10 mayo, 2005

Aniversarios silenciados

Hace hoy poco más de 11 meses La Espiral glosaba los fastos del 60 aniversario del desembarco de Normandía desde la perplejidad de que se centrasen casi exclusivamente en la exaltación de la ‘providencial’ y liberadora intervención estadounidense e ignorasen que fue en realidad la URSS quien derrotó a la Alemania nazi y que lo hizo a costa de la pérdida de más de 20 millones de vidas y de un inenarrable sufrimiento de su población. Ayer, en Moscú, durante los actos de celebración del final de la guerra, Putin expresó con claridad meridiana y sin complejos esa verdad histórica. Y lo hizo en presencia de quienes perpetraron en junio de 2004 la comedieta de Normandía, que intentó ser la escenificación de una reconciliación por sucesos más recientes: el desacuerdo de Francia y Alemania con Estados Unidos y Gran Bretaña sobre la guerra de Irak.

2005 es año de efemérides cruciales e inevitablemente lo está siendo también de manipulaciones interesadas. La mayor de las tergiversaciones es la del silenciamiento, combinada o no con subrayados ‘oportunos’ de otros hechos destinados a desviar la atención de los que se silencian. Los medios de comunicación de masas son el escenario y resulta muy revelador el análisis de qué es lo que se silencia y lo que se subraya.

Por ejemplo, se ha silenciado el 60 aniversario del bombardeo de Dresde, la acción militar más brutal y destructiva de la segunda guerra mundial si se descuentan Hiroshima y Nagasaki. El 13 y 14 de febrero de 1945 los aliados volcaron un infierno de fuego y destrucción sobre la ciudad que era conocida como “la Florencia del Elba”. Los cálculos más modestos estiman en 35.000 el número de muertos, pero en general se admite que nunca se sabrá con exactitud. El uso sistemático de bombas incendiarias de fósforo provocó temperaturas de hasta 1.000 grados, nivel al cual los cuerpos humanos simplemente se esfuman. Ocioso es decir que el valioso patrimonio artístico y arquitectónico fue totalmente destruido.

¿Cuál fue la causa de tal exceso precisamente cuando Alemania estaba prácticamente derrotada? Más allá de toda lógica, los aliados argumentan que se pretendía destruir la infraestructura industrial de la ciudad y su nudo de comunicaciones, así como hundir definitivamente la moral de la población alemana, desaconsejando toda resistencia. La verdad se inclina mucho más, sin embargo, del lado de quienes interpretan el desproporcionado bombardeo que durante dos días redujo a cenizas la bella ciudad alemana como una advertencia a los soviéticos. Fue una gigantesca exhibición de potencia de fuego destinada a prevenir toda tentación de Stalin de 'comerse' la Europa occidental en su irrefrenable avance.

En cuanto a subrayados excesivos, destinados a desviar la atención de aniversarios más recientes y conflictivos, es paradigmática la utilización inmoderada que se ha hecho del suicidio de Hitler el 30 de abril de 1945. Pese a ser una historia mil veces relatada, los medios han vuelto a hacer un notable despliegue para recapitular hechos y circunstancias que la inmensa mayoría de la población mundial conocía ya con un detalle del que carece, en general, respecto a casi todos los acontecimientos históricos. Esa efemérides coincidía, exactamente, con la entrada de las tropas norvietnamitas en Saigón hace 30 años, aniversario que fue minimizado o, en el peor de los casos, ignorado.

Se trataba de evitar mentar la soga en la casa del ahorcado. Evocar el fracaso y la derrota de las tropas estadounidenses en su lucha por evitar que Vietnam del Sur se incorporase al 'lado oscuro' parece no ser de buen gusto. Vietnam recuerda excesivamente a Irak, pese a que la implicación del ejército estadounidense en este caso ha sido mucho más prudente. Tras la “drôle de guerre” que casi convirtió la derrota de Sadam Hussein y la entrada en Bagdad en un paseo por el campo, las tropas permanecen en su mayoría y la mayor parte del tiempo acuarteladas. Su despliegue se limita a acciones puntuales y ventajosas, a veces también vergonzosas, como la desarrollada en Faluya. El resto del tiempo sus patrullas practican la conocida táctica de los poseídos por el pánico: disparar primero y preguntar después.

