Tras la 'operación propagandística' realizada por ETA en Madrid al detonar cinco bombas en estratégicas gasolineras y bloquear durante largas horas la salida festiva de centenares de miles de madrileños algunos consideran, ingenuamente, que la banda -a la que gustan de pintar dividida- está boicoteando la iniciativa ‘de paz’ recientemente presentada por Otegui. Nada más lejos de la realidad.
La banda y su extensión política están demostrando sin lugar a dudas lo que son, lo que siempre han sido: un ejemplo de irracionalidad política, un movimiento anacrónicamente tercermundista regido por un voluntarismo militarista, que se resiste a revisar su estrategia pese a las crecientes evidencias de que le está conduciendo a la extinción.
Como ya advertía en “La Espiral” del 20 de noviembre (a la que les remito para evitar reiterar los argumentos), que glosaba la “esperanzadora oferta” contenida en el documento de Batasuna, era previsible “una reactivación de los atentados y de la ‘kale borroka’” si no se aceptaba el diálogo en los términos planteados. No ha sido preciso esperar mucho para constatarlo.
ETA-Batasuna está intentado escenificar ahora la conocida comedia titulada “Policía malo, policía bueno”. “Si no me haces caso va a volver a entrar el bestia de mi compañero. Espero que sepas lo que te conviene”. Es un juego elemental, pueril, a la altura de la capacidad política y dialéctica que caracteriza al liderazgo del MLNV (Movimiento de Liberación Nacional Vasco). Es absolutamente inútil pedirle a Batasuna que condene el recurso a la violencia como arma política porque el núcleo duro de este abigarrado órgano político es esencialmente la misma cosa que ETA o, mejor dicho, es la propia ETA.
Ante quienes le instan a condenar, Otegui responde invariablemente aludiendo a la persistencia del “conflicto político vasco”, del que la violencia sería una expresión inevitable, en la medida en que 'responde' a la violencia institucional. Nunca se plantean hasta qué punto el terrorismo es la causa mayor del conflicto y cuánto lo exacerba estérilmente. Quienes se lo plantean se van (si les dejan, pues a ‘Yoyes’ no la dejaron sobrevivir a su abandono), desaparecen de la escena política o generan iniciativas abertzales claramente diferenciadas (Aralar es un ejemplo elocuente).
Hay quienes tienden a ver la actual situación -usando la fábula africana de la rana y el escorpión- como si Batasuna fuese la rana que, entre vacilaciones, acepta trasladar al otro lado del río, sobre su lomo, al escorpión ETA y perece entre ambas orillas como consecuencia de que el insecto, fiel a su naturaleza, no puede evitar el impulso de clavar su aguijón, aun sabiendo que supone su propio fin.
Frente a esa ingenua versión yo creo que el escorpión es precisamente Batasuna. ETA es sólo su preciado aguijón. El escorpión tiene dos opciones en las actuales circunstancias: arriesgarse al suicidio, como acostumbran estos arácnidos cuando se ven acorralados (y ese es el camino que lleva), o acercar su nefasto apéndice a sus tenazas y extirparlo para integrarse con normalidad en las reglas del juego democrático.
Existe una versión india de la fábula en la que el animal transbordador no es una rana, sino una tortuga. Cuando el escorpión ejerce su natural impulso lo ve frustrado por el duro caparazón y la tortuga, que previamente había expresado su escepticismo ante los propósitos del sospechoso viajero, percibe el intento asesino y obra en consecuencia. Se sumerge brevemente y deja que el ingrato huésped se ahogue.
El escorpión Batasuna intenta viajar sobre el caparazón de las instituciones democráticas blandiendo el aguijón ETA. El viaje se está acercando al centro de la corriente fluvial, donde, según la fábula, se produce el desenlace. Tanto el escorpión como la tortuga tienen claras -o deberían tenerlas- sus opciones.
Yo, dados los precedentes, no doy un euro por el escorpión.
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