La perspectiva de futuro que ha decidido afrontar Rajoy al anunciar que presentará su candidatura a la presidencia del PP en el congreso que se celebrará en junio en Valencia no es precisamente envidiable. Por un lado tiene por delante el complicado desafío de hacerse con un partido que nunca -en la medida en que fue 'digitado' por Aznar- le ha concedido expresamente su confianza. Por otro, su propósito de reconducir la linea de oposición del Partido Popular desde el 'gamberrismo' obstruccionista e irresponsable de la pasada legilatura a la lealtad institucional y la actitud constructiva deberá enfrentarse a un camino minado de insidias, con protagonismo singular del ruido mediático que pueden desencadenar medios como 'El Mundo' o la COPE, que siempre le han cuestionado como sospechoso de centrismo.
Dentro del partido, durante las primeras horas tras la derrota electoral, se le vio como un cadáver político. La apuesta mayoritaria era que se iba a ir y su silencio inicial dió pábulo a esa especulación. Su anuncio de que continuaba sorprendió a muchos y cogió con el paso cambiado a quienes ya habían iniciado movimientos de recolocación bajo un 'nuevo sol' que más calienta (Esperanza Aguirre). Pero cuando decidió dinamitar el grupo parlamentario prácticamente todos se quedaron boquiabiertos. Increíble: iba en serio.
En realidad, no tan increíble. Sucede que Rajoy no sólo tiene a su favor el mayor éxito electoral (en número de votos) alcanzado por el PP, sino que también cuenta con el apoyo de la mayor parte de los líderes regionales, entre ellos los de Andalucía (Arenas) y la Comunidad Valenciana (Camps), decisivos para ganar el congreso de junio. Tanto Camps como Arenas, entre otros, quieren para el partido un talante más moderado y constructivo y temen más que al pedrisco un hipotético liderazgo de Esperanza Aguirre, que implicaría una prolongación del talante bronquista de la legislatura pasada y, con toda probabilidad, otro fracaso electoral.
En estos días vuelve a sonar -para bien y para mal, dado que no le faltan enemigos- el nombre de Pedro Arriola, marido de Celia Villalobos y asesor del Partido Popular que en la era Aznar llegó a participar en las conversaciones con ETA que exploraron -según el entonces presidente- la disposición de la banda a rendirse (sic). A principios de la pasada legislatura este hombre -de profesión sociólogo- preconizaba una linea de oposición tranquila y contaba en ese planteamiento con la aprobación de Rajoy. Ahora no son pocos los que, ante la moviola de la historia, le dan la razón.
Resulta ilustrativo por su elocuencia el artículo que sobre el polémico personaje escribió Isabel San Sebastián en 'El Mundo' en enero de 2005 bajo el título de 'El valido' (principio de página). La 'popular' periodista comulgaba -como el periódico que acogía su opinión, la radio de los obispos y Telemadrid- con la estrategia de colisión permanente con el Gobierno diseñada por Aznar y que tuvo su arranque en la comparecencia de éste ante la comisión de investigación del 11-M. La 'política' de oposición del PP se diseñaba a partir de ahí en la FAES y hacía acto de presencia, imponiéndose con frecuencia, en los 'maitines' del partido, principalmente de la mano de Acebes y Zaplana.
Nada más alejado de la propuesta de moderación de Arriola y de la convicción de Rajoy que la política sucia que acabó imponiéndose con el apoyo mediático consabido. El presidente del PP desayunaba sapo un día sí y otro también y, especialmente en los primeros tiempos, no fue infrecuente que tuviera que decir "Diego" donde había dicho "digo" apenas unas horas antes. El hilo directo entre la calle Juan Bravo (sede de la FAES) y la calle Génova funcionaba implacablemente y los medios afines a la bronca permanente contra el Gobierno le pasaban la pelota a beneficio de su mayor audiencia e influencia.
Hasta el más bobo de los analistas (y Arriola no parece serlo) podía prever que la estrategia de la crispación, generada por la frustración y la no aceptación de la derrota y basada en la permanente intoxicación de la ciudadanía, no podía conducir a la victoria electoral. Tal postura implica el desconocimiento o el desprecio de lo que se denomina 'izquierda sociológica', que fue precisamente la que dio la victoria al PSOE en 2004.
Pensar que la masa de votantes que echó al PP del poder fundamentalmente por sus mentiras y su desfachatez iba a aceptar que volviera a él sin la más leve rectificación, con los mismos protagonistas y el mismo estilo desgarrado y perdonavidas más acentuado aun, era -y los hechos lo han confirmado más allá de toda duda- totalmente ilusorio. Una cosa es que el partido de la oposición explote los errores y faltas del Gobierno y otra muy diferente que se los invente (romper España, rendirse a ETA, destruir la política exterior, regalar el Sahara a Marruecos..., por no hablar de las insidias indecentes y surrealistas sobre el 11-M).
Que Rajoy quiera rectificar el rumbo del partido es encomiable, que pretenda tomarse la revancha contra quienes le impusieron una política que no compartía es comprensible, pero... (y este pero es como una montaña) ¿debe ser precisamente Rajoy quien protagonice las consecuencias de esa reconducción, suponiendo que sea posible? ¿Acaso está Rajoy limpio de toda responsabilidad en los errores y culpas de su partido?
Ese es en realidad el mayor de los problemas. El peor rival de Mariano Rajoy es él mismo. Voluntaria o forzosa, su complicidad con la trayectoria de colisión y crispación del Partido Popular está fuera de toda duda. Entre otras cosas, tiene el dudoso honor de ser el primer jefe de la oposición que insulta (reiteradamente) al presidente del Gobierno y existe una legión de vídeos que testimonian sus excesos verbales dentro y fuera de sede parlamentaria. En el mejor de los casos se puede decir de él que es incoherente con sus supuestas ideas propias y en el peor, que es débil por dejarse imponer convicciones ajenas.
¿Puede alguien así gobernar España? Esa es la cuestión clave. Que Rajoy contribuya a reconducir el Partido Popular, que democratice su estructura de una vez (si ello fuera posible) será muy positivo. Este país necesita una derecha civilizada y tal vez Rajoy pueda ayudar a edificarla pero ni él puede ignorar que tiene un pasado no muy favorecedor ni milagro alguno va a lograr que los demás lo olviden. La credibilidad no se improvisa ni se falsifica.
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