09 julio, 2008

Vacas flacas (I): La crisis es global

Y las vacas flacas y feas devoraban a las siete primeras vacas gordas; y éstas entraban en sus entrañas, mas no se conocía que hubiesen entrado, porque la apariencia de las flacas era aún mala, como al principio. Y yo desperté”.

Génesis 41.1-36 (El faraón relata a José su sueño sobre las siete vacas)


Como el faraón, la sociedad española despierta ahora, casi violentamente, del sueño que han supuesto catorce años de prosperidad ininterrumpida (en términos macroeconómicos mucho más que sociales). José interpretó el sueño del monarca egipcio profetizando siete años de escasez tras siete de prosperidad. Nosotros no sabemos aún a lo que nos enfrentamos. Nadie en el mundo lo sabe (y digo en el mundo porque esta crisis, que sí lo es, no es local sino global, por más que algunos, por intereses partidistas, insistan en lo contrario). No lo sabemos, insisto, pero los augurios de quienes se atreven a aventurarlos son cada día más pesimistas.

Hoy mismo el gobernador del Banco de España confirma nuestros peores temores al afirmar que la crisis será más larga de lo esperado. También hoy el diario 'Le Monde' titula empleando la más temida de las palabras: “La recesión amenaza a Europa”, puede leerse en su edición digital. El diagnóstico inicial, que hablaba de una desaceleración más o menos severa está siendo revisado urgentemente a la vista de las señales alarmantes que han comenzado a proliferar. Todas las luces rojas se han encendido, desde occidente hasta extremo oriente. Nadie está a salvo. Los índices bursátiles caen de modo casi constante (en Francia hasta un 30%) y las empresas revisan a la baja sus previsiones de inversión y crecimiento en todas las latitudes del globo. El desempleo aumenta, la inflación crece, el consumo decae...

Cuando todo empezó, hace un año, con el escandaloso asunto de las hipotecas 'subprime' en Estados Unidos (*), nada indicaba que la economía mundial empezaba a deslizarse hacia una sima insondable. Los signos eran, desde luego, inquietantes, pero el deleznable fenómeno 'subprime' se circunsribía, salvo pequeñas excepciones, al marco nacional estadounidense. Sin embargo, el síntoma -un auténtico 'crash'- evidenció la gravedad real de la situación en la medida en que no fue seguido por la recuperación que acompaña normalmente a ese tipo de caídas circunstanciales. La crisis había llegado a los mercados de EE UU para quedarse. La confianza (o el exceso de confianza previo, para ser más exactos) se había esfumado.

Sólo era cuestión de tiempo que el virus se extendiese, arrojando signos crecientes de su gravedad en todo el planeta hasta la fecha. Hoy puede certificarse no sólo la gravedad de la situación actual, sino también el cúmulo de incertidumbres que ese estado de cosas genera, que sólo invita al pesimismo cuando se considera detenidamente el conjunto de las variables implicadas el el cuadro clínico. En economía no hay peor ingrediente que la incertidumbre, la imposibilidad de adelantar previsiones o contemplar en un plazo próximo alguna posibilidad de recuperación.

La desconfianza de los inversores, el miedo enfermizo del dinero a no multiplicarse convenientemente, es un elemento de primerísima magnitud a la hora de desactivar el crecimiento. Mucho mayor, por cierto, que el descenso del consumo privado, que no se puede reactivar por muchas invitaciones que se planteeen. Y ello por la simple razón de que no obedece al miedo, sino a la impotencia. Cuando los precios aumentan sistemáticamente sin que paralelamente crezca la demanda de los productos que se encarecen ni los restantes índices económicos resulta estúpido acusar al mensajero (el sufrido consumidor) de la situación.

Son muchos los economistas que se niegan a vincular el extraordinario aumento del precio del petróleo (188% en ocho años) con la crisis actual, pero no parece 'científico' negar tal relación dada la magnitud brutal de esa subida y su inevitable incidencia en el aumento de los precios. De hecho, es el aumento de los precios en Estados Unidos lo que conduce a los empobrecidos tomadores de las 'subprime' a generalizar los impagos. Cuando para pagar la hipoteca hay que dejar de comer nadie tiene dudas acerca de la opción más razonable.

(*) Crisis hipotecaria: Las consecuencias, los responsables

Continuará.


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