Es un alivio constatar que el eje franco-alemán sigue siendo coherente con su inicial rechazo a la invasión de Irak. Es alentador que alguien plante cara a tanta mentira, intoxicación y cinismo como se ha puesto de manifiesto en esta expoliadora aventura del imperio y sus sicarios, entre los cuales José María Aznar ocupa una posición tan estelar como vergonzante. Lo contrario sería un terrible sarcasmo y un indicio abrumador y frustrante de que nuestro vil y pequeño mundo no tiene, definitivamente, remedio.
El desgarrado descaro de la administración Bush, reclamando de la ONU la aprobación de una resolución que conduzca a la participación en el sangriento fangal iraquí de una amplia fuerza multinacional bajo mando estadounidense, roza lo surrealista. Las Naciones Unidas no pueden (o, para ser más exactos, no deberían) ser cómplices de ese grosero intento de los depredadores de salir indemnes de una desaprensiva excursión en la que, pese a sus mentiras, actuaron contra el criterio de todo el mundo y por motivaciones que nada tienen que ver con la lucha contra el terrorismo internacional y menos aún con la filantrópica meta de establecer en Irak un régimen democrático.
Es evidente que los gobiernos estadounidense y británico han comprendido y asumido finalmente que lo que creían que iba a ser un apacible paseo por el campo se ha transformado rápidamente en un pesadilla y que no es previsible que remita en un plazo razonable de tiempo, sino, por el contrario, que se acreciente. Ante ello estos chicos listos pretenden retirar el grueso de sus tropas y ceder la plaza -no el control militar, político y económico de Irak, claro- a efectivos de un conglomerado multinacional de cascos azules que, además de lavarles la cara ante la opinión mundial, les ahorre la preciada sangre de sus ciudadanos, cuyo derramamiento continuado tendría nefastos efectos electorales y consecuencias económicas muy indeseables.
Lo único razonable que la comunidad internacional puede responder a las pretensiones de los invasores es: "vosotros lo empezasteis, vosotros los terminais a vuestras expensas". O mejor aún: "salid de ahí cuanto antes y dejad que la ONU intente arreglar el entuerto que habeis provocado". Y es que, efectivamente, como el torpe y osado aprendiz de brujo, el eje Washington-Londres ha desatado fenómenos incontrolables y arrojado más leña al fuego de una caldera que ya estaba sobrecalentada y ahora amenaza con estallar.
Se dice que una retirada a tiempo es una victoria. Pues eso.
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