Si la asunción de la derrota por parte de Rajoy la noche del pasado domingo fue ejemplarmente democrática, la natural dentro de un sistema que se rige por el respeto al sufragio universal y sus consecuencias, no se puede decir lo mismo de los posicionamientos más recientes del PP, que tratan de desnaturalizar la licitud y limpieza de la victoria del PSOE.
Todo indica que la cariacontecida reunión de la Ejecutiva del lunes, en la que se aplaudió blandamente al culpable directo de la derrota, sirvió a éste, el malhadado Aznar, cuya presencia en ella era de hecho digamos que irregular, para impartir consignas dentro de su habitual estilo irreductible, voluntarista y cejijunto.
Es un grave error, pero no se puede decir que sea sorprendente, ya que una sucesión de graves errores (terribles, en realidad) es lo que ha conducido al PP desde la mayoría absoluta a la oposición. Y significativamente, con los mismos votos con los que logró esa privilegiada posición, de la que tan mal uso ha hecho.
Si el partido del Gobierno saliente no acepta interpretar de modo objetivo las causas de su "sorprendente" derrota no sólo se estará haciendo un flaco favor a sí mismo sino también al país que tanto dice amar.
Si no percibe que el dramático vuelco electoral constituye en realidad un referéndum que ha gritado un contundente "¡NO!" a un estilo de gobernar incompatible con la democracia; si no asume que la movilización urgente y espontánea en favor del PSOE tuvo como origen último y definitivo no tanto el clima emocional tras el brutal ataque terrorista como el rechazo enérgico a la mentira sobre su autoría que se intentó sostener más allá de lo razonable y de lo prudente; si no rectifica, en definitiva, la filosofía que ha practicado durante la pasada legislatura, ellos y el pueblo español tendremos un problema suplementario de los muchos que ya nos acosan.
No se puede echar la culpa de la caída al empedrado. No se puede ni se debe inventar y difundir cuentos de miedo acerca de conspiraciones mediáticas y maniobras electorales en la oscuridad. Y hay que asumir los errores, pero no en abstracto. Hay que nombrarlos, por mucho que le moleste al falsamente incólume líder saliente, y analizarlos en detalle, autocríticamente, para no repetirlos.
Hay que cambiar porque esto es una democracia, no un cortijo; porque la política practicada ha crispado imprudentemente la vida política española; porque se ha estado a punto de resucitar el anacrónico y destructivo fantasma de las dos Españas; porque hay que gobernar, o ser la leal oposición -insisto: leal- para todos los españoles y ello implica necesariamente respeto y diálogo con todas las opciones.
El cambio, en fin, también debe llegar hasta los sótanos más profundos y secretos del Partido Popular. Ventilar la casa es una medida mínima de higiene en todo domicilio, pero muy especialmente tras un descenso nada accidental a los infiernos.
Sólo los estúpidos son capaces de mantener invariable el rumbo que les condujo al naufragio.
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