Cuando el 27 de junio (ver Archivos) aludía a la insólita presión que Blair y su Gobierno estaban ejerciendo sobre la cadena pública de radio y televisión británica BBC a raiz de que ésta difundiese informaciones que cuestionaban la veracidad de los informes del Ejecutivo acerca de la existencia de armas de destrucción masiva en manos de Sadam Hussein, estaba muy lejos de imaginar que las cosas podían evolucionar en el modo en que lo han hecho.
Ahora hay un muerto sobre la mesa. El doctor David Kelly, integrado en la nómina del Ministerio de Defensa, se suicidó (si la investigación no apunta a otra posibilidad más inquietante, que -por algo será- está en todas las mentes) tras su comparecencia ante una comisión parlamentaria. En cualquier caso, se haya suicidado o no, Kelly ha sido víctima de la razón de Estado, una víctima más que sumar a la lista de los soldados muertos en tierras de Irak a la mayor gloria de una mentira tan grande que ni a fuerza de ser repetida hasta la saciedad logró vestirse en ningún momento con el ropaje exculpatorio de la verdad.
Cómo y por qué llegó el doctor Kelly ante la comisión parlamentaria que habría de desencadenar su "suicidio" es algo que el Ministerio de Defensa británico debería aclarar. Fue el propio ministerio quien, tras negarlo inicialmente, acabó reconociendo finalmente que filtró a tres periodistas la identidad del "topo" de la BBC. No por su nombre, claro, sino señalando que era un científico especializado en microbiología y con experiencia de campo en Irak. ¿Quién si no Kelly?
La BBC nunca reveló sus fuentes y cuando el dedo acusador señaló a su informante trató de protegerlo, asegurando que, aunque se había hablado con él (negarlo habría sido inútil), éste no había sido la principal fuente de información utilizada. Eso mismo es lo que Kelly dijo a la comisión parlamentaria que le apretó las tuercas.
¿Entonces qué razón había para suicidarse? Ninguna, al menos ninguna conocida hasta el momento. Pero habría que determinar a qué se refería la víctima de la razón de estado cuando en un reciente email a la periodista de "The New York Times" Judy Miller aludía a la existencia de "muchos oscuros actores en juego". Esos "oscuros actores" han sido, sin duda, la causa de su muerte.
Todos sabemos que las cloacas del llamado "Estado de Derecho" dan mucho de sí y tampoco podemos ignorar que Gran Bretaña no es el único estado implicado en la fabricación y rentabilización de la gran mentira ni que detrás de la invasión de Irak existen poderosos intereses, que, en la medida en que no son públicos sino privados y bien privados, están al margen de toda sospecha y de todo control. Es decir que, aún en el caso de que la autopsia concluyera que Kelly fue asesinado, cosa francamente improbable porque los especialistas en el crimen perfecto no cometen errores, determinar la autoría resultaría prácticamente imposible.
¿Y por qué matar al doctor David Kelly e intentar hacerlo pasar por un suicidio? Esa es la madre del cordero. A primera vista parece una medida innecesariamente radical, además de retorcida.
Se me ocurren algunas razones no excluyentes entre sí: silenciar a un testigo que, probablemente, sólo había contado una parte mínima de lo que sabía; lanzar una contundente advertencia a todos los que pudieran sentirse tentados de divulgar lo que conocen sobre la fabricación de la gran mentira dentro y fuera de Gran Bretaña, los cuales difícilmente van a creerse la tesis del suicidio, aun en el caso de que esa sea la conclusión forense, y, finalmente, centrar la crítica atención pública sobre la BBC, desviándola de lo que la atraía hasta ahora: la actuación del Gobierno británico.
Este último objetivo se ha logrado casi plenamente. Tras la muerte de Kelly, la BBC ha admitido que el doctor había sido su principal fuente de información y ha subrayado que cree haber trasladado correctamente sus confidencias. Para quienes quieren decapitar a los responsables de la información que ha hecho tambalearse al Gobierno e incluso purgar a toda la cúpula directiva de la BBC está claro que éstos son los causantes de la muerte del doctor, cuyas informaciones habrían manipulado y exagerado, y al que además, con su confesión, habrían puesto en evidencia "post mortem" como mentiroso, cosa que en una sociedad tan cínica e hipócrita como la británica, es intolerable hacerle a un difunto.
Los titulares periodísticos, como siempre, dejan claro de qué lado está cada cual. La mayoría, que, en lugar de poner énfasis en la actuación del Ministerio de Defensa, se centran en el "nefasto papel de la BBC", que habría mentido y conducido a la muerte de una persona, no dejan lugar a dudas acerca de los intereses a los que sirven.
En la cadena pública de radio y televisión, al menos dos periodistas, el autor de la información y su jefe directo, pueden encontrarse al borde del despido y del desprestigio vitalicio. Si el linchamiento se consumase, la propia BBC tendría que encarar un futuro de medio público bananero, como ocurre en España y en todos los países que conservan medios informativos de titularidad estatal, los cuales no cumplen otra función que la de servir como Gabinete de Imagen al Gobierno de turno. La sociedad británica perdería uno de sus más sólidos pilares democráticos, aunque -admitámoslo- ¿a quién le preocupa eso en las alienadas e impotentes sociedades "democráticas" del siglo XXI?
Cuantos, a propósito de la segunda guerra de Irak, habían señalado la obviedad de que la primera víctima de toda guerra es la verdad seguramente no esperaban que esta aventura neocolonial fuera a arrojar tantas evidencias e indicios al respecto. Tantas que resulta casi intolerable pensar que uno debe seguir, inerme, viviendo inmerso en una realidad tan indecente como la que nos envuelve y nos fagocita.
Sólo hay una palabra para describir lo que se siente: ASCO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario