04 diciembre, 2006

El riesgo de creerse imprescindible


Ninguna sorpresa. Chávez se ha impuesto en las presidenciales venezolanas más allá de toda duda, con una contundencia casi excesiva. A quienes no pueden explicarse que ese 'bocazas demagogo e histriónico' recaude tanto apoyo de su pueblo -el mayor hasta ahora, en su segunda reelección- habría que invitarles a mirar más allá de la parafernalia verbal y gestual del personaje.

El éxito de Chávez no tiene nada de casual. Es la consecuencia de una política orientada a terminar con la lacra de la pobreza y el desempleo que se han enseñoreado siempre de una nación que es, paradójicamente, muy rica.

Chávez ha logrado que el chorro de los petrodólares llueva también benéficamente, por primera vez en la historia de Venezuela, sobre las capas de población marginadas y depauperadas. Ha alentado una política eficaz de microcréditos, ha puesto el acento sobre la educación popular, ha mejorado hasta un nivel inédito la sanidad...

La economía venezolana ha crecido el 10 por 100 en un año, la bolsa funciona perfectamente, el consumo estalla tal vez de modo excesivamente exuberante, con proliferación de BMWs y Audis ostentosos.

¿Qué tiene de malo Chávez?, se pregunta un número creciente de venezolanos y no venezolanos. Hasta el momento, efectivamente, la 'era Chávez' ha sido muy beneficiosa para Venezuela. Y ello manteniendo la democracia partidista, respetando en lo esencial las reglas del liberalismo económico y permitiendo el libre juego de la oposición.

El riesgo empieza precisamente ahora. Si Chávez, tal como había anunciado -y ha confirmado en su primer discurso tras la reelección-, hace aprobar una reforma de la Constitución que no tiene otro objeto que prorrogar por tiempo indefinido su liderato cometerá un grave error.

Es deber de todo político democrático asumir que ha de dejar su puesto en un momento determinado. Ni siquiera el argumento de tener por delante la 'gran misión' de extender el bolivarianismo y de afirmar 'la vía venezolana al socialismo' puede servir de coartada a lo que no sería otra cosa que el cumplimiento de la eterna tentación caudillista, tan cara al subcontinente.

Todo proyecto válido puede y debe sobrevivir a su creador. Chávez tiene ahora, en su tercer mandato, la oportunidad de consolidar la fuerza política que debería ser el futuro de su proyecto bolivariano y preparar su propio relevo personal. Si las ideas valen, si son útiles para un pueblo, han de serlo con y sin el hombre que las encarnó el primero.

No comprenderlo así pone en riesgo el proyecto, al hacer razonables las objeciones y fortalecer los intereses del enemigo. La vanidad, la tentación del narcisismo paternal o mesiánico, que ya se apuntan en los modos de Chávez, pueden ser el comienzo del fin de un proyecto político y social que hasta ahora ha mostrado una indudable eficacia. Optar por la presidencia vitalicia sería un error de dimensiones incalculables.

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