George W. Bush califica de “aborrecible” lo sucedido en la prisión iraquí de Abu Gharib. Eso no es propio de América, dice (aunque se refiere sólo a EE UU). América, protesta, es “compasiva”. Y ésto lo asegura ante canales de televisión árabes, en un intento -inútil, por cierto- de lavarle la cara a su política y de lavar sus propias manos. No es una santurrona e hipócrita declaración para el crédulo y chovinista consumo interno, de lo que sólo cabe concluir que es un cínico de tomo y lomo, pero también un ignorante desvergonzado, que no sabe con quién se está jugando los cuartos. La credibilidad de su mensaje, su eficacia sobre aquellos a quienes iba dirigido, ha sido igual a cero. Ni siquiera ha tenido el “detalle” de cesar a Rumsfeld, el siniestro secretario de Defensa, ni éste tiene la decencia de dimitir. ¿A quién creen engañar, en definitiva?
Creo que apenas 20 días antes de que surgieran las primeras revelaciones acerca de las torturas y sevicias sufridas por prisioneros iraquíes a manos de tropas de la coalición 'liberadora', documentadas con imágenes tan repugnantes como inequívocas, vi en un canal de televisión por cable un documental que no deja lugar a dudas acerca de que lo sucedido no es una excepción circunstancial, sino la norma de actuación sistemática en cualquier momento y en cualquier lugar.
En la cinta, cuyo inicio me perdí, por lo que desconozco el título o si forma parte de una serie, ex responsables de la CIA relataban su modo de actuar en Vietnam de cara a la neutralización del Vietcong. Básicamente había tres alternativas. La primera (teóricamente), “comprar” la colaboración, lo que incluye desde el empleo real de dinero hasta el chantaje y la amenaza a la vida del sujeto o de sus allegados; la segunda, la tortura, para obtener la información deseada, y la tercera, el asesinato, cuando las otras dos opciones no eran aplicables o se revelaban inútiles. Cuatro décadas después los usos son los mismos, si no peores.
A propósito de Vietnam, todos tenemos en la memoria la imagen de un general del Sur asesinando de un tiro en la cabeza a un presunto guerrillero del Vietcong recién detenido. Es sobrecogedora y abominable. ¿Pero cómo fueron las imágenes de la matanza indiscriminada de ancianos, mujeres y niños en la aldea de My Lai, perpetrada por el teniente Calley por la mera sospecha de que los habitantes cooperaban con la guerrilla? ¿Y cómo las de las muertes de miles de civiles de toda edad, achicharrados por el napalm que, desde la impunidad de la altura, los aviones de la USAF lanzaron indiscriminadamente por toneladas?
Esa es la política compasiva de Estados Unidos: un aborrecible sarcasmo. Y para colmo, sus crímenes de guerra o sus atentados a los derechos humanos siempre quedarán tan impunes como sus gobernantes decidan porque el justo y compasivo sistema impide que los ciudadanos estadounidenses rindan cuentas de sus actos ante el Tribunal Penal Internacional o cualquier otra institución ajena a la jurisdicción interna de Estados Unidos.
La CIA, como nadie ignora ya, es una cloaca. Tras las revelaciones precursoras del agente “arrepentido” Philip Agee, describiendo la magnitud de las operaciones encubiertas de la CIA en los años 60, muchos más datos han arrojado luz sobre la auténtica naturaleza de una agencia que tiene como principio ignorar cualquier principio o ley con tal de sostener a un poder que, frente a todas las evidencias, insiste en aparecer ante el mundo como una entidad impoluta y redentora. Fue el propio Agee, asqueado hasta la náusea, quien hizo una revelación clave: "Lo que la Agencia [CIA] hace es ordenado por el Presidente y el NSC [National Security Council]. La Agencia ni toma decisiones políticas ni actúa por su propia cuenta. Es un instrumento del Presidente".
Tal vez para evitar que la responsabilidad última (y primera) de las acciones encubiertas y manifiestamente ilegales caiga sobre la cabeza del Estado se ha llegado a una singular medida de “privatización” de la inteligencia. El caso de la empresa -si no es una tapadera- CACI y su actuación en Irak (en concreto en la prisión de Abu Ghraib) es revelador de que el Gobierno Bush resulta incluso innovador en la extensión del cinismo y la desvergüenza que caracterizan la ejecutoria internacional de Estados Unidos desde tiempos ya inmemoriales.
En su comparecencia parlamentaria en relación con las torturas a detenidos iraquíes, Donald Rumsfeld previno de que hay más documentos, además de los difundidos, que, por supuesto, el Gobierno no tiene intención de difundir. Dijo también que el asunto es una “catástrofe”, refiriéndose –supongo razonablemente- a las repercusiones de la difusión de las imágenes más que a los hechos que éstas revelan.
Tal vez tardemos años en conocer la dimensión real de todo lo que está sucediendo en Irak desde que fue invadido, pero finalmente lo sabremos. Entonces, retrospectivamente, tendremos conciencia plena de la vergüenza y deshonor que le cabe a nuestro país por haber apoyado y dado cobertura a esta aventura imperialista y hasta qué punto la corrección de tal posicionamiento era necesaria y urgente.
Pero no puedo terminar estas líneas sin lamentar que el Gobierno español del “cambio” esté dispuesto a ampliar la participación militar española en Afganistán, por muy ridícula numéricamente que pueda ser. El hecho de que en esa actuación esté implicada la OTAN no sólo no legitima tal decisión sino que pone simultáneamente en cuestión nuestra participación y la de la OTAN.
¿Qué hace la Organización del Tratado del Atlántico Norte en el Golfo Pérsico, tan lejos de su marco geográfico natural de actuación? Es más: ¿Qué sentido tiene la subsistencia de esa institución defensiva cuando ha desaparecido el peligro (soviético) frente al que nació?
Tal vez ha llegado el momento de que España se replantee su pertenencia a un tratado que no es otra cosa que la expresión del poder y de los intereses de Estados Unidos, ajenos e incluso contrarios a los de la Unión Europea en general y a los de nuestro país en particular. Rectificaría de ese modo el error que el propio PSOE, regresado al poder mediante este Gobierno, cometió al impulsar la permanencia en el mismo mediante un referéndum que significó, durante la campaña previa, la mayor operación de intoxicación de la opinión pública de la historia. Eso sí que sería un cambio.
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