente, impuesto por 'Las siete hermanas', multinacionales -en su mayor parte estadonunidenses- que actuaban coordinadamente como 'cartel'.

Aunque obviamente el cambio afectó a todo el mundo, especialmente para Estados Unidos el aumento extraordinario de los precios del petróleo supuso un golpe mortal, dado que se inscribió en un cuadro caótico previo que va desde un serio 'crash' brusátil, que se extiende de enero de 1973 a diciembre de 1974, hasta una inflación descontrolada, y está marcado a fuego en lo político por el 'caso Watergate', fiasco traumático de las 'virtudes democráticas' que, según una tradición tan falsa como legendaria, adornan a la 'tierra de los libres'. La nación del 'easy money' y de las oportunidades despierta abruptamente de su sueño y se estremece ante un panorama en el que su prosperidad ya no está convenientemente garantizada.

Previamente, en 1.971, Estados Unidos había abandonado el compromiso de Bretton Woods, que convertía al dólar en moneda de referencia internacional y la vinculaba al patrón oro, y había puesto la divisa en flotación, decisión rápidamente seguida por el resto de las monedas. El fin de Bretton Woods sólo era el principio de una revisión radical del paradigma keynesiano y de los principios del 'New Deal'. De la mano de la crisis del petróleo y de sus devastadoras consecuencias económicas regresa y se fortalece el discurso ultraliberal.

La derrota de Keynes y sus teorías intervencionistas, que Von Hayek no pudo consumar en su agrio debate de los años 50, llegará de la mano de Milton Friedman, mejor comunicador que economista, que vende precisamente el discurso que los dueños del dinero insisten en promocionar. En el horizonte ya se perfilan las figuras del actor Ronald Reagan y de la 'dama de hierro' Margaret Thatcher.

La era de los charlatanes está a punto de empezar.

Imagen: John Maynard Keynes.

Continuará.