Es tranquilizador considerar las encuestas difundidas hoy acerca de la valoración que los españoles han hecho del desarrollo del debate sobre el estado de la nación. Los sondeos encargados por El Mundo y la SER dan a Zapatero como claro vencedor, con una diferencia de 19 puntos, según el primero, y de 21, según la cadena radiofónica. Es tranquilizador, digo, porque pone en evidencia que la mayoría de los españoles rechaza el discurso del miedo, expuesto con tintes apocalípticos por Rajoy, y apoya el diálogo y la tolerancia.
Y no es sólo que Rajoy se haya equivocado personalmente, sino que el PP anda errado en su estrategia lo que prueban esas encuestas. Cargar las tintas puede ser útil para mantener prietas las filas en el interior de un partido que ha mordido el polvo electoralmente, aunque en este caso parece ser que el discurso sorprendió por su tono y su extrema dureza a los propios parlamentarios ‘populares’, pero intentar crear alarma social más allá de lo verosímil se sustancia con frecuencia en falta de credibilidad.
Si se acusa al presidente del Gobierno de haber “sembrado España de crispación” y los ciudadanos no perciben tal crispación más que en el propio discurso de quien ejerce la acusación se está tirando gruesas piedras contra el propio tejado. Si se argumenta que el Ejecutivo está vendiendo el Estado en almoneda cuando simplemente se inicia el planteamiento de una redefinición de la política territorial que el propio acusado insiste en condicionar a la intocabilidad del principio solidaridad, se está poniendo el carro delante de los bueyes de modo descarado. Si se rompe el pacto antiterrorista so pretexto de que el Gobierno no ha hecho lo que su cuestionador le exigía (instar sin visos razonables de éxito la ilegalización del PCTV) no se puede pretender convencer a nadie de que es el Ejecutivo quien ha roto el pacto.
Pero cuando se llega a la indecencia de formular la acusación de “traicionar a los muertos”, víctimas del terrorismo, es inevitable que hasta el más idiota y hasta el más fiel votante del PP considere que ese es un golpe bajo -más que bajo, rastrero- y que no sólo se está jugando sucio sino que se está jugando mal; que el tren de la ‘leal oposición’ se ha pasado siete pueblos en su frenética representación de un apocalipsis que sólo existe en sus deseos. La pesadilla de una España rota, roja, radical y claudicante ante el terrorismo es un “desideratum” metemiedos que, definitivamente, no funciona. La utilización partidista del terrorismo y de sus víctimas no sólo es una traición al pacto antiterrorista, sino también una inmoralidad imperdonable y como tal es percibida.
Y luego está el tono. El pésimo actor Rajoy leyó su diatriba con un acento declamatorio, sobreactuado, a ratos melodramático, a ratos sarcástico, ora jactancioso ora victimista. Parecía, en su exceso y falta de convicción, la caricatura alucinante de un político mendaz, truculento y patético, en definitiva. Si el líder de la oposición no labró su tumba política en este debate ya no lo hará jamás. Los pasos dados hacia el abismo del desencuentro no son reversibles, no al menos por él ni por quienes le acompañan de modo más visible (Acebes y Zaplana) en el despropósito. Una rectificación, ahora o más tarde, minaría aún más su crédito.
Rajoy tiene ya el marchamo del personaje trágico, sometido a designios que le son ajenos, interpretando hasta el borde del ridículo a un personaje con el que no se identifica y destinado a arder en las llamas de un infierno generado por el rencor, la intolerancia y la rabia de otro personaje empeñado en mover los hilos en la sombra y convencido de que consumará la venganza contra su propio fracaso creando alarma por medios artificiales, generando insidias insostenibles y patrimonializando en beneficio propio una idea de España que es netamente preconstitucional, o sea, franquista. Es lo que yo llamo “la España del casero”, perpetuamente inquieto por el uso de ‘su propiedad’ y siempre indignado con los inquilinos, que reciben a extrañas amistades, no cierran bien los grifos o ponen demasiado alta una música insoportable para sus oídos.
Por supuesto que hablo de Aznar. Él es sin duda el autor intelectual del discurso catastrofista de su esforzado Pulchinela. Fue su sombra lúgubre la que sobrevoló el hemiciclo durante la “actuación” de Rajoy. Tanto que el propio presidente del Gobierno, en un lapsus casual o deliberado, se dirigió al actor usando el nombre del autor. Ahora, cuando el caudillo sombrío valore las encuestas, quizás tenga que admitir que su rumbo invariable de colisión y su empeño en alimentar el motor de la máquina con insidias, alarmismos gratuitos y mentiras es un error de cálculo político gravísimo. Quizás le asalten las dudas. O quizás no, porque se trata de un personaje empecinado, irreductible, autárquico y con un elevado concepto de sí mismo, que en nada se corresponde con su mediocridad real.
Tal vez, en definitiva, alguien que todavía tenga la cabeza sobre los hombros en el PP debería instarle -con sumo respeto eso sí- a que deje de jugar en la sombra con el futuro del partido y con el de su propio país y se limite a jugar con su Fundación, hasta convertirla en el 'imprescindible' faro ideológico de Occidente. O que vuelva al primer plano de la política y encaje directamente los varapalos, como el que se deduce de las encuestas difundidas hoy. El riesgo de tal osadía es el de ser arrojado definitivamente a las sombras. Como diría el propio Rajoy, “ya le conoces”.
Qué pena.
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