04 octubre, 2004

El PP en la encrucijada

Nada nuevo bajo el sol. El congreso del PP se ha desarrollado como ajustado a un férreo y previsible guión destinado a sostener la pretendida polivalencia de un partido que se dice de centro-derecha pero tiende sus redes en un amplio -y en realidad irreconciliable- espectro que abarca desde la ultraderecha hasta un teórico centro liberal-progresista. Demasiado.

Si Rajoy pretendía proyectar una nueva imagen del partido, cosa muy dudosa porque parece saber muy bien dónde se encuentra, Acebes, Aznar y la visión de un renqueante pero irreductible Fraga le han arruinado la puesta en escena con tonos sepia de foto antigua y azul mahón de prietas-las-filas.

El congreso ha sido más bien una catarsis, un ejercicio colectivo de exorcización de fantasmas y temores y de autoafirmación sobre confusas esencias. Nunca tanto como ahora se ha puesto de manifiesto que el Partido Popular, más que una opción ideológica definida. es un instrumento destinado a ejercer el poder desde una idea de España y del propio poder susceptibles de variar levemente en matices según quién esté al frente, pero que bebe fundamentalmente en las fuentes remotas del reaccionarismo autoritario.

Para un partido de estas características no tener el poder equivale, por definición, a estar en crisis. Es el ejercicio del poder lo que logra conciliar y equilibrar su diversidad. Seguir al jefe y silenciar toda crítica es fácil cuando hay para todos, pero cuando no es así el debate sobre cómo volver a gobernar puede llegar a ser bastante bronco y esterilizador. Rajoy es un hábil pastelero, ¿pero lo es tanto como para neutralizar las tendencias centrífugas de las que el propio congreso ha sido clara expresión?

La experiencia ha demostrado que en este rutinario, escéptico y no poco apático país un Gobierno sólo pierde el poder cuando, como se dice vulgarmente, ‘la caga’. Así ocurrió en el caso del PSOE felipista. Así ha vuelto a suceder con el PP, aunque en su caso la demoledora pestilencia inundó el panorama a sólo 72 horas de la jornada electoral en forma de insostenible mentira sobre la autoría de los atentados del 11-M. Fue esa mendacidad indecente y radicalmente antidemocrática la que movilizó a los abstencionistas de izquierda y causó la derrota del PP, pese a que éste mantuvo prácticamente los mismos votos que le habían dado la mayoría absoluta.

El “algo hemos debido hacer mal” de Ruiz-Gallardón y su demanda de un “cambio de estilo” es notoriamente insuficiente como autocrítica, pese a lo cual ha causado un profundo malestar entre los partidarios del sostenella y no enmendalla, que han hecho 'lo correcto', que no han cometido 'ningún error', que tienen 'las manos limpias' y nunca han utilizado la 'cal viva', que aseguran que Acebes “es el mejor”... y echan la culpa de la derrota al empedrado, o sea, a la SER, como el PSOE se la echaba en su momento a “El Mundo”.

Con estos mimbres todo indica que al cesto del PP le queda una larga travesía del desierto a la espera de que el Gobierno del PSOE ‘la cague’. Tanto más cuanto prospere la línea bronca Aznar-Acebes, empecinada en darle leña al mono hasta que cante “Montañas nevadas”. En las próximas elecciones podrían encontrarse con la sorpresa de que una parte de sus votantes opta por apoyar a Zapatero para liberarle tanto de su ‘dependencia’ -tan subrayada por el PP- del chantaje nacionalista como de la feroz presión del primer partido de la oposición.

Ellos sabrán. Digo yo (?).


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