Me ha reconfortado muchísimo la confirmación, por parte de Joseph Ratzinger (alias Benedicto XVI), de que el infierno existe. Y que demás es eterno, terrible característica que no tiene este otro infierno que para muchos es la vida.
Me consuela imaginar que tantos humanos que hacen la existencia imposible a otros hermanos (hasta el extremo de quitársela, por vía directa o indirecta) arderán (o se helarán, vete a saber) en un infierno interminable. Y que conste que lo mío no es sed de venganza sino una bienaventurada hambre y sed de justicia. Además, de justicia de la buena: la divina, que por definición tiene que ser perfecta.
Dice el Papa que “se habla poco en este tiempo” del infierno. Y tiene razón en lo que respecta al infierno eterno. Mientras uno está vivo y goza de cierta salud piensa más en el infierno cotidiano, ese en el que toda injusticia y abuso es posible y en el que la palabra amor ha perdido sentido, si alguna vez lo tuvo.
Ratzinger está recuperando el ‘marketing’ habitual de la iglesia católica, apostólica y romana. Ese mensaje, de eficacia probada, que difunde el temor más que el amor y que elude la condena expresa de los pecados más grandes y evidentes si su autor es poderoso y/o se encuentra entre los llamados creyentes.
Además, para todos hay una oferta especial: te arrepientes al borde de la muerte y santas pascuas. Es bien sabido que hay más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por cien justos, así que ¿para qué apresurarse, con lo humano, divertido e incluso rentable que resulta practicar el mal en sus innumerables y creativas variedades?
Lo que me gustaría que Ratzinger explicase con claridad es aquello de que es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja que un rico entre en el cielo. Me preocupa. Y no precisamente porque sea rico, sino porque hay ricos muy religiosos (o eso aparentan) capaces de fabricar agujas gigantescas o reducir camellos a proporciones microscópicas.
Y en cuanto a lo de poner la otra mejilla, ¿seguro que Cristo lo dijo para regir entre los cristianos? ¿No sería por casualidad para los musulmanes?
También tengo dudas sobre la interpretación de la parábola del joven rico. Si la renuncia a los bienes terrenos y seguir a Jesús es lo que debe hacer el virtuoso cristiano que aspira al reino que no es de este mundo, ¿por qué la Iglesia. que representa a dios en la tierra, atesora riquezas que serían muy útiles para atajar tantos males humanos?
Es un lío, así que yo me quedo con mi propia idea: el infierno existe, está aquí y no es, afortunadamente, eterno. Como dijo Sartre, “l’enfer c’est les autres”. El infierno son los otros, especialmente algunos, muchos, legión.
Y no señalo porque me cansaría y además dicen que es de mala educación.
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