18 mayo, 2005

Al desnudo

No fueron pocos los que, en su momento, cuestionaron la fiabilidad de las encuestas encargadas por El Mundo y la SER acerca del último debate sobre el estado de la nación y publicadas al día siguiente. En general, no les cuadraban las cifras con las de la hipotética ‘fidelidad’ del electorado a unos y a otros. Ahora es el Centro de Investigaciones sociológicas (CIS) quien difunde los resultados acerca del mismo tema y son aún más concluyentes. Rajoy (el PP) perdió el debate por goleada y la contundente victoria corrió a cargo del vilipendiado Zapatero (el Gobierno ‘traidor’, ‘radical’ y ‘débil’).

Independientemente de la probada solvencia de los estudios del CIS, la coincidencia esencial de las tres encuestas no deja lugar a dudas: a la mayoría de los españoles no les gustó ni les convenció el discurso apocalíptico y truculento del jefe de la oposición. El PP se equivoca. Yo, personalmente, lo he dicho tantas veces que incluso me da pereza escribir este artículo. Pero creo que hay que decirlo y repetirlo aún a riesgo de aburrirse y aburrir, dado el empecinamiento del segundo partido del Estado en una estrategia destructiva que no sólo les perjudica a ellos como opción política, sino que boicotea irresponsablemente posibilidades alentadoras que la mayoría de los ciudadanos apoyan.

En una “Espiral” reciente aludía yo a la distancia significativa que media entre el cuadro trágico que pinta el PP y la percepción de los ciudadanos. ¿Son tontos los ciudadanos o lo es el PP? Lo cierto es que la población no ve lo mismo que el PP, no percibe ni la crispación ni las catástrofes que éste describe en su empeño por convertir en realidades sus deseos. Por mucho que los ‘populares’ se empeñen en otra cosa, la ciudadanía ve al rey desnudo -siguiendo la conocida fábula- y, de paso, ve al desnudo al primer partido de la oposición. Ve al PP con las vergüenzas de sus mentiras, insidias y falacias al aire, en impúdica y agresiva exhibición. Y, naturalmente, lo rechaza. Por razones éticas e incluso estéticas.

Los rechazados responden públicamente que las encuestas están manipuladas, pero la procesión va por dentro. Son muchos -uno de ellos, seguramente, el propio Rajoy- los que saben que la estrategia que han puesto en marcha por imposición de ‘La Sombra’ (he decidido llamar así a quien ustedes saben y no voy a dejar de hacerlo) es profundamente errónea, pero la autoridad del caudillo sombrío, pese a su virtual retiro, parece ser incuestionable. Y ahí les tienen a todos, como un solo hombre, agitando la pesadilla: denunciando la ruptura del pacto antiterrorista (que han roto ellos por un quítame allá ese PCTV o te enteras); la ruptura de España (que no está prevista, al menos en este siglo, se pongan como se pongan); la rendición del Parlamento a los terroristas (tras autorizarse al Gobierno, simplemente, a negociar con ETA si ésta contempla el abandono de las armas), y... ¿para qué seguir?

Se equivocan. Su película de miedo y la realidad están divorciadas. Pero no es eso lo peor. Lo peor es que su actitud les sitúa como los malos auténticos de su película. Son ellos los que dan y meten miedo, los que intranquilizan. Son ellos los que niegan toda colaboración a un Gobierno que la necesita y la reclama abiertamente. Son ellos los que pierden credibilidad a chorros con sus cuentos para no dejar dormir. Son ellos los que boicotean la posibilidad de un futuro mejor y más armónico.

Ni siquiera con la colaboración incondicional de los corifeos turiferarios que les sirven el comentario a la carta desde numerosos medios de comunicación pueden cambiar la realidad a su conveniencia. Ni el propio Goebbels intentó tal dislate.


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