Nosotros, los ciudadanos, los integrantes de los pueblos del estado español, somos, junto a los muertos, mutilados y damnificados, las grandes víctimas del delirio de omnipotencia y de razón histórica absoluta de ETA. Nosotros, El Respetable, somos algo más que el espectador, el público, el sujeto pasivo de acciones que superan nuestra comprensión y nuestra capacidad de perdón.
ETA pretende arrojar nuestro miedo e incluso nuestro odio a la cara del Estado. La banda, siempre obsesionada por condicionar la política a través del terror, considera que todo vale si conduce a situarla en el centro de la acción y de la expectación política, protagonista, cualquiera que sea la consecuencia. Siempre encuentra justificación a sus dislates, nunca parece practicar la autocrítica.
En tiempos de la dictadura intentaron desatar la espiral de la violencia desde el culto a la paradoja revolucionaria que asegura que “cuanto peor, mejor”. Buscaron -inútilmente- el estado de excepción y la respuesta militarista brutal. Soñaban con un levantamiento popular que encontraría el apoyo internacional contra la dictadura y les convertiría en héroes salvadores con derecho a tomar el poder en el País Vasco e imponer un estado socialista de connotaciones stalinistas. Soñaban y mataban.
Cuando asesinaron a Carrero Blanco, presidente del gobierno y delfín de dictador, se creyeron dioses y con tal complejo de providencialidad afrontaron la transición política. Seguían soñando y seguían matando. Entonces más. Mataron hasta la exasperación, hasta el hartazgo. Intentaban beneficiarse de las contradicciones de un sistema (contradicciones reales, por cierto) que chirriaba estrepitosamente a medida que se metamorfoseaba en una democracia.
El golpe del 23-F es, seguramente, una de las consecuencias más graves de la enloquecida violencia etarra de aquellos años. Seguramente les hubiera gustado más el retorno a un régimen militar, que habría producido repugnancia y boicot en todo el mundo, que lo que realmente cosecharon (ellos y nosotros):
- La legitimación de una monarquía cuestionada hasta ese momento.
- Un golpe de timón político (Tarradellas ‘dixit’) que aplaca los ánimos y el rigor del juego político entre herederos del Régimen y ‘advenedizos’ demócratas y modera las tensiones nacionales, hurtando al debate cuestiones esenciales.
- La respuesta ciudadana, que concede una abrumadora mayoría absoluta al PSOE.
- La entrada en la OTAN, que se convierte en ‘inevitable’.
Luego no sólo no cejaron, sino que pisaron el acelerador estúpidamente. Llegaron los años de plomo. La muerte, servida con regularidad casi semanal en nuestras mesas, imperaba. Todo valía. Y el Estado se mancha y nos mancha a todos al aceptar la misma filosofía. Nacen los GAL Vergüenza de la democracia española. Vergüenza para nosotros también porque no eran pocos los que demandaban que se respondiera a la muerte con la muerte.
Todavía, en abril de 1995, intentan condicionar el juego político al atentar con un coche bomba cargado con 40 kilos de amosal contra el jefe de la oposición, José María Aznar. ¿Qué pretendían? ¿Reeditar el carisma del asesinato de Carrero? No se puede ser más estúpido.
Cuando ellos, El Cortejo y todo el entorno nacionalista –incluso el moderado- protestan por la política penitenciaria de excepción que se aplica a los presos de ETA no carecen de razón objetiva. Las leyes no deben admitir excepciones. Otro tanto ocurre si se considera la discutible constitucionalidad de la ley de partidos o el englobamiento de todo el entorno abertzale en lo que Garzón dio en denominar el ‘complejo ETA’.
Si alguna influencia política efectiva ha tenido ETA ésta ha consistido en condicionar la evolución de la democracia en un sentido restrictivo. Esa es la gran utilidad final del terrorismo: servir de coartada a los enemigos de la libertad. El ejemplo de la ‘Patriot Act’ en Estados Unidos tras el ataque del 11-S no deja lugar a dudas respecto a que el terrorismo saca a la luz los peores reflejos de las democracias.
Si los políticos, con sus cálculos electoralistas y sus miserias partidistas, no construyen un amplio consenso contra ETA habremos de ser los ciudadanos los que nos echemos a la calle para evidenciar y urgir la unidad. Especialmente urgente es que eso se haga realidad en el País Vasco, donde el terrorismo ha conseguido anular libertades esenciales incluso a nivel de vida privada.
Cuando el tema político queda excluido del diálogo familiar, amical y de trabajo, como ocurre en Euskadi, es que el miedo se ha impuesto sobre todas las cosas, como en los tiempos de la dictadura.
Hay que acabar con el tirano. Nosotros, El Respetable pueblo, somos algo más que el público que llora o aplaude la tragedia. Somos la víctima y hemos de responder al verdugo.
Leer online: http://laspiral.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario