Siempre que tengo que hablar o escribir sobre ETA -coincidiendo inevitablemente con algún atentado- me situo en un estado de ánimo singular, entre la depresión y la ira. Sin duda es la consecuencia de haber tenido que seguir, a pìe de teletipo primero y luego ante un ordenador, su sangrienta e irracional trayectoria durante treinta años. A lo largo de este tiempo, ocasionalmente, he llegado a esperar y confiar ingenuamente en que la propia evolución de la historia condujera a ETA a una reflexión que desembocase en el abandono de las armas. Inútil esperanza.
El grupo apareció en los años 60, inspirado por los movimientos revolucionarios de liberación nacional de raiz marxista-leninista que proliferaron especialmente en los países del Tercer Mundo como reacción a la pobreza y a la injusticia imperantes, pero también en Occidente, como consecuencia última del fracaso de la frustrada convulsión del 68 y del debate insoluble acerca del papel de la izquierda en las sociedades industrializadas.
La ETA inicial encontraba justificación en la existencia de una dictadura militar que a lo largo de los años precedentes había dado muestra elocuente de su demoledora capacidad para imponer el silencio (ese, el del enmudecimiento, fue el unánime consenso político que logró el franquismo) mediante los grandes cementerios bajo la luna, la cárcel, el exilio y, sobre todo, el miedo. Su sustrato de apoyo lo encontraba, además, en el terreno abonado de un nacionalismo oprimido, perseguido y castigado sin sus fueros históricos por su complicidad con la República.
Entonces ETA despertaba simpatías en la izquierda, aunque no tardaron en surgir grandes divergencias sobre la táctica y la estrategia de unos jovenzuelos voluntaristas que improvisaban constantemente, anclados en un fundamentalismo revolucionario ajeno a las circunstancias históricas y sin otra perspectiva de futuro que seguir matando más y más, tratando de generar una espiral de violencia que, a la luz del sofisma "cuanto peor, mejor", induciría a la dictadura a medidas extremas que acabarían forzando a toda la sociedad a una respuesta que, en última instancia, generaría un auténtico movimiento revolucionario.
Podría esperarse, razonablemente, que el fin de la dictadura motivase un replanteamiento de estrategia, pero lejos de ser así ETA se lanzó a una vorágine de atentados indiscriminados, interpretando nuevamente de modo voluntarista la "debilidad" de un Estado que era aparentemente rehén de los militares y "legitimada" en su actuación por el rechazo de la mayor parte de los vascos a la Constitución de 1978.
Desde la pesadilla sangrienta de los años 70-80 hasta ahora han pasado muchas cosas que deberían haber inducido una reflexión profunda y responsable de la invariablemente fanática y voluntarista dirección de ETA. Desde el fin de los "santuarios" de Francia hasta la caída del muro de Berlín, pasando por la descomposición de la Unión Soviética y la "democratización" de sus integrantes, la evolución de China, la paz del Ulster...
Es inútil. Refugiados en un invariable irredentismo, nutridos en su militancia de una generación marginalizada que practicaba en fin de semana la "kale borroka" con la "litrona" o el "kalimocho" en una mano y el cóctel molotof en la otra, debilitados por la ausencia creciente de apoyo social, ellos siguen con su "sostenella y no enmendalla" sin mañana.
En esa línea, permanecen incluso ajenos al hecho de que sus actuaciones tienen un nefasto efecto "boomerang" sobre la causa que dicen defender.
Hoy, de nuevo, han hecho acto de presencia con dos atentados contra objetivos turísticos, siguiendo una rutina que no sabrían justificar a estas alturas de la historia, salvo como forma de venganza contra un "estado opresor". Afortunadamente, por lo que se sabe hasta ahora, no hay que lamentar víctimas mortales, pero no porque ETA careciera de la voluntad de causarlas. El hecho de que, en su llamada -como tantas veces-, falseasen la hora de las explosiones no deja lugar a dudas de que su objetivo eran los efectivos policiales, sin por ello descartar posibles daños colaterales civiles. Sabemos por experiencia que estos fanáticos no tienen problemas de conciencia.
Lamentablemente, sólo nos queda esperar que en su ciega huída hacia delante se cuezan en su propio jugo y se asfixien en su propia mierda. Amén.
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