14 julio, 2003

La excursión del procónsul

Desde el punto de vista del propio Aznar, seguramente su singular excursión a tres estados de la unión que fueron en un día remoto territorios del imperio español ha sido todo un éxito. El presidente del Gobierno (que no presidente de España, como creen tantos norteamericanos y entre ellos el paradigmático Jeb Bush, para satisfacción del propio Aznar) se ha bañado con delectación en las aguas viscosas del halago y paseado su sonrisa de mercader y sus aires de eficaz procónsul por todo tipo de saraos, desde los más marcadamente políticos hasta los económicos, con escalas histórico-culturales y contactos con la colonia española incluidos.

Más que el viaje de un primer ministro, la excursión retrocolonial ha sido como la visita oficial de un jefe de Estado, de lo que se deduce cierto propósito de suplantación del Rey en las tareas que le han venido siendo propias hasta ahora. De hecho, el eclipse casi total de la figura del Rey en la segunda legislatura del PP debería ser objeto de un análisis posiblemente muy revelador acerca de la clase de mente maquiavélica y ambiciosa que reside unos centímetros por encima de un anacrónico bigote y una mirada entre rapaz y visionaria, pero ahora no toca, como diría el propio excursionista con la terminología pijo-colegial que le caracteriza (recordemos la gloriosa resurrección del "cero patatero" en el "aula" del Congreso).

Que Aznar es el típico personaje gris -repásense sus índices de popularidad en las encuestas- con aires de grandeza, crecido desproporcionadamente sobre las cenizas y la impotencia de sus rivales más que sobre los propios méritos, es algo que nos ha costado llegar a saber a los españoles, pero finalmente se puede ver con claridad meridiana. Más allá de la incuestionable elocuencia al respecto que tuvo el ampuloso bodorrio de su hija en el "imperioso" escenario de El Escorial, su arrogancia y autoritarismo se han puesto de manifiesto en su segundo mandato de modo no poco inquietante. Aznar ha dinamitado todo diálogo y todo consenso en una medida sin precedentes en la corta historia de la democracia española.

Carente de todo carisma, mediocre hasta el aburrimiento, se ha fabricado, para su propio consumo, un ego carismático, una identidad de salvador de la patria y un papel de Cid Campeador de la unidad nacional. En su fuero interno debe verse como un personaje histórico providencial y seguramente contempla su defección del eje franco-germano de la UE y su asociación simbiótica con los Estados Unidos como un punto de inflexión salvador para el futuro de España.

Que lo sea para España es más que dudoso, pero lo que ha empezado a ponerse de manifesto es que para el propio Aznar muy probablemente sí lo será. Precisamente su excursión a los estados "hispanos" de la unión le ha servido para dejar caer que, una vez que abandone el poder, se dedicará a promover las relaciones hispano-norteamericanas. Lease las relaciones comerciales porque las otras, por más cuenterete que se le eche al entrañable tema de los hispanos, la sangre, las raíces, la cultura común..., no son más que la guinda poética de una prosáica tarta de la que no saldrá la típica "stripper" de las despedidas de soltero, sino un sustancioso cargamento de dólares. Nadie ignora que los hispanos, los "latinos", sólo son una prolífica minoría, pobre y marginada, así que ¿qué podemos comprarles o venderles salvo sueños y promesas?

Aznar y su amiguete de cole Villalonga seguramente tienen más en común de lo que nunca se haya podido sospechar. La gente guapa (es un decir) del Colegio del Pilar, que mamó en sus aulas, en pleno franquismo, la idea de su propia excepcionalidad, no se conforma fácilmente con la mera significación social o política que pueda alcanzar su currículo. Además hay que forrarse económicamente. Y parece que a Aznar le ha llegado el momento de asegurarse un retiro dorado, muelle y y aún más envidiable por sus compañeros de clase.

Casualmente (ésto también es un decir), el presidente del Gobierno español -que no de España- se ha creado una excelente imagen en la metrópoli imperial con su apoyo a los Estados Unidos en los momentos de soledad e incomprensión que el imperio atravesó en su empeño por justificar, más allá de toda lógica o evidencia razonable, la invasión de Irak. Aznar recitó como un apasionado papagayo las razones (mendaces, como se ha podido ver luego y se suponía de antemano) para realizar la filantrópica operación. Eso se paga. Y, por supuesto, se cobra.

Para su excursión a la patria de la libertad, digo, del dinero, eligió el momento con cuidado. Ahora mismo España preside el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, por ejemplo. Pero también -y ésto es más conmovedor para la audiencia estadounidense- en coincidencia con la singular visita el Gobierno ha aprobado el envío de tropas a Irak.

El vicepresidente Rajoy -uno de los candidatos más conspicuos a la sucesión en el Proconsulado- ha asumido que esta "necesaria" operación militar probablemente va a implicar la pérdida de vidas humanas y ha respondido a las críticas del PSOE aludiendo a que, bajo un Gobierno socialista, se enviaron tropas a los Balcanes, como si los antecedentes y el carácter de ambas decisiones tuvieran alguna semejanza.

Y no va más por hoy. Dejemos las conclusiones a cada cual. Lo que Aznar nos dice subliminalmente a todos desde su soberano pedestal es algo parecido a aquello de "no te digo que te vistas pero ahí tienes la ropa". No sabemos si la vestimenta es como la del rey del cuento de Andersen y sólo mostrará nuestras vergüenzas o si nos viene ancha, o estrecha o es manifiestamente inadecuada para transitar por el futuro. No sabemos lo que encontrará bajo las míticas alfombras de La Moncloa su próximo inquilino. No sabemos si no estaremos atados de pies y manos, mediante algún acuerdo secreto, a los designios de los Estados Unidos. No sabemos nada.

Dentro de unos siete meses, en marzo de 2004 -eso sí lo sabemos con mayor o menor exactitud- habrá elecciones generales. Se supone que esa es la oportunidad en la que se plebiscitan las políticas de futuro. Las opciones son muy limitadas y nada prometedoras, pero es la única opòrtunidad que tiene el ciudadano común y corriente para hacer política (a eso se le llama democracia).

Ustedes mismos.


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