04 enero, 2007

Tras el fin de la tregua: 1.- El Criminal

Dinamitada la tregua de ETA con la brutalidad desproporcionada de un atentado que ha causado dos muertes, proliferan las especulaciones, los análisis con sesgos diversos y las prospectivas más bien tendenciosas sobre un futuro que si por algo está caracterizado es por las enormes incertidumbres acerca de su posible evolución.

Sin ánimo profético, pero con voluntad de contribuir a esclarecer la perspectiva a la que nos enfrentamos, inicio hoy una serie que se centrará preferentemente en los precedentes del alto el fuego y lo sucedido hasta el pasado día 30, cuando, sin previo aviso, ETA rompió el proceso ‘de facto’ con la definitiva elocuencia de un atentado con consecuencias mortales.


Poco importa si ETA no quería causar muertes, si sólo pretendía dar un fuerte puñetazo en la mesa y demostrar de modo contundente su potencialidad ofensiva. Cuando se toma la decisión de hacer el atentado donde se hizo y con la extraordinaria carga explosiva con que se perpetró se asume que puede haber muertes. Y si no se asume, peor, por cuanto se suma la estupidez a la irresponsabilidad y la falta de escrúpulos.

Una vez más, la banda terrorista ha demostrado que la política es un traje demasiado grande y complicado para ella y que el ‘uniforme militar’ que pretende vestir es totalmente inadecuado para el ‘estado mayor’ y la ‘tropa’ que la integran. Son simplemente terroristas. Y de la peor especie. Lo han demostrado tantas veces y en tal grado que no queda lugar a dudas.

No comenté en su día la ampulosa e impropia declaración de “alto el fuego permanente” del 23 de marzo de 2005, pero sí el comunicado precedente, en el que sentaba las bases para una paz duradera. Allí describí la actitud arrogante y exigente de la banda “cual Dios interpelando a los trémulos mortales”. Autoerigida en guardián del proceso, advertía que «la imposición de un nuevo ciclo autonómico a Euskal Herria traerá sólo la prolongación del conflicto».

Virtualmente derrotada y arrinconada, la organización veía en el alto el fuego la oportunidad de recuperar protagonismo político, pero condicionaba la paz a la plasmación de una utopía de independencia y expansión nacional (con Navarra y las provincias francesas) que nadie puede pretender imponer, pero menos que nadie quien está vencido y desacreditado; quien se ha convertido en un anacronismo indeseable, en una persistente pesadilla.

ETA ha evitado asumir en todo momento que lo único que el Estado podía negociar con ella (y así lo anunció el Gobierno) eran las condiciones y garantías para su renuncia definitiva a la lucha armada. Lejos de ello, ha pretendido condicionar permanentemente la marcha del proceso no sólo en lo relativo a la política penitenciaria, que sí le incumbe, sino también en la marcha de la mesa política, responsabilidad que le excede ampliamente.

La historia ‘política’ de ETA es la de un gratuito voluntarismo, ajeno a los análisis políticos de fondo, coyunturalista y oportunista. Durante décadas sus dirigentes y miembros han logrado engañarse a sí mismos con mayor éxito que el que han logrado con sus propios seguidores, en su día incuestionable y numéricamente considerable. Han visto impertérritos la llegada de la democracia, el Estatuto de Guernica, la caída del Muro de Berlín y la liquidación del llamado “socialismo real” ajenos a la historia, abstraídos de todo lo que no fuera su ombligo nacionalista-revolucionario y su concepto tercermundista de la lucha armada.

Hace también décadas que los más lúcidos del entorno abertzale, de modo generalmente discreto, han tomado distancias con la banda y con Batasuna y han criticado su praxis torpe y brutal. La vía política es para la mayoría de los nacionalistas vascos de izquierda la única alternativa, mientras la lucha armada de ETA y su maximalismo mesiánico es crecientemente considerada nefasta, contraproducente y, en definitiva, intolerable.

Ahora, tras el desproporcionado atentado que ha causado dos muertes, ETA se ha cerrado por tiempo indefinido la puerta de salida. Su crédito -si alguno tenía- se ha evaporado y el sufrimiento de los pueblos de España regresa de la mano del miedo y del odio.

Cualquier comunicado que no contenga las palabras “renuncia definitiva a la lucha armada” no merecerá la más mínima consideración. Y dado que no cabe esperar tal cosa de estos estúpidos y empecinados ‘liberadores’, estamos de nuevo donde siempre: ellos en el fracaso no asumido; nosotros en una insoportable impotencia.

Mañana: 2.- El Villano

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