Advertencia. Quien no haya visto detenidamente el documental "El dinero es deuda" ( el dinero como deuda, en traducción literal) no va a entender gran cosa de lo que se argumenta a continuación o creera que está ante una serie de afirmaciones gratuitas. Por ello reitero encarecidamente su esclarecedora contemplación.
La revelación de que el dinero lo generan los bancos y de que su 'creación' se hace en base a las deudas que con ellos contraen los clientes privados, corporativos y públicos (gobiernos incluidos) seguramente es un revelación casi insoportable -por su falta de lógica- para cuantos hemos vivido en la ignorancia de esa realidad, que es en sí misma una amenaza permanente a la estabilidad económica y al bienestar general. El hecho de que el denominado sistema bancario de reserva fraccional haya permitido la creación de dinero con un ratio de nueve a uno -superado de modo considerable en los tiempos más recientes- nos dice, sin lugar a dudas, que la economía virtual lleva consigo la semilla del colapso y la ruina a plazo más o menos largo.
En el documental al que nos referimos alguien (A. Gause) compara el sistema de reserva fraccional con el juego de 'las sillas musicales', en el que mientras suena la música no hay perdedores. Así es, pero a una escala gigantesca y extraordinariamente injusta. En este juego de la economía virtual son miles de millones los danzantes y centenares las sillas. Éstas, además, están ocupadas en su mayoría, desde el principio del juego, por quienes ejecutan la música. Cuando la partitura llega a su fin, como ocurre en estos momentos, es el caos. En esos (estos) momentos es posible percibir que todos nos hallamos inmersos en un gigantesco fraude piramidal como víctimas de él, un fraude de escala planetaria que los gobiernos no han sabido o querido (sí han podido, sin embargo) prever y evitar.
El vídeo 'El dinero es deuda' nos señala el auténtico talón de Aquiles del 'esquema Ponzi' legal (que no legítimo) en vigor a escala global. Más allá del absurdo consistente en que el dinero que se crea sea deuda, es decir un futurible, una virtualidad, y también más allá del hecho de que si todas las deudas se pagasen en un momento dado el propio sistema se autodestruiría, hay algo que escapa a la virtualidad, una contigencia real y operativa en todo momento. Hablamos del gigantesco desfase que se crea a largo plazo entre el conjunto del dinero creado mediante la deuda y el conjunto del dinero debido (principal más intereses). El dinero de los intereses pertenece a la economía real, no lo crean los bancos a través de la deuda sino que procede de los salarios o beneficios de los deudores. Dado que su pago está dividido y aplazado y que su montante supera con mucho al de la deuda, la falta de liquidez monetaria en el conjunto del sistema está llamando permanentemente a la puerta.
Las señales de alarma no han faltado desde los años 80, expresadas mediante una sucesión de crashes sintomáticos que lejos de moderar la especulación la han acentuado. El gráfico siguiente es muy elocuente al respecto (pulsar para ampliar):
En este otro gráfico (pulsar para ampliar) es posible seguir con detalle la evolución del índice Dow Jones entre junio de 2007 (crisis de las subprime ) y octubre de 2008.
¿Cabe alguna explicación lógica para la escalada de 2.500 puntos que tiene lugar en poco más de un trimestre, entre el verano y el otoño de 2007? No, es un puro delirio. A no ser que... Sí, a no ser que quienes han estado poniendo la música, los dueños de la partitura, hayan decidido que es el momento de pararla. Ellos tienen la capacidad necesaria para orquestar un crescendo extraordinario como ese para realizar por última vez beneficios gigantescos y deshacerse con la mayor rapidez posible del papel sobrevalorado. A partir de ahí el índice se desploma prácticamente en vertical en el verano de 2008.
En una situación 'normal' e ideal (inexistente) las cotizaciones en bolsa de las acciones deberían estar directamente relacionadas con las ganancias de las empresas, o al menos con su previsión de beneficios, que a su vez condicionarían los de los inversores. Lejos de ser así, los mercados bursátiles no tienen más que una relación remota (virtual, una vez más) con la rentabilidad del capital productivo (o sea, con el valor real). La ley del valor está ausente de los mercados bursátiles y la diferencia entre los beneficios reales de las empresas y el valor teórico de las acciones ha llegado a alcanzar una dimensión de irrealidad inédita en toda la historia del capitalismo.
Esta crisis, a partir de los parámetros dados, era inevitable y su profundidad será tanto más grave y duradera cuanto más tarde en establecerse una relación más realista entre la economía real y la virtual. Dado que el caos financiero no ha terminado de extender sus secuelas al tejido productivo y al empleo es muy probable que nos hallemos ante una depresión de largo recorrido y consecuencias sociales y políticas muy azarosas.
Debemos revisar la idea de que nos hallamos ante una de las crisis cíclicas del capitalismo. El propio acortamiento de los cíclos críticos evidencia que esta es una crisis esencial del sistema, una evidencia incontestable de su insostenibilidad, que es permanente, no circunstancial. La idea del crecimiento constante y acelerado, en la que se basa el conjunto del sistema, es pura y simplemente suicida y la globalizacion acentúa los riesgos inherentes a la imposibilidad de controlarlo todo eficazmente -aunque algunos se digan capaces de hacerlo-, para el bien común, mediante la virtualización de la economía y las politiquillas monetaristas.
Es el trabajo, la producción lo que construye la auténtica riqueza, no la especulación, que la multiplica artificialmente hasta destruirla. Si nada se modifica, cuando la economía se reactive asistiremos a la evidencia de que el capital global se ha concentrado en menos manos aún de las que ya lo estaba y constataremos una acentuación dramática del principio tácito de que el enriquecimiento extraordinario de una ínfima minoría se fundamenta y alimenta en las carencias, en muchos casos esenciales, de una creciente mayoría. Dejaremos así, en algún momento, de situarnos pasivamente ante un fraude intolerable para hallarnos ante un 'casus belli' ineludible.
¿No basta ya de engaños? ¿No son suficientes las pesadillas?
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