Marruecos es un país muy singular. Ningún otro sienta en su trono a un descendiente de Mahoma (de su mítico primo y yerno Alí, para ser más exactos) ni concede a la persona de su soberano -a través de una Constitución cuya última revisión fue hecha en 1997- el carácter de inviolable y sagrada, a la par de no responsable políticamente. Ni en los tiempos de mayor absolutismo de la historia de Occidente un rey llegó a acumular tantos privilegios, tanto poder y tanta inmunidad.
Mohamed VI no sólo reina, sino que también gobierna, como lo hicieron sus antecesores. Y, como aquellos, tiene que afrontar el motivado descontento de su pueblo, empobrecido y atrasado gracias a la férrea resistencia de la monarquía alauí a la modernización social, política y económica del país. El actual monarca alauí llegó al trono bajo los buenos augurios de un propósito renovador y abierto, pero no puede decirse que se esté apresurando en su puesta en práctica.
Si su padre, Hassan II, hubo de afrontar en los años 60 los intentos de derrocamiento inspirados en la honda huella que en todo el mundo árabe tuvo el nasserismo, de raiz socialista y voluntad panárabe, Mohamed VI se enfrenta al desafío que representa el integrista fundamentalismo islámico que tuvo en el iraní Jomeini su paradigma.
Consciente de ello, el discurso que Mohamed VI pronunció ayer, con ocasión del cuarto aniversario de su acceso al poder, no deja lugar a dudas sobre su determinación de conjurar la amenaza integrista. Para ello apela a su legimitimidad religiosa y genealógica de Príncipe de los Creyentes y en consecuencia -según su propia expresión- "única referencia religiosa para la nación marroquí".
Amparado en tal legitimidad, el rey de Marruecos anunció una ley que prohibirá la existencia de todo partido que se base en principios religiosos, lo cual, objetivamente, es una rasgo de modernidad, además de un signo de lucidez política. Lo que ya no es tan de recibo, desde la modernidad, es que se apele a un principio integrista para prohibir otro. Y lo que no es en absoluto democrático es incluir en el paquete de lo prohibido a los partidos basados en motivaciones étnicas, lingüísticas o regionales. Toda democracia digna de tal nombre reconoce el derecho de las minorías a estar políticamente representadas para reivindicar sus derechos.
En cuanto al fundamentalismo islámico, no cabe ignorar que no habría prosperado hasta el extremo que lo ha hecho en todo el mundo árabe si no encontrase su caldo de cultivo en las amplias bases sociales víctimas de la pobreza y la marginación. Los clérigos y los intelectuales encontraron en el Corán una referencia liberadora y la esgrimen implacablemente contra los gobernantes venales e irresponsables. En consecuencia, es notablemente insuficiente, además de paradójico, erigirse en referencia religiosa única para afrontar el desafío.
Marruecos es una sociedad inmersa en enormes contradicciones, de las cuales su monarca constituye la expresión más elocuente. Atrapado entre un tradicionalismo anclado en concepciones medievales y las ineludibles influencias contemporáneas, Mohamed VI debe ser prudente y moderado, para no romper de modo radical con las raices conservadoras e integristas que han sostenido a su dinastía, y valiente y progresista para lograr poner fin al desamparo de su pueblo y conquistar racionalmente su apoyo.
Se trata de una ardua y delicada tarea que el reflexivo y hermético monarca ha decidido tomarse con calma. El problema es que vivimos tiempos críticos, vertiginosos y desbordantes. Ahora más que nunca, en Marruecos, no se puede dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy. Mañana puede ser demasiado tarde.
NOTA BENE: Entramos en agosto, mes de tradicional "sequía informativa". Mi previsión, con tal motivo, es que estos artículos se hagan más esporádicos, no sólo por la previsible carencia de una fluidez informativa suficiente, sino también porque quiero aprovechar la oportunidad para renovar el "trasto" desde el que escribo con un nuevo disco duro (más grande y rápido), aumentar la memoria RAM tanto como sea posible e instalar una tarjeta de adquisición de vídeo que me permita montar el material que grabe con mi minicámara digital. Deseadme suerte porque voy a afrontar la tarea con mis torpes manos y mi escasa paciencia.
Felices vacaciones a quienes tengan la suerte de disfrutarlas. No os expongais demasiado al sol ni nadeis en aguas peligrosas y absteneos de consumir refrescos de las multinacionales USA. Tenemos magníficas alternativas nacionales. Desde la dulce horchata al riquísimo granizado de limón, sin olvidar la estimulante sangría, el espabilante café con hielo y el nutritivo gazpacho. Al enemigo, ni agua.
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