Son los iraquíes (ejército y policía) los que en mayor grado sufren las consecuencias de una guerra interminable en la que los supuestos “derrotados” utilizan con ventaja y desmoralizadora contundencia las guerrillas y el terrorismo. En Vietnam EE UU tardó en aprender que el único modo de reducir sus propias bajas era la “vietnamización” de la guerra. Hacerlo fue, de hecho, el reconocimiento adelantado de la derrota. La “iraquización” se adoptó, sin embargo, desde muy pronto. Se quería evitar que, como en el sudeste asiático, el flujo de los ataúdes repatriados motivase un replanteamiento en la opinión pública acerca de la “justicia” y la “necesidad” de esa guerra, impuesta sobre la base de mentiras. Se prohibió, incluso, todo documento gráfico que explicitase la muerte de soldados estadounidenses.

Pero la guerra sigue y no tiene visos de cesar, pese a la implantación de un sistema supuestamente democrático, al que es ajena la importante minoría suní, a la que pertenece Sadam Hussein. Todo indica que lo que la política estadounidense no aprendió de la experiencia de Vietnam es la absoluta inconveniencia de injerirse en asuntos externos con pretextos falsos. Recientemente, el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, Richard Myers, advertía ante el Congreso estadounidense que la implicación que actualmente mantiene el ejército en Irak y Afganistán compromete gravemente la posibilidad de intervenir con éxito en cualquier otro conflicto. Trascendental consideración para un país cuyo presidente parece estúpidamente empeñado en multiplicar los escenarios bélicos.

Aún hay otro significativo aniversario –ignorado totalmente éste- coincidente con las fechas del suicidio de Hitler y la caída de Saigón. El 28 de abril de 1965 22.000 marines desembarcaban en las playas de Santo Domingo para -ese era el pretexto- proteger y rescatar a sus compatriotas residentes en la República Dominicana. El objetivo real era impedir la victoria de una sublevación militar y popular que pretendía reponer en la presidencia a Juan Bosch, vencedor en las elecciones de 1962 y derrocado a los siete meses por un ‘putsch’ al que Washington no fue ajeno en absoluto. La ‘aventura’ casi impune de los infantes de marina costó la vida de 5.000 dominicanos que intentaron impedir la invasión. Eso fue hace 40 años, pero los estadounidenses quedaron tan satisfechos con la empresa que la repetirían más tarde en el mismo marco caribeño: Grenada y Panamá.

A partir de aquellas intervenciones impunes -y de bajo coste en cualquier sentido- surgió y se afirmó progresivamente un “cambio de espíritu” en la opinión pública estadounidense, que pasó de rechazar todo intervencionismo a apoyarlo a la menor insinuación justificatoria. Así, y gracias al síndrome del 11-S y a una gigantesca operación de intoxicación, ha sido posible el aplauso, ahora más bien tímido, a la intervención en Irak.

En la secuela de silenciamientos y subrayados a la que venimos asistiendo sólo nos queda esperar a agosto, cuando se celebrará (supongo) el final de la segunda guerra mundial en el Pacífico. Seguro que se intentará pasar de puntillas sobre la barbarie nuclear que condujo a Japón a la rendición incondicional. Si así fuera estaríamos ante una realidad muy peligrosa porque el armamento nuclear sigue constituyendo la mayor amenaza para la humanidad. El hecho de que esté en manos de países históricamente enfrentados, como India y Pakistán, o de otros que se sienten acosados, como Israel o Corea del Norte, constituye motivo más que suficiente para una pesadilla cotidiana a la que, sin embargo, permanecemos ajenos.

El 6 de agosto de 2005, fecha del primer ataque nuclear, debería ser una fecha histórica que marcase el punto de inflexión en el rumbo suicida de la humanidad; el origen de un “nunca más” planetario que condujera a un firme compromiso internacional para el desarme nuclear generalizado. Pero seguramente será otra cosa muy diferente, si es que el trágico aniversario es evocado como algo más que una fecha previa al final definitivo de la guerra.


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