Según un sondeo realizado entre la gente que, supuestamente, siguió el lamentable debate sobre el estado de la nación desarrollado en el Congreso de los Diputados español, el presidente Aznar habría aplastado al jefe de la oposición con un porcentaje del 48,7%, más del doble de quienes piensan lo contrario.
"Voz del pueblo, voz del cielo", dice una copla flamenca, pero "así es si así os parece" es un suerente título de Pirandello.
En definitiva, que el dato no tiene validez objetiva. No revela que Aznar superó arrolladoramente a Rodríguez Zapatero, sino que eso es lo que cree un amplio porcentaje de los individuos seleccionados según una muestra sociológica teóricamente fiable y que dicen haber seguido -preocupante masoquismo- un debate que se inició con la autoloa de un presidente que, de la mano de la mayoría absoluta, ha exhibido su perfil real de personaje autoritario e intolerante y concluyó con la imposición implacable de esa misma mayoría para negar el pan y la sal a cualquier propuesta procedente de la oposición.
Yo realmente no sé quien ganó -si ganó alguien y no perdimos todos, como de costumbre-, ni me importa. Si el baremo se sitúa en quién dijo el mayor número de verdades seguramente el vencedor sería el representante socialista. La oposición puede permitirse decir verdades, al menos las que le interesa decir. Si, por el contrario, usamos como referencia el nivel de valoración popular, el vencedor incuestionable sería Aznar, al menos según el sondeo al que nos referimos.
Más allá de estas consideraciones elementales, lo realmente importante es el cariz que están tomando las cosas en la todavía joven democracia española, en la que, durante esta última legislatura, se ha deteriorado el diálogo hasta el punto de ser sustituido por la diatriba; en la que se instrumenta a las instituciones del poder judicial al servicio de supuestos intereses del Estado que lo son en realidad del Gobierno; en la que los teóricos representantes del pueblo representan con frecuencia intereses mucho más particulares; en la que han resurgido viejos fantasmas militaristas, con anécdotas tan chuscas como la toma de un ridículo islote de no menos ridículo nombre pegado al territorio marroquí o tan serias y graves como la intervención, al menos como vergonzante corifeo, en una de las acciones bélicas más ignominiosas de la historia: la invasión de Irak.
Quién ganó o perdió el debate sobre el estado de la nación sólo es importante en la medida en que sea indicativo de quién va a ganar las próximas elecciones generales y en qué grado.
Si el PP repite mayoría absoluta, como se desprendería de la contundencia aritmética del sondeo al que nos hemos referido, sálvese el que pueda.
Las mayorías absolutas pueden ser un resultado democrático legítimo (si asumimos que la Ley D'Hont es democrática, que es mucho asumir), pero sus consecuencias en cuanto al ejercicio del poder no lo son en absoluto.
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