Un alborozado Rajoy saludaba hace un par de días como un éxito de ‘la estrategia del PP’ los resultados del último barómetro del CIS, que señalan un acortamiento notable de las distancias entre el partido del Gobierno y el que él preside en la intención de voto. Inevitablemente uno se pregunta a qué estrategia se refiere porque lo que el partido de la derecha ha venido poniendo en evidencia más que una estrategia es un conjunto de tácticas destructivas contra todo lo que se mueve (o no) con origen en la Moncloa.
"Es el reconocimiento –decía Rajoy-, no sólo de que el Gobierno no hace las cosas bien, sino también de que el PP ha dado con la estrategia correcta y que la voluntad que yo llevo manifestando desde el verano de ser un partido abierto al conjunto de los españoles, piensen como piensen, de ser un partido que presenta alternativa, de ser un partido moderado, reformista y de centro, es lo que quiere mucha gente".
Bien, la voluntad no es una estrategia. Al menos no todavía. Y aún en el caso de que lo fuera su visualización social en tan breve periodo (“desde el verano”) sería muy discutible. En consecuencia, la valoración que Rajoy hace de los resultados de la encuesta parece más dirigida al consumo interior del partido que a cualquier otro lugar, por lo mismo que lo que revelan los resultados del sondeo es fundamentalmente el desgaste de la acción de Gobierno, comprensible a estas alturas de la legislatura y más con el complejo temario que Zapatero se ha impuesto con ausencia total de colaboración por parte del PP en temas de Estado que exigen esa colaboración de modo imprescindible.
El PP, o al menos la parte del PP a la que representa Rajoy, tiene un grave problema para hacer operativa y verosímil su supuesta estrategia y constituirse en una alternativa abierta a todos como partido moderado, reformista y de centro. Va a ser muy difícil que aparezca como tal ante los ciudadanos de cara a las elecciones de la primavera próxima.
Para empezar, se supone que la figura del portavoz parlamentario del partido ha de ser parte esencial de esa ‘estrategia’ centrista, de esa imagen de moderación que se quiere transmitir. Lo que Eduardo Zaplana transmite es justamente lo contrario y sus evidentes connivencias con el gamberrismo mediático del la COPE y El Mundo no sólo son impropias de la imagen de partido que se quiere transmitir. También son indicios muy inquietantes acerca de lo que se puede estar ‘cociendo’ en oscuras trastiendas en relación con la ‘redefinición’ del Partido Popular.
Para completar el cuadro y como expresión mucho más que meramente simbólica de las tensiones fratricidas en el interior del PP basta considerar el ruido de cuchillos que caracteriza a las relaciones entre las dos máximas representaciones del PP en Madrid. Los golpes bajos que la presidenta de la comunidad, Esperanza Aguirre, propina en su curiosa biografía al alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, expresan algo más profundo y virulento que las rencillas personales o el choque de egos.
Ese es el drama del PP: las dos caras que Esperanza y Alberto ejemplifican a modo de dios(a) Jano bifronte. Una cara mira hacia el futuro desde una postura moderada, dialogante y posibilista; la otra contempla con complacencia un panorama pretérito de autoritarismo e intolerancia, a riesgo de sufrir el mismo destino que la mujer de Lot.
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