25 julio, 2003

Ética y moral

Independientemente de que la comisión de investigación de la Asamblea madrileña llegue finalmente a conclusiones que justifiquen su creación, -cosa que, según la tradición parlamentaria, es harto improbable-, lo que sí puso de manifiesto la sesión de ayer fue no sólo la contrastable dureza del rostro de Eduardo Tamayo, a la que ya aludimos, sino también que es fervientemente sospechoso.

Cuestionado por un oponente más hábil que el primero que le tocó en suerte -el sufrido y voluntarioso, pero inocuo, representante de IU- pronto comenzaron a ponerse en evidencia las muchas lagunas injustificadas e injustificables de su comportamiento en las vísperas de la crisis política que el compareciente había de causar el pasado diez de junio.

Se puede tener la cara de hormigón armado y un cinismo a prueba de toda quiebra, pero si se carece de explicaciones razonables para actos que despiertan suspicacias más que razonables, la verosimilitud que se pretende se viene abajo como un castillo de naipes bajo la más leve de las brisas.

Demasiadas llamadas al abogado José Esteban Verdes en fechas candentes, por ejemplo, no pueden ser explicadas con base en la supuesta necesidad de hacerle consultas profesionales a un colega abogado y sin embargo amigo. No, al menos, siendo Verdes quien es: miembro del PP y novio entonces (ahora marido) de Paloma García Romero, viceconsejera de la Presidencia de la Comunidad de Madrid en funciones entonces (ahora concejala del Ayuntamiento de la villa y corte).

Y mucho menos si, como publicó "El Mundo" en su día, Verdes hizo funciones de línea caliente entre Tamayo y sus presuntos "compradores".

Pero eso no es todo. Uno puede defender con éxito una razón exclusivamente política como justificación de su sospechosa actitud si previamente ha dado muestras significativas de interesarse por lo que acabaría causando su estratégica "espantada" del pleno constitutivo de la Asamblea. Y, reveladoramente, no es el caso

Ayer, 'Hormigonsón' Tamayo volvió a escudarse con mayor empecinamiento que éxito en que la causa de su desplante al partido fue el pacto con IU, a la que se habrían concedido -según su feble argumentación- injustificables regalías en la composición del frustrado (por él) gobierno de izquierdas.

Pues bien, pese a que el pacto con IU era su gran caballo de batalla, el presunto disidente político hubo de admitir, a preguntas de Noya, el portavoz del PSOE, que no había asistido a una sola de las reuniones de la Ejecutiva o del Comité Regional en las que se debatió el "inaceptable" acuerdo que, según él mismo, habría sido la única causa de su fuga.

Se diría que Eduardo Tamayo se pronuncia contra todo aquello que rechaza mediante la ausencia, que, por el momento, no está reconocida como vehículo de expresión democrática, aunque al paso que vamos todo se andará. Pero no, su ausencia en lo que respecta a los órganos decisorios del partido lo que revela, aparte de irresponsabilidad, es descuido, indiferencia. Sin duda entonces, más tarde y ahora mismo son otras las cosas que atraen su atención y motivan sus acciones y omisiones.

Lamentablemente, no es de esperar que la comisión de investigación, viciada ya en su origen por la relativa mayoría absoluta del PP en ella, llegue a arrojar alguna luz sobre la podredumbre que parece enseñorearse en los pesebres políticos de Madrid.

Tendremos que conformarnos con que, al menos, arroje sombra suficiente sobre Tamayo y sus socios. Tanta sombra y tan insoportable pestilencia como para despertar el embotado olfato popular y motivar a la Justicia a intervenir de oficio, venciendo las actuales reticencias que cuestionan su independencia.

Eso ya sería algo más de lo que hay, aunque mucho menos de lo que convendría a la ética y a la moral pública.

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