Da vergüenza ajena. Y también no poco propia, en la medida en que uno es ciudadano español.
El numerito esperpéntico organizado ayer por el presidente en funciones en relación con el normal inicio del programado relevo de las tropas destinadas en Irak es una muestra más (¿la última?) del auténtico carácter de quien nos ha gobernado durante los últimos ocho años. También es una confirmación concluyente de que el voto de castigo emitido por la mayoría de los españoles en el plebiscito del pasado día 14 está más que fundamentado. Fue un no rotundo a un estilo antidemocrático de gobierno que aspiraba a perpetuarse por persona interpuesta (el ahora patético Rajoy).
Aznar, en clara extralimitación de sus atribuciones, había exigido a Zapatero que le remitiese por escrito su postura acerca del relevo, decisión que, sin embargo, reconoce hoy que es de su exclusiva competencia (y así es, por Ley, como ha subrayado el PSOE). Dice el doliente saliente que estuvo esperando durante cuatro días la misiva y que, al no recibirla, ordenó aplazar el viaje. Como consecuencia, 160 militares hechos y derechos se vieron convertidos, durante ocho largas horas, en desconcertadas marionetas primero y en indignados ciudadanos después, cuando supieron que estaban siendo el instrumento del pulso pueril que Aznar había decidido echar a su sucesor, en una nueva demostración de su talante autoritario y de su desprecio por el "fair play".
La semana pasada José Bono, futuro ministro de Defensa, había confirmado al que lo es en funciones que su partido no tenía nada que oponer al normal relevo de las fuerzas destinadas en Irak. ¿Por qué habría de tenerlo si aún quedan tres meses para que se cumpla el plazo fijado por el Gobierno entrante para su retirada, en caso de que dichos efectivos no pasen a depender de la dirección de la ONU?
Se trataba, en fin, de una cuestión testicular por parte de un líder infatuado, arrogante e incapaz de asumir su justificadísima derrota. Había dicho que tenía que ser por escrito y punto. ¡Manda huevos!, como diría el nunca bien ponderado chusquero y chusco Trillo, que, a falta de explicaciones, ofrecía monedas de euro a la prensa.
Hoy leo, casi con perplejidad (y digo casi porque mi capacidad de sorpresa quedó exhausta hace tiempo), que Aznar califica de "descortés" el tono terminante de la carta que le remitió ayer Zapatero. El perdonavidas saliente lo achaca a la "falta de madurez", que -asegura paternalmente- "se cura con el tiempo".
Como se dice castizamente en mi tierra, "mira tú quién llamó puta a la Zapatones". Lo dicho: ¡Manda huevos!
Menos mal que se va. ¿O nose va?
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